Archivos diarios: 14/01/21

137 PRECEPTO DE LA PERFECCIÓN

137 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Sigue el discurso de la Montaña.

El lugar y la hora son los mismos, pero ha aumentado el número de personas.

Retirado en un ángulo, junto a un sendero, como si quisiese oír sin suscitar repugnancias en la multitud, hay un romano. (es Publio Quintiliano)

Lo distingo por la túnica corta y el manto, que es distinto.

Todavía están Esteban y Hermas.

Jesús se dirige lentamente hacia su puesto y reanuda su discurso:

«De lo que os dije ayer no debéis concluir que haya venido a abolir la Ley. No.

Lo único que pretendía era – puesto que soy el Hombre y comprendo las debilidades del hombre – animaros a seguir la Ley,

para lo cual orientaba vuestra mirada espiritual hacia el Abismo luminoso, en vez de hacia el abismo negro.

Porque si el miedo a un castigo puede contener tres veces de diez, la certeza de un premio impulsa, de diez, siete veces.

Por tanto, consigue más la confianza que el miedo, y quiero que la tengáis en plenitud:

una confianza segura, para poder hacer, no siete partes de bien por cada diez, sino diez, y conquistar el premio santísimo del Cielo.

No modifico ni siquiera una iota de la Ley. ¿Quién la dio entre los rayos del Sinaí?: el Altísimo. ¿Quién es el Altísimo?: el Dios Uno y Trino.

¿De dónde la ha tomado?: de su Pensamiento.

¿Cómo la ha dado?: con su Palabra.

¿Por qué la ha dado?: por su Amor.

Ved, pues, que la Trinidad estaba presente.

Y el Verbo, obediente como siempre al Pensamiento y al Amor, habló por el Pensamiento y el Amor.

¿Podría Yo desmentir afirmaciones mías? No, no podría hacerlo.

Lo que sí puedo – porque todo lo puedo – es completar la Ley, hacerla divinamente completa; no como los hombres, que durante siglos en vez de completa la hicieron indescifrable,

imposible de cumplir, apilando leyes y preceptos hasta la saciedad, sacados de su pensamiento, según sus conveniencias.

Y echando encima de la santísima Ley dada por Dios todo ese montón de escombros, lapidándola, ahogándola, enterrándola, haciéndola estéril. ¿Puede, acaso, un árbol sobrevivir sumergido continuamente por aludes, escombros o inundaciones? No; el árbol muere.

La Ley ha muerto en muchos corazones, ahogada bajo los aludes de demasiadas estructuras sobrepuestas: pues bien, he venido a quitar esas sobreestructuras.  

Una vez desenterrada, resucitada, la Ley no será ya ley sino que la haré reina.

Las reinas promulgan las leyes. Las leyes son obra de las reinas, pero no están por encima de las reinas.

Pues bien, hago de la Ley 1a soberana: la completo, la corono, ciño su cabeza con la guirnalda de los consejos evangélicos.

Antes era el orden, ahora es más que el orden; antes era lo necesario, ahora es más que lo necesario.

Ahora es la perfección.

Quien se desposa con ella – tal y como os la ofrezco – al instante viene a ser rey, porque en ese momento habrá alcanzado lo “perfecto”,

porque no sólo ha sido obediente sino que ha sido un héroe. o sea, santo.

Siendo la santidad la suma de las virtudes llevadas al más alto vértice que una criatura puede alcanzar. 

Heroicamente amadas y servidas con completo desapego de todo lo que sea apetencia o reflexión humana hacia cualesquiera cosas.

Podría decir que el santo es aquel a quien el amor y el deseo le obstaculizan el ver cualquier otra cosa que no sea Dios.

Sin distraerse con la visión de cosas inferiores, tiene las pupilas del corazón fijas en el Esplendor santísimo que Dios es. 

Y en Él ve – puesto que todo está en Dios – a sus hermanos, inquietos y con manos implorantes.  

Sin separar sus ojos de Dios, el santo se prodiga en favor de sus hermanos suplicantes. Contra la carne, las riquezas y las comodidades, enarbola su ideal: servir.

¿Es un ser pobre o con taras el santo? No.

Ha llegado a la posesión de la sabiduría y riqueza verdaderas, por tanto, a la posesión de todo.

Y no siente cansancio, porque, si bien es cierto que produce continuamente, también lo es que continuamente está siendo alimentado. En efecto, cierto es que comprende el dolor del mundo, mas cierto es también que se apacienta de la alegría del Cielo.

