49.- LAS LOCURAS DE NERON16 min read

roma-imperial

Cuando salieron de la casa del César,  Marco Aurelio dijo a Petronio:

–           Por un momento me dejaste petrificado y lleno de alarma. Pensé que te habías embriagado y solo esperaba la ruina. Recuerda que estás jugando con la muerte.

Petronio contesta seguro:

–           Esta es mi arena y me complace ser el mejor gladiador. Ya viste como concluyó todo… Mi influencia ha aumentado considerablemente desde hoy. Me enviará sus versos en un cilindro y eso es el mejor cumplido viniendo de él.

–           El Prefecto de los Pretorianos estaba furioso.

–           Tigelino al ver el éxito que alcanzan estas sutilezas, va a tratar de imitarme y superarme. Serán vanos sus esfuerzos, pues es tan solo una bestia cruel.

–           Es un enemigo muy peligroso. Él y la Augusta parecen congeniar bastante. ¿No te preocupa eso?

–           Popea está despechada. Y ahí no puedo hacer nada, más que esquivarla lo mejor que pueda. Si yo quisiera, acabaría con él y tendría al propio Enobarbo en mi poder. Pero NO quiero complicarme más la vida. El poder absoluto es una maldición…

–           ¡Qué habilidad la tuya para transformar la crítica en alabanza! Pero ¿Son realmente tan malos esos versos? Yo de eso no entiendo nada.

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Los versos no son peores que cualquier otros. Es verdad que Marcial tiene más talento en uno solo de sus dedos. Aun así, Barba de Bronce tiene algo… Sobre todo un inmenso amor por la poesía y la música. Y sí. Se esfuerza mucho en lo que compone.

–           Se considera una artista divino y no sé si sea genialidad o…

–           Pasado mañana nos reuniremos con él, para escuchar su Himno a Venus Afrodita que ya está terminando. Los versos de Nerón a veces son elocuentes y yo sé que para componerlos sufre una verdadera tortura. A veces le tengo lástima. ¡Hace unas cosas tan extrañas!

Marco Aurelio pregunta reflexivo:

–           ¿Podría alguien prevenir hasta donde llegarán las locuras de Nerón?

Petronio levanta los hombros:

–           ¿Quién puede saberlo? Está decidido a que ocurran cosas que durarán en la memoria de la historia, pues su mayor anhelo es ser un dios inmortal en el arte y de él se puede esperar cualquier barbaridad.

–           No entiendo cómo puedes encontrar emocionante una conducta tan inestable.

–           Y aunque a veces me siento verdaderamente hastiado, creo que bajo el reinado de otro César, me fastidiaría cien veces más. En estas incertidumbres es en donde encuentro el encanto de la vida.

–           ¿La vida? A veces parece que coquetearas con la muerte…

–           Quien no arriesga no pierde, pero tampoco gana. En el riesgo hay una especie de deleite y olvido del presente. Yo juego a la vida, es cierto. Y en eso mismo está el encanto.

Marco Aurelio dice con sinceridad y amor:

–           Te compadezco Petronio.

–           No más de lo que me compadezco yo mismo. Tu amigo el cristiano me dijo la verdad. Y sin embargo él debe saber que los hombres como yo, no aceptaremos su Religión. Yo no quiero cambiar. Mi vida es emocionante y a la vez detestable, lo sé.

–           Si al menos trataras de conocerla, cambiarías de opinión…

–           Antes, tú pasabas la vida agradablemente entre nosotros. Y cuando hacías tus campañas militares, ansiabas volver a Roma. Ahora hay en ti algo diferente, ya no eres el mismo y a veces me pregunto si te conozco todavía.

–           Ahora mismo me ocurre igual. Ansío volver a Roma.

–          Porque estás enamorado de una vestal cristiana, que está esperando por ti. No me sorprende esto, ni te lo reprocho. Pero lo único que me pregunto es: ¿Eres feliz? ¿Tu nuevo Dios te hace feliz?…

Puedo jurarte por el alma de mi padre al que tanto amaste, que nunca imaginé que pudiera existir una felicidad como la que ahora disfruto. Lo único que me preocupa es una especie de presentimiento extraño, que me aflige respecto a Alexandra.

–           Dentro de dos días trataré de obtenerte un permiso, para que puedas dejar Anzio por todo el tiempo que te plazca. Han pasado tres meses. Popea parece estar más tranquila y hasta donde sé, ningún peligro te amenaza; ni a ti, ni a Alexandra.

–           En la mañana, me preguntó la Augusta, qué había estado haciendo en Roma y me sorprendió mucho, pues ya sabes que me fui en secreto.

–           Es posible que haya enviado espías a seguirte. Sin embargo es necesario que ahora ella también cuente conmigo.

