CUANDO ABBA PROVEE
EL EVANGELIO NO ES UNA MENTIRA
La multiplicación de los panes y los peces es uno de los milagros de Jesús quien, con una pequeñísima cantidad de alimento, fue capaz de dar de comer a toda una multitud.
El suceso está contado seis veces en los Evangelios: los cuatro evangelistas describen la primera, en que cinco mil hombres son saciados con cinco panes y dos peces.
Mateo el Apóstol y Marcos, además relatan la segunda en que cuatro mil hombres se alimentan de siete panes y “unos pocos pescados”.
La primera multiplicación de los panes puede apreciarse en cuatro textos “paralelos”, escrito por cada uno de los cuatro evangelistas.
En el Evangelio de Mateo está en el capítulo 14, versículos 13 a 21. En Marcos: capítulo 6.30-44. En Lucas: capítulo 9, vers. 10-17. En Juan: 6.1-15.
LA PROVIDENCIA DIVINA
Está el caso de un sacerdote jesuita en Texas, en su misión en El Paso, el padre Richard M. Thomas, relata:
Que desde hace más de veinte años había organizado el trabajo misionero a los mexicanos empobrecidos y mexico-americanos.
Dice que él y los que trabajan en la misión han encontrado la multiplicación inexplicable de comida en decenas de ocasiones.
Ha ocurrido en una cárcel que visitan.
Ha ocurrido en el lugar conocido como Rancho del Señor.
Se ha producido con familias pobres que limpian en los vertederos.
El otoño fue la última vez que recuerdo. No sabíamos que se estaba multiplicando hasta más tarde, cuando se contó todo.
Ellos estaban sirviendo sándwiches de jamón y queso.
La mujer que trajo la comida usó dos barras de pan, envolviendo cada sándwich en una servilleta y sirviéndolos en una clínica.
Había hecho 26 sándwiches. Cuando llegó a la clínica le dio seis o siete sándwiches a los trabajadores voluntarios y luego comenzó a repartirlos a las madres, que estaban allí para obtener la leche para sus hijos.
Yo estaba de pie justo al lado de ella y entonces me dijo que no iban a alcanzar. Pero aún así, 26 madres tomaron sus bocadillos y cuando todo había terminado todavía había bocadillos de sobra.
Cuando estaba conduciendo de regreso a su casa le dio más sándwiches a la gente pobre en la calle.
La mayor parte del tiempo, todo sucedió de manera imperceptible.
“Es como el florecimiento de una rosa”, dice el sacerdote.
En gran parte es de bajo perfil, no dramático. Me ha pasado varias veces, en diversos lugares, con un número distinto de personas.
En otra ocasión, fuimos a visitar a la cárcel, la semana anterior a la Pascua.
Estábamos dando a los prisioneros un plato especial de México: budín de pan.
Y como nosotros estábamos dando también afuera, la señora me dijo que no sería suficiente, ya que los presos fuera de las celdas eran 75 u 80.
Los reclusos “iban y venían”, y sin embargo el budín de pan no disminuyó. Tampoco la limonada. Estos presos seguían viniendo y nosotros seguíamos entregando.
Comprendimos que Dios estaba multiplicando budín de pan, dice el padre Thomas.
Todo el mundo tenía un plato con budín de pan y también limonada.
Todos los prisioneros consiguieron toda la limonada que querían.
Esto se prolongó durante media hora.
Y nos dimos cuenta de lo que estaba sucediendo.
Pudimos ver allí la limonada que seguía saliendo.
Luego repartimos también a los policías y guardias, todo lo que querían; que fue más de lo previsto. Después que nadie quería más, se acabó todo.
No es muy dramático. Dios es sutil. Pero no había ninguna duda al respecto. No hay redoble de tambor. – dice el sacerdote.
SEGUNDO TESTIMONIO
Esto sucedió al padre Dwight Longenecker, un anglicano que se pasó al catolicismo y dice:
Cuando yo era un pastor anglicano joven, vivía en un apartamento con mi hermano menor, yo era un estudiante de teología que vivía por la Fe.
Realmente no tenía dinero y estaba viviendo a salto de mata con lo poco que podía ganar mientras estudiaba.
Todo era muy emocionante, mientras dependíamos de la Providencia divina y veiámos los pequeños milagros, con los cuales el Señor nos amparaba.
Después que tenía un trabajo, una casa y un sueldo, dejaron de suceder cosas y yo me sentía aburrido. Un día me lamenté con mi hermano…
Así que él dijo:
– ¿Por qué no das la mitad de tu dinero? Eso hará que sea interesante”
Repliqué:
– Está bien. Vamos a hacerlo.
– Por cierto creo que aumentarán nuestros huéspedes, porque hay más estudiantes que vendrán a vivir aquí.
Empecé a dar la mitad de mi dinero y vivimos con el resto y tenía razón.
En un año mi apartamento estaba lleno de otros seis chicos que vivían con nosotros, en una informal comunidad religiosa.
Rezábamos juntos y hacíamos en trabajo de la iglesia.
Cuando llegaron los empleos a tiempo parcial, contribuyeron a nuestras necesidades financieras.
