130 EL NIÑO DE CRISTO
130 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
El aturdimiento de los apóstoles es interrumpido por Simón Zelote,
al responder:
– No habría arco si no hubiera base en el camino oscuro.
Ésta es matriz de aquél, que sobre ella se yergue y sube a ese azul que anhelas.
No pienses que las piedras hincadas en el suelo, que soportan el peso y no gozan de rayos ni vuelos.
Ignoran la existencia de éstos, pues de vez en cuando una golondrina desciende con su piada hasta el barro y acaricia la base del arco…
Y desciende también un rayo de sol, o de estrella, para expresar la gran belleza del firmamento.
De la misma forma, en los siglos pasados, de vez en cuando, ha descendido una palabra celeste portadora de promesa…
Un rayo celeste de sabiduría para acariciar las piedras que estaban oprimidas por el enojo divino.
Porque las piedras eran necesarias.
Y no son ni fueron, ni serán jamás inútiles.
Sobre ellas, lentamente, se ha elevado el tiempo y la perfección del conocimiento humano hasta alcanzar la libertad del tiempo presente y la sabiduría del conocimiento sobrehumano.
Veo escrita en tu rostro la objeción:
Es la misma que todos hemos puesto antes de saber comprender que ésta es la Nueva Doctrina…
La Buena Nueva que ahora se predica a los que, por un proceso de retrogradación, en vez de hacerse adultos,
paralelamente a la ascensión de las piedras del saber, se han ido entenebreciendo cada vez más, cual muro que se hunde en un abismo ciego.
Para curarnos de esta enfermedad de oscurecimiento sobrenatural, tenemos que liberar valientemente la piedra basilar de todas las otras que están encima.
No tengáis miedo de demoler ese alto muro que – a pesar de serlo – no porta la savia pura del manantial eterno. a la base, que no debe ser cambiada porque es de Dios y es inmóvil
De todas formas, antes de desechar las piedras, probadlas una a una con el sonido de la Palabra de Dios, porque no todas son desechables e inútiles.
Si su sonido no desentona, conservadlas. Construid de nuevo con ellas.
Mas si es el sonido desacorde de la voz humana o lacerante de la voz satánica…
Y no podéis equivocaros porque si es voz de Dios es sonido de amor, si es voz humana es sonido del sentido, si es satánica es voz de odio… ROMPEDLAS.
Y digo “rompedlas”, porque es un acto de caridad el no dejar tras uno mismo semillas u objetos portadores de mal, que puedan seducir al viandante e inducirle a usarlos en perjuicio propio.
Romped literalmente toda cosa no buena que haya sido vuestra, en obras, escritos, enseñanzas o actos.
Es mejor quedarse con poco, elevarse apenas un codo, pero con buenas piedras, que no varios metros con piedras malas.
Los rayos y las golondrinas descienden también hasta las albarradas que apenas sobresalen del suelo.
Y las humildes florecillas de los lindazos con facilidad llegan a acariciar las piedras bajas.
Mientras que las soberbias piedras que, inútiles y ásperas, quieren elevarse, no reciben sino azote de espinos y adhesiva ponzoña.
Demoled para construir, para subir, probando la calidad de vuestras viejas piedras con la voz de Dios.
Esteban dice:
– Hablas bien.
¡Pero, subir!… ¿Cómo? Te hemos dicho que somos incluso menos que los niños.
¿Quién nos ayudará a subir a la enhiesta columna? Probaremos las piedras con el sonido de Dios, romperemos las menos buenas…
Pero, ¿Cómo podremos subir? ¿Sólo el hecho de pensarlo ya da vértigo!
Juan, que ha estado escuchando con la cabeza agachada, sonriendo para sí…
Levanta su rostro luminoso y toma la palabra:
– ¡Hermanos!
Da vértigo el solo hecho de pensar en subir. Cierto. Pero ¿Quién ha dicho que debemos afrontar la altura directamente?
Esto no sólo los niños, sino ni siquiera los adultos pueden hacerlo; sólo los ángeles pueden lanzarse a los cielos, pues están libres de todo peso material.
Y de entre los hombres, sólo los héroes de la santidad pueden hacerlo.
Hoy todavía, en este mundo decaído, entre nosotros vive uno que sabe ser héroe de santidad como los antiguos –ornato de Israel -,
cuando los Patriarcas eran amigos de Dios y la palabra del Código era la única, la que toda criatura recta obedecía.
Juan, el Precursor, enseña cómo afrontar la altura directamente. Juan es un hombre. Pero la Gracia que el Fuego de Dios le ha comunicado, purificándolo desde el vientre de su madre…
De la misma forma que el Serafín purificó el labio del Profeta, para que pudiera preceder al Mesías sin dejar hedor de culpa original por el camino regio del Cristo, ha dado a Juan alas de ángel.
