27 LOS PRIMEROS ADORADORES14 min read

27 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Las alturas se hacen mucho más elevadas y boscosas que las de Belén; suben cada vez más, transformándose en una verdadera cadena montañosa.

Jesús va el primero, proyectando su mirada hacia delante y alrededor, como buscando algo. No habla.

Escucha más las voces del arbolado, que las de los discípulos, que van unos metros detrás de Él, hablando bajo entre sí. 

(Todo en la Creación está vivo, tiene su reflejo en el mundo espiritual y la Naturaleza canta alabanzas al Señor. 

Y con el alma VIVIENTE y el sentido del Oído espiritual despierto, percibimos el mundo espiritual y podemos comunicarnos con todas las creaturas.

La SINTONÍA, es el AMOR.

Por eso tanto el profeta Daniel como San Francisco de Asís, entonaron los cánticos de Alabanza)

Una esquila suena lejana, pero el viento porta su campanilleo.

Jesús sonríe.

Se vuelve y dice:

–    Oigo algunas ovejas.

Simón pregunta:

–    ¿Dónde, Maestro?

–     Me parece que hacia aquella colina.

Pero el bosque no me deja ver.

Juan, sin decir una palabra se quita la túnica;

el manto lo llevan todos en bandolera enrollado, porque tienen calor.

Se queda sólo con la prenda corta y abraza el tronco alto y liso de un fresno.

Y sube…

Sube hasta que puede ver.

Baja rápido y dice:

–    Sí, Maestro.

Hay muchos rebaños y tres pastores.

Allí, detrás de aquella espesura.

Vuelven a caminar ya seguros.

–   ¿Serán ellos?

–    Preguntaremos, Simón.

Si no son, nos sabrán decir algo…

Se conocen entre ellos.

Avanzan unos cien metros más.

Aparece luego un amplio pacedero verde, del todo circundado de gruesos árboles añosos.

Se ven muchas ovejas en el prado ondulado, rozando la abundante hierba.

Tres hombres las custodian.

Uno es anciano, ya completamente cano;

los otros parecen tener treinta años uno y el otro, unos cuarenta.

Jesús acelera el paso y…

Judas previene:

–    Cuidado, Maestro.

Son pastores…

Pero Jesús ni siquiera responde.

Continúa, alto, hermoso;

dándole el sol de poniente en el rostro, con su túnica blanca.

Se le ve tan luminoso, que parece un ángel…

Al llegar al lindero del prado, saluda:

–    La paz esté con vosotros, amigos.

Los tres pastores se vuelven sorprendidos.

Silencio.

Luego el anciano pregunta:

–   ¿Quién eres?

–    Uno que te ama.

–    Serías el primero desde hace muchos años.

¿De dónde vienes?

–    De Galilea.

–   ¿De Galilea?

¡Ah!

El hombre lo mira atentamente.             

Los otros dos pastores se acercan…

Y el anciano repite:

–    De Galilea.

Y añade en voz baja como para sí mismo:   

–    También El venía de Galilea…

Y vuelve a cuestionar:

–    ¿De qué lugar, Señor?

Jesús precisa:

–     De Nazaret.

La cara del anciano se ilumina…

E indaga:

–    ¡Ah!

Entonces dime.

¿Ha regresado un Niño, con una mujer de nombre María y un hombre de nombre José;

un Niño aún más hermoso que su Madre?

¡Qué flor más encantadora jamás vi en las laderas de Judá!

Un Niño nacido en Belén de Judá, en tiempos del edicto.

Un Niño que luego huyó, para gran fortuna del mundo.

¡Un Niño que…

yo daría la vida por saber que vive y es ya un hombre!

–   ¿Por qué dices que el que huyera ha sido una gran fortuna para el mundo?

–    Porque Él era el Salvador, el Mesías.

Y Herodes lo quería muerto. 

Yo no estaba cuando huyó con su padre y su madre…

Cuando tuve noticias de la matanza y volví,  porque yo también tenía hijos (un sollozo)

Señor… y mujer (sollozo)

Y sentía que los habían matado (otro sollozo).

Pero te juro por el Dios de Abraham, que temblaba por Él, más que por mi misma carne.

