23 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Jesús camina hacia la baja y blanca casa que hay en medio del olivar.
Un jovencito que trae utensilios de jardinería, lo saluda:
– Dios sea contigo, Rabí. Tu discípulo Juan ha venido, pero se ha vuelto a marchar, a buscarte.
– ¿Hace mucho?
– No, acaba de cruzar aquel sendero. Creíamos que vendrías por la parte de Betania…
Jesús se encamina ligero, da la vuelta a una prominencia del terreno y ve a Juan bajando casi corriendo hacia la ciudad.
Lo llama.
El discípulo se vuelve con el rostro iluminado por la alegría, regresa corriendo y
Grita:
– ¡Maestro mío!
Jesús le abre los brazos y los dos se abrazan afectuosamente.
– Venía a buscarte… Creíamos que habías estado en Betania, como dijiste.
Jesús informa:
– Sí. Eso quería. Tengo que empezar también a evangelizar los alrededores de Jerusalén. Pero después me he entretenido en la ciudad… para instruir a un nuevo discípulo.
– Maestro, todo lo que Tú haces está bien hecho y sale bien. ¿Lo ves? También esta vez nos hemos encontrado enseguida.
Los dos caminan.
Jesús tiene un brazo sobre los hombros de Juan, el cual siendo más bajo, mira a Jesús de abajo arriba, feliz de esa intimidad.
Vuelven así hacia la casita.
– ¿Hace mucho que has venido?
– No, Maestro. Con el alba he salido de Docco, junto con Simón; ya le he dicho lo que querías.
Después nos detuvimos un tiempo en los campos de los alrededores de Betania, compartiendo la comida y hablando de Tí a campesinos que hemos encontrado por allí.
Cuando el fuego del sol ha disminuido, nos hemos separado.
Simón ha ido a ver a un amigo suyo al que también quiere hablar de ti: es el dueño de casi toda Betania. Él ya lo conocía cuando aún vivían sus respectivos padres.
Mañana viene aquí Simón. Me ha encargado decirte que se siente feliz de estar a tu servicio. Simón es muy competente.
Quisiera ser como él, pero soy un muchacho ignorante.
– No, Juan. Tú también haces muy bien las cosas.
– ¿Te sientes realmente contento de tu pobre Juan?
– Muy contento, Juan mío. Mucho.
– ¡Maestro mío!
Juan se inclina con ímpetu a tomar la mano de Jesús y la besa. Y se la pasa por la cara como una caricia.
Han llegado ya a la casa. Entran en la cocina baja y humosa.
Jonás el dueño, los saluda:
– La paz sea contigo.
Jesús responde:
– Paz a esta casa a ti y a quien vive contigo. Viene conmigo un discípulo.
– Habrá pan y aceite también para él.
Juan dice:
– He traído pescado seco que me dieron Santiago y Pedro. Al pasar por Nazaret, tu Madre me ha dado pan y miel para Tí. He caminado sin detenerme, pero de todas formas estará duro.
– No importa, Juan. Tendrá el sabor de las manos de mi Madre.
Juan extrae sus tesoros de la bolsa que había dejado en un rincón y empieza a preparar el pescado seco:
lo mojan unos instantes en agua caliente, después lo untan y lo asan directamente sobre el fuego.
Jesús bendice el alimento y se sienta con el discípulo a la mesa.
También están sentados Jonás y su hijo.
La madre va y viene trayendo el pescado, aceitunas negras, verduras hervidas y condimentadas con aceite.
Jesús ofrece miel.
La mujer objeta diciendo que no quiere privarle del dulce obsequio, de su mamá.
Pero Jesús la extiende en el pan y se la ofrece a la madre, diciendo:
– Es de mi colmena, mi Madre cuida las abejas. Cómela. Es buena. Tú eres tan buena conmigo María, que mereces esto y más.
La cena termina rápidamente en medio de una breve conversación.
Nada más acabar, después de dar las gracias por el alimento recibido,
Jesús dice a Juan:
– Ven. Salgamos al olivar. La noche está templada y clara. Será agradable estar afuera.
