17 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO
Dice María:
Su presunción la pierde. La presunción es ya levadura de soberbia.
En el árbol encuentra al Seductor, el cual, a su inexperiencia, a su tan hermosa y virgen inexperiencia, a esa inexperiencia que no supo tutelar, le canta la canción de la mentira:
“¿Tú crees que aquí hay mal? No. Dios te lo ha dicho porque quiere teneros bajo la esclavitud de su poder. ¿Creéis que sois reyes? No tenéis ni siquiera la libertad de las fieras.
Ellas tienen concedido el amarse con amor verdadero, vosotros no. A las fieras se les ha concedido el ser creadoras como Dios.
Ellas engendrarán hijos y verán a su gusto crecer la familia, vosotros no. A vosotros os ha sido negado este contento.
¿En razón de qué, pues, que seáis hombre y mujer, para tener que vivir de ese modo?
Sed dioses. ¿No sabéis qué alegría supone el ser dos en una sola carne creadora de una tercera, de muchas otras terceras!
No creáis en las promesas de Dios acerca del gozo de una descendencia viendo a vuestros hijos crearse nuevas familias, dejando por ellas padre y madre. Os ha dado un simulacro de vida.
La verdadera vida está en conocer las leyes de la vida. Entonces seréis como dioses y podréis decirle a Dios: ‘Somos tus iguales'”.
Y la seducción continuó, porque no hubo voluntad de interrumpirla, sino, más bien, de continuarla, y de conocer aquello que no le pertenecía al hombre.
He aquí pues que el árbol prohibido vino a ser, para la raza, realmente mortal, porque de sus ramos pendía el fruto del amargo saber que venía de Satanás;
y la mujer vino a ser hembra, y, con la levadura del conocimiento satánico en el corazón, fue a Adán a corromperlo.
Humillada así la carne, corrompida la parte moral, degradado el espíritu, conocieron el dolor y la muerte: del espíritu privado de la Gracia; de la carne privada de la inmortalidad.
Y la herida de Eva engendró el sufrimiento, que no se calmará hasta la extinción de la última pareja de la tierra.
Yo recorrí en sentido inverso el camino de los dos pecadores.
Obedecí. Obedecí en todos los modos.
Dios me había pedido ser virgen. Obedecí. Habiendo amado la virginidad, que me hacía pura como la primera de las mujeres antes de conocer a Satanás,
Dios me pidió ser esposa. Obedecí, llevando al matrimonio a la pureza que tuvo, a ese grado de pureza que Dios tenía en su pensamiento cuando creó a los dos Primeros.
Convencida de mi destino de soledad en el matrimonio y de desprecio del prójimo por mi esterilidad santa, ahora Dios me pedía ser Madre. Obedecí.
Creí que ello era posible y que esa palabra venía de Dios, porque la paz iba entrando en mí al oírla. No pensé: “Lo he merecido”.
No me dije a mí misma: “Ahora el mundo me admirará, porque soy semejante a Dios dando ser a la carne de Dios”. No. Me anonadé en la humildad.
La alegría brotó de mi corazón como un tallo de rosa florecida.
Pero enseguida se adornó de punzantes espinas y quedó abrazada por la maraña del dolor, como esas ramas envueltas en campanillas de enredadera.
El dolor del dolor de mi esposo: ésta era la angustia dentro de mi gozo.
El dolor del dolor de mi Hijo: éstas eran las espinas de mi gozo.
Eva quiso el disfrute, el triunfo, la libertad: yo acepté el dolor, el anonadamiento, la esclavitud.
Renuncié a mi vida tranquila, a la estima de mi esposo, a la propia libertad. No me quedé con nada.
Me hice la Esclava de Dios en la carne, en la parte moral, en el espíritu, confíándome a Él, no sólo respecto a la concepción virginal, sino también a la defensa de mi honor,
a la consolación de mi esposo, al medio con que conducirlo a él también a la sublimación del matrimonio, de manera que los dos fuéramos quienes devolvieran al hombre y a la mujer la dignidad perdida.
Abracé la voluntad del Señor por mí, por mi esposo, por mi Hijo.
Dije “sí” por los tres, segura como estaba de que Dios no faltaría a su promesa de socorrerme en mi dolor de esposa que se ve juzgada culpable,
en mi dolor de madre que ve que engendra para entregar a su Hijo al dolor.
“Sí” dije. Sí, y basta. Ese “sí” ha anulado el “no” que Eva opuso al mandato divino.
“Sí, Señor, como Tú quieras. Conoceré lo que Tú quieras. Viviré como Tú quieras. Estaré gozosa si Tú lo quieres. Sufriré por lo que Tú quieras.
Sí, siempre sí, mi Señor, desde el momento en que tu rayo me hizo Madre hasta el momento en que me llamaste a ti.
Sí, siempre sí. Todas las voces de la carne, todas las pasiones de lo moral, bajo el peso de este sí mío perpetuo.
Y encima, como encima de un pedestal de diamante, mi espíritu, al cual le faltan las alas para volar a ti, pero es señor de todo el yo, domado y siervo tuyo, siervo en la alegría, siervo en el dolor.
¡Sonríe, oh Dios! ¡Alégrate! La culpa ha sido vencida, cancelada, destruida; yace bajo mi talón, ha sido lavada en mi llanto, destruida por mi obediencia.
De mi seno nacerá el Árbol nuevo que dará el Fruto que conocerá todo el Mal por haberlo padecido en sí y dará todo el Bien.
