27.- EL RAPTO15 min read

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Dos semanas después, Marco Aurelio estaba en el triclinium cuando llegó Prócoro. Los sirvientes tenían orden de dejarlo pasar sin anunciarlo y admitirlo a cualquier hora del día o de la noche.

El griego lo saludó:

–           Salve noble Marco Aurelio. ¡Eureka!

Marco Aurelio saltó del asiento exclamando:

–          ¿Qué quieres decir? ¿La has visto?

–           He visto a Bernabé y he hablado con él. Trabaja cerca del mercado como liberto al servicio de un molinero, pero él no sabe quién soy. Y ahora cualquier esclavo de tu confianza puede ir y descubrir donde se esconden.

Marco Aurelio replicó:

–           Irás conmigo.

Prócoro se alarmó:

–           ¿Yo?…  Noble tribuno, yo solo me comprometí a indicarte el sitio donde ella está, más no en sacarla y entregártela. Piensa por un momento en lo que me sucederá si ese Bernabé y Mauro me atrapan. Además, si te pasa algo, no quiero ser yo el responsable y quedarme sin recompensa después de haber trabajado tanto.

Marco Aurelio le entrega una bolsa llena de monedas de oro y le dice:

–         Tendrás otras dos iguales cuando Alexandra se encuentre conmigo en esta casa. Desde este momento, aquí te quedarás, aquí comerás y descansarás. Luego iremos juntos y me llevarás a donde ellos están.

El temor y la vacilación se pintaron en el rostro del griego…

Pero recordando el carácter del patricio, dijo:

–           ¿Quién puede oponerse a tu voluntad? Estoy dispuesto, señor…

Marco Aurelio que hasta ahora había vivido en un estado de tensión permanente, alentado por la esperanza de encontrar a Alexandra, ahora que esa esperanza parece realizarse, se vio súbitamente invadido por la debilidad que se siente después de que se ha hecho un esfuerzo superior a la propia capacidad…

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¡Está a punto de recuperar a Alexandra! Tan solo este pensamiento lo vuelve loco de felicidad. Recordó los consejos de Petronio y envió a dos esclavos en busca de Atlante…

Prócoro que conoce a todo mundo en Roma, se sintió muy tranquilizado cuando oyó el nombre del famoso atleta, cuyas fuerzas extraordinarias en la arena, había podido admirar más de una vez y dejó de preocuparse por el peligro de la empresa.

Estaba de muy buen humor cuando fue llamado a la mesa por el mayordomo y comió opíparamente.

Más tarde cuando llegó Atlante, se dirigió al atrium y examinó con satisfacción a aquel gran gladiador, cuyo poderoso cuerpo parece llenar toda la estancia.

Atlante acaba de ponerse de acuerdo con Marco Aurelio y dice:

–         ¡Por Hércules! Ha sido muy oportuno tu llamado, señor; porque mañana debo partir a Benevento, a donde me reclama el noble Haloto a fin de que en presencia del César, luche con un tal Espícuro; que según parece es el mejor gladiador y el favorito de Nerón.

Marco Aurelio cuestionó:

–           ¡Por Marte!… ¿Estás seguro de que podrás ganarle?

El atleta respondió lleno de seguridad:

–           Acabaré pronto con él.

Prócoro intervino:

–          Y no dudo que lo hagas. Pero ahora prepárate y frótate todo el  cuerpo con aceite, porque acaso te encuentres con otro gladiador: el hombre que custodia a Alexandra, también tiene una fuerza excepcional.

Marco Aurelio confirmó:

–       Es verdad. Yo no lo he visto, pero arrebató a Alexandra de una veintena de hombres.

Atlante contestó con determinación:

–        Noble señor, me comprometo a traer a la doncella hasta tu casa, así tenga que  arrancarla de siete partos como el que me dices. Pero ten presente que mañana debo ir a Benevento.

Marco Aurelio sonrió complacido y dijo:

–           En un par de horas partiremos.

Después de esta declaración, Marco Aurelio se fue a la biblioteca a escribirle a Petronio.

Recuerda las palabras de Actea y su corazón palpitó con violencia. Está decidido a casarse con ella y hasta se siente capaz de volverse cristiano, si esa es la condición para tenerla.

Si todo es cierto, ella le amará… y él está decidido a ser el esposo más cariñoso y amante.

