98 EL ALBA DEL MESÍAS

98 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

En el palacio de Betania, todo ha sido preparado para celebrar la Fiesta de las Encenias y hay luces por todos lados.

Todo está iluminado de una manera muy especial y hasta en los senderos del jardín, se han encendido pequeñas lámparas de aceite. 

En la sala blanca, donde están todos reunidos, Jesús está celebrando su cumpleaños hablandoles a todos del Misterio de su Encarnación:

Habiéndose cumplido el tiempo de la Gracia, Dios se preparó su Virgen.

Os será fácil comprender cómo Dios no podía residir donde Satanás había puesto un incancelable signo.

Por tanto, la Potencia actuó para hacer su futuro tabernáculo sin mancha y de dos justos, en la ancianidad.

Y contra las reglas comunes de la procreación, fue concebida aquella en la que no existe mancha alguna.

¿Quién depositó esa alma en la carne embrional que con su presencia daba nueva lozanía al anciano seno de Ana de Aarón, la abuela mía?

Tú, Leví, viste al Arcángel de todos los anuncios. Puedes decir: es ése. Porque la “Fuerza de Dios” (“Fuerza de Dios” es el significado etimológico de “Gabriel”,

el nombre del arcángel de los anuncios) fue siempre el Victorioso que llevó el tañido de alegría a los santos y a los profetas.

El Indomable, contra el que la fuerza, también grande, de Satanás se quebró cual sutil tallo de musgo seco; el Inteligente que desvió con su buena y lúcida inteligencia

las insidias del otro inteligente, si bien malvado, poniendo en acto con prontitud el Mandato de Dios.

Con un grito de júbilo, él, el Anunciador, que ya conocía los caminos de la Tierra por haber descendido a hablarles a los Profetas, recogió del Fuego divino esa chispa inmaculada que era el alma de la eterna Doncella.

Y custodiada dentro de un círculo de llamas angélicas, las de su espiritual amor, la condujo a la Tierra, a una casa, a un seno.

El mundo, desde ese momento, tuvo consigo a la Adoradora. Y Dios, desde ese momento, pudo mirar a un punto de la Tierra sin experimentar disgusto.

Y nació una criaturita: la Amada de Dios y de los ángeles, la Consagrada a Dios, la santamente Amada de sus familiares.

“Y Abel dio a Dios las primicias de su rebaño.” ¡Oh…, realmente los abuelos del eterno Abel supieron ofrecer a Dios la primicia de lo que constituía su bien,

todo su bien, muriendo por haber dado este bien a quien se lo había dado a ellos!

Mi Madre fue la Jovencita del Templo desde los tres a los quince años y aceleró la venida del Cristo con la fuerza de su amar.

Virgen antes de su concepción, virgen en la oscuridad de un seno, virgen en sus vagidos, virgen en sus primeros pasos, la Virgen fue de Dios, de Dios sólo.

Y proclamó su derecho, superior al decreto de la Ley de Israel, obteniendo del esposo que le había sido dado por Dios el permanecer intacta después del desposorio.

José de Nazaret era un justo. Sólo él podía ser destinatario de la Azucena de Dios, y sólo él la recibió.

Ángel en el alma y en la carne, él amó como aman los ángeles de Dios.

La profundidad abismal de este fuerte amor, que supo dar toda la ternura conyugal sin sobrepasar la barrera de celeste fuego tras la que estaba el Arca del Señor, será comprendida en la Tierra sólo por pocos.

Es el testimonio de lo que puede un justo, con el simple hecho de que quiera; lo que puede, porque el alma, aun estando herida por la mancha de origen, posee poderosas fuerzas de elevación.

Y recuerdos y retornos a su dignidad de hija de Dios, y divinamente obra por amor al Padre.

Aún estaba María en su casa, en espera de unirse a su esposo, cuando Gabriel, el ángel de los divinos anuncios, volvió a la Tierra y pidió a la Virgen ser Madre.

Ya había prometido al sacerdote Zacarías el Precursor, y no había sido creído.

Pero la Virgen creyó que ello podía acaecer por voluntad de Dios y sublime en su desconocimiento, sólo preguntó: “¿Cómo puede acontecer esto?”.

Y el ángel le respondió:

“Tú eres la Llena de Gracia, María. No temas, por tanto, porque has hallado gracia ante el Señor también en cuanto a tu virginidad.