No le dije a nadie que estaba regalando la mitad de mi sueldo y que lo que había dejado tenía que proporcionar para ocho de nosotros.
Para ayudar a alimentar a todo el mundo, mi hermano se levantaba temprano y horneaba dos panes.
Él fue a la panadería local y compró una gran bolsa de 25 kilos de harina.
Esto fue en Junio.
El panadero estimaba que si mi hermano horneaba dos panes al día, la harina duraría hasta Septiembre.
Y habríamos tenido que usarla para entonces, porque si no lo hacíamos se llenaría de gorgojos.
Con la nueva gente necesitábamos más pan y mi hermano comenzó a hornear tres o incluso cuatro panes al día.
En Diciembre nos dimos cuenta de que la harina no se había agotado.
Duró tres meses más de lo que debería y no tenía gorgojos.
Entonces uno de los chicos tuvo un buen trabajo y él nos ayudaría a comprar la harina cuando la necesitábamos.
¿Experimentamos una multiplicación de alimentos similar a la que tuvo Elías y la viuda? (1 Reyes 17:8-24)
Creo que lo hicimos. Y eso es una de las razones por las que creo en los milagros.
Un milagro es por definición, una suspensión o una excepción a las leyes naturales.
¿Fue nuestra harina de pan multiplicada milagrosamente?
Bueno, creo que si fue un milagro. Y ¡Gracias a Dios!”
Y la fuente que nos proveyó esta información concluye:
“Tan pronto como lo digo, otros pensamientos preocupantes vienen a la mente. Si se trató de un milagro, ¿Por qué de repente se detuvo?
Si Dios proveyó la harina para el pan nuestro por unos pocos meses, ¿Por qué no hace milagros y detiene las hambrunas?
¿Por qué niños pequeños todavía mueren de hambre?
Respuesta: TENEMOS QUE PONER NUESTRA CARIDAD EN ACCIÓN.
Al final, un milagro es por definición, algo que desafía no sólo nuestras expectativas, sino nuestra lógica.
Los milagros están fuera del dominio de la lógica humana por sí solos.
Ellos son parte de un plan más grande y extraño que no podemos ver. “
Ese plan, y ese reino opera con una lógica que está más allá de nuestra lógica y un razonamiento que es más extraño y más grande que el nuestro.
El problema con los testimonios de oídas, es que NO ACLARAN nuestras dudas y sí aumentan la confusión, cuando NO TENEMOS EL ALMA VIVA, por la experiencia de la conversión.
Porque el Alma viva, contiene al Dios Viviente y Él MISMO nos ayuda a COMPRENDERLO y a agradecer, tanto lo sutil, como lo clamoroso.
¿CÓMO PODEMOS REALIZAR UN MILAGRO DE MULTIPLICACIÓN?
Mi Amada Familia del Cielo:
Después de mi donación y cuando ABBA me convirtió en apóstol, recuerdo MUCHÍSIMAS veces en que mi Señor Jesús me mostró su Bondad y su maravilloso Amor, en diferentes maneras portentosas.
Por principio de cuentas, les suplico que cuando vean funcionar los Carismas del Espíritu Santo, JAMÁS lo atribuyan a mérito propio.
Recuerden que somos templos vivos del Espíritu Santo o sea, una especie de envase que lo Contiene Y ES ÉL, EL QUE HACE TODAS LAS COSAS.
Dios lo hace porque ÉL es Bueno y tiene piedad de nuestra absoluta miseria. Porque si lo hiciera por nuestros méritos, ¡UFFF! el Cielo estaría casi vacío y nosotros jamás veríamos la Gloria de Dios.
En los primeros años, cuando ya experimentaba el Amor de Coparticipación y trabajábamos en diversos ministerios, en el grupo carismático de nuestra parroquia.
Hacíamos retiros donde el Señor nos tomaba y Él enseñaba a los catecúmenos, que luego entregábamos al párroco y en una Misa,
En una renovación del Sacramento de la CONFIRMACIÓN al estilo Pentecostés, el Espíritu Santo derramaba sus Dones y así aumentaba el Rebaño de Jesús.
Luego cada uno iba descubriendo sus Talentos y se integraban a los diferentes ministerios, que dos santos sacerdotes pastoreaban y organizaron, para servir al Señor.
Antes de cada retiro ayunábamos y orábamos…
Y JESÚS DECIDÍA quienes iban a ENSEÑAR los diferentes TEMAS a impartir.
Cuando CADA QUIÉN sabíamos nuestra asignatura designada, debíamos aumentar nuestro AYUNO, nuestra ENTREGA y nuestra meditación del EVANGELIO, para saturarnos de las enseñanzas contenidas en la BIBLIA.
Luego dejábamos que el Señor ACTUARA.
A mí NO ME GUSTABAN las telenovelas en la TV. me parecían una locura barata y melodramática de desperdiciar un tiempo valioso para cosas más interesantes.
Y en varias ocasiones me sucedió, que mientras Jesús PREDICABA a través mío, me dejaba pasmada con lo que hacía.
