72 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Hacia el final de la primera vigilia, (20.00hs) es una noche apacible en el olivar y el cielo ostenta su maravilloso esplendor,
con una luna llena que ilumina con su brillo plateado, lo que de otra manera sería una gran oscuridad.
Jesús y Simón cananeo están conversando en la cocina, sobre las incidencias que cambiarán su destino en Jerusalén.
Juan los interrumpe al entrar diciendo:
– ¡Maestro! ¡Aquí está Nicodemo!
Después de los saludos, Simón toma a Juan y salen de la cocina, dejándolos solos a los dos.
Nicodemo dice preocupado:
– Maestro, perdona si te he querido hablar en secreto. Desconfío, por Tí y por mí, de muchos.
No es sólo cobardía esto mío. También es prudencia y deseo de beneficiarte, más que si te perteneciera abiertamente.
Tú tienes muchos enemigos. Yo soy uno de los pocos que aquí te admiran.
He pedido consejo a Lázaro. Lázaro es poderoso por herencia, temido porque goza de favor ante Roma, justo ante los ojos de Dios;
sabio por maduración de ingenio y cultura, verdadero amigo tuyo y verdadero amigo mío.
Por todo esto he querido hablar con él. Y me siento feliz de que él haya juzgado del mismo modo.
Le he dicho las últimas… discusiones del Sanedrín sobre Tí.
Jesús corrige con suavidad:
– Las últimas acusaciones. No tengas reparo en decir las verdades desnudas, como son.
– Las últimas acusaciones. Sí, Maestro.
Yo estaba ya para decir “Pues bien, yo también soy de los suyos”. Aunque sólo fuera porque en esa asamblea hubiera al menos uno que estuviera a tu favor.
Pero José, que se había acercado a mí, me susurró: “Calla. Mantengamos oculto nuestro pensamiento. Luego te explico”. Y una vez fuera, dijo…
Exactamente dijo: “Así es de mayor provecho. Si saben que somos discípulos, nos mantendrán al margen de cuanto piensan y deciden.
Y pueden dañarle y también perjudicarnos. Como sencillos admiradores de Él; no nos tendrán secretos’
Comprendí que tenía razón. ¡Son muchos!… ¡Y muy malos! También yo tengo mis intereses y mis obligaciones. Lo mismo que José… ¿Comprendes, Maestro?
– No os reprocho nada. Antes de que tú llegases,estaba diciéndole esto a Simón.
Y he determinado incluso, alejarme también de Jerusalén.
– ¡Nos odias porque no te amamos!
– ¡No! ¡No odio ni siquiera a los enemigos!
– Tú lo dices. Pero es así. ¡Tienes razón!
Sólo que, ¡Qué dolor para mí y para José! ¿Y Lázaro? ¿Qué dirá Lázaro, que justamente hoy ha decidido proponerte que dejaras este lugar para ir a una de sus propiedades de Sión?
Bueno, ¿Ya sabes que Lázaro tiene poder económico, no? Buena parte de la ciudad es suya, de la misma forma que muchas tierras de Palestina.
Su padre, a su patrimonio y al de Euqueria, de tu tribu y familia, había unido aquello que los romanos dan como recompensa al servidor fiel,
cuando lo mantuvo como regente de Siria y era muy influyente en todos los asuntos que el imperio tenía por acá.
A sus hijos les ha dejado una herencia muy grande y lo que más cuenta: una velada pero potente amistad con Roma.
Sin ésta, ¿Quién habría salvado de la ignominia a toda la casa después de la infamante conducta de María?
¿Su divorcio, conseguido sólo porque se trataba de “ella“, su vida licenciosa en esa ciudad, que es su feudo?
Y en Tiberíades, que es el elegante lupanar donde Roma y Atenas han constituido un lecho de prostitución para tantos del pueblo elegido?
¡Verdaderamente, si Teófilo sirio hubiera sido un prosélito más convencido, no habría dado a los hijos educación helenizante que tanta virtud mata y siembra tanta voluptuosidad!
Y que bebida y expulsada sin consecuencias por Lázaro y especialmente por Marta, ha contagiado a la desenfrenada María.
¡Y ha proliferado en ella, convirtiéndola en el fango de la familia y de Palestina!
No, sin la poderosa sombra del favor de Roma, se les habría aplicado el anatema más que a los leprosos.
Pero, considerando que las cosas están así, aprovéchate de ello. Con Lázaro tendrás también, la protección oculta de Roma.