Concebirás y darás a luz un Hijo al que pondrás por nombre Jesús, porque es el Salvador prometido a Jacob y a todos los Patriarcas y Profetas de Israel.

Será grande e Hijo verdadero del Altísimo, porque será concebido por obra del Espíritu Santo.

El Padre le dará el trono de David, como ha sido predicho, reinará en la casa de Jacob hasta el fin de los siglos, mas su verdadero Reino no tendrá nunca fin.

Ahora el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo esperan tu obediencia para cumplir la promesa. El Precursor del Cristo ya está en el seno de Isabel, tu prima.

Y si das tu consentimiento, el Espíritu Santo descenderá sobre ti, y será santo Aquel que nacerá de ti y llevará su verdadero nombre de Hijo de Dios”.

HE AQUÍ LA ESCLAVA DEL SEÑOR

Entonces María respondió: “He aquí la Esclava del Señor. Hágase de mí según su palabra”.

Y el Espíritu Santo descendió sobre su Esposa y en el primer abrazo le impartió sus luces,

que sobreperfeccionaron las virtudes de silencio, humildad prudencia y caridad que Ella poseía en plenitud.

Y Ella resultó un todo con la Sabiduría e inseparable de la Caridad.

La Obediente y Casta se perdió así en el océano de la Obediencia que Yo soy, y conoció el gozo de ser Madre sin conocer la turbación de ser siquiera tocada.

Fue la nieve que se concentra en flor y se ofrece a Dios así…

Pedro pregunta lleno de estupor:

–     ¡Y el marido?

–     El sigilo de Dios cerró los labios de María.

Y José no tuvo noticia del prodigio sino cuando, de vuelta de la casa de Zacarías su pariente, María apareció como madre ante los ojos de su esposo.

–      ¿Y qué hizo él?

–      Sufrió… y María también…

–      Si hubiera sido yo…

–      José era un santo, Simón de Jonás.

Dios sabe dónde poner sus dones… Sufrió acerbamente y decidió abandonarla, cargándose sobre sí el ser tachado de injusto.

Pero el ángel bajó a decirle:

“No temas tomar contigo a María, tu esposa; porque lo que en Ella se está formando es el Hijo de Dios.

Es Madre por obra de Dios. Cuando nazca el Hijo, le pondrás por nombre Jesús, porque es el Salvador”

Bartolomé pregunta:

–      ¿Era docto José?

–       Como conviene a un descendiente de David.

–       Entonces habrá recibido una inmediata luz recordando al Profeta: “He aquí que una virgen concebirá…”

–      Sí. La recibió. A la prueba sucedió el gozo…

Pedro repite:

– Si hubiera sido yo no hubiera sucedido, porque antes yo habría… ¡Oh, Señor, qué bien que no fuera yo!

La habría quebrantado como a un tallo delgado sin dejarle tiempo ni de hablar.

Pero después, caso de que no me hubiera convertido en un asesino, habría tenido miedo de Ella… El miedo secular, al Tabernáculo, de todo Israel…

–      También Moisés tuvo miedo de Dios y no obstante, fue socorrido y estuvo con Él en el monte…

José se dirigió pues, a la casa santa de la Esposa, para cubrir las necesidades de la Virgen y del Niño que había de nacer.

Y habiendo llegado, para todos, el tiempo del edicto, fue con María a la tierra de los padres.

Pero Belén los rechazó porque el corazón de los hombres está cerrado a la caridad.

Jesús se vuelve hacia los pastores y les dice:

–     Ahora hablad vosotros. 

Elías agrega:

–     Yo, cayendo ya la tarde, me encontré con una mujer joven y sonriente montada en un borriquillo.

Un hombre venía con ella. Me pidió leche y algunas informaciones. Yo dije lo que sabía… Luego vino la noche… y una gran luz…

Y salimos… y Leví vio a un ángel que estaba cerca del aprisco.

El ángel dijo: “Ha nacido el Salvador”.

Ya era completamente de noche y el cielo estaba lleno de estrellas, aunque la luz quedaba absorbida por la de aquel ángel

y la de otros miles de ángeles… (Elías llora aún al recordarlo).

Y nos dijo el ángel: “Id a adorarlo. Está en un establo, en un pesebre, entre dos animales… Encontraréis a un Pequeñuelo envuelto en unos pobres pañales…”.

