Archivos diarios: 6/11/20

93 ODIO, VENGANZA Y MIEDO

93 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Están aún comiendo y ya han encendido las lámparas, porque la tarde desciende muy presurosa.

El viento boreal incita a tener cerrada la puerta. Entonces se escuchan los toques que llaman.

Y se oye la voz alegre de Juan. 

Y todos reaccionan simultáneamente, se levantan apresurados para recibirlos…

–     ¡Nos alegramos de que hayáis regresado!

–     ¡Habéis tardado poco!

–     ¿Qué novedades hay, entonces?

–     ¡Qué cargados venís!

Todos hablan al mismo tiempo, mientras se ayuda a los tres a liberarse de las pesadísimas sacas que traen sobre los hombros.

–     ¡Despacio!

–     ¡Dejadnos saludar al Maestro!

–     ¡Un momento!

Es un alboroto alegre, familiar, por la alegría de estar juntos otra vez.

Jesús los saluda:

–     ¡Hola, amigos! Dios os ha dado días tranquilos.

Judas de Keriot responde:

–     Sí, Maestro, pero no tranquilas noticias. Lo preveía.

Todos quieren saber:

–     ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?…

Se ha creado un ambiente de curiosidad.

–     Dejadlos primero que tomen algo y repongan fuerzas – dice Jesús.

–     No, Maestro.

Primero te damos lo que tenemos para Tí y para los demás.

Y primero… Juan, da la carta.

–     La tiene Simón.

Yo temía estropearla entre la carga.

El Zelote, que ha estado luchando hasta ese momento con Tomás, que quería traerle agua para sus pies cansados,

acude diciendo:

–      Aquí la tengo, en la bolsa del cinturón.

Y abre el bolsillo interno de su ancho cinturón de cuero rojo y extrae de él un rollo ya aplastado.

Diciendo:

–     Es de tu Madre.

Estando cerca de Betania, encontramos a Jonathán que estaba yendo a casa de Lázaro con la carta y otras muchas cosas.

Judas explica:

Jonathán va a Jerusalén porque Cusa está poniendo en orden su palacio… Quizás Herodes va a Tiberíades…

Y Cusa no quiere que su mujer esté cerca de Herodías.

Mientras Jesús desata los nudos del rollo y lo despliega para leerlo..

Los apóstoles cuchichean mientras Jesús lee con beata sonrisa las palabras de su Madre.

Y luego dice:

–      Escuchad, también hay algo para los galileos.

Mi Madre escribe:

“A Jesús, mi dulce Hijo y Señor, paz y bendición.

Jonathán, siervo de su Señor, me ha traído de parte de Juana, unos obsequiosos regalos;

ella pide a su Salvador, para sí, para su esposo y para toda su casa, la bendición.

Jonathán me dice que él, por orden de Cusa, va a Jerusalén, habiendo recibido la indicación de abrir de nuevo el palacio de Sión.

Yo bendigo a Dios por esto, porque así puedo hacerte llegar mis palabras y mi bendición.

Igualmente, María de Alfeo y Salomé envían a sus hijos besos y bendiciones.  

Y, dado que Jonathán ha sido extremadamente bueno, también hay saludos de la mujer de Pedro para su marido lejano.

Y para Felipe y Natanael, de sus familiares.

Todas vuestras mujeres, queridos hombres que os encontráis lejos, bien con la aguja, bien con el telar y con el trabajo de la huerta,

os envían ropa para estos meses de invierno.

Y dulce miel, aconsejándoos que la toméis con agua bien caliente en las húmedas noches.

Cuidad de vosotros mismos. Esto es lo que las madres y esposas me dicen que os diga, y yo lo transmito; también a mi Hijo.

No por nada nos hemos sacrificado, creedlo.

Disfrutad de los humildes presentes que nosotras, discípulas de los discípulos de Cristo, damos a los siervos del Señor;

dadnos sólo la alegría de saber que estáis sanos.

Ahora, amado Hijo mío, pienso que desde hace casi un año, ya no eres todo mío.

