95 LA HIPOCRESÍA FARISAICA
95 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Cuando Jesús, subida la última pendiente, llega al páramo, ve Betania, toda esplendorosa bajo un sol de Diciembre que quita tristeza a los campos desnudos.
Y hace menos oscura la fronda de los cipreses, chaparros y algarrobos que crecen aquí o allá y parecen cortesanos en ademán de saludar a alguna que otra palma altísima verdaderamente regia, que se eleva solitaria en los jardines más bellos.
Y es que Betania no ostenta sólo la bonita casa de Lázaro, sino también otras moradas de ricos habitantes de Jerusalén, que prefieren vivir aquí, cerca de sus bienes.
Ya que sus villas,de voluminosa y bella arquitectura, con jardines bien cuidados, destacan sobre el conjunto de las casitas de los aldeanos.
Produce una extraña sensación ver en un terreno ondulado todavía alguna palma evocadora del Oriente, con su tallo esbelto y el penacho duro y rumoroso de sus hojas, tras cuyo verde jade instintivamente, se busca la inacabable amarillez del desierto.
Aquí sin embargo, el fondo es de olivos verde y plata y de campos arados con trigo y de esqueléticos conjuntos de árboles frutales de troncos oscuros y de ramajes enmarañados.
Y ve también enseguida a un servidor de Lázaro puesto de centinela.
Éste saluda con gran reverencia y pide permiso para llevar a los señores la noticia de su llegada; obtenido el permiso, se marcha presuroso.
Entretanto, del campo y de la misma ciudad, acuden a saludar al Rabí y tras un seto de laurel, que circunda con su verde perfumado una hermosa casa, se asoma una joven mujer que ciertamente, no es israelita.
Su peplo y su estola larga hasta formar una pequeña cola amplia, de suave lana blanquísima a la que da viveza una greca bordada de intensos colores en que destacan brillantes hilos de oro, ceñida a la cintura por un cinturón igual que la franja.
Y su tocado, una redecilla de oro que mantiene un complicado peinado: por delante, del todo hecho de pequeños bucles; luego liso, para terminar en un moño grande sobre la nuca, la delatan que es griega o romana.
Con curiosidad, incitada por los gritos cantarines de las mujeres y los gritos de júbilo de los hombres, luego sonríe despreciativamente al ver que se dirigen hacia un pobre hombre…
Que carece hasta de un burro en que ir montado y que camina rodeado de un grupo de personas como él, que despiertan aún menos interés.
Se encoge de hombros y con un gesto de aburrimiento se aleja, seguida como si fueran perros, de un grupo de aves zancudas variopintas entre las que hay blancas ibis y multicolores flamencos.
No faltan dos zancudas del color del fuego con una coronita trémula sobre la cabeza que parece de plata, único candor de su espléndido plumaje de llama dorada.
Jesús la mira un instante, luego continúa escuchando a un anciano que querría no padecer la debilidad que padece en las piernas.
Jesús le acaricia y le exhorta a tener paciencia; que dentro de poco vendrá la primavera y con el buen sol de abril se sentirá más fuerte.
Entonces llega Maximino, que precede en unos metros a Lázaro.
– Maestro… me ha dicho Simón que… que Tú vas a su casa… Le va a dar pena a Lázaro… pero es comprensible…
– Hablaremos de ello luego. ¡Oh, amigo mío!
Jesús se acerca rápido a Lázaro, el cual parece sentirse violento y lo besa en la mejilla.
Entretanto han llegado a una callejuela que conduce a una casita situada entre otros huertos de árboles frutales y el de Lázaro.
Lázaro pregunta:
– Entonces, ¿Estás decidido a ir donde Simón?
Jesús responde:
– Sí, amigo mío.
Traigo conmigo a todos los discípulos y lo prefiero así…
Lázaro encaja mal esta determinación, pero no replica.
Sólo se vuelve a la pequeña aglomeración de gente que los sigue…
Y dice:
– Marchaos. El Maestro necesita descansar.
Todos, oídas estas palabras hacen una reverencia y se marchan, mientras Jesús se despide de ellos con su dulce:
– «Paz a vosotros. Os avisaré de cuándo voy a predicar».
– Maestro – dice Lázaro ahora que están solos, adelantados respecto a los discípulos, los cuales, algunos metros más atrás, están hablando con Maximino.
… Maestro… Marta está llorando desconsoladamente; por esta razón no ha venido. Luego sí vendrá. Yo lloro sólo en mi corazón.
Pero hay que reconocer que es justo. Si hubiéramos pensado que ella venía…
pero no viene nunca en las fiestas… ¿Es que, acaso, ha venido alguna vez?… Yo digo: precisamente hoy tenía que traerla aquí el demonio.
– ¿El demonio?