¡Oh…, qué fulgor el del ángel al decir estas palabras!…

¿Te acuerdas. Leví, cómo despedían llamas sus alas cuando, después de inclinarse para nombrar al Salvador, dijo: “… que es el Cristo Señor”?

–      ¡Claro que me acuerdo!

¿Y las voces de esos millares de ángeles: “¡Gloria a Dios en los Cielos altísimos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”!?

Aquella música está aquí, está aquí, y me transporta al Cielo cada vez que la oigo.

y Leví levanta el rostro, un rostro extático en que luce el llanto.

Isaac añade:

–       Y fuimos, cargados como bestias, alegres como para una boda, y, luego…, cuando oímos tu tenue voz y la de Madre, ya no supimos hacer nada.

Y empujamos a Leví, que era un niño, para que mirase.

Nosotros nos sentíamos como unos leprosos junto a tanto candor…

Y Leví escuchaba y reía llorando y repetía las palabras, con una voz tal de cordero, que la oveja de Elías baló.

José vino al portillo y nos invitó a pasar… ¡Qué pequeño y lindo eras! Un capullo de rosa encarnada sobre el rudo heno… Y llorabas…

Luego te reíste por el calorcito de la piel de oveja que te ofrecimos y por la leche que ordeñamos para ti… Tu primera comida… ¡Oh!… y luego…

y luego te besamos… Dejaste en nosotros un sabor a almendra y a jazmín… y nosotros ya no podíamos separarnos de Ti… 

Jesús confirma:

–       Efectivamente, desde entonces no me habéis dejado.

Jonathán dice:

–       Es verdad.

Tu rostro quedó grabado en nosotros y lo mismo tu voz y tu sonrisa… Crecías… eras cada vez más hermoso…

El mundo de los buenos venía a deleitarse en Tí… y el de los malvados no te veía… Ana… tus primeros pasos… los tres Sabios… la Estrella…

–       ¡Qué luz aquella noche!

El mundo parecía arder con mil luces. Sin embargo, la noche de tu venida la luz estaba fija y era como de perla…

Ahora era la danza de los astros; entonces, la adoración de los astros.

Nosotros, desde un alto, vimos pasar la caravana y la seguimos para ver si se detenía…

Al día siguiente, toda Belén vio la adoración de los Sabios.

Y luego… ¡Oh…, no hablemos de aquel horror, no hablemos de él!…- Elías palidece al recordarlo.

–       Sí, no hables de ello. Guárdese silencio sobre el odio…

–       El mayor dolor era el hecho de no tenerte ya y el no tener noticias tuyas.

Ni siquiera Zacarías sabía nada; él, que era nuestra última esperanza… Luego… luego ya nada más.

–       ¿Por qué, Señor, no confortaste a tus siervos?

–     ¿Preguntas el porqué, Felipe?

Porque era prudente hacerlo. Mira cómo Zacarías, cuya formación espiritual se completó después de ese momento, tampoco quiso descorrer el velo. Zacarías…

–      Tú nos dijiste que Zacarías fue quien se ocupó de los pastores.

Siendo así, ¿por qué él no dijo, primero a ellos y luego a Ti, que los unos estaban buscando al Otro?

–       Zacarías era un justo enteramente hombre.

Se hizo menos hombre y más justo durante los nueve meses de mutismo.

Luego, durante los meses que siguieron al nacimiento de Juan, se perfeccionó.

Pero fue en el momento en que sobre su soberbia de hombre cayó el mentís de Dios, cuando se hizo espíritu justo.

Había dicho: “Yo, sacerdote de Dios, digo que en Belén debe vivir el Salvador”.

Dios le había mostrado cómo el juicio, aunque sea sacerdotal, si no está iluminado por Dios, es un pobre juicio.

Horrorizado por el pensamiento de que por su palabra hubiera podido provocar que mataran a Jesús, vino a ser el justo, el justo que ahora descansa en espera del Paraíso.

Y la justicia le enseñó prudencia y caridad. Caridad hacia los pastores, prudencia respecto al mundo que debía permanecer en la ignorancia acerca del Cristo.

Cuando, regresando a la patria, nos dirigimos a Nazaret, por la misma prudencia que ya guiaba a Zacarías, evitamos Hebrón y Belén.