Luego supe que había huido.

Y ni siquiera pude preguntar, ni siquiera pude recoger a mis criaturas degolladas…

Me apedreaban como a un leproso, como a un inmundo, como a un asesino… 

Y tuve que huir a los bosques, llevar una vida de lobo…

Hasta que encontré a un propietario de ganado.

Oh, pero no es como era Ana!…

Es duro y cruel…

Si una oveja se disloca una pata, si el lobo me roba un cordero…

Recibo palos hasta sangrar, me quita mi poca paga o debo trabajar en los bosques para otros.

Hacer algo, pero pagar siempre el triple del valor.

Pero no importa.

Siempre le he dicho al Altísimo:

«Que yo pueda ver a tu Mesías. Que al menos pueda saber que vive, y todo lo demás no es nada«.

Señor, te he referido cómo me trataron los de Belén y cómo me trata el patrón.

Habría podido devolver mal por mal o hacer el mal robando, para no sufrir a causa del patrón.

Pero sólo he querido perdonar, sufrir, ser honesto, porque los ángeles dijeron:

«Gloria a Dios en los Cielos altísimos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad«.

–    ¿Dijeron eso exactamente?

–     Sí, Señor.

Créelo tú, tú al menos, que eres bueno.

Conoce tú al menos y cree, que el Mesías ha nacido.

Nadie quiere creerlo ya.

Pero los ángeles no mienten…

Y nosotros no estábamos borrachos como decían.

Éste, (señala al más joven)

¿Ves?, era un niño entonces.

Y fue el primero que vio al ángel.

Sólo bebía leche.

¿Puede la leche emborracharlo a uno?

Los ángeles dijeron:

«Hoy en la ciudad de David ha nacido el Salvador que es Cristo, el Señor.

Lo reconoceréis por esto:

encontraréis a un Niño recostado en un pesebre, envuelto en pañales«.

–     ¿Dijeron eso exactamente?

¿No entendisteis mal?

¿No os equivocáis, después de tanto tiempo?

–     ¡Oh, no!

¿Verdad, Leví?

Para no olvidarlo, ya de por sí no habríamos podido,

porque eran palabras del Cielo y se escribieron con el fuego del Cielo en nuestros corazones.

 Todas las mañanas, todas las tardes, cuando sale el Sol, cuando brilla la primera estrella,

las recitamos como oración, como bendición,

como fuerza y consuelo, con el Nombre de Él y de su Madre.

–     ¡Ah!,

¿Decís: «Cristo»?

–     No, Señor.

Decimos: «Gloria a Dios en los Cielos altísimos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad,

por Jesucristo que nació de María en un establo de Belén y que siendo el Salvador del mundo,

estaba envuelto en pañales en un pesebre».

–           Pero, en definitiva,

¿Vosotros a quién buscáis?

–          A Jesucristo, Hijo de María, el Nazareno, el Salvador.

A Jesús se le ilumina el Rostro, al manifestarse a estos tenaces adoradores suyos.

Tenaces, fieles, pacientes.

Y dice: 

–          Soy Yo.

Los tres se arrojan simultáneamente al suelo y besan los pies de Jesús llorando de alegría…

Exclamando:

–          ¡Tú!

–          ¡Oh!

–           ¡Señor, Salvador, Jesús nuestro!

Jesús dice feliz:

–           Levantaos.  

–           Levántate, Elías.

Y tú, Leví. 

Y tú, que no sé quién eres.

El pastor más joven responde:

–      José.

Hijo de José.

Jesús presenta a sus compañeros:

–      Éstos son mis discípulos.

Juan es galileo;

Simón y Judas, judíos.

Los pastores ya no están rostro en tierra, pero sí todavía de rodillas, echados hacia atrás sobre los calcañares.

Adoran al Salvador, con ojos de amor, labios temblorosos de emoción, rostros pálidos o enrojecidos, de alegría.

Jesús se sienta en la hierba.

–      No, Señor.

En la hierba Tú no, Rey de Israel.

–      No os preocupéis, amigos.

Soy pobre; un carpintero, para el mundo.

Rico sólo de amor para el mundo,

y del amor que los buenos me dan.