Y me parece haber vuelto al tiempo en que sabía sí, que Tú ya habías venido, porque sentía tu pequeño corazón latir en mi seno;

pero también podía decir que no habías venido todavía, porque estabas separado de mí por una barrera que me impedía acariciar tu amado cuerpo,

y sólo podía adorar tu espíritu.  ¡Oh, mi querido Hijo y adorable Dios!

También ahora sé que vives y que tu corazón late con el mío, jamás separado de mí aunque esté separado;

pero no te puedo acariciar, oír, servir, venerar, Mesías del Señor y de su pobre sierva.

Juana quería que fuese donde ella para que yo no estuviera sola en la fiesta de las Luminarias.

Pero he preferido quedarme aquí con María a encender las lámparas; por mí y por Tí.

Ya que aunque fuera la mayor de las reinas de la Tierra y pudiera encender mil, diez mil lámparas; estaría en la oscuridad, porque Tú no estás aquí.

Mientras que por el contrario, estaba en la perfecta luz en aquella oscura gruta cuando te tuve en mi corazón, Luz mía y Luz del mundo.

Será la primera vez que me diré: “Mi Niño hoy tiene un año más” sin tener a mi Niño. 

Y será más triste que tu primer cumpleaños en Matarea.

Mas Tú llevas a cabo tu misión y yo la mía.

Y ambos hacemos la Voluntad del Padre y trabajamos para la gloria de Dios: esto enjuga toda lágrima.

Querido Hijo, comprendo lo que haces por lo que me dicen.

Como las olas desde mar abierto llevan la voz de alta mar hasta una solitaria y cerrada bahía,

así el eco de tu santo trabajo por la gloria del Señor llega a la tranquila casita nuestra, a oídos de tu Madre.

Siendo para Ella causa de júbilo, mas también de estremecimiento; porque si todos hablan de Tí, no todos lo hacen con igual corazón.

Vienen amigos y personas que han recibido algún bien, a decirme: “¡Bendito sea el Hijo de tu vientre!”

Y vienen enemigos tuyos a herir mi corazón diciendo: “¡Sea anatema!’.

Mas por éstos yo ruego, porque son unos infelices; más que los paganos, que vienen a preguntarme: “¿Dónde está el mago, el divino?”

Y no saben que dicen una gran verdad, dentro de su error.

Porque verdaderamente Tú eres sacerdote y grande, que es el sentido de esa palabra para la antigua lengua y divino eres, mi Jesús.

Y yo te los mando, diciendo: `Está en Betania’. Porque es lo que sé que tengo que decir, hasta que Tú no lo ordenes de otra manera.

Y ruego por estos que vienen a buscar salud para lo que muere, a fin de que encuentren salud para el espíritu eterno.

Y, te lo suplico, no te aflijas por mi dolor: queda compensado por la gran alegría que me producen las palabras de los sanados de alma y de carne.

Pero María sufrió y sufre todavía un dolor más fuerte que el mío. No me hablan sólo a mí.

José de Alfeo quiere que sepas que, durante un reciente viaje suyo de negocios a Jerusalén, lo pararon y lo amenazaron por causa tuya.

Eran hombres del Gran Consejo.

Yo creo que algún grande de aquí les dio la referencia, porque si no ¿Quién podía conocer a José como cabeza de familia y hermano tuyo?

Yo te digo esto por obediencia de mujer. Pero por mí te digo: quisiera estar a tu lado, para confortarte.

De todas formas, actúa Tú, Sabiduría del Padre, sin tener en cuenta mi llanto.

Simón tu hermano, quería casi ir a Tí, después de este hecho.

Y quería ir conmigo, pero la estación en que estamos lo ha retenido.

Y más aún el temor de no encontrarte, porque nos dijeron en tono de amenaza, que Tú donde estás no puedes permanecer.

¡Hijo, Hijo mío, adorado y santo Hijo mío! Estoy con los brazos alzados como Moisés en el monte, para rogar por Tí,

que estás batallando contra los enemigos de Dios y tuyos, mi Jesús al que el mundo no ama.