De Dios se nutre, en Dios se alegra. Es la criatura que ha comprendido el sentido de la vida.

Como podéis ver, ni cambio ni mutilo la Ley, ni la corrompo con la superposición de fermentadoras teorías humanas; antes al contrario, la completo.

La Ley es lo que es, y tal seguirá siendo hasta el último día. Y no cambiará ni una palabra, ni se abolirá ningún precepto; antes al contrario, se ciñe de la corona de lo perfecto.

Para obtener la salud, basta aceptarla como fue dada; pero, para obtener la inmediata unidad con Dios, es necesario vivirla como Yo la aconsejo.

Ahora bien, dado que los héroes son la excepción; voy a hablar para las almas comunes, para la generalidad de las almas;

así no se podrá decir que en aras de lo perfecto hago que se olvide lo necesario.

De cuanto digo, tened bien presente esto:

Quien se permita violar uno de estos Mandamientos – incluso mínimo – será considerado mínimo en el Reino de los Cielos.

Quien induzca a otros a violarlos será mínimo por él y por aquel a quien indujo a la violación.

Por el contrario, quien con la vida y las obras – más aún que con la palabra – haya persuadido a otros a obedecer será grande en el Reino de los Cielos,

y su grandeza aumentará en razón de cada uno de los que hayan sido conducidos por él a obedecer y a santificarse así.

Sé que a muchos lo que voy a decir les sabrá agrio, pero no puedo mentir, a pesar de que esto que voy a decir me va a crear enemigos.

En verdad os digo que, si vuestra justicia no se renueva, separándose completamente de la pobre justicia – definida injustamente tal – que os han enseñado los escribas y fariseos.

Que, si no sois mucho más justos, verdaderamente, que los escribas y fariseos -que creen serlo a fuerza de aumentar las fórmulas…

Pero sin cambiar sustancialmente los espíritus -,

No entraréis en el Reino de los Cielos.

Guardaos de los falsos profetas y de los doctores que enseñan el error.

Vienen a vosotros con apariencia de corderos, siendo en realidad lobos rapaces.

Vienen con apariencia de santidad, cuando en realidad viven zahiriendo a Dios; dicen que aman la verdad…

Y se apacientan de embustes: estudiadlos antes de seguirlos.

El hombre tiene lengua para hablar, ojos para mirar, manos para señalar; pero tiene otra cosa que manifiesta de forma más fiel su verdadero ser: sus actos.

¿Qué sentido le veis a dos manos unidas en actitud de oración, si luego ese hombre es un ladrón o un fornicario?

¿Y a dos ojos que, queriendo parecer profundos, se mueven ágiles en todas las direcciones cuando, terminada la hora de la comedia,

saben clavarse lujuriosos en la mujer u homicidas en el enemigo?

¿Qué sentido le veis a una lengua que sabe musitar con falsedad la canción laudatoria y seducir con sus frases melosas;

si luego, a vuestras espaldas, os calumnia y es capaz de perjurar con tal de haceros pasar por gente despreciable?

¿Qué es la lengua que pronuncia largas oraciones hipócritas, si luego, sin demora, mata la estima del prójimo o seduce su buena fe?

¡Es una cosa asquerosa… como asquerosos son los ojos y manos engañadores!

Sin embargo, los actos del hombre, los verdaderos actos, es decir, el modo de comportarse en la familia, en los tratos comerciales.

O para con el prójimo y los siervos manifiestan esto:

“Éste es un siervo del Señor”. Porque las acciones santas son fruto de una verdadera religión.

Un árbol bueno no da frutos malos, un árbol malo no da frutos buenos.

¿Podrán, acaso, daros uva sabrosa estos pungentes espinos?

¿Y aquellos cardos, más mortificadores aún, pueden, acaso, maduraros blandos higos? No.

En verdad, pocas y agrias moras recogeréis de los primeros e incomibles frutos producirán aquellas flores, que ya, a pesar de ser todavía flores, tienen espinas.

Un hombre no justo podrá infundir respeto con su aspecto, pero sólo con su aspecto; de la misma forma, ese esponjoso cardo parece un copo de delgados hilos argentinos decorados de diamantes por el rocío.

Pero, si lo tocáis sin daros cuenta, veis que no es un copo sino un conjunto de espinas, penosas para el hombre,

perjudiciales para las ovejas, por lo cual los pastores lo arrancan de sus pastos.

Y lo echan al fuego encendido por la noche, para que se consuma y ni siquiera las semillas se salven: justa y previsora medida.  