El dueño de la casa dice:
– Maestro, yo me despido de ti. Estoy cansado, y también mi hijo. Vamos a descansar. Dejo la puerta entornada y el candil encima de la mesa. Ya sabes cómo se hace.
– Sí, claro, Jonás, vete a descansar. Y apaga también el candil. Hay una luz de luna tan clara, que veremos incluso sin él.
– Y tu discípulo, ¿Dónde va a dormir?
– Conmigo. En mi estera hay sitio también para él. ¿Verdad, Juan?
Juan, ante la idea de dormir al lado de Jesús, entra en éxtasis y lleno de felicidad toma algo del talego que había puesto en el rincón.
Caminan un poco y llegan a una prominencia del terreno desde la que se ve toda Jerusalén.
Jesús dice:
– Sentémonos aquí y hablemos.
Juan sin embargo, prefiere sentarse a sus pies, sobre la hierba. Apoyándose en las rodillas de Jesús.
Parece un niño junto a la persona que más quiere.
Y muy contento dice:
– Desde aquí es bonito, Maestro. Mira qué grande parece la ciudad de noche; más que de día.
Jesús contesta:
– Es porque la luz de la luna difumina sus contornos. Observa: parece como si el límite se ensanchara en una luminosidad de plata. Mira la cúspide del Templo, allí arriba. ¿No parece suspendida en el vacío?
– Es como si la que la llevasen los ángeles en sus alas de plata.
Jesús suspira.
– ¿Por qué suspiras, Maestro?
– Porque los ángeles han abandonado el Templo. Su aspecto de pureza y santidad está sólo en sus muros. Los que deberián reflejarlo en el alma del Templo, son los primeros en quitárselo.
Porque el Templo tiene, debería tener… alma de Oración y santidad. Pero los que lo representan, son incapaces de manifestarlo.
No se puede dar lo que no se tiene, Juan.
Aunque sean muchos los sacerdotes y los levitas que viven allí, ni siquiera una décima parte son capaces de dar vida al Lugar Santo.
Tienen las fórmulas, pero no la vida de ellas. Dan muerte. Le comunican la muerte que hay en su espíritu muerto a lo santo.
Son cadáveres, que tienen calor tan sólo por la putrefacción que los hincha.
Y así como ahora los ángeles han abandonado el Templo, después el Espíritu Santo también abandonará la Iglesia, cuando sus sacerdotes repitan los errores que están cometiendo éstos.
Juan al oírlo, se siente apenado.
Y pregunta:
– ¿Te han maltratado, Maestro?
Jesús responde:
– No. Es más, me han dejado hablar cuando lo he solicitado.
– ¿Lo has solicitado? ¿Por qué?
– Porque no quiero ser Yo el que empiece la guerra. La guerra vendrá igualmente, porque Yo infundiré miedo; un estúpido miedo humano a algunos.
Y seré un reproche para otros; pero esto debe estar en su libro, no en el mío.
Después de un momento de silencio, Juan habla otra vez.
Y dice:
– Maestro, conozco a Anás y a Caifás. Mi padre los provee siempre con el mejor pescado. Y cuando estuve en Judea por causa de Juan el Bautista, venía también al Templo y ellos nos trataban bien a nosotros, los hijos de Zebedeo.
– Lo sé.
Jesús está serio.
– Bueno, pues si lo ves oportuno, le hablaré de Tí al Sumo Sacerdote. Y luego si quieres, yo conozco a uno que está en relación de negocios con mi padre.
Es un mercader de pescado. Tiene una casa bonita y grande junto al Hípico, porque son personas ricas. Es un hombre bueno y sé que podemos contar con él.
Estarías más cómodo y te cansarías menos.
Además, para venir hasta aquí se tiene que atravesar ese suburbio de Ofel, tan sórdido y mugriento. Siempre lleno de asnos y de gente pendenciera.
– No, Juan. Te lo agradezco, pero estoy bien aquí. ¿Ves cuánta paz? Se lo he dicho también esto al otro discípulo que me hacía la misma propuesta. Él decía: “Para estar mejor considerado”.
– Yo lo decía para que te cansaras menos.
– No me canso. Por mucho que camine, no me cansaré jamás. ¿Sabes qué es lo que me cansa? La falta de amor. ¡Oh, eso,… qué carga!… Es como si llevara un peso muy grande en el corazón.