–            El día que me despedí de Alexandra. Los dos estábamos sentados en una banca del jardín de la casa del obispo Acacio. En una noche tan tranquila como ésta, ideando planes para el futuro. Sería imposible tratar de describirte la felicidad y el éxtasis que sentía en aquellos momentos, junto a la mujer que amo más que a mi propia vida. Cuando de súbito se escuchó el rugido de los leones….

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–           Tú sabes que esto es un fenómeno común y más cuando se acercan los juegos.

–           Pero desde aquel instante un presagio de infortunio, me inquieta profundamente. Te agradezco mucho ese permiso para salir de Anzio. Esto aliviará un poco la tortura que siento.

–           Los juegos son algo común y emocionante en nuestra cultura romana. ¿Por qué te angustias? ¡No te entiendo!

–           Me preocupa mucho mi esposa y ya no puedo permanecer aquí más tiempo. Me siento tan mal que estoy dispuesto a irme sin él.

–           ¿No crees que es un poco ridículo creer en presentimientos? Además ¿Cómo sabes que fueron leones? Los bisontes germanos rugen casi igual.

–           Anoche presencié una lluvia de estrellas…

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–           Yo también la vi. Fue un espectáculo muy bello. Y hay quien lo considera mal augurio…

Petronio medita unos momentos y después agrega:

–           Si vuestro Cristo se ha levantado de entre los muertos, Él puede protegeros contra la muerte, ¿No crees?

Marco Aurelio confirmó:

–           Así es. Los cristianos estamos protegidos de todas maneras. Para el que ama a Dios, la muerte no existe – Dijo estas palabras, mirando hacia el cielo lleno de estrellas.

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Petronio le miró completamente desconcertado… Y cambió de tema.

Una semana después…

El César estaba tocando y cantando en honor de Palas Atenea, un himno cuyos versos y música había compuesto él mismo.

Y aquel día sintió que su voz realmente cautivaba a sus oyentes.

Y esta convicción le exalta tanto, que se siente realmente inspirado y al terminar el canto, está pálido, sudoroso y conmovido.

No tiene deseos de escuchar elogios y dice:

–           Estoy fatigado y necesito aire. Saldré a dar un paseo. Entretanto afinad las cítaras.

Y enseguida se envolvió el cuello con un pañuelo de seda y dijo volviéndose a Petronio:

–           Acompáñame. Dame tu brazo Marco Aurelio, pues las fuerzas me faltan. Me apoyaré en ti. Mientras tanto Petronio nos hablará de música.

Y salieron hacia una terraza que tiene pavimento de alabastro.

Cuando estuvieron fuera, Nerón dijo:

–          Aquí uno puede respirar más libremente. Mi alma está conmovida y triste. Aunque ahora sí sé con este ensayo, que ya estoy listo para presentarme en público y alcanzar un triunfo sin igual.

Petronio contestó:

–          Puedes presentarte aquí, en Roma y en Acaya. Tu grandeza artística puede resistir la prueba.

El César contestó mirándolo fijamente:

–           Lo sé. Eres demasiado insolente como para prodigar elogios haciéndote violencia a ti mismo. Y te juzgo sincero como Marcial… Pero tú tienes más conocimientos que él. Dime cuál es tu concepto de la música.

–           Cuando te escucho declamar unos versos. Cuando te veo en el Circo dirigiendo una cuadriga. Cuando veo la belleza de una obra de arte y cuando te oigo en las armonías de tu música, nuevos deleites embelesan mi espíritu; aunque siempre me sorprendes, porque hay en ti, un mar de talento para eso.

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¡Qué profundo conocimiento tienes en la materia! –Exclamó Nerón admirado- Tú has dado expresión exacta a mis propias ideas. Y por eso te repito siempre que en toda Roma, eres el único capaz de comprenderme.

–           Mi concepto de la música está en perfecta armonía con el tuyo.

–           Soy el César y el mundo es mío. Puedo hacer lo que yo quiera. Pero la música me abre nuevos horizontes.

–           Las musas te inspiran.

–           Siento a las musas, a los dioses y al Olimpo.

Los dioses son generosos contigo…

–           Hay una grandeza que percibo como en medio de una niebla sutil. ¡Estoy tan emocionado que hasta me siento pequeño! ¿Puedes creerlo?

Petronio concede:

–           Sí. Solamente los grandes artistas tienen la facultad de sentirse pequeños en presencia del Arte.

–           Esta es un anoche de sinceridad y franqueza. Así pues, voy a abrirte mi corazón, como ante un amigo. Dime ¿Crees que soy un hombre ciego o falto de juicio?

–           Eres un artista buscando la inmortalidad.