Más tarde  los tres, guiados por Prócoro; llegaron a una casa situada en el barrio del Transtíber y se dispusieron a esperar…

Cuando la reunión terminó, muchos cristianos empezaron a salir. Luego, tres figuras aparecieron en el arco de la entrada y varias personas rodearon al anciano, mientras Bernabé y Alexandra se hicieron a un lado para esperarlo. Y se quedaron de pié, en la escalinata de la entrada, junto a una columna.

Marco Aurelio se quedó embelesado.

Alexandra está frente a la luz de una lámpara y la capucha ha caído de su cabeza despeinando sus cabellos. Tiene entreabiertos los labios y levanta su rostro hacia el apóstol, atenta totalmente a sus palabras, como si estuviese extasiada.

Viste como una esclava y está envuelta en su manto oscuro de lana. Marco Aurelio nunca la había visto más hermosa…

Admiró la belleza y distinción de aquella elegante cabeza patricia, que sobresale entre sus vestidos humildes. Y el amor lo envolvió como una llama, mezclado con un prodigioso sentimiento de simpatía, atracción, admiración y ferviente anhelo.

Siente correr por todo su ser, como una corriente eléctrica de felicidad, al contemplarla otra vez. De pie, junto al gigantesco parto, parece una niña… Y una ternura infinita invadió todo su ser.

alex peinados-estilo-griegoQuiere protegerla, amarla, poseerla. Notó también que se ve más delgada y frágil. Su cutis parece de alabastro. Una hermosa y blanca flor que irradia luz como si fuera una diosa.

 Todo esto sirvió para hacer más poderoso su deseo de poseer a aquella mujer, tan diferente de todas las que ha conocido antes. Está dispuesto a dar por Alexandra, todo cuanto posee.

Prócoro le advierte:

–           Ten cuidado, señor. Mira que son muchos.

El tribuno contestó:

–         No te preocupes. Esta vez no escapará.- Y Marco Aurelio señala a Alexandra y Bernabé, mientras dice a Atlante- Son ellos.

El atleta contestó:

–           Perfectamente. Me comprometo a entregarme a ti como esclavo, si no le rompo el espinazo a ese bisonte parto que la acompaña. Pero dejemos que lleguen a su casa. Allí me apoderaré de ella y la llevaré al sitio que me indiques.

A Marco Aurelio le agradó la respuesta y dijo:

–         ¡Por Hércules! Debemos hacerlo ahora. Mañana quizá no la encontremos, porque si nos descubren, se la llevarán a otra parte.

Atlante replicó:

–           No nos descubrirán. Hoy mismo la tendrás en tus brazos.

Prócoro gimió:

–           ¡Ese parto parece un hombre demasiado fuerte!

Atlante lo miró con despreció y le espetó:

–           Nadie te está pidiendo que sujetes sus manos.

Después de unos minutos, en el grupo al fin se despidieron y empezaron a caminar.

Prócoro exclamó:

–           Sí, señor. Tu doncella se encuentra bajo una poderosa protección. Ni más, ni menos que el gran apóstol Pedro. Ve como se arrodillan ante su paso.

Y Marco Aurelio vio con asombro una escena prodigiosa: había dos centuriones que se arrodillaron cuando Pedro pasó frente a ellos y se detuvo. Les puso la mano sobre la cabeza, que ellos habían descubierto y los bendijo.

Hasta ese momento jamás se le había ocurrido que en el ejército hubiera cristianos…

Pero al parecer aquella doctrina ya se había infiltrado por todo el imperio. Y esto le hizo pensar que si ella hubiera querido huir de la ciudad, no le hubieran faltado guardianes que facilitaran su fuga. Y dio gracias a los dioses porque eso no sucedió.

Pero el abismo que esa maravillosa religión está abriendo entre él y Alexandra, se hace cada vez más grande…

Recordó todo lo sucedido y se dio cuenta de que en realidad no la conoce. Está seguro de que la ama y se siente deslumbrado por su hermosura incomparable. Pero ahora comprende que la religión que ella profesa, es lo que la hace tan diferente de las demás mujeres.

Su grandiosa belleza interior es lo que la hizo rechazar lo que para las demás son incentivos: la opulencia, la pompa, el bienestar… Para ella no significan nada, porque ella posee algo distinto. Es como si ella perteneciera a otro mundo.