A éste sí podrán acercarse los hombres, y yo me sentiré feliz de que cojan de él, aunque no piensen que de mí nace.
Con tal de que el hombre se salve y Dios sea amado, hágase de su esclava lo mismo que de la base de terreno en que un árbol crece: escalón para subir”.
María, hay que saber ser siempre escalón para que los demás suban a Dios. Si nos pisan, no importa, con tal de que logren ir a la Cruz.
Es el nuevo árbol que posee el fruto del conocimiento del Bien y del Mal, porque le dice al hombre lo que está mal y lo que está bien, para que sepa elegir y vivir;
y sabe, al mismo tiempo, hacer de sí elixir para curar a los que se han intoxicado con el mal que quisieron gustar.
Nuestro corazón bajo los pies de los hombres, con tal de que el número de los redimidos crezca y que la Sangre de mi Jesús no sea derramada sin fruto.
Este es el destino de las esclavas de Dios.
Mas luego mereceremos recibir en nuestro seno la Hostia santa, y, a los pies de la Cruz, embebida en su Sangre y en nuestro llanto, decir:
“He aquí, oh Padre, la Hostia inmaculada que te ofrecemos para salud del mundo. Míranos, oh Padre, fundidas con Ella, y por sus méritos infinitos danos tu bendición”.
Y yo te doy una caricia. Descansa, hija (María Valtorta). El Señor está contigo.
Dice Jesús:
– Las palabras de mi Madre deberían disolver cualquier vacilación de pensamiento, incluso en los más atrapados por las fórmulas.
Había dicho: “metafórico árbol”; ahora diré: “simbólico árbol”. Quizás así entenderéis mejor.
Su símbolo es claro: de cómo los dos hijos de Dios actuasen respecto a él, se comprendería la medida de su tendencia al Bien y al Mal.
Cual agua regia que prueba el oro, cual balanza del orfebre que pesa los quilates del oro, ese árbol; que vino a ser una “misión” a causa del mandato divino respecto a él, dio la medida de la pureza del metal de Adán y de Eva.
Llega ya a mis oídos vuestra objeción: “¿No fue excesiva la condena y pueril el medio que condujo a ella?”.
No lo fue. Una desobediencia actualmente en vosotros, que sois sus herederos, es menos grave de lo que lo fue en ellos.
Vosotros estáis redimidos por Mí, pero el veneno de Satanás, como ciertos morbos que no desaparecen nunca totalmente de la sangre, está siempre pronto para reactivarse.
Ellos, los dos progenitores, eran posesores de la Gracia sin haber tenido nunca el más mínimo contacto con la Desgracia.
Por tanto, eran más fuertes, estaban más respaldados por esa Gracia que generaba inocencia y amor.
Infinito era el don que Dios les había dado; mucho más grave, por tanto, su caída poseyendo ese don.
También el fruto ofrecido, y comido, era simbólico.

Al igual que Satanás tuvo que ser expulsado del Cielo, Adan y Eva tuvieron que ser expulsados del Edén; porque Dios ya NO PODÍA CONFIAR en sus hijos…
Era el fruto de una experiencia voluntariamente llevada a cabo por instigación satánica contra el imperativo de Dios.
Yo no les había prohibido a los hombres el amor.
Quería únicamente que se amaran sin malicia; de la misma forma que Yo los amaba con mi santidad, ellos habrían de amarse en santidad de afectos, de afectos limpios de toda libídine.
No se debe olvidar que la Gracia es foco de luz, y, que quien la posee conoce aquello que es útil y bueno conocer.
La Llena de Gracia conoció todo, porque la Sabiduría la instruía (la Sabiduría, que es Gracia), y supo guiarse a sí misma santamente.
Eva conocía, por tanto, aquello que le era bueno conocer; no más de eso. Porque es inútil conocer lo que no es bueno.
No tuvo fe en las palabras de Dios y no fue fiel a su promesa de obediencia.
Prestó fe a Satanás, infringió la promesa, quiso conocer lo no bueno, lo amó sin remordimiento, transformó en cosa corrompida, envilecida, ese amor que Yo había otorgado tan santo.
Ángel caído, se revolcó en barro y paja, mientras que podía haber corrido dichosa entre las flores del Paraíso Terrenal y ver florecer a su alrededor la prole, de la misma forma que un árbol se cubre de flores sin combar su copa y meterla en el pantano.
No seáis como esos niños estúpidos de que hablo en el Evangelio, los cuales oían cantar y se tapaban los oídos, oían tocar y no bailaban, oían llorar y querían reír.
No seáis mezquinos ni negadores. Aceptad la Luz, aceptadla sin malicia, sin testarudez, sin ironía o incredulidad. Y ya basta sobre esto.
Para que entendáis cuánto debéis sentiros agradecidos a Aquel qué murió para levantaros y orientaros de nuevo al Cielo y para vencer la concupiscencia de Satanás,
he querido hablaros, en este tiempo de preparación a la Pascua, de este primer eslabón de la cadena con que el Verbo del Padre, el Cordero Divino, fue llevado a la muerte, al matadero.
Os he querido hablar de ello porque al presente el noventa por ciento de vosotros está, como Eva, intoxicado por el hálito y por la palabra de Lucifer, y no vivís para amaros sino para saciaros de sensualidad,
no vivís para el Cielo sino para el barro; ya no sois criaturas dotadas de alma y razón, sino perros sin alma y sin razón.
Habéis matado el alma, habéis depravado la razón.
En verdad os digo que las bestias, en sus amores, son más honestas que vosotros.