Jesús rechaza con firmeza:
– No. Me retiro. Quien quiera verme vendrá a Mí.
– ¿¡He hecho mal en hablar!? – Nicodemo se siente abatido.
– No. Espera… ¡Persuádete!
Y Jesús abre una puerta llamando:
– ¡Simón! ¡Juan! ¡Venid!
Los dos acuden.
Jesús les pregunta:
– Simón, dile a Nicodemo lo que te estaba diciendo cuando ha entrado él.
– Que para los humildes es suficiente con los pastores; para los poderosos, Lázaro, Nicodemo, José y Cusa.
Y que Tú te ibas a ir lejos de Jerusalén, aunque sin dejar Judea. Esto estabas diciendo. ¿Por me lo haces decir? ¿Qué ha ocurrido?
– Nada. Nicodemo temía que yo me fuera a causa de sus palabras.
Nicodemo interviene diciendo:
– He dicho al Maestro que el Sanedrín se muestra cada vez más enemigo.
Y que sería buena cosa que se pusiera bajo la protección de Lázaro. Ha protegido tus bienes porque tiene a Roma de su parte y protegería también a Jesús.
Simón confirma:
– Es verdad. Es un buen consejo.
A pesar de que mi casta esté mal vista incluso por Roma, una palabra de Teófilo me ha conservado el patrimonio durante la proscripción y la lepra.
Y Lázaro es muy amigo tuyo, Maestro.
Jesús objeta:
– Lo sé. Pero ya me he pronunciado. Y lo que he dicho Yo lo hago.
– ¡Entonces, te perdemos!
– No, Nicodemo.
Hombres de todas las sectas se acercan al Bautista; a Mí podrán venir hombres de todas las sectas y de todos los niveles.
– Nosotros venimos a ti sabiendo que eres superior a Juan.
– Podéis seguir viniendo.
Seré un rabí solitario Yo también, como Juan, y hablaré a las turbas deseosas de oír la voz de Dios y capaces de creer que Yo soy esa Voz.
Y los demás me olvidarán… si son, al menos, capaces de tanto.
Nicodemo afirma:
– Maestro, estás triste y desilusionado.
Tienes razón en estarlo. Todos te escuchan y creen en ti hasta el punto de que obtienen milagros.
Hasta incluso uno de Herodes, uno que por fuerza debería tener corrompida la bondad natural en esa corte incestuosa y ha sido seguidor del Bautista.
También hasta soldados romanos.
Sólo nosotros, los de Sión, somos tan duros… No todos, no obstante. Ya ves…
Maestro, nosotros sabemos que has venido de parte de Dios y que eres su más alto doctor. También Gamaliel lo dice.
Nadie puede hacer los milagros que Tú haces si no tiene a Dios consigo. Esto piensan también los doctos como Gamaliel.
¿Cómo es que entonces no podemos nosotros tener la fe que tienen los pequeños de Israel? ¡Oh! ¡Dímelo! ¡Dímelo!
No te traicionaré, aunque me dijeras: “He mentido para conferir valor a mis palabras de sabiduría con la impresión de un sigilo que nadie puede despreciar”.
¿Eres Tú el Mesías del Señor, el Esperado, la Palabra del Padre encarnada para instruir y redimir a Israel según el Pacto?
– ¿Lo preguntas porque tú quieres? O ¿Por qué otros te mandaron a que me lo preguntases?
– Yo lo pregunto, Señor.
Tengo aquí, un tormento. Tengo una gran confusión.
Vientos contrarios y contrarias voces. Hay en mí una borrasca. ¿Por qué no hay en mí, hombre maduro?
Esa pacífica seguridad que tiene, éste casi analfabeto muchacho; en cuya cara le pone esa sonrisa…
En sus ojos, esa luz. Ese sol en su corazón.
Nicodemo se vuelve hacia Juan, preguntando:
– ¿De qué modo crees Juan, para estar así; tan seguro?
Enséñame tu secreto, hijo. Ese secreto con el que supiste ver y encontrar al Mesías; en Jesús, el Nazareno.
Juan se pone colorado como un jitomate. Baja la cabeza como si pidiese permiso para decir una cosa muy grande. Y responde con sencillez:
– Amando.
– ¡Amando!
Le toca el turno a Simón Zelote y Nicodemo lo mira escrutador.
Luego lo interroga:
– ¿Y tú, Simón, hombre probo y maduro?