No os digo: “Matad a los falsos profetas y a los fieles hipócritas”, sino que os digo:

“Dejad este menester a Dios”.

Pero sí que os digo: “Poned atención, apartaos de ellos, para que sus humores no os intoxiquen”.

Ayer expliqué cómo se debe amar a Dios; ahora voy a insistir acerca de cómo se debe amar al prójimo.

Se dijo: “Amarás a tu amigo y odiarás a tu enemigo”.

No. Eso no. Esto era bueno para los tiempos en que el hombre no gozaba del consuelo de la sonrisa de Dios.

Ahora llegan los tiempos nuevos, los tiempos en que Dios tanto ama al hombre, que le envía a su Verbo para redimirlo.

Ahora el Verbo habla… y esto es ya efusión de Gracia.

Después el Verbo consumará el sacrificio de paz y redención, con que la Gracia no sólo será esparcida, sino que será otorgada a todo espíritu que crea en el Cristo.

Si le pedimos a ABBA que su Presencia en nosotros ACTÚE, PARA AMAR A NUESTROS ENEMIGOS, ¡Seremos testigos de un portentoso Milagro, que nos ayudará a CRECER en el amor!

Por tanto, es necesario elevar el amor del prójimo a la perfección que unifica amigo y enemigo.

¿Os calumnian? Amad y perdonad.

¿Os maltratan? Amad y ofreced la otra mejilla a quien os da una bofetada, pensando que es mejor que la ira se descargue sobre vosotros, que la sabéis soportar,

que no sobre otro, que se vengaría de la afrenta.

¿Os roban? No penséis: “Este semejante mío es un avariento”.

Pensad, más bien, caritativamente:

“Este pobre hermano mío se siente necesitado”; dadle, entonces, también la túnica, si ya os ha quitado el manto:

Así lo pondréis en la imposibilidad de cometer un doble hurto, porque no tendrá necesidad de robarle a otro la túnica.

Decís: “Pero podría ser un vicio y una necesidad”.

Pues bien, aun así, dadlo: Dios os recompensará y el inicuo pagará.

De todas formas, muchas veces -y esto recuerda que dije ayer sobre la mansedumbre -,

viéndose tratado así, cae de1 corazón del pecador su vicio, repara el hurto devolviendo lo que había robado, y así se redime.

Sed generosos con quienes, más honrados, en vez de sustraeros aquello de que tienen necesidad, os lo piden.

Si los ricos fueran realmente pobres de espíritu como he enseñado ayer,

no existirían las penosas desigualdades sociales que son causa de tantas desventuras humanas y suprahumanas.

Pensad siempre: “Si yo me encontrase en la necesidad, ¿Qué efecto me causaría que me negarán ayuda?”

Sobre la base de lo que vuestro yo os responda, actuad.

Haced con los demás lo que quisierais que con vosotros hicieran.

No hagáis a los demás lo que no quisierais que se os hiciera a vosotros.

La antigua palabra: “Ojo por ojo, diente por diente”, que no está en los Diez Mandamientos,

sino que fue pronunciada porque el hombre, sin la Gracia, es una fiera tan feroz que no puede comprender sino la venganza.

Queda anulada – ésta sí – por la nueva palabra:

“Ama a quien te odia, pide por el que te persigue, disculpa a quien te calumnia, bendice a quien te maldice,

haz el bien a quien te perjudica, sé pacífico con el pendenciero, condescendiente con el molesto.

Ayuda de buena gana a quien recurre a ti, no practiques la usura, no critiques, no juzgues”.

Vosotros no conocéis los datos principales de las acciones de los hombres.

En cualquier tipo de ayuda que prestéis, sed generosos, misericordiosos. Cuanto más deis más se os dará.

Dios verterá en el seno de quien haya sido generoso una medida colmada y compacta; no os dará sólo lo equivalente a cuanto hayáis dado sino que sobreabundará.

Proponeos amar y haceros amar.

Los litigios cuestan más que un arreglo amigable; la amabilidad es como la miel: su sabor permanece largo tiempo en la lengua.

¡Amad! ¡Amad! Amad a amigos y enemigos, para que seáis como vuestro Padre, que hace llover sobre buenos y malos y hace salir el so1 para justos e injustos.

Reservándose – para cuando los buenos, cual elegidas espigas, hayan sido entresacados de las gavillas de mies – dar sol y rocío eternos, fuego y granizo infernales.

No basta amar a quienes os aman, amar a aquellos de quienes esperáis compensación.

Esto no puede considerarse meritorio.