– Yo te amo, Jesús.
– Sí, y me consuelas. Te quiero mucho Juan, te querré siempre porque tú no me traicionarás nunca.
Juan está aterrado.
– ¡Traicionarte!… ¡Oh!
– Y sin embargo, habrá muchos que me traicionen… Juan, escucha. Te he dicho que me detuve aquí para aleccionar a un nuevo discípulo. Es un joven judío, instruido y conocido.
– Entonces tendrás que trabajar mucho menos que con nosotros, Maestro. Me alegro de que tengas alguno más capacitado que nosotros.
– ¿Crees que tendré que trabajar menos?
– ¡Digo yo! Si es menos ignorante que nosotros, te entenderá mejor y te servirá excelente, sobre todo si te ama perfectamente.
– ¡Qué si lo has dicho bien! Pero el amor no está en proporción a la instrucción y ni siquiera con la educación.
Uno que jamás ha amado y ama por primera vez, lo hace con toda la fuerza del primer amor. Lo mismo sucede con el primer amor del pensamiento.
El amado penetra, se imprime más en un corazón y un pensamiento vírgenes de otro amor; que en aquel en quién ya ha habido otros amores.
Pero Dios dispondrá.
Oye, Juan. Te ruego que seas amigo suyo. Mi corazón tiembla al ponerte a ti, cordero sin trasquilar; con el experto de la vida. Él reconocerá tu inexperiencia.
Pero también eres águila y si el experto te quisiera hacer tocar el suelo lleno de fango y oscuridad, del buen sentido humano; tú con un golpe de alas, sabrás librarte y volarás hacia el sol.
Por eso te ruego que seas amigo de mi nuevo discípulo, porque los demás no lo aceptarán fácilmente, ni lo querrán mucho. Especialmente, Pedro.
Quiero que le trasmitas tu corazón….
– ¿Yo? ¡Oh, Maestro!… Pero, ¿No bastas Tú?
– Yo soy el Maestro. A mí no se me dirá todo. Tú eres el condiscípulo un poco más joven, con quien será más fácil abrirse.
No digo que me refieras lo que él te diga. Odio a los espías y a los traidores. Sí te pido que lo evangelices con tu fe y caridad, con tu pureza, Juan.
Es una tierra contaminada con aguas muertas: hay que secarla con el sol del amor, purificarla con la honestidad de pensamientos, deseos y obras. Cultivarla con la Fe. Tú puedes hacerlo.
– Si crees que puedo… ¡Sí! Si Tú dices que puedo hacerlo, lo haré. Por amor a Tí…
– Gracias, Juan.
– Maestro, has hablado de Simón Pedro y recordé lo primero que tenía que decirte. La alegría de oírte me lo había alejado del pensamiento:
Cuando regresamos de Cafarnaúm después de Pentecostés, encontramos la acostumbrada suma del desconocido. El niño se la llevó a mi madre, ella la entregó a Pedro y él me la devolvió diciendo que tomase un poco para el regreso y la estancia en Docco.
Que el resto te lo diese a Ti, para lo que puedas necesitar… Pues Pedro también piensa que aquí todo es incómodo. Yo solo tomé dos denarios para dos pobres que encontré cerca de Efraím.
Por lo demás, me he mantenido con lo que me había dado mi madre y lo que me dieron algunas buenas personas, a las que prediqué tu Nombre. Aquí tienes la bolsa.
Y Juan se la entrega.
Jesús la recibe diciendo:
– Mañana la distribuiremos entre los pobres. De esta forma también Judas aprenderá nuestro modo de administrarnos.
– ¿Ya vino tu primo? ¿Cómo hizo para llegar tan pronto? Estaba en Nazareth y no me dijo que vendría.
– No. Judas es el nuevo discípulo. Es de Keriot. Tú lo viste en Pascua, aquí. La tarde en que curé a Simón. Estaba con Tomás.
Juan exclama admirado:
– ¡Ah! ¡Es él!…
Juan se queda perplejo.
Jesús confirma:
– Es él. ¿Y qué hace Tomás?
– Obedeció tus órdenes. Dejó a Simón Cananeo y fue al encuentro de Felipe y Bartolomé, por el camino del mar.