En una ocasión, nuestro grupo de oyentes eran de un municipio cercano a la ciudad donde vivía y mi tema asignado era el PERDÓN.
Gran sorpresa me llevé, cuando JESÚS empezó a hablar de la telenovela “Marimar” donde la VENGANZA parecía haberse servido con todos los aderezos.
Y durante más de una hora, JESÚS estuvo hablando sin que yo ENTENDIERA NADA, porque incluía personajes, situaciones e interacciones de la telenovela, para puntualizar sus enseñanzas.
Mientras mantenía FASCINADOS a todos sus oyentes, yo sólo entendía lo kerigmático; pero no tenía la mínima idea de quiénes eran los involucrados, ni porqué habían hecho lo que hicieron.
Hasta el día de hoy, ignoro de qué se trata “Marimar”, porque siguen sin gustarme las telenovelas.
Creo que tengo que aumentar mi crecimiento espiritual en la MORTIFICACIÓN, porque como aprendiz en la escuela del SUFRIMIENTO, sigo estando reprobada.
Y tal vez “MARIMAR” sea otra de mis lecciones a estudiar.
Porque también me dijo que viera la telenovela “Senda de Gloria” ya que todo lo relatado en ella IBA A REPETIRSE en México y varias partes del mundo.
Y necesitamos aprender, cómo tenemos que conducirnos, cuando esos eventos sucedan.
Un día tuvimos una evangelización en una finca campestre que nos facilitaron en un rancho al norte, donde comienza la sierra de Zacatecas.
Nos prestaron las instalaciones, pero nosotros debíamos llevar las provisiones.
Y cómo siempre he sido muy respetuosa con las Sagradas Escrituras, a todos nuestros invitados no les pedimos cuota para gastos; porque para mí, traficar con Dios es simonía.
Era un retiro para jóvenes, con duración de tres días, en un puente de fin de semana.
Llevamos provisiones para nuestros sesenta invitados y los doce siervos del Ministerio de Evangelización.
Como sucede en las bodas, con los agregados a los invitados:
Muchos padres decidieron acompañar a sus retoños ¡Y lo hicieron acompañados de sus demás hijos!
Y muchos amigos de ellos, decidieron que era una buena oportunidad para vacacionar y pachanguear.
Y más si era una ocasión en la que ¡No se iba a gastar ni un peso, más que el transporte!
Pero esto, no lo prevenimos en absoluto. ¿Pueden imaginar mi consternación, cuando vi cuadruplicada la asistencia, además de nuestros catecúmenos originales?
Y teníamos que alimentar a aquella multitud que llegó confiada en una invitación que no exigía nada, más que la presencia física.
Cómo es lógico, al iniciar el segundo día, nuestras provisiones estaban casi agotadas; quedaban unas cuantas cosas que alcanzarían escasamente para alimentarnos a los doce…
¡Y todavía faltaba la comida del sábado y la del domingo! ¿Qué íbamos a hacer?
De mis once ayudantes, SÓLO UNO TUVO FE.
Los demás se hicieron los desentendidos, buscaron un pretexto y ¡Casi desaparecieron!…
Estábamos aislados en una colina, a muchos kilómetros de la ciudad, rodeados por un bosque y ¡Ninguna tienda para comprar nada!…
Yo estaba llorando en la cocina lamentándome y diciéndome:
– “Querías conocer el Evangelio de su primera fuente. ¡Anda! ¿Cómo vas a resolver esto?”
Estaba tan abrumada, que casi no hice caso cuando el encargado de cuidar la finca, entró y depositó un envoltorio en el escurridor del fregadero, diciéndome:
– Los acabo de sacar de la presita. Ya los limpié y espero que le sirvan. Si necesita más, dígame.
Aunque ahorita hay muy pocos, porque el patrón vino la semana pasada y se llevó casi todos los que ya estaban crecidos.
Pocos minutos después entró Griselda, la única que mantenía la Fe y me dijo:
– ¿Ya viste lo que trajo don Juan? Limpió y arregló una docena de pescados para que hagamos ceviche. Ahora está platicando con Francisco (su esposo).
Pero me dijo que lo que nos haga falta, se lo pidamos sin pena.
Creo que entre los dos van a bajar unos aguacates de los árboles y podremos hacer guacamole. ¡Excelente noticia! ¿No crees?
¡CEVICHE! Esta palabra fue cómo un campanazo en mi cerebro y corrí a abrir mi Biblia…
El Evangelio de San Juan capítulo 14, v.12 estaba palpitante frente a mis ojos y me recordó la multiplicación de los panes y los pescados.
Entonces le pedí a Griselda que me acompañara a Orar.
Fuimos al Oratorio y le entregué TODO a Jesús.
En una pequeña cesta pusimos nuestros escasos víveres y también se los ofrendé a ABBA.
Y las dos alabamos a la Santísima Trinidad y le pedimos que repitiese aquel Milagro.
Dimos las Gracias por anticipado y regresamos a la cocina.
Preparamos los pescados, junto con 1k de jitomates y cuatro cebollas.
Lo pusimos en un bol grande y empezamos a preparar el ciento de tostadas de nos quedaban… Y a distribuirlas con tres tostadas por plato.