En efecto, es incluso motivo de alegría; los hombres naturalmente honrados lo saben hacer, y lo hacen también los publicanos y gentiles. 

Mas vosotros debéis amar a semejanza de Dios… 

Y por respeto a Dios, que es el Creador también de vuestros enemigos, o de quienes os son poco simpáticos.

Quiero en vosotros la perfección del amor.

Por tanto, os digo “Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre que está en los Cielos”.

Tan grande es el precepto de amor al prójimo, que no os digo ya lo que fue escrito: “No matéis” – los hombres condenarán al asesino…

Sino que os digo: “No os airéis”, porque pende sobre vosotros un juicio más alto, que tiene cuenta también de las acciones inmateriales.

Quien insulte a su hermano será condenado por el Sanedrín, pero quien lo trate como a un loco perjudicándolo, por tanto, será condenado por Dios.

Es inútil llevar ofrendas al altar, si primero no se han ofrendado en lo íntimo del corazón los propios rencores por amor a Dios.

Y si no se ha cumplido el rito santísimo del perdón.

Por ello, si, cuando estás para ofrecer un sacrificio a Dios, te acuerdas de que has faltado contra tu hermano, o de que le guardas rencor por una culpa…  

Deja tu ofrenda ante el altar.

Inmola primero tu amor propio, reconciliándote con tu hermano. 

 Ve después al altar.

Sólo entonces será santo tu sacrificio.

Llegar a un buen acuerdo es siempre el mejor de los partidos.

Precario es el juicio del hombre, y quien, obstinadamente, lo desafía puede perder la causa:

deberá pagar a su adversario hasta la última moneda, o consumirse en la cárcel.

Alzad en todo la mirada hacia Dios.

Preguntaos si tenéis derecho a hacer lo que Dios no hace con vosotros, pues Dios no tiene esa inflexibilidad y obstinación que tenéis vosotros:

¡Ay de vosotros, si fuera así!; ni uno siquiera se salvaría!

Que esta reflexión promueva en vosotros sentimientos de mansedumbre, humildad, piedad.

No os faltará, por parte de Dios, aquí y después, la recompensa.

Con el Don de ciencia infusa…

Aquí, delante de mí, hay uno que me odia y que no se atreve a decirme: “¡Cúrame!”, porque sabe que conozco sus pensamientos.

Pues bien, a pesar de todo, digo:

“Cúmplase lo que deseas, y que, de la misma forma que caen las escamas de tus ojos, se desprendan de tu corazón el rencor y las tinieblas”.

Idos todos con mi paz. Mañana seguiré hablándoos. 

La gente va marchándose lentamente, quizás esperando un grito que indique la consecución de un milagro, pero éste no se oye.

Incluso los apóstoles y los discípulos más antiguos, que se quedan en el monte, le preguntan al Maestro:

–     ¿Quién era?

–     ¿Es que no ha quedado curado?

Jesús, que permanece de pie con los brazos cruzados, viendo descender a la gente, al principio no responde. 

Pero luego dice:

–     Los ojos han quedado curados, el alma no.

No puede curarse porque está cargada de odio.

–     Pero, ¿Quién es? 

–     ¿El romano?

–     No.

Un desdichado.

Pedro indaga:

–     ¿Y por qué lo has curado? 

Jesús responde preguntando:

–     ¿Tengo que fulminar, acaso, a todos los que son como él?

–      Señor…

Sé que no quieres que responda “sí”  Por tanto no lo digo pero lo pienso… Y es lo mismo…

–     Es lo mismo, Simón de Jonás.

Sabe que, si así fuera…

¡Oh, cuántos corazones cubiertos de escamas de odio en torno a Mí!

Ven. Vamos hasta la punta de la cima, a mirar desde lo alto, nuestro bonito mar de Galilea.

Yo y tú solos.   

136 LAS BIENAVENTURANZAS

136 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Veamos así el camino de la salud, a través de la alegría de los santos.

“Bienaventurado seré si soy pobre de espíritu”

¡Oh riquezas, quemazón satánica, cuántos delirios producís!…

En los ricos y en los pobres:

En el rico que vive para su oro (ídolo infame de su espíritu misérrimo).

El pobre que vive del odio al rico porque tiene el oro.   

Y que, aunque no cometa materialmente un homicidio, lanza sus maldiciones contra la cabeza de los ricos, deseándoles todo tipo de males.

No basta no hacer el mal, hay que no desear hacerlo.

