96 EL SECRETO DEL REDENTOR

96 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Jesús sube de nuevo a la terraza para hablar a la gente que de Betania y los alrededores, ha venido a escucharle.

–      Paz a vosotros.

Aun cuando Yo callara, los vientos de Dios llevarían hasta vosotros las palabras de mi amor y del odio de otros.

Sé que estáis turbados porque no desconocéis el porqué de que Yo esté entre vosotros. Pues no sea sino agitación de alegría…

Y bendecid al Señor conmigo, que aprovecha el mal para proporcionar un motivo de alegría a sus hijos, conduciendo de nuevo a su Cordero, aguijoneado por el Mal, a donde los otros corderos, para ponerlo al seguro contra los lobos.

Ved qué bueno es el Señor. Al lugar en que me encontraba llegaron como aguas a un mar, un río y un arroyuelo. Un río de amorosa dulzura, un arroyuelo de abrasadora amargura.

El primero era vuestro amor, desde Lázaro y Marta al último del lugar; el arroyuelo era el injusto rencor de quien, no pudiendo ir al Bien que le llama, acusa al Bien de ser Pecado.

Y el río decía: “Vuelve, vuelve con nosotros. Que nuestras olas te circunden, te aíslen, te defiendan, te den todo aquello que el mundo te niega”.

El arroyuelo malvado lanzaba amenazas y quería matar con su veneno. Mas, ¿Qué es un arroyuelo comparado con un río? ¿Qué, comparado con un mar? NADA.

Como a nada ha quedado reducido el veneno del arroyuelo, porque el río de vuestro amor lo ha sobrepujado en tal modo, que al mar de mi amor no ha llegado sino la dulzura de vuestro amor.

Podríamos decir más aún: ha producido un bien. Me ha traído de nuevo con vosotros. Bendigamos por ello al Señor Altísimo.

La voz de Jesús se expande poderosa, por el aire ttanquilo y silencioso.

Jesús, lleno de hermosura bajo el sol, desde lo alto de la terraza, gesticula y sonríe sereno.

Abajo, la gente lo escucha encantada: son como un jardín de rostros alzados sonriendo a la armonía de su Voz.

Lázaro está cerca de Jesús, como también Simón y Juan. Los demás están diseminados entre la multitud.

Sube también Marta y se sienta en el suelo a los pies de Jesús, mirando hacia su casa, que se ve más allá de los árboles frutales.

La voz de Jesús se expande:

“El mundo es de los malos. El Paraíso es de los buenos. Ésta es la verdad y la promesa; apóyese sobre ella nuestro firme vigor.

El mundo pasa. El Paraíso no pasa. Si, siendo bueno, uno se lo gana, eternamente lo gozará. ¿Por qué pues, debe turbarnos lo que hacen los malos?

¿Os acordáis de las quejas de Job?: son las eternas quejas de los buenos que se sienten oprimidos; porque la carne gime, más no debería hacerlo,

sino que, cuanto más pisoteada fuera, más se deberían levantar las alas del alma regocijándose con el júbilo del Señor.

¿Qué pensáis: que se sienten felices los que parecen estarlo debido a que en ocasiones lícitamente; en otras las más, ilícitamente tienen llenos los graneros, colmados los tinos, rebosantes de aceite sus odres?

No. Sienten el sabor de la sangre y de las lágrimas de los demás en todo lo que toman como alimento. Y el lecho les parece como erizado de espinas por lo desgarrador de sus remordimientos cuando en él yacen.

Depredan a los pobres, desvalijan a los huérfanos, le roban al prójimo para atesorar, tiranizan a quien es menos que ellos en poder y en perversidad.

No importa. Dejadlos. Su reino es de este mundo.

Después de su muerte, ¿Qué quedará? NADA. 

A menos que se quiera llamar tesoro al cúmulo de culpas que se llevan consigo y con el que ante Dios se presentan.

Dejadlos. Son los hijos de las Tinieblas, los que se rebelan contra la Luz; no pueden seguir los luminosos senderos de ésta.

Cuando Dios hace brillar la estrella de la mañana, ellos la llaman sombra de muerte y como tal, la consideran contaminada y prefieren caminar a la luz del destello sucio de su oro y de su odio,

que resplandece solamente porque las cosas infernales tienen brillo de fósforo, el brillo de los eternos lagos de perdición…

Lázaro exclama espantado:

–      ¡Mi hermana, Jesús… Oh!

Lázaro descubre a María, que se desliza tras un seto de la arboleda del huerto de Lázaro, para llegar lo más cerca posible. Va agachada, pero su cabeza rubia brilla como oro contra el boj oscuro.

Marta hace ademán de levantarse, pero Jesús le pone una mano sobre la cabeza y aprieta, de forma que debe quedarse donde está.

Jesús aumenta la potencia  de su Voz.

–     ¿Qué decir de estos infelices?

Dios les ha dado tiempo de hacer penitencia y ellos no hacen otra cosa sino abusar de él para pecar.

Pero no los pierde de vista Dios, aunque parezca que lo haga.

