LA LEYENDA DE LOS VOLCANES

La Leyenda de los Volcanes es una historia náhuatl prehispánica, que narra una trágica historia de amor.

Los aztecas tenían como dios supremo a Quetzalcoátl y en el Templo mayor de Tenochtitlán, le eran ofrecidos los sacrificios humanos de los diferentes rituales en el panteón azteca.

Se denominaban con el nombre de “Guerrero Jaguar”  a ciertos miembros del ejército mexica, quienes eran guerreros profesionales que constituían las “fuerzas especiales” del estado mexica, distinguiéndose de los guerreros águila (cuāuhpilli), que sólo podían proceder de la nobleza.

El motivo de su vestimenta fue debido a la creencia de que el jaguar representa a Tezcatlipoca, dios del cielo nocturno.

Los aztecas también llevaban esta vestimenta en la guerra porque creían que las fuerzas del animal, se les darían durante las batallas.

Equipados con una armadura ligera, Macuahuitl y daga, tanto los caballeros jaguar como los caballeros águila eran diestros en el manejo de todas las armas, además de dominar a la perfección el combate cuerpo a cuerpo.

Su mayor y más temido poder radicaba en su velocidad para atacar y valentía en batalla. Cuentan los relatos obtenidos en el libro “Guerras de Mesoamérica” que un caballero jaguar llegaba a enfrentar a tres guerreros al mismo tiempo.

Fueron muy temidos en batalla y en muchas ocasiones fueron decisivos al definir conflictos sin pelear, ya que por su simple presencia desmotivaba al enemigo y se rendían.

De acuerdo con las tradiciones mesoamericanas, de vez en cuando jóvenes muy hermosas eran entregadas en sacrificio, para que así los dioses protegieran al resto de moradores de esa zona.

Antes de la llegada de Hernán Cortés a México, los aztecas vivían en Tenochtitlán (actualmente Ciudad de México).

El tlatoani Tezozómoc y su esposa Chalchiuhcozcatzin, estaban muy preocupados porque no tenían descendencia.

Pidieron a Quetzalcoátl el favor de un hijo y prometieron entregarlo en sacrificio cuando fuese mayor de edad. Y los dioses respondieron haciendo que  la mujer quedase embarazada.

Entonces un día dio a luz a una niña muy hermosa. Le llamaron Iztaccíhuatl, que significa en náhuatl “mujer blanca”.

Y después de ella, tuvieron cinco hijos y seis  hijas más.

Esta es otra versión en la misma historia:

Según los nahuas de Tetelcingo,  Iztaccíhuatl ( o Istācsohuātl en Nahautl) era la mujer de Popo, pero Xinantécatl la deseaba por lo que se desató una guerra a pedradas entre ellos que creó la Cordillera Continental que divide el Eje Neovolcánico trans-mexicano.

Al final de la pelea Popocatépetl, en un estallido de furia le lanzó un gran bloque de hielo que decapitó a Xinantécatl y por ello el Nevado de Toluca no tiene cima.

Esta leyenda también justifica pasadas erupciones catastróficas.Al crecer Iztaccíhuatl, se enamoró de un guerrero, un caballero águila llamado Popoca, que pidió permiso a Tezozómoc, para casarse con ella.

Sin embargo, el tlatoani no olvidó el compromiso que tenía con los dioses y al ser ella la más hermosa de sus hijas, su padre quería que fuera sacrificada, algo a lo que ella enérgicamente se rehusaba.

El rey se puso muy triste, pues la princesa además de ser su hija consentida, estaba destinada para ser ofrenda para los dioses.

Pero quiso ver en la petición de Popoca, una señal de que tal vez el destino de la princesa podía desviarse de su sacrificio y ella continuaría la estirpe mexica de un linaje real.

Tezozomoc no reveló al guerrero el secreto destino de Iztaccíhuatl y propuso una solución que le pareció muy apropiada; pues él pensó que los dioses, también podían ayudarle a remediar aquel dilema.  Puesto que estaba destinada a ser esposa de un tlatoani,

Su padre le dijo a Popoca que solo podría casarse con ella si regresaba con la cabeza del jefe enemigo en la punta de su lanza, pues acababa de empezar una guerra en Oaxaca, en el señorío de los zapotecos.

El caballero águila se despidió tiernamente de su amada y le prometió regresar victorioso, para que después de unirse en matrimonio, no se separarían jamás.

Xinantécatl era un caballero jaguar que también estaba obsesionado con ella y le tenía unos celos terribles a Popoca.