Quien maldice deseando tragedias y muertes, no es muy distinto de quien físicamente mata…

Porque dentro de sí desea la muerte de aquel a quien odia.

En verdad os digo que el deseo no es sino un acto retenido; como el que ha sido concebido en un vientre: ya  se ha si formado pero aún permanece dentro.

El deseo malvado envenena y destruye, porque persiste más que el acto violento y más profundamente que el acto mismo.

El pobre de espíritu, aunque sea rico, no peca a causa del oro; antes bien, se santifica con él porque lo convierte en amor.

Amado y bendecido, es semejante a esos manantiales salvíficos de los desiertos, que se dan sin escatimar agua, felices de poderse ofrecer para alivio de los desesperados.

El pobre de espíritu, si es pobre, se siente dichoso en su pobreza…

Come su sabroso pan (el de la alegría de quien vive libre del febril apego al oro), duerme su sueño exento de pesadilla alguna.   

Se levanta,habiendo descansado, para ir a su sereno trabajo, que parece siempre ligero si se realiza sin avidez ni envidia.

Las cosas que hacen rico al hombre son:

Materialmente, el oro.

Moralmente, los afectos.

En el oro están comprendidos no sólo las monedas sino también casas, campos, joyas, muebles, ganado…

En definitiva, todo aquello que hace, desde el punto de vista material, vivir en la abundancia. 

En cuanto al mundo de los afectos, los vínculos de sangre o de matrimonio; amistades, sobreabundancia intelectual, cargos públicos.

Como veis, por lo que se refiere al primer grupo de cosas, el pobre puede decir:

¡Bueno!, ¡Bien!, basta con que no envidie al que posee.

Y además…

Yo no tengo ese problema, porque soy pobre y, por fuerza, no tengo ese problema”

Sin embargo, por lo que respecta al segundo grupo de cosas, el pobre debe vigilarse a sí mismo…

Pues hasta el más mísero de los hombres puede hacerse pecaminosamente rico de espíritu…

En efecto, peca quien pone su corazón desmedidamente en una cosa.

Diréis: “¿Entonces debemos odiar el bien que Dios nos ha concedido?

¿Por qué manda, entonces, amar al padre y a la madre, a la esposa y a los hijos, y dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo?”.

Distinguid.

Debemos amar al padre, a la madre, a la esposa, al prójimo, pero con la medida establecida por Dios:

“Como a nosotros mismos”.

Sin embargo, a Dios ha de amársele sobre todas las cosas y con todo nuestro ser.

EL PRIMER MANDAMIENTO DE LA LEY DE DIOS

No se ama a Dios como amamos a los más queridos de nuestros prójimos.   

A ésta porque nos ha amamantado, a esta otra porque duerme con su cabeza apoyada sobre nuestro pecho y procrea nuestros hijos.

¡NO! A Dios se le ama con todo nuestro ser…

O sea, con toda la capacidad de amar que hay en el hombre:

Amor de hijo, de esposo, de amigo…

Y – ¡No os escandalicéis! – amor de padre Sí.

Debemos cuidar los intereses de Dios igual que un padre cuida a su prole; por la cual,con amor, tutela los bienes y los aumenta,

Y de cuyo crecimiento físico y cultural, así como de que los hijos alcancen felizmente su finalidad en el mundo, se ocupa y se preocupa.

El amor no es un mal, ni debe llegar a serlo.

Las gracias que Dios nos concede tampoco son un mal o deben llegar a serlo; son amor; por amor son otorgadas.

Tenemos que usar con amor estas riquezas que Dios nos concede, afectos y bienes.

Solamente quien no las eleva a ídolos, sino que las hace medios de servicio a Dios en santidad, muestra no tener apego pecaminoso a ellas.

Practica, pues, esa santa pobreza del espíritu que de todo se despoja para ser más libre en la conquista de Dios santo, suprema Riqueza.

Y conquistar a Dios significa poseer el Reino de los Cielos.

“Bienaventurado seré si soy manso”

Los ejemplos de la vida cotidiana pudieran parecer en contraste con esta afirmación.

Los no mansos parecen triunfar en las familias ciudades y naciones.

Pero, ¿Se trata de un verdadero triunfo? No.

Lo que mantiene sometidos, aparentemente, a los hombres dominados por un tirano es el miedo.

Se trata en realidad sólo de un velo que cubre la efervescencia rebelde contra el dominador.

Los iracundos, los que van cometiendo atropellos, no poseen los corazones de sus familiares, conciudadanos o súbditos. 

