Archivos diarios: 18/01/21

144 INSTRUMENTO DEL MALIGNO

144 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Un fuerte movimiento entre la muchedumbre, que se agolpa hacia el sendero que sube al rellano.

Las cabezas de los que están más cercanos a Jesús se vuelven.

La atención se orienta hacia otro objeto.

Jesús suspende su discurso y vuelve su mirada hacia donde los demás.

Está serio; su aspecto es hermoso, con su vestidura azul oscuro, los brazos recogidos sobre el pecho.   

Y el sol rozándole la cabeza con el primer rayo que sobrepasa la cresta oriental del monte.  

La voz iracunda de un hombre grita:

–     ¡Haceos a un lado, plebeyos!

¡Haceos a un lado, que pasa esta belleza!…

Y se presentan cuatro petimetres muy acicalados… 

De los cuales uno es ciertamente romano porque viste toga romana, llevando como en triunfo, sobre sus manos cruzadas a manera de asiento… 

A María de Magdala, gran pecadora todavía.

Ella ríe con su bellísima boca, echando hacia atrás la cabeza de cabellera de oro, toda rizos y trenzas sujetos con horquillas preciosas…

Y con una lámina de oro adornada con perlas que le ciñe la parte alta de la frente. 

 Diadema bajo la cual cuelgan sutiles rizos que velan los espléndidos ojos, a los que un estudiado artificio hace aún más grandes y seductores de lo que ya de por sí son.

La diadema queda oculta detrás de las orejas, bajo la masa de trenzas que pesa sobre el cuello candidísimo y totalmente descubierto.

Es más… lo descubierto es mucho más que el cuello.

La espalda está descubierta hasta los omóplatos y el pecho mucho más.

El vestido está sujeto a los hombros por dos cadenitas de oro. No tiene mangas. Todo está cubierto por decirlo de alguna forma…

Por un velo cuyo único objetivo es el de proteger la piel para evitar que el sol la tueste demasiado.

El vestido es muy ligero, de forma que la mujer, echándose – como hace, zalamera, sobre uno u otro de sus adoradores, es como si se echara sobre ellos desnuda.

Tengo la impresión de que el romano es preferido, porque es al que preferentemente dirige risitas y miradas… 

Y es quien más fácilmente recibe su cabeza sobre el hombro.  

El romano dice:

–      Y así estará contenta la diosa. 

Roma ha hecho de cabalgadura a la nueva Venus… 

Y señalando hacia jesús, remata:

–    Y ahí está el Apolo que has querido ver.

Sedúcelo, pues… pero déjanos a nosotros también algunas migajas de tus halagos.

María ríe y con ágil y procaz movimiento salta al suelo, descubriendo los pequeños pies, calzados con sandalias blancas con hebillas de oro.  

Y un buen trozo de pierna.

Luego el vestido cubre todo.

Es amplísimo, de lana ligera como un velo…

Y muy blanca…

Sujeto a la cintura muy abajo, a la altura de las caderas; por un cinturón cuajado de bullones sueltos de oro.

La mujer está ahí, como una flor de carne – impura – que por un sortilegio hubiera florecido en la verde llanura poblada de muguetes y narcisos silvestres.

Está más hermosa que nunca.

Su boca, pequeña y purpurina, parece un clavel florecido sobre el candor de su dentadura perfecta.

E1 rostro y el cuerpo podrían satisfacer al más exigente de los pintores o escultores, tanto por tonalidad como por las formas.

Su pecho y sus caderas tienen la amplitud justa.

La cintura es cimbreante de modo natural, delgada en relación a las caderas y al pecho.

Parece una diosa como ha dicho el romano.

Una diosa esculpida en un mármol levemente rosado.

La leve tela cubre las caderas para luego pender por delante formando una masa de pliegues.

Todo está estudiado para atraer de forma fulminante.

Jesús la mira fijamente.

Ella, con arrogancia, resiste su mirada mientras ríe…

Y se contorsiona ligeramente por las cosquillas que el romano le está haciendo, con un muguete cortado de entre la hierba, pasándoselo por la espalda y el pecho, que tiene descubiertos.