Llega el momento en que o bien porque, cual rayo capaz de penetrar incluso en la roca, el amor de Dios hiende y desgarra su duro corazón…

O bien, porque la suma de los delitos hace llegar el nivel de su cieno hasta introducirse en su boca y en su nariz.

Y experimentan, sí, ¡Al fin experimentan la repugnancia de ese sabor y de esa fetidez que a los demás da asco y que colma su corazón!

Llega el momento en que ello les produce náusea y surge un movimiento de aspiración al bien.

El alma entonces grita:

¿De quién recibiré el don de volver a ser como un tiempo fui, cuando vivía en amistad con Dios, cuando su luz resplandecía en mi corazón y bajo su rayo yo caminaba.

Cuando al ver mí justicia, guardaba silencio admirado el mundo, y quien me veía me llamaba bienaventurado?

El mundo bebía mi sonrisa, mis palabras eran acogidas como palabras de ángel, saltaba de orgullo el corazón en el pecho de mis familiares. Y ahora, ¿Qué soy?

Motivo de burla para los jóvenes, de horror para los ancianos, yo soy el tema de sus chácharas, el esputo de su desprecio me surca el rostro”.

Sí, así habla en ciertas horas el alma de los pecadores, de los verdaderos Job, porque no hay miseria mayor que ésta, la de quien ha perdido para siempre la amistad de Dios y su Reino.

Deben infundir piedad, sólo piedad.

Son pobres almas que han perdido, por ociosidad o por ligereza, al eterno Esposo. “Por la noche, en mi lecho, busqué el amor de mi alma y no lo encontré.”

Así es. En las Tinieblas no se puede distinguir al esposo. Y el alma, aguijoneada por el amor, irreflexiva por hallarse envuelta en la noche espiritual, busca y quiere encontrar un refrigerio para su tormento.

Cree encontrarlo con cualquier amor. NO. Uno sólo es el amor del alma: Dios. Van buscando amor estas almas a las que el amor de Dios aguijonea.

Bastaría con que admitieran la luz en ellas para que el amor fuera su consorte. Van como enfermas, buscando a tientas amor…

Y encuentran todos los amores, todas las cosas sucias que el hombre ha bautizado así, mas no encuentran el amor, porque el amor es Dios y no el oro, el sentido, el poder.

¡Pobres, pobres almas! Si, menos ociosas, se hubieran puesto en pie al oír la invitación del Esposo eterno, al oír a Dios que dice: “Sígueme”, a Dios que dice: “Ábreme”

No habrían llegado tarde a abrir la puerta, con el ímpetu de su amor despertado, cuando desilusionado, el Esposo ya estaba lejos y había desaparecido…

Y no habrían profanado ese ímpetu santo de una necesidad de amor en un lodo tan inútil y con tantos diminutos tríbulos diseminados en él, que hasta al animal inmundo le da asco.

Tríbulos que no eran flores, sino sólo pinchos, pinchos que laceran, no coronan.

Y no habrían conocido los vituperios de todos aquellos que, cual guardias de ronda, como Dios, pero por motivos opuestos, no pierden de vista al pecador y lo acechan para burlarse de él y criticarlo.

¡Pobres almas maltratadas, expoliadas, heridas por todos! Sólo Dios permanece al margen de esta lapidación de cruel escarnio.

Es más, vierte sus lágrimas para cura de las heridas y para cubrir con diamantino vestido a su criatura. Siempre su criatura… Sólo Dios… y los hijos de Dios con el Padre.

Bendigamos al Señor. Él ha querido que por los pecadores, Yo debiera volver aquí para deciros:

“Perdonad. Siempre perdonad. Haced de todo mal un bien. Haced de toda ofensa una gracia”. No os digo sólo “haced”; os digo: repetid mi gesto.

Yo amo y bendigo a los enemigos, porque por ellos he podido volver a vosotros, amigos míos.

La paz sea con todos vosotros.

La gente agita velos y ramajes en dirección a Jesús y luego lentamente, se va alejando.

Lázaro dice:

–     ¿Habrán visto a esa desvergonzada?

Jesús ressponde:

–     No, Lázaro.

Estaba detrás del seto bien escondida. Nosotros podíamos verla porque estábamos aquí arriba. Los demás, no.

–     Nos había prometido que…

–     ¿Y por qué no debía venir?

¿No es ella, acaso también una hija de Abraham? Quiero de vosotros, hermanos y de vosotros discípulos, el juramento de no hacerle observaciones de ningún tipo.

Dejadla. ¿Que se burla de Mí? Dejadla. ¿Qué llora? Dejadla. ¿Que quiere quedarse? Dejadla. ¿Que quiere alejarse? Dejadla.

Es el secreto del Redentor y de los redentores: tener paciencia, bondad, constancia y oración. Nada más.

Todo gesto sobra ante ciertas enfermedades…

Adiós, amigos. Yo me quedo orando. Vosotros marchad a las respectivas tareas. Y que Dios os acompañe.

Y todo termina.

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