Los maestros del “porque lo digo yo” no convierten ni los intelectos ni los espíritus a sus doctrinas; lo único que crean son autodidactas,

personas que buscan una llave que pueda abrir las puertas cerradas de una sabiduría o ciencia que sienten que existe y que es contraria a la que se les impone.

Los sacerdotes que no van a la conquista de los espíritus con la dulzura paciente, humilde, amorosa;

sino que, por el ímpetu avasallador y la gran intransigencia con que marchan contra las almas…  

Parecen guerreros armados lanzados a feroz asalto, no conducen a Dios.

¡Pobres almas! Si fueran santas, no tendrían necesidad de vosotros para alcanzar la Luz; la poseerían ya en sí.

Si fueran justos, no tendrían necesidad de vosotros, jueces, para estar sujetos por el freno de la justicia, porque ya la poseerían en sí.

Si estuvieran sanos, no tendrían necesidad de quien los curase.

Sed, pues, mansos.

No pongáis en fuga a las almas.

Atraedlas con amor; porque la mansedumbre es amor, como lo es también la pobreza de espíritu. 

Si sois así, heredaréis la Tierra y llevaréis a Dios este lugar (precedentemente propiedad de Satanás.

Porque vuestra mansedumbre,  que además de amor es humildad, habrá vencido al odio y la soberbia: dando muerte en los corazones al abyecto rey de la soberbia y el odio.

El mundo será vuestro, que es como decir de Dios; porque vosotros seréis justos que reconocerán a Dios como Dueño absoluto de la Creación.

Digno de alabanza y bendición, a cuyas manos debe volver lo que le pertenece).

“Bienaventurado seré si sé llorar sin rebelarme”

Existe el dolor en la tierra.

Y arranca lágrimas de los ojos del hombre. Mas el dolor no existía. El hombre lo introdujo en este mundo.

Pero es que además, por depravación de su intelecto, se aplica cada vez más a aumentarlo con todos los medios a su alcance.

En efecto, a las enfermedades y desventuras producidos por rayos, tempestades, aludes, terremotos…

El hombre, para sufrir – para hacer – sufrir, pues quisiéramos que fueran los demás y no nosotros los que sufrieran con los medios estudiados para tal fin…   

Añade, como fruto de su mente, las armas mortíferas, cada vez más terribles…

Y la crueldad moral (cada vez más astuta. 

¡Cuántas lágrimas hace brotar el hombre a sus semejantes por instigación de su secreto rey: Satanás!

Pues bien, os digo que estas lágrimas no son una tara sino una perfección del hombre.

El hombre es un niño que sólo piensa en divertirse, un despreocupado superficial, una criatura a la que le falta desarrollo intelectual, hasta que el llanto lo hace adulto, reflexivo, inteligente.

Sólo los que lloran – o han llorado – saben amar y comprender.

Amar a los hermanos, que como ellos lloran, comprender sus sufrimientos, ayudarlos con su bondad, experta en lo mucho que se sufre cuando se llora en soledad.

Y saben amar a Dios porque han comprendido que excepto Dios, todo lo demás es dolor:

Porque han comprendido que el dolor se aplaca si es llorado sobre el corazón de Dios;

porque han comprendido que el llanto resignado que no quebranta la fe, que no hace árida la oración, que no conoce la rebeldía, cambia de naturaleza, transformándose en consuelo. 

5. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Sí, los que lloran amando al Señor serán consolados.

“Bienaventurado seré si tengo hambre y sed de justicia”

Desde su nacimiento hasta su muerte, el hombre tiende, ávido, a la comida.

Abre la boca, cuando nace, para apresar el pezón; abre los labios, cuando le oprime la agonía, para tragar algo que lo alivie. Trabaja para nutrirse.

Hace de la tierra un enorme pezón del que insaciablemente chupa, extrayendo aquello mismo por lo que muere.

Pero, ¿Qué es el hombre? ¿Un animal? No; es un hijo de Dios.

Vive un destierro de pocos o muchos años. De todas formas, su vida no cesa al cambiar de morada.

Hay una vida en la vida, de la misma manera que en una nuez está la pulpa; la nuez no es la cáscara, la pulpa interna es la nuez:

Si sembráis una cáscara de nuez no nace nada, pero si sembráis la cáscara con la pulpa nace un árbol grande.

Pues así es el hombre:

No es la carne la que viene a ser inmortal, sino el alma, que debe ser alimentada para que llegue a la inmortalidad… 

Adonde ella, por amor, llevará a la carne en la bienaventurada resurrección.