–           Yo sé que el Pueblo de Roma, escribe en las murallas insultos contra mí. Gritan lo que consideran mis crímenes y dicen que soy un monstruo y un tirano, solo porque Tigelino ha obtenido unas cuantas sentencias de muerte contra mis enemigos.

–         No es posible complacer a todo el mundo. Los inconformes siempre van a criticar…

–           Sí, querido amigo. Me consideran un monstruo y lo sé. Y hablan tanto de crueldad cuando se refieren a mí, que en ocasiones he llegado a preguntarme ¿Efectivamente soy cruel?…

–           Tu talento para sorprender, es tan grande como su incomprensión…

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–            Pero lo que ellos no comprenden es que los hechos de un hombre pueden ser crueles, sin que él mismo lo sea. ¡Ah! Nadie creería que en los momentos en que la música me acaricia el espíritu, me siento tan bueno e inofensivo como un infante en la cuna.

–           El verdadero arte ennoblece…

–           ¡Es la verdad! La gente ignora cuanta nobleza se anida en este corazón. ¡Y cuántos tesoros descubro en él, cuando la música lo abre a sus olímpicas armonías!

Petronio no duda que el César esté diciendo la verdad y que la música le despierte nobles inclinaciones que están sepultadas por un monstruoso egoísmo desenfrenado y criminal.

Y solo contestó con seriedad:

–           Los hombres debieran conocerte tan profundamente como yo. Roma jamás te apreciará en tu justo mérito.

El César se apoyó más pesadamente sobre el brazo de Marco Aurelio, como si se sintiese abrumado por una gravosa injusticia y replicó:

–           Tigelino me ha contado que en el Senado dicen que Menecrato y Terpnum tocan la cítara mejor que yo. ¡Hasta eso intentan negarme!

–           El verdadero talento, siempre despierta la envidia.

–           Pero dime tú que eres siempre sincero dímelo ahora: ¿Ellos tocan mejor que yo? ¿O están siquiera a mi altura en destreza?

Petronio exclamó rápido:

–           ¡De ninguna manera! Tú tocas con mayor dulzura e intensidad. En ti se palpa al artista. En ellos al ejecutante experimentado. Y el hombre que los escucha primero a ellos, comprende mejor quién eres tú.

Nerón contestó con inmensa petulancia:

–           ¡Si es así, que vivan! Nunca podrán imaginar le importante servicio que acabas de prestarles en este momento, pues te deben la vida. Por otra parte, si yo los hubiera condenado, tendría que tomar a otros para remplazarlos.

Petronio se limitó a decir:

–           Y las gentes te acusarían de que por amor a la música, destruyes la música en tus dominios. ¡Oh, divinidad! Nunca mates el arte por el arte,

Nerón exclamó con admiración:

–           ¡Qué diferente eres de Tigelino! Pero ya lo ves. Soy un artista antes que todo y no puedo llevar una vida vulgar. La música me dice que lo sobrenatural existe y por esto yo lo busco con todo el poder y todo el dominio que los dioses han puesto en mis manos.

–           Los dones con que te han favorecido, deben desarrollarse para glorificarlos.

–           En ocasiones siento que para alcanzar el Olimpo, es necesario que yo haga algo totalmente extraordinario y que jamás se haya realizado. Algo que sea asombroso para los mismos dioses…

–           Esa puede ser una empresa hercúlea. Y hay que meditarla muy bien.

–           Sé que muchos me llaman loco. Pero yo no estoy loco. ¡Sólo estoy buscando la gloria! ¿Me entiendes?

–           Los grandes artistas llevan ese anhelo en la sangre.

–           ¡Y por lo tanto, mi anhelo es alcanzar la grandeza absoluta, porque solamente de esa manera llegaré a ser el más grande de los artistas!

Y bajando la voz para que Marco Aurelio no le oiga, le dice Petronio al oído:

–           ¿Sabes que condené a muerte a mi madre y a mi esposa, principalmente porque yo deseaba presentar el más grande sacrificio que un hombre pudiera ofrecer?

–           Y ciertamente diste un regio presente. Los dioses deben estar complacidos.

–           Pero parece que para abrir las puertas del Empíreo, se necesita algo más grande que eso y ya que el destino así lo quiere…

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Petronio se alarmó, pero controlándose dijo:

–           ¿Qué intentas hacer?

El César dijo suspicaz:

–           Tú lo verás más pronto de lo que te imaginas. Mientras tanto, solo piensa que existen dos Nerones: uno, el que el pueblo conoce. Otro, el que solo tú conoces. El cual si destruye como la muerte, dominado por un frenesí como Baco; se debe a la trivialidad y a las miserias humanas de la vida ordinaria que lo ahogan.