Y pusimos a los demás a repartir.
En mi interior cantaba alabanzas al Espíritu Santo y me concentraba en mi labor culinaria.
Yo preparaba sin mirar nada más, que una cucharada grande que depositaba en cada tostada; la distribuía sobre la tostada, mientras alababa y le rogaba al Señor que ayudara a mi Fe tan raquítica.
No sé cuánto tiempo transcurrió. Yo preparaba las tostadas y Griselda las entregaba para que las distribuyeran.
¡Sinceramente no entiendo CÓMO! El ceviche no se acababa y siempre parecía ser la misma cantidad.
El colmo llegó cuando muchos preguntaban cuál era la receta, porque estaba muy sabroso y…
¡Todos repitieron plato!
Y exactamente cuando todos estaban satisfechos, se acabó el ceviche.
Yo estaba muda por el asombro y el agradecimiento. ¡Y dejé de preocuparme por el día siguiente!
El Domingo terminó la evangelización y en la comida Jesús repitió el prodigio.
Con tres kg de frijoles recién cocidos y tres kg de tortillas aderezadas con un guacamole, ¡Comimos casi 300 personas!
A la olla sólo le agregamos agua, mientras seguía hirviendo. Y han sido los frijoles más deliciosos de TODA mi vida.
Para concluir esto, también voy a platicarles cómo Jesús me enseñó a bendecir la basura.
Yo trabajaba y un día por muchas circunstancias unidas, nadie comió en la casa.
Cómo nadie lo hirvió, ni lo guardó en el refrigerador; un riquísimo Caldo de Res que tenía kilo y medio de carne y mucha verdura, se echó a perder.
¡Olía terriblemente mal! Y cuando estaba a punto de tirarlo, Jesús me dijo que lo bendijera.
Obedecí y ¡Oh, sorpresa! Ya no olía mal y cuando lo probé, tampoco sabía mal.
LOS MILAGROS NO SON PARA QUE LOS SANTOS RESUELVAN SU COMODIDAD
Entonces pensé en reservarlo para la comida y Jesús me reprendió diciéndome que el Milagro no lo había hecho para mí.
Luego me enseñó a bendecirlo MULTIPLICÁNDOLO y me mandó que lo tirara en el cesto de la basura.
Y completó la enseñanza diciéndome que cuando tirara comida hiciera lo mismo y sus ángeles la llevarían a quién la estaba necesitando.
Cuando pasa el camión de la basura por mi casa, lo bendigo junto con TODOS los contenedores en el mundo.
MULTIPLICO todo su contenido alimenticio, al mismo tiempo que el DESPERDICIO de los privilegiados por la RIQUEZA,
Y SE LO ENTREGO A ABBA.
Desde ese día dejé de sentirme culpable por el desperdicio de la comida y la Oración es más o menos así:
“Amadísimo Padre Celestial. Tú que Eres infinitamente Bueno. Infinitamente Poderoso. Infinitamente Misericordioso, escucha la Oración que te presento a través del Inmaculado Corazón de María y por la Sangre de Jesús:
Te doy Gracias porque en esta casa no hace falta nada y tu Amor nos provee hasta de las cosas que deseamos sin merecerlo.
(Con cada crucesita hay que hacer una bendición en el aire)
+ Yo bendigo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo estos alimentos y te ruego que los multipliques las veces que sea necesario.
+ en las mesas de los que no tienen que comer + Y se los des junto con tu Espíritu Santo para saciar también su hambre espiritual.
+ Gracias Padre Santo porque lo haces por tu infinita bondad y misericordia para los hijos que amas. Amén
8 LAS BODAS DE CANÁ
8 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
En la cocina de Pedro además de Jesús, están Pedro y su mujer, Santiago y Juan. Al parecer están en la sobremesa después de cenar y están conversando.
Jesús muestra interés por la pesca y cada quién hace su aporte sobre el tema.
Entonces entra Andrés y dice:
– Maestro, está aquí el dueño de la casa en que vives, con uno que dice ser tu primo.
Jesús se levanta y va hacia la puerta, diciendo que pasen.
Y cuando a la luz de la lámpara de aceite y de la lumbre del fogón, ve entrar a Judas Tadeo.
Exclama:
– ¿Tú, Judas?
Tadeo responde:
– Yo, Jesús.
Se besan. Judas Tadeo es un hombre apuesto, en la plenitud de la hermosura viril.
Es alto, aunque no tanto como Jesús, de robustez bien proporcionada, moreno como lo era San José de joven, de color aceitunado, no térreo.
Sus ojos son de tono azul pero con tendencia al violáceo. Tiene barba cuadrada y morena, cabellos ondulados y castaños como la barba.
– Vengo de Cafarnaúm. He ido allí en barca y he venido también en barca para llegar antes. Me envía tu Madre con un mensaje:
“Susana se casa mañana. Te ruego, Hijo, que estés presente en esta boda”. María participa en la ceremonia y con ella mi madre y los hermanos. Todos los parientes están invitados. Sólo Tú estarías ausente. Los parientes te piden que complazcas en esto a los novios.