Y una molesta inseguridad comenzó a atormentarlo… ¡¿Cómo la conquistará, si lo que él puede ofrecerle parece no significar nada para ella?!

De este caos mental lo sacó Prócoro, que comenzó a lamentarse de su suerte.

Marco Aurelio le oyó y sacó la bolsa de oro. Se la arrojó diciéndole:

–           Ya la tienes. ¡Cállate!

Después de haber pasado por un erial, el grupo de cristianos empezó a diseminarse en distintas direcciones, quedando solamente Bernabé, Alexandra y otro hombre anciano.

Esto hizo necesario seguirlos desde una mayor distancia y con más precaución, para no ser descubiertos.

Prócoro hábilmente, se fue quedando paulatinamente atrás.

Llegaron a una calle estrecha y los vieron entrar a una ínsula.

Ellos se mantuvieron a una prudente distancia. Luego, Marco Aurelio mandó a Prócoro a que viese si esa casa tenía salida a la calle posterior.

Éste fue a ver y cuando regresó, dijo:

–           No, señor. Solo hay una entrada.

Atlante comenzó a prepararse para el combate. En su rostro no hay la menor señal de temor y dice:

–           Yo iré adelante.

Con una voz que no admite réplica, Marco Aurelio ordenó:

–           Tú me seguirás.

Y en un instante los dos desaparecieron por la puerta de la entrada.

Prócoro corrió hasta la esquina y empezó a atisbar lo que va a suceder…

Es un edificio espacioso y con varios pisos. Un condominio como muchísimos que hay en Roma y que son verdaderas colmenas, edificados con el propósito de percibir la mayor renta posible. En ellas vive la gente más pobre y no hay portero.

Marco Aurelio y Atlante llegaron a un corredor que los condujo a una especie de atrium común para toda la casa, con una fuente en el centro.

Desde las murallas arrancan hacia el interior  unas escaleras de piedra y de madera, que conducen a unas galerías en los cuales están los cuartos que conforman la vivienda.

Es temprano y no hay nadie en el patio.

Atlante pregunta deteniéndose:

–           ¿Qué hacemos, señor?

Marco Aurelio contesta:

–           Esperaremos aquí. No permitiremos que nadie sospeche de nosotros.

En ese momento en el más lejano extremo del patio, aparece un hombre que trae en la mano un cedazo y se aproxima a la fuente.

Marco Aurelio dice en voz muy baja:

–           ¡Es Bernabé!

–           ¿Quieres que le rompa los huesos?

–           Espera… primero veamos a donde va.

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Bernabé no se fijó en aquellos hombres que estaban parados en la penumbra de la entrada y empezó a lavar las legumbres en la fuente. Cuando terminó con su tarea y regresa por donde salió…

Atlante y Marco Aurelio le siguen hasta otro corredor que lleva a un pequeño jardín en el cual hay unos cipreses, mirtos y rosales.

En el fondo hay una pequeña casa edificada contra la pared del edificio contiguo.

Marco Aurelio valoró la situación y dijo decidido:

–           ¡Vamos por ella!

Bernabé iba a entrar en aquella casita, cuando el ruido de pasos llamó su atención y dejando el cedazo en la balaustrada de cantera, se voltea, ve a los dos hombres y les pregunta:

–           ¿Qué buscan aquí?

Marco Aurelio le dice imperioso:

–          ¡Qué te importa! –Y en voz baja ordena a Atlante- ¡Mátalo!

Atlante se abalanza hacia Bernabé y antes de que éste tenga tiempo de reaccionar, el gladiador ya le ha cogido en sus brazos de acero.

Marco Aurelio tiene demasiada confianza en las extraordinarias fuerzas del atleta, para detenerse a presenciar el final de la lucha. Y dejando atrás a los combatientes, entra en la casita.

Alexandra está inclinada añadiendo leños al fogón, junto al cual se encuentra sentado un anciano.

Marco Aurelio entró tan repentina y bruscamente en la estancia, que cuando el la toma por la cintura levantándola en vilo para salir por la puerta, ella no lo reconoce.

El anciano trata de interceptarle el paso. Pero Marco Aurelio con un brazo estrecha a la joven contra su pecho y con el otro brazo, lo hace a un lado.

Con el movimiento se le cae la caperuza y a la vista del rostro de Marco Aurelio que tiene una expresión tan terrible…

Alexandra se queda tan impactada, que está a punto de desmayarse.