María, con un gesto estudiado y fingido de enojo, se coloca el velo diciendo:

–    «Respeto hacia mi candor».

Lo cual hace a los cuatro prorrumpir en una fragorosa carcajada.

Jesús sigue mirándola fijamente.

Apenas desvanecido el ruido de las carcajadas…

Jesús, como si la aparición de la mujer hubiera reavivado llamas en el discurso que para terminar se adormecía…

Lo continúa con nueva fuerza…

Y ya no la mira a ella.

Sino a los que lo estaban escuchando, que parecen sentirse en embarazo y escandalizados por esto que ha sucedido.

Jesús continúa:

–     He hablado de fidelidad a la Ley. 

Humildad, misericordia, amor, no sólo hacia los hermanos de sangre sino hacia quien por el simple hecho de haber nacido, como vosotros, de hombre, es hermano vuestro.

Os he dicho que el perdón es más útil que el rencor, que la compasión es mejor que la intransigencia.

Mas ahora os digo que no se debe condenar si no se está exento del pecado por el que se tiende a condenar.

No hagáis como los escribas y fariseos, que son severos con todos pero no consigo mismos…  

Que llaman impuro a lo externo, que sólo puede contaminar lo externo.

Y luego dan cabida a la impureza en su más profundo interior: su corazón.

Dios no está con los impuros, porque la impureza corrompe lo que es propiedad de Dios:

Las almas, especialmente las de los pequeñuelos, que son los ángeles dispersos por la faz de la tierra.

¡Ay de aquellos que les arrancan las alas con crueldad de fieras demoníacas y abaten a estas flores del Cielo para hundirlas en el lodo, haciéndoles así conocer el sabor de la materia!

¡Ay de ellos!… ¡Mejor sería que muriesen abrasados por un rayo antes que cometer tal pecado!

¡Ay de vosotros, los ricos, los que os gozáis la vida y nada más!

¡Porque precisamente entre vosotros fermenta la mayor impureza recostada sobre el ocio y el dinero!

Ahora estáis ahítos.

Hasta la garganta os llega el alimento de las concupiscencias…

Y os estrangula.  

Un día sentiréis hambre…

Un hambre espantosa, insaciable, sin posibilidad de ser atenuada, para toda la eternidad.

Ahora sois ricos. 

¡Cuánto bien podríais hacer con vuestra riqueza!

Sin embargo, con ella hacéis un gran daño, a vosotros y a los demás…

Un día sin final conoceréis una pobreza atroz.

Ahora reís; os creéis los triunfadores; sin embargo, vuestras lágrimas llenarán los estanques de la Gehena.   

Y no se enjugarán jamás.

¿Dónde anida el adulterio?

¿Dónde, la corrupción de muchachas?

¿Quién tiene dos o tres lechos licenciosos, además del suyo propio como esposo;

en los cuales disipa su dinero y el vigor de un cuerpo dado por Dios.

Para que trabaje para su familia y no para debilitarse en repelentes uniones que lo rebajan a nivel inferior al de una bestia inmunda?

Habéis oído que se dijo: “No cometas adulterio”.

Pues Yo os digo que quien mire a una mujer con concupiscencia…

O quien vaya a un hombre con deseo, aun sólo con esto…

Ha cometido ya adulterio en su corazón.

Ninguna razón justifica la fornicación. Ninguna.

Ni el abandono o repudio del marido, ni la conmiseración hacia la repudiada.

Tenéis sólo un alma.

No mientan, una vez que se ha unido a otra por pacto de fidelidad…  

De ser así, ese hermoso cuerpo a través del cual pecáis; irá con vosotros, almas impuras, a las inexhaustas llamas.

Mutiladlo, antes que matarlo eternamente condenándolo.

Vosotros, los ricos, sentinas de vicio llenas de gusanos, sed de nuevo hombres; para que el Cielo no sienta repulsa de vosotros…

María, que al principio ha estado escuchando con una expresión que era todo un cuadro de seducción e ironía…

Con risitas de burla de vez en cuando, en llegando el discurso a su final,..

Muestra una cara hosca de despecho.