Alimento del alma son la Sabiduría y la Justicia, las cuales se incorporan a ella como alimento líquido o sólido y la fortalecen.

Y cuanto más se saborean más crece la santa avidez de poseer la Sabiduría y de conocer la Justicia.

Llegará, de todas formas, un día en que el alma, insaciable con esta santa hambre, será saciada; llegará. Dios se dará a su vástago, se lo llevará directamente a su pecho…

Y el nuevo vástago del Paraíso se saciará con esa Madre admirable que es el mismo Dios.  

Y no volverá a sentir hambre jamás, sino que descansará feliz sobre el pecho divino.

Ninguna ciencia humana equivale a esta ciencia divina. La curiosidad de la mente puede ser calmada, la del espíritu no. 

Es más, si el sabor es distinto, el espíritu siente desagrado y separa la boca del pezón amargo, prefiriendo padecer hambre antes que llenarse de un alimento que no proceda de Dios. 

¡No temáis, vosotros, sedientos o hambrientos de Dios!

Sed fieles y el que os ama os saciará.

“Bienaventurado seré si soy misericordioso”

¿Quién de entre los hombres puede decir: “No necesito misericordia”? Ninguno.

Y si en la antigua Ley está escrito: “Ojo por ojo y diente por diente”,

¿Por qué no debería decirse en la nueva: ” Quien haya sido misericordioso alcanzará misericordia”?

Todos tienen necesidad de perdón.

Pues bien, no es la fórmula y forma de un rito – figuras externas concedidas a causa de la opacidad del pensamiento humano – lo que obtiene el perdón…  

Lo obtiene el rito interno del amor, o sea una vez más, de la misericordia.

De hecho, si se impuso sacrificar un macho cabrío o un cordero, así como la ofrenda de algunas monedas;  se hizo porque en la base de todos los males se encuentran siempre dos raíces:

Codicia y soberbia. 

La codicia queda castigada con el gasto de la compra de la víctima…

La soberbia recibe su castigo en la abierta confesión del rito:

“Celebro este sacrificio porque he pecado”.

Además el rito tenía el sentido de anticipar los tiempos y sus signos:

La sangre derramada es figura de la Sangre que será vertida para borrar los pecados de los hombres.

Dichoso, pues, aquel que sabe ser misericordioso para con los hambrientos, los desnudos, los que carecen de casa,

los  que padecen la miseria – aún mayor – de tener un carácter malo, que hace sufrir al mismo que lo tiene y a quien con él convive.

Tened misericordia.

Perdonad, sed compasivos, ayudad, enseñad, apoyad. No os encerréis en una torre de cristal diciendo: “Soy puro, no desciendo a vivir con los pecadores”.

No digáis: “Soy rico, vivo feliz; no quiero oír hablar de las miserias de los demás”. 

Mirad que vuestra riqueza, salud, bienestar familiar, pueden desvanecerse en menos tiempo que un fuerte viento disipa el humo.

Recordad también que el cristal hace de lente.   

Siendo así que lo que pasaría desapercibido si os mezcláis entre la gente, no podéis mantenerlo escondido si os metéis en una torre de cristal y allí estáis solos, separados, recibiendo luz de todas partes.

Misericordia para cumplir un continuo secreto, santo sacrificio de expiación y obtener misericordia.

“Bienaventurado seré si soy puro de corazón”

Dios es Pureza. El Paraíso es Reino de Pureza. Nada impuro puede entrar en el Cielo donde está Dios.

Por tanto, si sois impuros, no podréis entrar en el Reino de Dios.

¡Por el contrario, qué anticipada alegría la que el Padre concede a sus hijos!   

¡Pues quien es puro ya desde la tierra posee un principio de Cielo!

Porque Dios se inclina hacia el hombre puro y éste, desde la tierra, ve a su Dios. 

Con los CARISMAS del Espíritu Santo…

Se le atribuye el don de la bilocacion. Sin salir de Lima, fue visto en México, en África, en China y en Japón, animando a los misioneros que se encontraban en dificultad o curando enfermos. Mientras permanecía encerrado en su celda, lo vieron llegar junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos o curarlos. Muchos lo vieron entrar y salir de recintos, estando las puertas cerradas. En ocasiones salía del convento, a atender a un enfermo grave y volvía luego a entrar sin tener llave de la puerta y sin que nadie le abriera. Preguntado cómo lo hacía, siempre respondía: ‘yo tengo mis modos de entrar y salir.’