Tú, docto que has sido probado hasta el punto de sentirte inducido a temer el engaño en todas partes. Y has sido acrisolado… ¿Cómo has hecho para convencerte?
– Meditando.
Nicodemo exclama:
– ¡Amando! ¡Meditando! También yo amo y medito… ¡Y no estoy seguro todavía!
Interviene Jesús diciendo:
– Yo te diré el verdadero secreto.
Éstos han sabido nacer de nuevo. Con un nuevo espíritu; libre de toda cadena; desligados de todo compromiso; vírgenes de cualquier otra idea.
Y por esto han comprendido a Dios.
Si uno no nace de nuevo; no puede ver el Reino de Dios; ni creer en su Rey.
– ¿Cómo puede un hombre volver a nacer; si ya es adulto?
Una vez fuera del seno materno, el hombre no puede jamás volver a entrar en él. ¿Aludes tal vez a la Reencarnación, como creen muchos paganos?
No, en ti no es posible esto; además, no se trataría de un volver a entrar en el seno materno, sino de un reencarnarse más allá del tiempo y por tanto, no ahora. ¿Cómo es esto? ¿Cómo? ¿En qué forma?
Jesús con mucha autoridad, como si estuviera en la cátedra del Templo,
Responde:
– No hay más que una existencia de la carne sobre la Tierra y una eterna vida del espíritu más allá de la Tierra. Sólo hay una existencia de la carne sobre la Tierra. Y una vida eterna.
Yo no hablo de la carne y de la sangre; sino del espíritu inmortal, que renace a la vida verdadera por dos cosas: Por el agua y por el Espíritu. Lo más grande es el espíritu; sin el cual, el agua no es más que un símbolo.
Quien se ha lavado por el agua; debe purificarse luego con el espíritu y con Él; encenderse y renacer. Luego el alimentarse hasta llegar a la edad perfecta.
Porque lo que ha sido engendrado por la carne es y seguirá siendo carne, y con ella muere tras haberla servido en sus apetitos y pecados.
Pero lo que ha sido engendrado por el Espíritu es espíritu.
Y vive volviendo al Espíritu Generador después de haber cultivado el propio espíritu hasta la edad perfecta.
El Reino de los Cielos no será habitado sino por seres llegados a la edad espiritual perfecta. No te maravilles, por tanto, si digo: “Es necesario que vosotros nazcáis de nuevo”.
Éstos han sabido renacer. El joven ha matado la carne y ha hecho renacer el espíritu poniendo su ‘yo’ en la hoguera del amor. Enteramente ha sido consumido de toda materia.
Y he aquí que de las cenizas surge su nueva flor espiritual, maravilloso heliotropo que sabe dirigirse hacia el Sol Eterno.
El de edad; puso la guadaña en la meditación honesta a los pies de su viejo modo de pensar.
Y arrancó la vieja planta dejando sólo el retoño de la buena voluntad. Del que hizo nacer su nuevo pensamiento.
Ahora ama a Dios con su espíritu nuevo y lo ve…Lo que nace de la carne, es carne. Lo que nace del espíritu, es espíritu. Cada uno tiene su modo para llegar al puerto.
Cualquier viento es bueno, con tal de que se sepa usar la vela. Vosotros oís que sopla el viento y por su corriente podéis regular y dirigir la maniobra.
Pero no podéis decir de donde viene. Ni llamar al viento que necesitáis.
También el Espíritu llama. Y viene llamando y pasa. Pero sólo el que está atento puede seguirlo.
El Hijo conoce la Voz de su Padre. Y la voz del espíritu; conoce la Voz del Espíritu y Quién lo engendró…
– ¿Cómo puede suceder esto?
– Tú, Maestro en Israel; ¿Me lo preguntas?
¿Ignoras estas cosas? Se habla y se da testimonio de lo que sabemos y hemos visto. Pues bien, Yo hablo y doy testimonio de lo que sé.
¿Cómo podrás aceptar las cosas que no has visto; si no aceptas el testimonio que te traigo? ¿Cómo puedes creer en el Espíritu; si no crees en la Palabra Encarnada?…
No bajes la frente, Nicodemo. He venido a salvar. No a destruir. Dios no ha enviado a su Unigénito al mundo para condenar al mundo; sino para que el mundo se salve por medio de Él.
Yo he bajado para volver a subir llevándome conmigo a los que están aquí abajo. Uno sólo ha bajado del Cielo: el Hijo del hombre.