Aquí ha muerto Lía de Isaac. Lo he sentido mucho porque fue siempre buena amiga mía.

Pero el padecimiento mayor eres Tú, lejano y no amado.

Yo te bendigo Hijo mío. Y así como yo te doy paz y bendición, te ruego dársela Tú a Mamá».

Pedro grita:

–      ¡Llegan hasta esa casa esos desvergonzados! 

Y Tadeo exclama:

–     José… podía haberse guardado para sí lo sucedido.

Pero… ¡Lo ha llenado de satisfacción el poder comunicarlo!

Felipe sentencia:

–     Grito de hiena no asusta a los vivos. 

Judas dice:

–     Lo malo es que no son hienas, son tigres. Buscan presa viva.

 Y volviéndose hacia Simón Zelote,

le solicita: 

 –   Refiere tú lo que hemos sabido.

Simón relata:

–     Sí, Maestro. El temor de Judas está justificado.

Hemos estado donde José de Arimatea y donde Lázaro; allí abiertamente, como amigos tuyos.

Después, yo y Judas – como si yo fuera un amigo suyo de la infancia – hemos estado donde algunos amigos suyos de Sión…

Bueno, pues José y Lázaro te dicen que dejes este lugar enseguida y vayas adonde ellos durante estas fiestas. Cede, Maestro; es por tu bien.

Además, los amigos de Judas dijeron:

«Mira que ya se ha decidido ir a sorprenderlo para inculparlo. Precisamente en estos días de fiestas en que no hay gente.

Que se retire durante un tiempo, para que queden burladas estas víboraes.

La muerte de Doras ha estimulado su veneno y su miedo, porque además de sentir odio tienen miedo.

El miedo les hace ver lo que no existe y el odio les hace incluso mentir».

Judas agrega:

–      ¡Todo, pero es que saben TODO de nosotros!

¡Es odioso! ¡Y todo lo alteran, todo lo exageran! Y, cuando les parece que no hay todavía suficiente para maldecir, se lo inventan. Yo me siento asqueado y abatido.

Me viene el deseo de expatriarme, de marcharme…; no sé… lejos… fuera de este Israel que no es sino pecado… 

Judas de Keriot está totalmente deprimido.

Jesús lo exhorta:

–     ¡Judas, Judas!, una mujer para dar a un hombre al mundo trabaja nueve lunas…

Tú para dar al mundo el conocimiento de Dios, ¿Querrías emplear menos tiempo?

Se necesitarán no nueve lunas, sino milenios de lunas; del mismo modo que la luna nace y muere en cada lunación,

manifestándose a nosotros como acabada de nacer, luego llena, luego menguada…

sucederá así siempre en el mundo, mientras exista: habrá fases crecientes, llenas y decrecientes, de religión.

Pero, aun cuando parezca muerta tendrá vida, como la luna, que está aun cuando parece que haya llegado a su fin.

Y quien haya trabajado en esta religión, recibirá el consiguiente pleno mérito, a pesar de que sólo una exigua minoría de almas fieles quede sobre la Tierra.

¡Venga, venga! Nada de fáciles entusiasmos en los triunfos ni de fáciles depresiones en las derrotas.  

Judas responde:

–      No obstante… deja este lugar.

No somos nosotros fuertes todavía y sentimos que frente al Sanedrín tendríamos miedo; yo al menos… los otros, no lo sé…

Pero, hacer la prueba lo considero una imprudencia. Nosotros no tenemos el corazón de los tres jóvenes de la corte de Nabucodonosor.  

Todos los discípulos concuerdan:

–     Sí, Maestro, es mejor.

–     Es prudente.

–     Judas tiene razón.

–     Mira cómo también tu Madre y tus familiares…

–     Y Lázaro y José.

–     Hagámosles venir en vano.

Jesús extiende los brazos y dice:

–     Hágase como queréis; pero luego se vuelve aquí.

Veréis cuántos vienen. Yo ni fuerzo ni tiento vuestra alma; efectivamente, no la siento preparada…

Bueno… veamos los trabajos que han hecho las mujeres.