Luego la penitencia las ha hecho crecer, aboliendo al mismo tiempo el peso de humanidad que su naturaleza, propia de los nacidos de mujer, todavía poseía.
Por lo cual, Juan, desde su gruta donde predica la penitencia y desde su cuerpo donde arde el espíritu desposado con la Gracia..
Se lanza, puede lanzarse a sí mismo, al ápice del arco, por encima del cual está Dios, el altísimo Señor Dios nuestro.
Y puede, dominando los siglos pasados, el tiempo presente y el futuro, anunciar con voz de profeta y con ojo de águila capaz de clavar la mirada en el Sol eterno y reconocerlo:
“Éste es el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo”
Y morir tras este canto suyo sublime que será repetido no sólo durante el transcurso del tiempo limitado;
sino también durante el tiempo sin fin, en la Jerusalén sempiterna y para siempre beata; para aclamar a la Segunda Persona,
para invocarla por las miserias humanas, para cantar sus alabanzas entre los fulgores eternos.
Pero el Cordero de Dios, el dulcísimo Cordero que ha dejado su luminosa morada del Cielo en que es Fuego de Dios en abrazo de fuego…
¡Oh, eterna generación del Padre que concibe con el pensamiento ilimitado y santísimo a su Verbo!
¡Y lo atrae hacia Sí produciendo una fusión de amor de que procede el Espíritu de Amor, en que se centran la Potencia y la Sabiduría!
El Cordero de Dios que ha dejado su purísima, incorpórea forma para encerrar dentro de carne mortal su pureza infinita, su santidad, su Naturaleza Divina.
Sabe que no estamos todavía purificados por la Gracia…
Y que no podríamos, – como esa águila que es Juan –lanzarnos a las alturas, a ese ápice en que Dios Uno y Trino se encuentra.
Nosotros somos los pajarillos de tejados y caminos.
Golondrinas que tocan el cielo, pero se alimentan de insectos; calandrias que quieren cantar para imitar a los ángeles y que,
¡Ay! respecto al canto de los ángeles, el suyo no es sino desentonado runrún de cigarra estival.
Esto lo sabe el dulce Cordero de Dios, venido para quitar los pecados del mundo.
Porque, a pesar de no ser ya el Espíritu infinito del Cielo por haberse confinado a Sí Mismo dentro de una carne mortal, su infinitud NO ha quedado disminuida.
Y todo lo sabe, siendo siempre – como lo es – infinita su sabiduría.
Así pues, Él nos enseña su camino, el camino del amor.
Él es el amor que por misericordia hacia nosotros se hace carne.
Y es así que este Amor misericordioso nos crea un camino por el que pueden subir también los pequeñuelos;
y Él mismo – no por propia necesidad sino para enseñárnoslo – es el primero en recorrerlo.
Él no tendría tan siquiera necesidad de abrir las alas para fundirse de nuevo con el Padre.
Su espíritu, os lo juro, está encerrado aquí, dentro de esta mísera tierra, pero está siempre con el Padre, porque Dios todo lo puede..
Y Él es Dios.
Camina dejando tras sí el perfume de su santidad, Y fuego de su amor.
Observad su camino: a pesar de llegar al ápice el arco, ¡Cuán sosegado y seguro es!
No es una recta sino una espiral.
Es más largo, sí; pero precisamente su sacrificio de amor se revela en esta distancia, demorándose por amor a nosotros los débiles,
más largo, pero más adecuado a nuestra miseria.
La subida hacia el Amor, hacia Dios, es simple; como simple es el Amor.
Pero, al mismo tiempo,es profunda, porque Dios es un Abismo – inalcanzable, yo diría si Él no se rebajase y nos diera la posibilidad de alcanzarlo,
para sentir el beso de las almas que lo aman.
Mientras está hablando, Juan llora, aunque su boca sonríe, envuelto en el éxtasis de la revelación que está haciendo de Dios.
Largo es el sencillo camino del Amor, porque Dios es Profundidad sin fondo, en que uno podría adentrarse cuanto quisiera…
Mas la Profundidad admirable llama a la profundidad miserable.
Llama con sus luces y dice: “¡Venid a mí!”
¡Oh, invitación de Padre! ¡Escuchad! ¡Escuchad!
Del Cielo nos llegan palabras suavísimas de ese Cielo que está abierto porque Cristo ha abierto de par en par sus puertas y ha puesto ante ellas,
para que así las mantengan, a los ángeles de la Misericordia y el Perdón,
a fin de que, en espera de la Gracia, de él broten al menos las luces, perfumes, cantos y quietud, capaces de seducir santamente a los corazones humanos, y sobre éstos se depositen.