Jesús se inclina ligeramente abriendo un poco los brazos y dice:
– Un deseo de mi Madre es ley para mí. Pero iré también por Susana y por los parientes. Sólo… lo siento por vosotros…
Y mirando a Pedro y a los otros, explica a su primo:
– Son mis amigos.
Y los nombra comenzando por Pedro. Por último dice:
– Y éste es Juan.
Su tono es tan especial, que mueve a Judas Tadeo a mirar más atentamente, provocando el rubor del predilecto.
Jesús termina la presentación diciendo:
– Amigos, éste es Judas hijo de Alfeo, mi primo hermano, porque es hijo del hermano del esposo de mi Madre; un buen amigo mío en el trabajo y en la vida.
Pedro lo invita:
– Mi casa está abierta para ti como para el Maestro. Siéntate.
Luego dirigiéndose a Jesús, Pedro dice:
– ¿Entonces? ¿Ya no vamos contigo a Jerusalén?
Jesús responde:
– Claro que vendréis. Iré después de la fiesta. Únicamente que ya no me detendré en Nazaret.
– Haces bien, Jesús, porque tu Madre será mi huésped durante algunos días. Así hemos quedado, y volverá a mi casa también después de la boda – esto dice el hombre de Cafarnaúm.
– Entonces lo haremos así. Ahora, con la barca de Judas, Yo iré a Tiberíades y de allí a Caná. Y con la misma barca volveré a Cafarnaúm con mi Madre y contigo.
El día siguiente después del próximo sábado te acercas, Simón si todavía quieres, e iremos a Jerusalén para la Pascua.
– ¡Sí que querré! Incluso iré el sábado para oírte en la sinagoga.
Tadeo pregunta:
– ¿Ya predicas, Jesús?
– Sí, primo.
Santiago de Zebedeo:
– ¡Y qué palabras! ¡No se oyen en boca de otros!
Tadeo suspira. Con la cabeza apoyada en la mano y el codo sobre la rodilla, mira a Jesús y suspira. Parece como si quisiera hablar y no se atreviera.
Jesús lo anima para que hable:
– ¿Qué te pasa, Judas? ¿Por qué me miras y suspiras?
– Nada.
– No. Nada no. ¿Ya no soy el Jesús que tú estimabas? ¿Aquel para quien no tenías secretos?
– ¡Sí que lo eres! Y cómo te echo de menos a ti, Maestro de tu primo más mayor…
– ¿Entonces? Habla.
– Quería decirte… Jesús, sé prudente. Tienes una Madre que aparte de ti no tiene nada. Tú quieres ser un “rabí” distinto de los demás.
Y sabes mejor que yo, que las castas poderosas no permiten cosas distintas de las usuales, establecidas por ellos.
Conozco tu modo de pensar, es santo. Pero el mundo no es santo y oprime a los santos.
Jesús, ya sabes cuál ha sido la suerte de tu primo Juan…
Lo han apresado y si todavía no ha muerto es porque ese repugnante Tetrarca tiene miedo del pueblo y del rayo divino. Asqueroso y supersticioso, como cruel y lascivo.
¿Qué será de ti? ¿Qué final te quieres buscar?
– Judas, ¿Me preguntas esto tú, que conoces tanto acerca de mi pensamiento? ¿Hablas por propia iniciativa? No. ¡No mientas!
Te han mandado, no mi Madre por supuesto, a decirme esto…
Judas baja la cabeza y calla.
– Habla, primo.
– Mi padre… y con él José y Simón. Sabes, por tu bien… por afecto hacia ti y María. No ven con buenos ojos lo que te propones hacer… Y querrían que Tú pensaras en tu Madre…
– ¿Y tú qué piensas?
– Yo… yo.
– Tú te debates entre las voces de arriba y de la Tierra. No digo de abajo, digo de la Tierra. También vacila Santiago, aún más que tú.
Pero Yo os digo que por encima de la Tierra está el Cielo, por encima de los intereses del mundo está la causa de Dios. Necesitáis cambiar de modo de pensar. Cuando sepáis hacerlo seréis perfectos.
– Pero… ¿Y tu Madre?
– Judas, sólo Ella tendría derecho a recordarme mis deberes de hijo, según la luz de la Tierra. O sea, mi deber de trabajar para Ella, para hacer frente a sus necesidades materiales, mi deber de asistencia y consolación estando cerca de mi Madre.
Y Ella no me pide nada de esto. Desde que me tuvo, Ella sabía que habría de perderme, para encontrarme de nuevo con más amplitud que la del pequeño círculo de la familia.
Y desde entonces se ha preparado para esto.
No es nueva en su sangre esta absoluta voluntad de donación a Dios. Su madre la ofreció al Templo antes de que Ella sonriera a la luz.
Y Ella me lo ha dicho las innumerables veces que me ha hablado de su infancia santa, teniéndome contra su corazón en las largas noches de invierno o en las claras de verano llenas de estrellas.
Y Ella se ofreció a Dios ya desde aquellas primeras luces de su alba en el mundo.
Y más aún se ofreció cuando me tuvo, para estar donde Yo estoy, en la vía de la Misión que me viene de Dios.