He venido a estar con vosotros, a partir con vosotros el pan de la noche;

a dormir a vuestro lado sobre el heno, a recibir consuelo de vosotros…

–     ¡Oh, consuelo!

Somos incultos y estamos perseguidos.

–     Yo también lo estoy.

No obstante, vosotros me dais lo que busco:

amor, fe y esperanza que resiste durante años y florece.

¿Veis?

Habéis sabido esperarme, creyendo sin ninguna duda que era Yo.

Y Yo he venido.

–     ¡Oh, sí!

Has venido.

Ahora, aunque muera, ya nada me causa la pena de algo esperado y no obtenido.

–     No. Elías.

Tú vivirás hasta después del triunfo del Cristo.

Tú, que has visto mi alba, debes ver mi fulgor.

¿Y los otros?

Erais doce:

Elías, Leví, Samuel, Jonás, Isaac, Tobías, Jonatán, Daniel, Simeón, Juan, José, Benjamín.

Mi Madre me repetía siempre vuestros nombres como los de mis primeros amigos.

Los pastores lo miran emocionados.

–   ¡Oh!

Los pastores están cada vez más conmovidos.

Jesús indaga:

–   ¿Dónde están los demás?

–   El anciano Samuel, ha muerto de viejo hace veinte años.

A José lo mataron por combatir en la puerta del aprisco;

para dar tiempo a su esposa, madre desde hacía pocas horas, de huir con éste;

que yo recogí por amor de mi amigo y por…

Para seguir teniendo niños a mi alrededor.

También tomé conmigo a Leví…

Lo perseguían.

Benjamín es pastor en el Líbano con Daniel.

Simeón, Juan y Tobías, que ahora se hace llamar Matías en recuerdo de su padre…

al cual también lo mataron, son discípulos de Juan.

Jonás está en la llanura de Esdrelón, al servicio de un fariseo.

Isaac tiene la espalda hecha cisco, está en la absoluta miseria y solo, está en Yuttá.

Le ayudamos como podemos…

Pero estamos todos en la ruina y es como gotas de rocío en un incendio.

Jonathán es ahora siervo de un noble de Herodes.

–   ¿Cómo habéis logrado, especialmente Jonatán, Jonás, Daniel y Benjamín, conseguir estos trabajos?

–   Me acordé de Zacarías, tu pariente…

Tu Madre me había enviado a él.

Cuando nos volvimos a juntar en las gargantas de Judea, fugitivos y malditos, los llevé donde Zacarías.

Fue bueno.

Nos protegió, nos dio de comer.

Nos buscó un patrón como pudo.

Yo ya había recibido del herodiano todo el rebaño de Ana…

y me quedé a su servicio…

Cuando el Bautista llegó a la edad madura y empezó a predicar, Simeón, Juan y Tobías se fueron con él.

–     Pero ahora el Bautista está prisionero.

–     Sí.

Y ellos vigilan en torno a Maqueronte, con un puñado de ovejas para no levantar sospechas.

Ovejas que les ha dado un hombre rico, discípulo de Juan, tu pariente.

–     Quisiera verlos a todos.

–     Sí, Señor.

Iremos a decirles: «Venid, Él vive, Él se acuerda de nosotros y nos ama».

–     Y os quiere entre sus amigos.

–    Sí, Señor.

–    Pero en primer lugar, iremos adonde Isaac.

Samuel y José,

¿Dónde están enterrados?

–    Samuel en Hebrón.

Quedó al servicio de Zacarías.

José…

No tiene tumba, Señor.

Lo quemaron con la casa.

–    Pronto estará en la Gloria.

No entre las llamas de los crueles, sino entre las llamas del Señor.

Yo os lo digo:

a tí José, hijo de José, te lo digo.

Ven, deja que Yo te bese para decir gracias a tu padre.

Elías pregunta:

–    ¿Y mis hijos?

–    Ángeles, Elías.

Ángeles que repetirán el «Gloria» cuando el Salvador sea coronado.

–    ¿Rey?

–     No.

Redentor.

¡Oh, cortejo de justos y santos!

¡Y delante las falanges blancas y purpúreas de los párvulos mártires!

Una vez abiertas las puertas del Limbo, subiremos juntos al Reino inmortal.