Ha comprendido que Jesús le está hablando a ella sin mirarla.

Su enfado se hace cada vez más hosco y rebelde…

Y a lo último no resiste:

Desdeñosa, se envuelve en su velo y seguida por las miradas escarnecedoras de la muchedumbre y perseguida por la Voz de Jesús…

Se echa a correr hacia abajo por la pendiente.

Dejando jirones de su vestido en los cardos y en las matas de escaramujo de los lados del sendero… 

Y huye riéndose, rabiosa y burlona.

Jesús reanuda su discurso:

” Estáis indignados por lo sucedido.

Ya hace dos días que el silbo de Satanás turba nuestro refugio, que está muy por encima del fango; por tanto ya no es un refugio.

Así que lo abandonaremos.

Pero antes quisiera completaros este “Código de “lo más perfecto” en el marco de esta amplitud de luces y horizontes.

Aquí realmente Dios se muestra en su majestad de Creador…

Viendo sus maravillas, podemos llegar a creer firmemente que el Dueño es Él y no Satanás.

El Maligno no podría crear ni siquiera un tallito de hierba.

Por el contrario, Dios lo puede todo.

Que esto nos sea motivo de consuelo. Pero… ya estáis todos al sol.

Puede haceros daño.

Esparcíos hacia arriba por las laderas; ahí hay sombra y frescor. Comed, si queréis.

Yo, mientras, os seguiré hablando sobre el mismo tema.

La hora se ha hecho tarde por muchos motivos.

De todas formas no os duela, que aquí estáis con Dios. 

La muchedumbre grita:

–    «Sí, sí, contigo».

Y cambia de sitio, hacia la sombra de los bosquecillos diseminados que hay en el lado oriental, de modo que la pared montañosa y el follaje protegen del sol, que ya calienta demasiado.

Jesús dice entretanto a Pedro que desmonte el cobertizo. 

Pedro pregunta;

–     Pero… ¿Realmente nos marchamos?  

Jesús contesta:

–     Sí.

–     ¿Porque ha venido ella?…

–     Sí; pero no se lo digas a nadie.

Y menos todavía a Simón Zelote: se entristecería por Lázaro.

No puedo permitir que la Palabra de Dios se transforme en juguete de paganos…

–     Comprendo, comprendo…

–     Pues comprende también otra cosa.

–     ¿Cuál, Maestro? 

–     La necesidad de callar en ciertos casos.

¡Cuidado!; Eres maravilloso, pero tu impulsividad es tanta que te lleva a hacer observaciones punzantes.

–     Comprendo…

No quieres por Lázaro y Simón…

–     Y por otros.

–     ¿Crees que también estarán hoy algunos de éstos?

–     Hoy, mañana, pasado mañana…

Siempre; como también siempre será necesario controlar la impulsividad de mi Simón de Jonás. Ve, ve a hacer lo que te he dicho.

Pedro se pone en movimiento y pide ayuda a sus compañeros.

Judas Iscariote está en un ángulo, pensativo.

Jesús lo llama…

Tres veces, porque no oye.

Al final se vuelve:

–     ¿Me querías, Maestro?

–     Sí; ve tú también a comer y a ayudar a tus compañeros.

–     No tengo hambre, como tampoco Tú.

–     Yo tampoco, pero por motivos opuestos.

¿Estás preocupado, Judas?

–     No, Maestro.

Cansado…

–     Ahora vamos a ir al lago y luego a Judea, Judas.

Y donde tu madre. Te lo prometí…

Judas se reanima.

–     ¿Vas a ir realmente conmigo solo?

–     ¡Sí, hombre! Ámame, Judas.

Quisiera que mi amor estuviera en ti hasta preservarte de todo mal.

–     Maestro… soy hombre; no soy ángel…

Tengo momentos de cansancio. ¿Es pecado tener necesidad de dormir?

–     No, si duermes sobre mi pecho.

Mira allá, qué feliz se ve a la gente.

¡Y qué alegre es el paisaje desde aquí!

Pero también debe ser muy bonita Judea en primavera.

–     Preciosa, Maestro.