Cuando se enteró del compromiso real, empezó a planear la manera en que destruiría aquellos fabulosos proyectos,

Que le arrebatarían para siempre a la única mujer que anhelaba más que su propia vida.

Después de meditarlo cuidadosamente, ejecutó su intriga y pensó que era infalible.

Después de tres meses de combate, un guerrero que odiaba a Popoca transmitió al tlatoani un mensaje falso:

Le informó de la victoria de su ejército y de la muerte de Popoca.

Al oír esto la princesa se negó a salir de palacio y a comer. Y en unas semanas murió de tristeza.

Como con esto no contaba Xinantécatl, huyó y anduvo errante, llorando por lo que le pasó a Iztaccíhuatl, pues no soportaba haberla perdido. Entonces los dioses lo castigaron por haber mentido y lo convirtieron en una montaña sin cima.

Popocatépetl regresó triunfante cuando se preparaba el funeral de Iztaccíhuatl.

Al enterarse del trágico destino de su amada, tomó su cuerpo y se lo llevó a las montañas. Con el corazón roto, le construyó un lecho de flores.

Sin embargo, su amor se dio por acabado ya que la princesa había muerto.

Le cantaba a la luz de las estrellas y de una antorcha que mantenía junto a él, para custodiarla.

Los días pasaron y la antorcha se apagó, Popoca lloraba diciéndole que sólo quedaban unos cuantos latidos, porque quería seguirla a donde ella se había ido.

Y consumido por el dolor, murió de pena velándola.

La nieve cayó y los cubrió a los dos.Luego, los dioses conmovidos, los convirtieron en montañas.

Popocatépetl (la montaña que humea) aún lanza humo de vez en cuando, para confirmar que su corazón aún arde por su princesa que tanto ama.

Y que vela por Iztaccíhuatl que duerme junto a él.

La montaña Iztaccíhuatl fue llamada “La mujer blanca” por sus nieves eternas.

O coloquialmente “mujer dormida”, ya que su perfil asemeja a una mujer que yace acostada.

Popoca fue convertido en el volcán Popocatépetl, que arroja fuego sobre la tierra con una rabia desquiciada, por la pérdida de su amada. Poema de José Santos Chocano (El Idilio de los Volcanes)

El Iztaccíhuatl traza la figura yacente

de una mujer dormida bajo el Sol.
El Popocatépetl flamea en los siglos
como una apocalíptica visión;
y estos dos volcanes solemnes
tienen una historia de amor,
digna de ser cantada en las compilaciones
de una extraordinaria canción.

Iztaccíhuatl —hace miles de años—
fue la princesa más parecida a una flor,
que en la tribu de los viejos caciques
del más gentil capitán se enamoró.
El padre augustamente abrió los labios
y díjole al capitán seductor
que si tornaba un día con la cabeza
del cacique enemigo clavada en su lanzón,
encontraría preparados, a un tiempo mismo,
el festín de su triunfo y el lecho de su amor.Y Popocatépetl fuése a la guerra
con esta esperanza en el corazón:
domó las rebeldías de las selvas obstinadas,
el motín de los riscos contra su paso vencedor,
la osadía despeñada de los torrentes,
la acechanza de los pantanos en traición;
y contra cientos y cientos de soldados,
por años gallardamente combatió.

Al fin tornó a a tribu (y la cabeza
del cacique enemigo sangraba en su lanzón).
Halló el festín del triunfo preparado,
pero no así el lecho de su amor;
en vez de lecho encontró el túmulo
en que su novia, dormida bajo el Sol,
esperaba en su frente el beso póstumo
de la boca que nunca en la vida besó.

Y Popocatépetl quebró en sus rodillas
el haz de flechas; y, en una sola voz,
conjuró la sombra de sus antepasados
contra la crueldad de su impasible Dios.
Era la vida suya, muy suya,
porque contra la muerte ganó:
tenía el triunfo, la riqueza, el poderío,
pero no tenía el amor…

Entonces hizo que veinte mil esclavos
alzaran un gran túmulo ante el Sol
amontonó diez cumbres
en una escalinata como alucinación;
tomó en sus brazos a la mujer amada,
y el mismo sobre el túmulo la colocó;
luego, encendió una antorcha, y, para siempre,
quedóse en pie alumbrando el sarcófago de su dolor.

Duerme en paz, Iztaccíhuatl nunca los tiempos
borrarán los perfiles de tu expresión.
Vela en paz. Popocatépetl: nunca los huracanes

apagarán tu antorcha, eterna como el amor…

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