No conoce labor de amores humanos…

Sino que degusta, hasta extasiarse, el sabor del amor divino, y puede decir:

“Yo estoy contigo y Tú estás en mí, por lo cual te poseo y conozco como esposo amabilísimo de mi alma”.

Pues bien, creed que quien tiene a Dios experimenta transformaciones sustanciales, inexplicables incluso para él mismo, que le hacen santo, sabio, fuerte.   

En sus labios florecen palabras, y sus actos asumen capacidades, que no son de la criatura sino de Dios, que en ella vive.

¿Qué es la vida del hombre que ve a Dios?: beatitud.

¿Os privaréis de semejante don por hediondas impurezas?

“Bienaventurado seré si tengo espíritu de paz”

La paz es una de las características de Dios.

Dios sólo está en la paz, porque la paz es amor, mientras que la guerra es odio.

Violencia intrafamiliar

Satanás es Odio, Dios es Paz. 

No puede uno decirse hijo de Dios, ni puede Dios llamar hijo suyo a un hombre de espíritu irascible, siempre dispuesto a crear trifulcas.

Y tampoco puede llamarse hijo de Dios aquel que, aun no siendo él el origen de estas broncas, no contribuye con su gran paz a calmar las que crean otros.

El hombre pacífico transmite la paz incluso sin palabras.

Él lleva a Dios – no sólo es dueño de sí, sino que hasta diría que lo es de Dios – como una lámpara lleva su fuente de luz.

Como un incensario emana su perfume como un odre contiene su líquido…

Se hace luz entre las brumas fumíferas de los rencores, se purifica el aire de los miasmas de los odios, se calman las embravecidas olas de las disputas con este aceite suave

que es el espíritu de paz emanado por los hijos de Dios.

Haced que Dios y los hombres puedan decir esto de vosotros.

“Bienaventurado seré si padezco persecución por amor a Justicia”

El hombre en su mayor parte está tan lleno de mal, que odia el bien dondequiera que éste se encuentre, y que odia al bueno, como si el bueno lo estuviera acusando o reprendiendo, aunque de hecho no diga nada.

Persecucion cristiana descarada…

En efecto: la bondad de una persona hace ver todavía más negra la maldad del malvado… 

La Fe del creyente verdadero hace aparecer aún más viva la hipocresía del falso creyente…    

Aquel que con su modo de vida está dando continuamente testimonio de la justicia, no puede no ser odiado por los injustos.

Y por eso se ataca a los amantes de la justicia.

Pasa lo mismo que con las guerras.

El hombre progresa en el arte satánico de la persecución, más que en el arte santo del amor; pero sólo puede perseguir a lo que tiene breve vida.

Lo que de eterno hay en el hombre, escapa a la asechanza…

Es más, adquiere una vitalidad más vigorosa por la Persecución.

La vida se escapa a través de 1as heridas que abren las venas o a causa de las fatigas que van consumiendo al perseguido.

Mas la sangre teje la púrpura del rey futuro…

10. No temas por lo que vas a sufrir: el Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel,  para que seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días. Manténte fiel hasta la muerte y te daré la Corona de la Vida. Apocalipsis 2

Las fatigas son los peldaños para subir a los tronos que el Padre tiene preparados para sus mártires, a quienes están reservados los regios sítiales del Reino de los Cielos.

“Bienaventurado seré si me ultrajan y calumnian”

Preocupaos sólo de que vuestro nombre pueda ser recogido en libros celestes, en los cuales no se escriben los nombres según el criterio de los embustes humanos. 

Que alaban a quienes son menos merecedores de elogio…   

En aquéllos que con justicia y amor, se reflejan las obras de los buenos; para darles el premio que Dios tiene prometido a los justos.

En el pasado fueron calumniados y ultrajados los Profetas.

Cuando se abran las puertas de los Cielos…   

Cual majestuosos reyes, entrarán en la Ciudad de Dios.

Y recibirán el saludo reverenciador de los ángeles, cantando de alegría.

Vosotros también.

Vosotros también, ultrajados y calumniados por haber pertenecido a Dios, recibiréis el galardón celeste. 

 Y cumplido el tiempo, completo ya el Paraíso, amaréis cada una de las lágrimas que vertisteis…

Porque por ellas habréis conquistado esa gloria eterna que en nombre del Padre os prometo.

Podéis marcharos. Mañana os seguiré hablando.

Que se queden sólo los enfermos, porque quiero ayudarlos en sus dolores.

La paz permanezca con vosotros y que la meditación sobre la salvación a través del amor, os introduzca en el camino que lleva al Cielo.