Uno sólo al Cielo subirá con el poder de abrir el Cielo: Yo, Hijo del hombre.
Recuerda a Moisés. Él levantó una serpiente en el desierto para curar las enfermedades de Israel.
Cuando Yo sea levantado en alto, aquellos a quienes la fiebre de la culpa hace ciegos, sordos, mudos o que por ella han perdido el juicio o están leprosos y enfermos, serán curados.
Y quienquiera que crea en Mí tendrá vida eterna.
También quienes en Mí hayan creído tendrán esta vida beata. En el mundo he visto todas las culpas, todas las herejías, todas las idolatrías.
Pero, ¿Puede acaso la golondrina que vuela veloz por encima del polvo ensuciarse el plumaje?
No. Lleva por las tristes vías de la Tierra una coma de azul, un olor de cielo, emite un reclamo para conmover a los hombres y hacerles levantar del fango la mirada y seguir su vuelo que al cielo retorna.
Igualmente Yo. Vengo para llevaros conmigo. ¡Venid!… Bajé para ascender, llevándoos conmigo. ¡Venid!
Quién cree en el Unigénito; no será juzgado. Ya está a salvo. Porque Él; el Hijo del Hombre, ruega al Padre, diciéndole: Éste me ha amado’
Pero el que no cree; es inútil que haga obras santas. Está ya juzgado porque no ha creído en el Hijo Unigénito de Dios.
¿Cuál es mi Nombre, Nicodemo?
– Jesús. (Jesús en hebreo antiguo, Yeshúa o Ieshúa significa ‘Salvación’)
– ¡No! ¡Salvador! Yo Soy Salvación.
Quién no cree en Mí; rechaza su salvación. Y la Justicia Eterna lo ha sentenciado.
Y el juicio es éste:
‘La Luz se envió a ti y al mundo para salvaros. Y tú y los hombres habéis preferido las tinieblas a la Luz…’
Porque preferíais las obras malvadas, que se habían hecho costumbre en vosotros. A las obras buenas, las que Él os señalaba como obras que seguir para ser santos”.
Vosotros habéis odiado la Luz, porque los malhechores aprecian las tinieblas para sus delitos; habéis evitado la Luz para que no proyectara luz sobre vuestros ocultos resentimientos.
No por ti, Nicodemo, pero la verdad es ésta. Y el castigo guardará relación con la condena, por lo que respecta al individuo y por lo que respecta a la colectividad.
Si me refiero a los que me aman y ponen en práctica las verdades que enseño; naciendo en el espíritu por segunda vez, la más verdadera.
Digo que no temen la Luz antes bien, a ella se arriman; porque su luz aumenta aquella con que fueron iluminados: recíproca gloria, que hace dichoso a Dios en sus hijos y a los hijos en el Padre.
No, ciertamente los hijos de la Luz no temen ser iluminados; antes bien, con el corazón y con las obras, dicen: “No he sido yo sino Él, el Padre, Él, el Hijo, Él, el Espíritu, quienes han cumplido en mí el Bien.
A ellos la gloria eternamente.
Y desde el Cielo responde el eterno canto de los Tres que se aman en su perfecta Unidad: “A ti eternamente la bendición, hijo verdadero de nuestra voluntad”.
Jesús se vuelve hacia su predilecto:
– Juan, acuérdate de estas palabras para cuando llegue la hora de escribirlas.
Y dirigiéndose al magistrado del Sanedrín pregunta:
– Nicodemo, ¿Estás convencido?
– Sí, Maestro. ¿Cuándo podré hablarte otra vez?
– Lázaro sabrá llevarte. Iré a su casa, antes de alejarme de aquí.
– Me voy, Maestro. Bendice a tu siervo.
– Mi paz sea contigo.
Nicodemo sale con Juan.
Jesús se vuelve a Simón:
– ¿Ves la obra del poder de las Tinieblas?…
Como una araña, tiende su trampa, envuelve y aprisiona a quien no sabe morir para renacer como mariposa… Con una fortaleza capaz de romper la tela tenebrosa y traspasarla.
llevándose como recuerdo de su victoria, jirones de reluciente red en las alas de oro, como oriflamas y lábaros conquistados al enemigo.
Aprendiendo la ciencia de MORIR VIVIENDO y MORIR AMANDO.
Morir para daros la fuerza de morir.
Vete a descansar Simón. Y Dios sea contigo.
El discípulo se retira y Jesús sale al huerto. Se postra a orar…