–           Pero para alcanzar la grandeza no hay necesidad de aniquilar la belleza de la vida.

–           Yo quisiera aniquilarla, aun cuando para ello sea necesario el uso del hierro o del fuego. ¡Oh! ¡Qué vulgar será este mundo cuando yo haya desaparecido de él!

–           Tu temperamento artístico está buscando un clímax.

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–             Nadie tiene la menor idea de mi verdadero temperamento artístico. Este es mi sufrimiento que me llena de melancolía.

Petronio dijo cauteloso:

–           Hay ocasiones que es necesario atemperar el talento, sobre todo cuando hay que ponderar el riesgo desde un trono imperial.

–           ¡Es muy pavoroso para un hombre cargar al mismo tiempo con el peso  del poder supremo y del más excelso talento!

Aunque Petronio se sintió aterrado, consiguió decir:

–           Simpatizo contigo profundamente, ¡Oh, César! Y en ello me acompaña también Marco Aurelio, que te deifica desde el fondo de su alma.

–           Por su parentesco contigo, también me es caro, aunque más bien sirve a Marte y no a las Musas.

–           Él sirve ante todo a Venus Afrodita.

Y en ese mismo instante decidió resolver el asunto de su sobrino de una vez por todas y alejar el peligro que pudiera amenazarle.

Y agregó:

–           Él está perdidamente enamorado… Permítele señor que vuelva a Roma, si no quieres que muera aquí a mi lado. ¡El rehén que le diste fue encontrado! Y Marco Aurelio al venir para Anzio, la dejó a cargo de un cierto Acacio. Marco Aurelio quería convertirla en una amante.

–           ¿Y por qué no lo hizo? Ella es suya. Se la cedí y puede disponer de ella como quiera.

–           Pero como resultó muy virtuosa, eso lo ha cautivado aún más y desea casarse con ella.

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–           No veo cual sea el inconveniente. Como es una de las hijas del rey Vardanes I, no hay diferencia de condición entre ellos.

–           Pero Marco Aurelio es ante todo un soldado. Y aunque se pasa la vida entre gemidos y suspiros, no hará nada sin el permiso de su emperador…

Nerón se quedó perplejo…

Luego dijo con cierta suspicacia:

–           El emperador no elige las esposas de sus soldados. ¿Para qué le sirve mi permiso a Marco Aurelio?

Petronio dijo con diplomacia:

–           Ya te he dicho señor que él te deifica.

–           Con mayor razón alcanza mi permiso. Sí. Es esa doncella bonita, pero demasiado escuálida. La augusta Popea se ha quejado de que ella fue la autora de un maleficio a nuestra hija, en los jardines imperiales. Y a causa de eso murió.

–           Pero yo le dije a Tigelino que los dioses no están sujetos a malos encantamientos. Recordarás divinidad su confusión y cómo tú exclamaste ¡Habet!

–           Sí. Tienes razón. Ya lo recuerdo…

Y volviéndose hacia Marco Aurelio, Nerón le preguntó:

–           ¿Es cierto que la amas como dice Petronio?

Marco Aurelio contestó con convicción:

–           Así la amo, señor.

Entonces Nerón detuvo su paseo y declaró:

–           Entonces te ordeno que partas mañana para Roma, a unirte con ella en matrimonio. Y no te presentes de nuevo ante mí, sin el anillo nupcial.

Marco Aurelio se quedó pasmado por un momento y luego exclamó con júbilo:

–           ¡Te doy gracias con todo mi corazón!

El César sonrió con una increíble, benevolencia y dijo:

–           ¡Oh! ¡Cuán grato es hacer felices a los demás! ¡Oh, si los dioses me dejaran hacer solo eso en la vida!

Petronio se preparó a dar el golpe final. Hasta ese momento, su gran influencia y sus maniobras inteligentes, habían salvado a su sobrino de las garras de Popea…

Y por eso dijo:

–           Concédenos un favor más, ¡Oh, divinidad! Declara tu voluntad en este asunto en particular, delante de la Augusta. Marco Aurelio no osaría jamás unirse en matrimonio a una mujer, que no fuese grata a la emperatriz. Tú puedes desvanecer su prevención con solo una palabra, manifestando que has ordenado que se efectúe el matrimonio.

–           Así lo haré. Nada podría rehusaros a ti o a vosotros. –declaró el César sonriendo a Petronio.

Después de esto, suspendió el paseo y emprendió el regreso.

Ambos le siguieron con el corazón inundado de felicidad por la victoria alcanzada.

Marco Aurelio tuvo que refrenar el impulso de lanzarse al cuello de Petronio y besarlo en las mejillas con amor y agradecimiento. Pues ahora le parece que ha quedado removido todo peligro y todo obstáculo…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA

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