Pero mientras todos, con ojos risueños y voces de alegría, extraen de las sacas los paquetes con la ropa, las sandalias o los alimentos de las madres y de las esposas…

Y tratan de interesar a Jesús para que admire tanta gracia de Dios, Él permanece triste y absorto.

Se ha retirado con una lamparita al rincón más alejado de la mesa en que están la ropa, las manzanas, recipientes de metal, pequeños quesos… 

Y lee una y otra vez la carta materna, haciendo con una mano de visera para los ojos, parece meditar, pero en realidad está sufriendo.

 Pedro está rebosante de alegría y lo manifiesta,

diciendo:

–      Mira, Maestro, mi esposa, ¡Pobrecilla!

¡Qué prenda tan linda y qué manto con capucha me ha hecho! Quién sabe lo que le habrá costado hacerlo, porque no es tan experta como tu Madre.

Con los brazos cargados de sus tesoros. 

Jesús responde con cortesía:

–     Bonitos, sí, bonitos. Es una esposa excelente – pero con la vista lejos de lo que le ha mostrado.

Santiago de Zebedeo dice:

–     A nosotros nuestra madre nos ha hecho dos túnicas dobles.

¡Pobre mamá! ¿Te gustan, Jesús? Es un color bonito, ¿No es verdad?

–     Muy bonito, Santiago; te quedarán bien.

Tadeo añade:

–     Mira, estoy seguro de que estos cinturones los ha hecho tu Madre; es Ella la que borda así.

Y este velo doble para cubrir del sol, yo también digo que lo ha hecho María; es igual que el tuyo.

La túnica no; ciertamente ha sido nuestra madre la que la ha confeccionado.

¡Pobre mamá! Después de tanto como ha llorado este verano, ve menos y frecuentemente se le rompe el hilo.

¡Qué buena es! – Judas de Alfeo besa la gruesa túnica de color rojo-marrón.

Bartolomé observa:

–     No estás alegre, Maestro.

Ni siquiera miras lo que te han mandado.

Simón Zelote argumenta:

–     No puede estarlo.

Jesús responde:

–     Estoy pensando…

Pero… Volved a hacer los paquetes. Ponedlo todo en orden. No es este el momento de que nos prendan, y no nos prenderán.

Bien entrada la noche, con el claro de la luna, iremos hacia Doco y luego a Betania.  

Juan:

–     ¿Por qué a Doco?

–     Porque allí hay una mujer que se está muriendo y espera de Mí la curación. 

–     ¿No pasamos por casa del encargado?

–     No, Andrés, por ningún sitio.

Así nadie tendrá necesidad de mentir diciendo que no sabe dónde estamos. Si vuestra preocupación es que no nos persigan.

La mía es no crear complicaciones a Lázaro. 

Judas:

–     Pero Lázaro te espera.

–     Y vamos donde él. O, mejor,…

Simón, ¿Me hospedas en la casa de tu viejo siervo?

Zelote responde:

–     Con mucho gusto, Maestro.

Tú ya sabes todo. Por tanto, puedo decirte en nombre de Lázaro, de mí mismo y de quien vive en ella, que esa casa es tuya.  

Jesús apremia:

–     Vamos. Rápido. Para estar en Betania antes del sábado.

Y mientras todos se dispersan con lámparas, para hacer lo que la improvisa partida requiere, Jesús se queda solo.

Vuelve Andrés, se acerca a su Jesús y dice:

–     ¿Y esa mujer?

Me duele abandonarla ahora que parecía que iba a venir… Es prudente… ya lo has visto…

–     Vete a decirle que dentro de un tiempo volveremos y que mientras tanto recuerde tus palabras…

–     Las tuyas, Señor. Yo he dicho sólo las tuyas.

–     Ve. Date prisa.

Y cuida de que nadie te vea. Verdaderamente en este mundo de malvados, los inocentes deben tomar aspecto de pérfidos… 

Todo termina aquí, con esta gran verdad.