Habla la voz de Dios y la voz dice:
“¿Vuestra puericia?… ¡Pero si es vuestra mejor moneda!
Yo quisiera que os hicierais enteramente niños para que poseyerais la humildad, sinceridad y amor de los pequeñuelos, su confidente amor para con su padre.
¿Vuestra incapacidad?… ¡Pero si es mi gloria!
¡Venid! Ni siquiera os pido que seáis vosotros mismos quienes comprobéis el sonido de las piedras buenas o malas.
¡Dádmelas a mí! Yo las elegiré, vosotros os reconstruiréis.
¿La subida hacia la perfección?… ¡Oh, no, hijos míos!
Poned vuestra mano en la de mi Hijo y Hermano vuestro. Ahora, así, y subid a su lado…”.
¡Subir! ¡Ir a ti, eterno Amor! ¡Adquirir tu semejanza, o sea, el amor!…
¡Amar! ¡Éste es el secreto!… ¡Amar! ¡Darse…!
¡Amar! ¡Abolirse…! ¡Amar! Fundirse…
¿La carne?: nada; ¿el dolor?: nada; ¿el tiempo?: nada. Nada es el pecado mismo, si lo disuelvo en tu fuego, ¡Oh, Dios! Sólo es el Amor.
¡El Amor! El Amor que nos ha dado el Dios Encarnado nos otorgará todo perdón.
Pues bien, amar es un acto que nadie sabe hacer mejor que los niños y nadie es más amado que un niño.
¡Oh, tú, a quien no conozco, pero que quieres conocer el Bien para distinguirlo del Mal, para poseer el azul del cielo, el sol celeste, todo aquello que signifique contento sobrenatural…
Ama y lo tendrás. Ama a Cristo.
Morirás en la vida, pero resucitarás en el espíritu.
Con un nuevo espíritu, sin necesidad ya de usar piedras, serás eternamente un fuego que no muere.
La llama sube, no necesita ni peldaños ni alas para subir.
Libera tu ‘yo’ de toda construcción, pon en el Amor, y resplandecerás.
Deja que ello sea sin restricciones, más, atiza la llama echándole como pasto todo tu pasado de pasiones y conocimientos:
quedará consumido lo menos bueno, puro se hará el metal ya de por sí noble.
Arrójate, hermano, al amor activo y gozoso de la Trinidad:
Comprenderás lo que ahora te parece incomprensible porque comprenderás a Dios, que es el Comprensible,
pero sólo para quienes se dan sin medida a su fuego sacrificador…
Quedarás finalmente fijo en Dios, en un abrazo de llama…
Y rogarás por mí, el niño de Cristo que ha osado hablarte del Amor.
Se han quedado todos de piedra:
Apóstoles, discípulos, fieles…
El interlocutor está pálido.
Juan, por el contrario, está de color púrpura, no tanto por el esfuerzo cuanto por el amor.
Entonces Esteban grita:
– ¡Bendito tú!
Dime: ¿Quién eres?
Y Juan, por su parte – con un gesto que me recuerda mucho a Virgen en el acto de la Anunciación inclinándose como adorando a Aquel a quien nombra,
en tono bajo, dice:
– Soy Juan.
Estás viendo al menor de los siervos del Señor.
– Pero, ¿Quién ha sido tu maestro antes?
– Nadie aparte de Dios.
He recibido la leche espiritual de manos de Juan, el presantificado de Dios;
me alimento del pan de Cristo, Verbo de Dios; bebo el fuego de Dios que me viene del Cielo
¡Gloria al Señor!
– Pues yo ya no me separo de vosotros.
¡Ni de ti, ni de éste, ni ninguno de vosotros! Recibidme.
– Cuando… Bueno, aquí entre nosotros el jefe es Pedro
Y Juan toma a Pedro, que está atónito…
Y lo proclama así “el primero”.
Pedro reacciona y se pone en el lugar que le corresponde,
diciendo:
– Hijo, puesto que se trata de una gran misión, es necesaria una severa reflexión.
Éste es nuestro ángel. Él enciende; pero es necesario saber si la llama va a poder durar en nosotros.
Mídete a ti mismo, luego ven al Señor. Nosotros te abriremos nuestro corazón como hermano nuestro queridísimo.
Por el momento, si quieres conocer mejor nuestra vida, quédate; las greyes de Cristo pueden crecer sin medida,
para ser separados – perfectos e imperfectos – los verdaderos corderos de los falsos carneros.
Y con esto termina la primera manifestación apostólica.