19 EL NO INVITADO9 min read

19 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Bajo unos olivos,  está sentado Jesús sobre un escalón del terreno, en su postura habitual: con los codos apoyados en las rodillas, los antebrazos hacia adelante y las manos unidas.

Empieza a anochecer y la luz va disminuyendo en el tupido olivar.

Jesús está solo.

Se ha quitado el manto como si tuviera calor.

Va vestido de blanco, poniendo así una nota clara en este lugar de tonalidad verde muy oscurecida por el crepúsculo.

Un hombre baja entre los olivos. Da la impresión de que busca algo o a alguien.

Es muy alto; joven, de cabello castaño oscuro y ensortijado. Viste muy elegante, en un alegre color palo de rosa que al ondear; hace más llamativo su manto color tinto.

Cuando distingue a Jesús, sus ojos gris oscuro brillan y su bello rostro se ilumina. 

–         ¡Ahí está!

Apresura el paso bajando por las terrazas formadas en el olivar hasta llegar a Él. 

Cuando llega a pocos metros, lo saluda con alegría:

–         ¡Salve, Maestro!

Jesús se vuelve sorprendido. Y lo mira con seriedad y una gran tristeza.

El recién llegado repite:

–          ¡Hola, Maestro! Soy Judas de Keriot. ¿No me reconoces? ¿No te acuerdas?

Jesús responde:

–          Recuerdo y reconozco. Eres el que me habló aquí con Tomás en la Pascua pasada.

–          Y a quien Tú dijiste: «Piensa y sé juicioso en la decisión antes de mi regreso». Lo he decidido: voy contigo.

La tristeza  en Jesús se acentúa notablemente.

Y se refleja en su voz:

–           ¿Por qué vienes, Judas?

–           Porque… ya te dije la otra vez por qué: porque sueño con el Reino de Israel y en el Templo te he visto rey.

–         ¿Por esto vienes?

–          Por esto. Me pongo a mí mismo y todo lo que tengo: capacidad, conocimientos, amistades, todo mi esfuerzo, a tu servicio y al servicio de tu misión para reconstruir Israel.

También Judas es un hombre muy alto, casi igual a Jesús.  Los dos están frente a frente y se miran.

Jesús, serio y muy triste.

Judas, exaltado.

Con su aspecto joven y señorial; sonriente, hermoso, elegante, frívolo y ambicioso.

Jesús dice:

–          Yo no te he buscado, Judas.

–          Sí, ya me he percatado. Pero yo te buscaba. Hace muchos días que he puesto personas en las puertas para que me informasen de tu llegada. Pensaba que vendrías con algunos seguidores tuyos y que sería fácil verte.

Sin embargo… He deducido que habías venido porque un grupo de peregrinos iba bendiciéndote por haber curado a un enfermo. Pero nadie sabía decirme con exactitud dónde estabas.

Entonces me he acordado de este lugar. Y he venido. Si no te hubiera encontrado aquí, me habría resignado a no encontrarte…

–        ¿Crees que haya supuesto un bien para ti el haberme encontrado?

–         Sí, porque te buscaba, te deseaba, quiero tenerte.

–        ¿Por qué? ¿Por qué me has buscado?

–         ¡Pero si ya te lo he dicho, Maestro! ¿No me has comprendido?

–         Te he comprendido, sí, te he comprendido. Pero quiero que tú también me comprendas antes de seguirme. Ven. Hablaremos mientras caminamos.

Y se ponen a caminar el uno al lado del otro, hacia arriba y luego hacia abajo, por los senderillos que cortan transversalmente el olivar.

Jesús suspira profundo y dice:

 –         Tú, Judas, me sigues por una idea que es humana. Yo te debo disuadir de ello. No he venido para esto.

–           Pero, ¿Tú no eres el que ha sido designado para Rey de los judíos, aquél de quien hablaron los profetas?

Otros han surgido, pero les faltaban demasiadas cosas y han caído como hojas que el viento ya no sostiene. Tú tienes a Dios contigo, hasta el punto de que obras milagros.

Allí donde está Dios, el éxito de la misión está asegurado.

–          Es verdad lo que has dicho: que Yo tengo a Dios conmigo. Yo soy su Verbo. Soy aquel que anunciaron los Profetas, que fue prometido a los Patriarcas, el esperado de las muchedumbres.