Y, ¿Por qué no su ángel por mandato de Dios? De todas formas créeme, aunque ella no estuviera, Yo habría ido a casa de Simón.
– ¿Por qué, mi Señor? ¿No te dio paz mi casa?
– Tanta paz que después de Nazaret, es el lugar que más estimo.
Y ahora, respóndeme: ¿Por qué tu misiva de que dejara Agua Especiosa? Por la asechanza que se avecina, ¿No es así?
Pues entonces Yo vengo a las tierras de Lázaro, pero no pongo a Lázaro en la situación de que lo insulten en su casa.
¿Piensas que te respetarían? Para pisotearme a Mí, pasarían incluso por encima del Arca Santa…
Déjame hacerlo como pienso, por ahora al menos. Más tarde iré. Y además, nada me impide comer en tu casa, como nada impide que tú vengas a donde me alojo Yo.
Deja que se diga: “Está en casa de un discípulo suyo”.
– ¿Y yo no lo soy?
– Tú eres el amigo.
Es más que discípulo para el corazón, es distinto para donde hay malicia. Déjame hacer las cosas como he pensado. Lázaro, esta casa es tuya…
Pero no es tu casa, la bonita y rica casa del hijo de Teófilo. Y para los pedantes, eso cuenta mucho.
– Eso es lo que dices… pero es porque… es por ella… eso es.
Yo estaba ya casi decidido a perdonar… pero si ella es causa de que Tú te apartes, ¡Vive Dios que la odiaré!
– Y me perderás del todo.
Depón este pensamiento enseguida o ahora mismo me pierdes… Aquí viene Marta. Paz a ti, mi dulce hospedera.
– ¡Oh, Señor!
Marta, de rodillas, llora.
Se ha bajado el velo, que lleva sobre el tocado hecho en forma de diadema, para no mostrar mucho su llanto a los extraños; pero a Jesús no piensa ocultárselo.
– ¿Por qué este llanto?
¡Verdaderamente estás desperdiciando estas lágrimas! Hay muchos motivos para llorar y para hacer de las lágrimas un objeto precioso.
Pero, ¡Llorar por este motivo!… ¡Oh! ¡Marta! ¡Parece como si ya no supieras Quién Soy Yo! Del hombre como sabes, no tengo más que lo que se ve; el corazón es divino y palpita como divino.
¡Vamos, levántate y entra en casa!… Y a ella… Dejadla. Aunque viniera a burlarse de mí, dejadla os digo. No es ella.
Es el que la posee quien la hace instrumento de turbamiento. Pero aquí hay Uno que es más fuerte que su amo. Ahora la lucha es entre él y Yo, directamente.
Vosotros orad, perdonad, tened paciencia y creed. Y nada más.
Entran en la casita que es una pequeña casa cuadrada rodeada de un pórtico que la hace más extensa.
Dentro hay cuatro habitaciones divididas por un pasillo en forma de cruz.
Una escalera exterior conduce a la parte alta del pequeño pórtico, que por tanto, aquí es una terraza, que da acceso a una vastísima estancia de las mismas dimensiones que la casa.
En el pasado estaba destinada para las provisiones, ahora está enteramente libre y limpia, absolutamente vacía.
Simón, que está al lado de su anciano criado llamado José , hace los honores de la casa.
Y dice:
– Aquí se podría hablar a la gente o si no, comer… Como Tú quieras.
– Ahora veremos.
Entretanto, ve a decirles a los demás que después de la comida la gente puede venir. No defraudaré a la gente buena de este lugar.
– ¿Dónde digo que vayan?
– Que vengan aquí.
El día está templado. El sitio está resguardado de los vientos. Los árboles frutales, desnudos como están, no sufrirán daño si la gente viene.
Hablaré aquí, desde la terraza. Ve.
Se quedan solos Lázaro y Jesús.
Marta, de nuevo la “buena hospedera” al tener que ocuparse de atender a tantas personas, trabaja abajo con los criados y con los mismos apóstoles, disponiendo lo necesario para las mesas y para el descanso.
Jesús pone un brazo sobre los hombros a Lázaro y lo conduce fuera de la sala, a pasear por la terraza que rodea la casa, bañada con el sol que calienta algo el día.
Y desde arriba, observa el trabajo de los criados y de los discípulos. Le sonríe a Marta, la cual va de aquí para allá y levanta su rostro serio sí, pero ya menos turbado.
Mira también el bonito panorama que rodea al lugar y nombra con Lázaro distintas localidades y personas…
Para terminar preguntando a quemarropa:
– Entonces, la muerte de Doras fue como agitar una vara dentro del nido de serpientes, ¿No?
– Maestro, me ha contado Nicodemo que la sesión del Sanedrín fue de una violencia nunca vista.