Llegará un momento en que todos me abandonen. Quizás durante pocos minutos, pero la vileza se adueñará de todos…
Y pensaréis que hubiera sido mejor, por cuanto se refiere a vuestra seguridad, no haberme conocido nunca.
Pero Ella, que ha comprendido y que sabe, Ella estará siempre conmigo. Y vosotros volveréis a ser míos por Ella.
Con la fuerza de su amorosa, segura Fe, Ella os aspirará hacia sí, y, por tanto hacia Mí, porque Yo estoy en mi Madre y Ella en mí, y Nosotros en Dios.
Esto querría que comprendierais vosotros todos, parientes según el mundo, amigos e hijos según lo sobrenatural. Tú y contigo los otros, no sabéis Quién es mi Madre.
Si lo supierais, no la criticaríais en vuestro corazón por no saberme tener sujeto a Ella, sino que la veneraríais como a la Amiga más íntima de Dios,
LA PODEROSA QUE TODO LO PUEDE EN ORDEN AL CORAZÓN DEL ETERNO PADRE,
que todo lo puede en orden al Hijo de su corazón.
Ciertamente iré a Cana. Quiero hacerla feliz. Comprenderéis mejor después de esta hora.
Jesús ha sido majestuoso y persuasivo.
Judas lo mira atentamente. Piensa.
Y dice:
– Yo también sin duda iré contigo, con esto, si me aceptas… porque siento que dices cosas justas. Perdona mi ceguera y la de mis hermanos. ¡Eres mucho más santo que nosotros!…
– No guardo rencor a quien no me conoce. Ni siquiera a quien me odia. Pero me duele por el mal que a sí mismo se hace. ¿Qué tienes en esa bolsa?– La túnica que tu Madre te manda. Mañana será una gran fiesta. Ella piensa que su Jesús la necesita para no causar mala impresión entre los invitados.
Ha estado hilando incansable desde las primeras luces hasta las últimas, diariamente, para prepararte esta túnica. Pero no ha ultimado el manto. Todavía le faltan las orlas. Se siente desolada por ello.
– No hace falta. Iré con éste. Y aquél lo reservaré para Jerusalén. El Templó es más que una boda. Ella se alegrará.
Pedro dice:
– Si queréis estar para el alba en el camino que lleva a Caná, os conviene levar anclas enseguida. La Luna sale, la travesía será buena.
Jesús se despide:
– Vamos entonces. Ven, Juan. Te llevo conmigo. Simón Pedro, Santiago, Andrés, ¡Adiós! Os espero el sábado por la noche en Cafarnaúm. ¡Adiós! mujer. Paz a ti y a tu casa.
Salen Jesús con Judas y Juan.
Pedro los sigue hasta la orilla y colabora en la operación de partida de la barca.
Al día siguiente…
En una característica casa oriental: un cubo blanco más ancho que alto, con raras aberturas, terminada en una azotea que está rodeada por un pequeño muro de aproximadamente un metro de alto.
Y sombreada por una pérgola de vid que trepa hasta allí y extiende sus ramas sobre más de la mitad de esta soleada terraza que hace de techo.
Una escalera exterior sube a lo largo de la fachada hasta una puerta, que se abre a mitad de altura.
En el nivel de la calle hay unas puertas bajas y distanciadas, no más de dos por cada lado, que dan a habitaciones también bajas y oscuras.
La casa se alza en medio de un espacio amplio mitad jardín y huerto, que tiene en el centro un pozo. Hay higueras y manzanos.
Su parte frontal mira hacia el camino y un sendero entre la hierba, la une a lo que parece un camino principal.
Pareciera que la casa está en la periferia de Cana en un campo se extiende tras la casa con sus lejanías verdes y apacibles. El cielo está sereno y despejado.
Se acercan dos mujeres con amplios vestidos y un manto que hace también de velo.
Vienen por el camino y luego por el sendero. Una pareciera de cincuenta años y viste de oscuro. La otra como de treinta y cinco años, trae un vestido amarillo pálido y manto azul.
Es muy hermosa, esbelta y tiene un porte lleno de dignidad, a pesar de ser toda gentileza y humildad.
Cuando está más cerca, se ve el color pálido del rostro, los ojos azules y los cabellos rubios que pueden verse sobre la frente bajo el velo. Es María Santísima.
Hablan entre ellas. La Virgen sonríe. Cerca ya de la casa, alguien encargado de ver quiénes van llegando, lo comunica.
Y salen a su encuentro hombres y mujeres, todos vestidos de fiesta, que las acogen con gran alegría, especialmente a María.
Son las primeras horas de la mañana y se nota en el campo que tiene ese aspecto fresco por el rocío que hace aparecer más verde a la hierba y por el aire aún exento de polvo.
La estación primaveral se engalana en el trigo de los campos aún tierno y sin espiga, todo verde.
Las hojas de la higuera y del manzano están tiernas y también las de la parra. Pero no hay flores, ni frutos en ningún árbol.
María, agasajada por el dueño de la casa, un anciano que la acompaña y que es también su pariente, sube la escalera exterior y entra en una amplia sala que parece ocupar una buena parte de la planta alta.