Pero,  ¿Por qué, ¡Oh Israel!, te has vuelto tan ciega y sorda que ya no sabes leer ni ver, oír ni comprender lo verdadero de los hechos?

Mi Reino no es de este mundo, Judas. Disuádete. Vengo a traerle a Israel la Luz y la Gloria, más no las de la Tierra. Vengo a llamar a los justos de Israel al Reino.

Porque de Israel y con Israel debe formarse y venir la planta de Vida Eterna cuya linfa será la Sangre del Señor, la planta que se extenderá por toda la Tierra hasta el fin de los siglos.

Mis primeros seguidores serán de Israel; mis primeros confesores, de Israel.

Más también mis perseguidores, mis verdugos y quien me traicionará serán de Israel…

–          No, Maestro. Eso no sucederá nunca. Aunque todos te traicionasen yo estaré contigo y te defenderé.

–          ¿Tú, Judas? ¿Y en qué basas tu seguridad?

–           En mi honor de hombre.

–           Cosa más frágil que una tela de araña, Judas. Es a Dios a quien tenemos que pedirle la fuerza de ser honestos y fieles. ¡El hombre!… El hombre lleva a cabo obras de hombre. Para llevar a cabo obras del espíritu,

Y seguir al Mesías en verdad y justicia quiere decir realizar obras de espíritu, hace falta matar al hombre y hacer que vuelva a nacer. ¿Eres capaz de tanto?

–           Sí, Maestro. Y además… cierto que no todo Israel te amará, pero no llegará al punto de darle a su Mesías verdugos y traidores: ¡Te espera desde hace siglos!

–           Me los dará. Ten presente a los Profetas, sus palabras… y cómo terminaron. Yo estoy destinado a defraudar a muchos y TÚ ERES UNO DE ELLOS.

Judas, tienes aquí frente a ti, a una persona mansa, pacífica, pobre y que quiere seguir siendo pobre.

No he venido para imponerme o guerrear; no disputo ningún reino ni ningún poder a los fuertes y a los poderosos; Yo sólo a Satanás le disputo las almas.

Y vengo a vencer las cadenas de Satanás con el Fuego de mi Amor. Vengo para enseñar misericordia, sacrificio, humildad, continencia.

Yo te digo, y digo a todos: no tengáis sed de riquezas humanas; trabajad más bien por las monedas eternas.

Judas, si me crees uno que ha de triunfar sobre Roma y sobre las castas que imperan, desengáñate.

Herodes y César, y los que son como ellos, pueden dormir tranquilos mientras Yo hablo a las turbas. No he venido para arrancar cetros a nadie…

Mi cetro Eterno, ya está preparado; pero nadie, que no fuera amor como soy Yo, lo querría empuñar.

Vete, Judas y medita…

–          ¿Me rechazas, Maestro?

–          Yo no rechazo a nadie, porque quien rechaza no ama. Pero dime Judas:

¿Cómo llamarías tú la acción de uno que sabiendo que tiene una enfermedad contagiosa, le dijera a otro que desconocedor del hecho, fuera a beber de su cáliz: «Piensa lo que estás haciendo«? ¿Lo llamarías odio o amor?

–           Lo llamaría amor porque no quiere que esa persona pierda la salud.

–           Pues entonces llama también así a mi acto.

–           ¿Puedo perder la salud yendo contigo? No, nunca.    

–           Más que destruir la salud, tú mismo te puedes destruir. Piensa bien, Judas. Poco se exigirá al que asesinare creyendo que lo hace justamente. Y lo cree porque no conoce la Verdad. 

Pero mucho será exigido de quién después de haberla conocido; no solo no la sigue, sino que se hace su enemigo.

–           Yo no lo seré. Tómame contigo, Maestro. No puedes rechazarme. Si eres el Salvador y ves que yo soy un pecador, una oveja descarriada, un ciego que no va por camino justo,

¿Por qué no quieres salvarme? Tómame contigo. Te seguiré hasta la muerte…

–           ¡Hasta la muerte! Cierto. Esto es cierto. Luego…

–           ¿Luego, Maestro?

–           El futuro está en el seno de Dios. Vete.

Mañana nos volveremos a ver junto a la Puerta de los Peces.

–           Gracias, Maestro. El Señor sea contigo».

–            Y su misericordia te salve.

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