– ¡Bien! Quiero que os améis sin preferencia. Os ayudéis mutuamente. Os compadezcáis, el uno al otro. Nadie es perfecto, Juan. Ni los jóvenes; ni los viejos.
Pero si tenéis buena voluntad, llegaréis a la perfección y lo que os falte, lo supliré Yo. Sois como los hijos de una familia santa, en la que hay muchos temperamentos desiguales.
Quién es duro; quién suave. Quién valiente, quién tímido. Quién impulsivo y quién muy cauto. Si fueseis todos iguales, seríais una fuerza en un solo temperamento y una flaqueza en todo lo demás.
Pero de esta manera hacéis una unión perfecta; porque os completáis mutuamente. El amor os une. Debe uniros el amor por un único motivo: Dios.
– Y por Ti, Jesús.
– La causa de Dios es primera. Y después el amor hacia su Mesías.
– Y Yo… ¿Qué es lo que soy en nuestra familia?
– Eres la paz amorosa del Mesías de Dios. ¿Estás cansado Juan? ¿Quieres regresar? Yo me quedo a Orar.
– También yo me quedo contigo a Orar. Déjame que me quede contigo a Orar.
– Quédate.
Jesús recita unos salmos y Juan lo sigue.
Pero la voz se acaba pronto y el jovencito se queda dormido, con la cabeza apoyada en las rodillas de Jesús, que sonríe y extiende su manto sobre la espalda del más joven de sus apóstoles.
Lo mira con amor y mentalmente hace la comparación entre éste y el otro discípulo que acaba de aceptar.
Juan era discípulo del Bautista y se ha despojado hasta de su modo de pensar y juzgar; entregándose completamente, para ser moldeado por su Maestro.
Dice Jesús:
Una comparación más entre mi Juan y otro discípulo, comparación en la que aparece aún más límpida la figura de mi predilecto.
Éste se despoja incluso de su modo de pensar y juzgar para ser “el discípulo”. Juan es aquel que se dona sin querer retener de sí, del sí mismo anterior a la elección, ni siquiera una molécula.
Judas, sin embargo, es aquel que no se quiere despojar de sí mismo: la suya es, por tanto, una donación irreal; lleva consigo su yo enfermo de soberbia, de sensualidad, de avaricia.
Conserva su manera de pensar y con ello neutraliza los efectos de la Gracia. Y no hay donación. NO SE ENTREGA.
Judas: cabeza de todos los apóstoles frustrados Y FALLIDOS. ¡Y son tantos…!
Juan: ejemplo de los que se hacen hostia por mi amor: tu modelo.
Yo y mi Madre somos las Hostias excelsas. Alcanzarnos es difícil, es más, imposible, porque nuestro sacrificio fue de una aspereza total.
¡Pero mi Juan!…
Es UNA DONACIÓN ABSOLUTA, esa hostia que pueden imitar mis amantes de todas las clases:
Virgen, mártir, confesor, evangelizador, siervo de Dios y de la Madre de Dios, activo y contemplativo; él es un ejemplo para todos: es aquel que ama.
Observa los distintos modos de razonar.
Juan se siente NADA Y ES COMPLETAMENTE DÓCIL. Acepta TODO, no pide razones, se siente satisfecho con hacerMe felíz.
Judas investiga, cavila, escudriña, OPONE RESISTENCIA aparenta ceder pero en realidad no cambia su modo de pensar.
¿Y no os habéis sentido invadidos de paz ante su amor sencillo y encantador? ¡Mi Juan!
Es mi descanso su confianza absoluta: “Todo lo que Tú haces Maestro; está bien hecho.”
Y por eso será el Predilecto. Porque será mi paz llena de amor.
¡Y mi pequeño Juan, al que deseo ver cada vez más semejante a mi predilecto!
Aceptad todo, diciendo siempre como el Apóstol: “Todo lo que Tú haces está bien hecho, Maestro”
Para merecer siempre que se os diga: “Eres mi amorosa paz”.
También necesito alivio Yo, DADME VUESTRO CORAZÓN dádmelo. Y yo os daré Mí Corazón para descanso vuestro.