Y costeando el mar, volvimos a Galilea.

Ni siquiera el día de mi mayoría de edad fue posible ver a Zacarías, que había partido el día antes con su niño para la misma ceremonia.

Dios velaba, Dios probaba, Dios proveía, Dios perfeccionaba.

Tener a Dios significa también esfuerzo, no sólo contento. Y así mi padre de amor y mi Madre de alma y de carne, tuvieron que esforzarse también.

Se puso veto incluso a lo lícito, para que el misterio envolviese con su sombra al Mesías niño.

Y que esto les sirva de explicación a muchos que no comprenden la dúplice razón de la congoja cuando no me encontraban durante tres días.

Amor de madre, amor de padre hacia el niño perdido; temblor de custodios por el Mesías que podía quedar de manifiesto antes de tiempo;

terror a haber tutelado mal la Salud del mundo y el gran don de Dios.

Éste fue el motivo de aquella insólita exclamación: “¡Hijo, ¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo, angustiados, te estábamos buscando!”

“Tu padre”, “tu madre”… El velo echado sobre el resplandor del divino Encarnado.

Y la tranquilizante respuesta:

¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que Yo debo ser activo en las cosas del Padre mío?”.

Y la Llena de Gracia recogió y comprendió tal respuesta en su justo valor, o sea:

“No tengáis miedo. Soy pequeño. un niño; mas, si bien crezco, según la humanidad, en estatura, sabiduría y gracia ante los ojos de los hombres,

Yo soy el Perfecto en cuanto que soy el Hijo del Padre y por tanto, sé conducirme con perfección, sirviendo al Padre haciendo resplandecer su luz, sirviendo a Dios conservándole el Salvador”.

Y así hice hasta hace un año.

Ahora el tiempo ha llegado. Se descorren los velos, y el Hijo de José se muestra en su Naturaleza:

el Mesías de la Buena Nueva, el Salvador, el Redentor y el Rey del siglo futuro. 

Juan pregunta:

–      ¿Y no volviste a ver nunca a Juan?

–      Sólo en el Jordán, Juan mío, cuando solicité el Bautismo.

–      De modo que ¿Tú no sabías que Zacarías les había beneficiado a éstos?

–      Ya te he dicho que después del baño de sangre, de sangre inocente, los justos se hicieron santos, los hombres se hicieron justos.

Sólo los demonios permanecieron como eran. Zacarías aprendió a santificarse con la humildad, la caridad, la prudencia, el silencio.

Pedro dice:

–      Deseo recordar todo esto. Pero, ¿Podré hacerlo? 

Mateo dice:

–     Tranquilo, Simón. Mañana les pido a los pastores que me lo repitan, con sosiego, en el huerto, una, dos, tres veces, si hace falta.

Tengo buena memoria, ejercitada en mi banco de trabajo y me acordaré por todos. Cuando quieras, te podré repetir todo.

Tampoco tenía notas en Cafarnaúm y sin embargo…

–     ¡No te equivocabas ni en un didracma!… ¡Sí que me acuerdo… bien! Te perdono el pasado, de corazón realmente, si te acuerdas de esta narración… y si me la cuentas a menudo.

Quiero que me entre en el corazón de la misma forma que está en éstos… como lo tuvo Jonás… ¡Morir diciendo su Nombre!…

Jesús le mira a Pedro y sonríe.

Luego se levanta y le besa en la entrecana cabeza.

–      ¿A qué se debe este beso tuyo, Maestro?

–      A que has sido profeta: tú morirás diciendo mi Nombre; he besado al Espíritu, que hablaba en ti.

Luego Jesús entona fuerte, un salmo.

Y todos, en pie, le secundan:

–      “Levantáos y bendecid al Señor vuestro Dios, de eternidad en eternidad. Bendito sea su Nombre sublime y glorioso, con toda alabanza y bendición. Tú sólo eres el Señor.

Tú has hecho el cielo y el cielo de los cielos y todo su ejército, la Tierra y todo lo que contiene”, etc. (es el himno que cantan los levitas en la fiesta de la consagración del pueblo, cap. IX del libro II de Esdras)

A continuación, Jesús entona un Salmo y todos de pie le contestan, prosiguiendo con el Rito de la Fiesta de las Encenias.

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