– ¿Qué le he hecho al Sanedrín para que se inquiete?
Doras se murió por sí mismo, ante los ojos de todo un pueblo; la ira lo mató. Yo no permití que se actuara irrespetuosamente con el cadáver. Por tanto…
– Tú tienes razón.
Pero ellos… Están locos de miedo. Y.. ¿Sabes que han dicho que hay que pillarte en pecado para poderte matar?
– ¡Entonces, quédate tranquilo!
¡Van a tener que esperar hasta la Hora de Dios!
– ¡Pero, Jesús! ¿Sabes de quién se habla?
¿Sabes de qué son capaces fariseos y escribas? ¿Sabes qué alma tiene Anás? ¿Sabes quién es su segundo? ¿Sabes?…
Pero, ¿Qué estoy diciendo? ¡Tú sabes! Por tanto, es inútil que te diga que se inventarán el pecado para poderte acusar.
– Ya lo han encontrado.
Ya he hecho más de lo que necesitan. He hablado a romanos, he hablado a pecadoras… Sí, a pecadoras, Lázaro.
Una – no me mires tan asustado – … una viene siempre a oírme y ha recibido de tu capataz alojamiento en una cuadra, a petición mía, porque, para estar cerca de Mí, se había establecido en una pocilga…
Lázaro es la estatua del estupor.
Ha quedado inmóvil. Mira a Jesús tan pasmado, como si estuviera ante una persona asombrosa y totalmente extraña.
Jesús lo zarandea un poco, sonriendo.
Y le pregunta:
– ¿Has visto a Satanás?
– No… La Misericordia he visto.
Pero… pero yo sí lo entiendo. Sin embargo ellos, los del Consejo, No. Y dicen que es pecado.
¡Entonces es verdad! Yo creía… Pero ¿Qué has hecho?
– Mi deber, mi derecho y mi deseo:
Tratar de redimir a un espíritu caído. Esto te hará ver por tanto, que tu hermana no será el primer cieno que voy a conocer, ni el primero hacia el que me voy a inclinar; como tampoco será el último.
En el cieno Yo quiero sembrar flores y hacerlas nacer: las flores del bien.
– ¡Oh! ¡Dios! ¡Dios mío!…
Pero… ¡Oh!, Maestro mío, Tú tienes razón. Estás en tu derecho, es tu deber y es tu deseo; pero, las hienas no lo comprenden.
Son carroña tan fétida, que no sienten el olor, no pueden sentir el olor de las azucenas.
Y hasta en donde éstas germinan ellos, esas carroñas poderosas, sienten olor de pecado; no comprenden que proviene de su sentina…
Te lo ruego, no permanezcas largo tiempo en un lugar; muévete, cambia continuamente de sitio para no darles la posibilidad de encontrarte.
Sé como un fuego nocturno que danza sobre los tallos de las flores, veloz, inaprensible, de paso desconcertante. Hazlo; no por cobardía,
sino por amor al mundo, que necesita que Tú vivas para ser santificado. La corrupción aumenta; contraponle la santificación… ¡La corrupción!…
¿Has visto a la nueva habitante de Betania? Es una romana casada con un judío. Él es observante, pero ella es idólatra y al no poder vivir tranquilamente en Jerusalén,
porque debido a sus animales, surgieron disputas con los vecinos, se ha venido aquí. Llena de animales, para nosotros impuros, está su casa. Y… la más impura es ella, porque vive burlándose de nosotros y con licencias que…
Yo no puedo criticar porque… Pero sí digo que, mientras que no se pone pie en mi casa porque está María, que pesa con su pecado sobre toda la familia, a casa de esa mujer sí que van.
Pero es que claro, le ha caído en gracia a Poncio Pilato y vive sin su marido. Él, en Jerusalén; ella, aquí. Así fingen, él y ellos, no profanarse viniendo y no constatar que se profanan.
¡Hipocresía! Viven metidos en la hipocresía hasta el cuello; ¡No tardarán en perecer ahogados en ella!
El sábado es el día en que celebran el festín,..
¡Y entre ellos hay también miembros del Consejo! Un hijo de Anás es el más asiduo.
– La he visto. Sí.
Déjala que haga lo que quiera y a ellos también.
Cuando un médico prepara un fármaco, mezcla los productos… y el agua parece como si se contaminase, porque agita la mezcla y el agua se enturbia.
Pero luego las partes muertas se depositan, el agua recupera su limpidez, a pesar de estar saturada de la sustancia de esos productos saludables. Esto mismo sucede ahora.
Todo se mezcla y Yo trabajo con todos. Luego, las partes muertas se depositarán y serán arrojadas afuera.
Y las otras, vivas, permanecerán activas en el gran mar del pueblo de Jesucristo.
Bajemos. Nos llaman…