Pero en el patio, las cosas estan peores…

Cuando Marco Aurelio llegó hasta al jardín con su presa, también él se quedó congelado…

Bernabé tiene entre sus brazos un cuerpo completamente doblado hacia atrás, con la cabeza colgando y con la boca llena de sangre.

Al ver el grupo que forman: Marco Aurelio, Alexandra y Nicomedes, Bernabé dio un nuevo puñetazo a Atlante en la cabeza, lo lanzó furioso hacia un lado y de un salto tomó a Marco Aurelio por el cuello, pues éste había soltado a Alexandra y lo miraba paralizado por el asombro.

Marco Aurelio, al sentirse levantado en el aire como si fuera un muñeco, piensa que ha llegado para él la hora de morir. Y entonces como en un sueño, oye lejana la voz de Alexandra que dice como un gemido:

–           ¡NO MATARÁS!…

Entonces sintió como si lo hubiese herido un rayo y cayendo en un negro pozo, todo desapareció…

Prócoro estaba escondido detrás del ángulo de la esquina, lleno de miedo y de curiosidad sobre el curso de los acontecimientos.

Atisba impaciente porque el silencio que hay no presagia nada bueno y le parece que es más peligroso que nada…  Cada vez se siente más intranquilo. En eso, parece que alguien se asoma a la puerta y él se pegó más a la pared, conteniendo el aliento…

No se equivoca, pues efectivamente alguien se asomó, miró alrededor y se volvió a meter.

Y de súbito se le erizaron los cabellos. Con su mano se cubrió la boca para ahogar una exclamación:

–           ¿Qué…? ¡Por todos los dioses!

En la puerta de la casa apareció Bernabé llevando a cuestas el cuerpo de Atlante y luego empezó a correr con su carga, en dirección al río Tíber.

Prócoro pensó:

–           ¡Estoy perdido si me ve!

Pero Bernabé siguió de largo y desapareció.

El griego no puede creer lo que ha visto. El miedo se apoderó de él…. Y huyó…

Después de correr un largo tramo, cuando se sintió a salvo, se dijo a sí mismo:

–           Debo conservar la calma… Necesito pensar bien… ¿Cómo debo proceder en este caso? Ha ocurrido algo terrible. Si Atlante está muerto, lo más seguro es que Marco Aurelio también… ¡Por Cástor! Pero él es un patricio amigo del César pariente de Petronio, hombre famoso y poderoso en Roma.

Es un tribuno militar. Su muerte no puede quedar sin castigo ¿Y si voy con el Pretor y con los guardias? ¡Mísero de mí! ¡Yo soy quién lo llevó a la muerte! Dirán que yo fui su causante… No puedo huir porque eso me haría más sospechoso…

El asunto por todos lados está muy mal…

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Petronio es un hombre con tanta influencia, que puede impartir órdenes a la policía de todo el Imperio y sacaría a los culpables de la muerte de su sobrino, de los confines de la tierra.

Pero si él demuestra su inocencia con Petronio ya que él estará enterado de toda su participación, a los únicos que culparían serían a los cristianos…

¡Y eso les acarrearía una persecución general!

Decidió ir a buscar a Petronio y contarle lo ocurrido. Pero para ir, primero tendría que comprobar que le había pasado a  Marco Aurelio… Y como un rayo le llegó el pensamiento de que tal vez no se habrían atrevido a matarlo. Él es un hombre poderoso, amigo del César y alto funcionario del ejército imperial.

Por las consecuencias terribles que tal crimen les acarrearía, tal vez solo lo habrán retenido. Y esta idea lo llenó de esperanza…

Luego reflexionó:  ‘Si ese dragón parto no lo ha hecho pedazos en la primera embestida, él está vivo y él mismo será testigo de que yo no le he traicionado… Y entonces puedo contar con otra recompensa si le ayudo una vez más por rescatarlo.’

Y acarició las dos bolsas de oro que Marco Aurelio le dio.  Emprendió el camino a su casa para pensar en el modo de averiguar lo que le había ocurrido al tribuno, antes de ir con Petronio…

Cuando llegó al barrio del Suburra, se compró una botella de vino y se fue a casa a comer opíparamente para recuperar fuerzas. Bebió con abundancia, descansó, se dio un baño muy relajante y se durmió.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA

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