¡Y luego iréis vosotros y volveréis a encontrar padres, madres e hijos en el Señor!

Creed.

–     Sí, Señor.

–    Llamadme Maestro.

Llega la noche, nace la primera estrella.

Di tu oración antes de la cena.

–    No yo.

Tú.

–    Gloria a Dios en los Cielos altísimos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad;

que han merecido ver la Luz y servirla.

El Salvador se encuentra entre ellos.

El Pastor de la estirpe real está en medio de su rebaño.

La Estrella de la mañana ha nacido.

¡Regocijáos, justos, regocijáos en el Señor!

Él, que ha hecho la bóveda de los cielos y los ha sembrado de estrellas,

 Él, que puso como límite de las tierras los mares;

Él, que ha creado los vientos y los rocíos;

y regulado el curso de las estaciones para dar pan y vino a sus hijos.

Ved cómo ahora os manda un Alimento más elevado:

el Pan vivo que baja del Cielo, el Vino de la eterna Vid.

 Venid vosotros, primicias de mis adoradores;

venid a conocer al Padre en verdad, para seguirlo en santidad y obtener así eterno premio. 

Jesús ha orado en pie con los brazos extendidos;

los discípulos y los pastores están de rodillas.

Después se distribuye pan y una escudilla de leche acabada de ordeñar.

Y dado que son tres los tazones de calabazas vaciadas, primero comen Jesús, Simón y Judas.

Luego Juan, al cual Jesús le pasa su taza, con Leví y José.

Elías come el último.

Las ovejas no pastan más;

se reúnen en un gran grupo compacto en espera de ser conducidas a su aprisco.

Los tres pastores las conducen al bosque, debajo de un rústico cobertizo de ramas cercado con cuerdas.

Ellos se ponen a prepararles a Jesús y a los discípulos un lecho de heno.

Se encienden algunos fuegos, para ahuyentar los animales salvajes.

Judas y Juan cansados se echan.

Y al poco tiempo ya están dormidos.

Simón querría hacerle compañía a Jesús…

pero al cabo de un poco él también se queda dormido, sentado en el heno y con la espalda apoyada en un poste.

Permanecen despiertos Jesús y los pastores.

Y hablan:

De José, de María, de la huida a Egipto, del regreso…

Luego, después de estas preguntas de amor, llegan las preguntas más elevadas:

¿Qué hacer para servir a Jesús?

¿Cómo hacerlo ellos, rudos pastores?

 Jesús instruye y explica:

–      Ahora Yo voy por Judea.

Los discípulos os tendrán siempre al corriente.

Después os llamaré.

Entretanto, reuníos.

Que cada uno tenga noticias de los demás y que sepan que Yo estoy en el mundo, como Maestro y Salvador.

 Y como podáis, manifestadlo a otras gentes.

No os prometo que seréis creídos.

Yo he recibido escarnio y golpes, vosotros también los recibiréis.

Pero, de la misma forma que habéis sabido ser fuertes y justos en esta espera;

sedlo más aún ahora que sois míos.

Mañana iremos hacia Yuttá.

Luego a Hebrón.

¿Podéis venir?

–    ¡Oh, sí!

Los caminos son de todos y los pastos son de Dios.

Sólo Belén nos está vedada, a causa de un odio injusto.

Los otros pueblos saben todo…

Pero se conforman con burlarse de nosotros llamándonos borrachos.

Por eso poco podremos hacer aquí.

–    Os llamaré a otro lugar.

No os abandonaré.

–    ¿Durante toda la vida?

–     Durante toda mi vida.

–     No.

Antes moriré yo, Maestro.

Soy viejo.

–    ¿Tú crees?

Yo no.

Uno de los primeros rostros que vi fue el tuyo, Elías y será uno de los últimos. 

Me llevaré conmigo en mi pupila tu rostro desencajado, a causa del dolor por mi muerte.

Pero luego será el tuyo el que lleve en el corazón lo radiante de una mañana triunfal y con él esperarás la muerte…

La muerte:

el encuentro eterno con el Jesús que adoraste cuando era pequeñito.

También entonces los ángeles cantarán el Gloria: «por el hombre de buena voluntad».

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