Los recintos de la planta baja son las habitaciones, las despensas, los trasteros y las bodegas.
Mientras que ésta sería el recinto reservado para usos especiales, como fiestas de carácter excepcional como hoy, que ha sido adornado con ramas verdes, esterillas y mesas ricamente surtidas de viandas.
En el centro, suntuosamente provista de manjares, hay una de estas mesas; encima, ya preparado, ánforas y platos colmados de fruta.
A lo largo de la pared está otra mesa, aderezada, aunque menos ricamente.
Y en la pared opuesta hay una especie de largo aparador y encima de él platos con quesos, tortas con miel, dulces y otros manjares.
En el suelo junto a esta misma pared, hay otras ánforas, una especie de tinajas y tres grandes recipientes con forma de jarras de cobre.
María escucha benignamente a todos; después se quita el manto y ayuda a terminar los preparativos del banquete.
Va y viene, poniendo en orden los divanes, acomodando las guirnaldas de flores, mejorando el aspecto de los fruteros, comprobando si en las lámparas hay aceite.
Sonríe y habla poquísimo y en voz muy baja; pero escucha mucho y con mucha paciencia.
Un gran rumor de instrumentos musicales viene del camino.
Todos menos María, corren afuera. Entra la novia toda adornada y feliz, rodeada de parientes y amigos; al lado del novio, que ha sido el primero en salir presuroso a su encuentro.
Mientras tanto en el camino principal, Jesús vestido de blanco con un manto azul marino, viene con Juan y Judas Tadeo.
Al oír el sonido de los instrumentos, el compañero de Jesús pregunta algo a un aldeano y transmite la respuesta a Jesús.
Jesús sonríe ampliamente y dice:
– Vamos a darle una satisfacción a mi Madre.
Y se encamina por las tierras, con sus dos compañeros, hacia la casa.
Cuando Jesús llega, el vigía avisa a los demás.
El dueño de la casa junto con su hijo el novio y con María, bajan a su encuentro y lo saludan respetuosamente. Reciben cariñosamente a los recién llegados.
Cuando se encuentran Madre e Hijo hay un saludo lleno de amor y de respeto.
– La paz está contigo» va acompañada de una mirada y una sonrisa de tal naturaleza, que valen por cien abrazos y cien besos.
El beso tiembla en los labios de María pero no lo da. Sólo pone su mano blanca y menuda sobre el hombro de Jesús y apenas le toca un rizo de su larga cabellera.
Jesús sube al lado de su Madre; detrás los discípulos y los dueños de la casa.
Entra en la sala del banquete, donde las mujeres se ocupan de añadir asientos y cubiertos para los tres invitados en la mesa principal.
Se expande por todo el lugar la Voz de tenor, viril y llena de dulzura del Maestro decir al poner pie en la sala:
– La paz sea en esta casa y la bendición de Dios descienda sobre todos vosotros.
Un saludo global y lleno de majestad para todos los presentes.
Jesús domina con su aspecto y estatura a todos. Es el invitado, pero parece el rey del convite más que el novio, más que el dueño de la casa.
Jesús toma asiento en la mesa del centro, con los novios, los parientes de los novios y los amigos más notables.
A los dos discípulos, por respeto al Maestro, se les coloca en la misma mesa.
Jesús está de espaldas a la pared en que están las tinajas y los aparadores.
Por ello no lo ve, como tampoco ve el afán del mayordomo con los platos de asado, que van siendo introducidos por una puertecita que está junto a los aparadores.
Hay una cosa notable: menos las respectivas madres de los novios y menos María, ninguna mujer está sentada en esa mesa.
Todas las mujeres están y meten bulla como si fueran cien, en la otra mesa que está pegando a la pared.
Y se las sirve después de que se ha servido a los novios y a los invitados importantes.
Jesús está al lado del dueño de la casa. Tiene enfrente a María, que está sentada al lado de la novia.
El banquete comienza. No falta el apetito, ni tampoco la sed. Los que comen y beben poco son Jesús y su Madre la cual además, casi no habla.
Jesús es parco de palabras. Es un hombre afable que expone su parecer, pero después se recoge en sí como quien está habituado a meditar.
Sonríe y María se alimenta de la contemplación de su Jesús, como Juan; que está hacia el fondo de la mesa y atentísimo a los labios de su Maestro.
María se da cuenta de que los criados cuchichean con el mayordomo y de que éste está turbado.
Y comprendiendo lo que sucede.
Llama la atención de Jesús:
– Hijo – dice en voz muy baja- Hijo, no tienen más vino.
Jesús sonríe aún más dulcemente al decir:
– Mujer, ¿Qué hay YA entre tú y Yo?
Y sonríe María, como dos que saben una verdad, que es su gozoso secreto y que ignoran todos los demás.
Jesús explica el significado de la frase:
Ese “ya”, que muchos traductores omiten, es la clave de la frase y explica su verdadero significado.
Yo era el Hijo sujeto a la Madre hasta el momento en que la voluntad del Padre me indicó que había llegado la hora de ser el Maestro.
Desde el momento en que mi misión comenzó, ya no era el Hijo sujeto a la Madre, sino el Siervo de Dios.
Rotas las ligaduras morales hacia la que me había engendrado, se transformaron en otras más altas, se refugiaron todas en el espíritu, el cual llamaba siempre “Mamá” a María, mi Santa.
El amor no conoció detenciones, ni enfriamiento, más bien habría que decir que jamás fue tan perfecto como cuando, separado de Ella como por una segunda filiación,
Ella me dio al mundo para el mundo, como Mesías, como Evangelizador.
Su tercera sublime mística maternidad, tuvo lugar cuando, en el suplicio del Gólgota, me dio a luz a la Cruz, haciendo de mí el Redentor del mundo.
“¿Qué hay ya entre tú y Yo?”. Antes era tuyo, únicamente tuyo. Tú me mandabas, yo te obedecía. Te estaba “sujeto”.
Ahora soy de mi Misión.
¿Acaso no lo he dicho?: “Quien, una vez puesta la mano en el arado, se vuelve hacia atrás a saludar a quien se queda, no es apto para el Reino de Dios”.
Yo había puesto la mano en el arado para abrir con la reja no la tierra sino los corazones y sembrar en ellos la palabra de Dios.
Sólo levantaría esa mano una vez arrancada de allí para ser clavada en la Cruz y abrir con mi torturante clavo el corazón del Padre mío, haciendo salir de él el Perdón para la Humanidad.
Ese “ya”, olvidado por la mayoría, quería decir esto:
“Has sido todo para mí, Madre, mientras fui únicamente el Jesús de María de Nazaret, y me eres todo en mi espíritu.
Pero desde que soy el Mesías esperado, soy del Padre mío.
Espera un poco todavía y acabada la Misión, volveré a ser todo tuyo; me volverás a tener entre los brazos como cuando era niño,
y nadie te disputará ya este Hijo tuyo, considerado un Oprobio de la Humanidad, la cual te arrojará sus despojos para cubrirte incluso a tí del oprobio de ser madre de un reo.
Y después me tendrás de nuevo, Triunfante.
Y después me tendrás para siempre, tú también triunfante, en el Cielo.
Pero ahora soy de todos estos hombres. Y soy del Padre que me ha mandado a ellos”.
Esto es lo que quiere decir ese pequeño y tan denso de significado, “ya”.
Entonces…
María ordena a los criados:
– Haced lo que El os diga.
María ha leído en los ojos sonrientes del Hijo el asentimiento, revestido de una gran enseñanza para todos los “llamados”.
Y Jesús ordena a los criados:
– Llenad de agua los cántaros.
Inmediatamente los criados obedecen y llenan las tinajas de agua traída del pozo, se oye rechinar la polea subiendo y bajando el cubo que gotea.
Luego el mayordomo sirve en una copa un poco de ese líquido con ojos de estupor, probarlo con gestos de aún más vivo asombro, degustarlo y hablarles al dueño de la casa y al novio.
María mira una vez más al Hijo y sonríe.
Luego, tras una nueva sonrisa de Jesús, inclina la cabeza ruborizándose tenuemente; se siente muy dichosa.
Un murmullo recorre la sala, las cabezas se vuelven todas hacia Jesús y María; hay quien se levanta para ver mejor, quien va a las tinajas…
Sigue un profundo silencio y después, un coro de alabanzas a Jesús.
Pero Él se levanta y dice:
– Agradecédselo a María.
Y se retira del banquete. Los discípulos lo siguen.
En el umbral de la puerta vuelve a decir:
– La paz sea en esta casa y la bendición de Dios descienda sobré vosotros – y añade: – Adiós, Madre.
Jesús dice:
Cuando dije a los discípulos: “Vamos a hacer feliz a mi Madre”, había dado a la frase un sentido más alto de lo que parecía.
No la felicidad de verme, sino de ser Ella la iniciadora de mi actividad taumatúrgica y la primera benefactora de la Humanidad.
Recordadlo siempre: mi primer milagro se produjo por María; el primero: símbolo de que es María la llave del milagro.
Yo no niego nada a mi Madre.
Por su Oración anticipo incluso el tiempo de la Gracia.
Yo conozco a mi Madre, la segunda en bondad después de Dios. Sé que concederos una gracia es hacerla feliz, porque es la Toda Amor.
Por esto, sabiéndolo, dije; “Vamos a hacerla feliz”.
Además quise mostrar al mundo su potencia junto a la mía.
Destinada a unirse a mí en la carne, puesto que fuimos una carne: Yo en Ella, Ella en torno a mí, como pétalos de azucena en torno al pistilo oloroso y colmado de vida
Destinada a unirse a mí en el Dolor, puesto que estuvimos en la cruz Yo con la carne y Ella con su espíritu.
De la misma forma que la azucena perfuma tanto con la corola como con la esencia que de ésta se desprende, era justo unirla a mí en la Potencia que se muestra al mundo.
Os digo a vosotros lo que les dije a aquellos invitados:
“Dad gradas a María. Por Ella os ha sido dado el Dueño del milagro y por Ella tenéis mis gracias, especialmente el Perdón”.