Sólo allí, en las alturas de las montañas, que superan a las de aquí, es más tardía.  Hay flores preciosas.

Los huertos  son un esplendor. El mío, atendido en particular por mi madre, es uno de los más bonitos.

Créeme que verla pasear por él, con las palomas corriendo detrás esperando el grano, aplaca el corazón.

–     Lo creo.

Si mi Madre no se siente demasiado cansada, me gustaría llevarla a que viera a la tuya. Se querrían, porque son buenas las dos.

Judas, seducido por esta idea, se sosiega.

Y olvidándose de “no tener hambre y de estar cansado”, corre adonde sus compañeros riendo alegre.

Y siendo alto como es, desata los nudos más altos sin dificultad.

Y come su pan y sus aceitunas, alegre como un niño.

Jesús lo mira con compasión…

Y luego se dirige hacia los apóstoles. 

Pedro dice:

–     Aquí está el pan, Maestro.

Y también un huevo… Se lo he pedido a aquel rico de allí que está vestido de rojo.

Le he dicho: “Tú estás aquí todo tranquilo y contento escuchando; El habla y está derrengado. Dame uno de esos huevecillos, que le aprovecharán más a Él que a ti”.  

Jesús protesta:

–     ¡Pero Pedro!  

Pedro se defiende:

–     ¡No, Señor! Estás pálido como un niño que mama en pecho vacío.

Te estás quedando tan delgado como un pez después de los amores. Déjame a mí. No quiero tener luego cargos de conciencia.

Lo pongo sobre esta ceniza caliente. Son las fajinas que he quemado. Tú te lo bebes. ¿Sabes que hace… cuántos hace… ¡bueno… semanas!, que no comemos más que pan y aceitunas y un poco de suero?…

¡Parece como si nos estuviéramos purgando!

Y Tú comes menos que ninguno y hablas por todos.

Aquí tienes el huevo. Bébetelo tibio, que te vendrá bien.

Jesús obedece.

Pero, viendo que Pedro come sólo pan,

pregunta:

–     ¿Y tú? ¿Las aceitunas?

–     ¡Chisss! Me hacen falta para después.

Las tengo prometidas.

–     ¿A quién?

–     A unos niños.

Pero, si no están formales hasta el final, me como las aceitunas y a ellos les doy los huesos, o sea, tortazos.

–     ¡Hombre, qué bien!

–     ¡Hombre, nunca se los daría…

Pero es que si no se hace así…!  A mí me han dado muchos.

Y si me hubieran dado todos los que merecía por mis fechorías, habría recibido diez veces más.

Pero vienen bien. Soy como soy, precisamente porque me los han dado.

Todos se echan a reír por la sinceridad del apóstol.

                                                       

143 EL LIBRE ALBEDRÍO

143 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

El paisaje es alpino.

Una colina solitaria entre dos valles.

La cima de la colina tiene forma de joroba de camello.

De manera que a pocos metros de la cumbre tiene un anfiteatro natural donde la voz retumba neta como en una sala de conciertos muy bien construida.

La colina está toda florida.

Debe ser el final de la primavera; los cereales de las llanuras tienden ya a dorarse y a madurar para la siega.

Al Norte, un alto monte resplandece con su nevero expuesto al sol.

Inmediatamente más abajo, al Este, el Mar de Galilea parece un espejo reducido a innumerables fragmentos cada uno de ellos, un zafiro encendido por el sol.

Deslumbra con su cabrílleo azul y oro y no se refleja en su superficie sino alguna que otra esponjosa nube que surca el purísimo cielo, o la furtiva sombra de alguna barca de vela.

Al otro lado del lago de Genesaret, un alejarse de llanuras que debido a una leve niebla al ras del suelo  por la evaporación de rocío. 

Son las primeras horas de la mañana y la hierba de la montaña tiene todavía algún diamante de rocío disperso entre sus tallitos.

Parecen continuar el lago, aunque con tonalidades casi de ópalo veteado de verde; más lejos todavía, una cadena montañosa de perfil muy caprichoso, que hace pensar en un diseño de nubes en el cielo sereno.

La gente está sentada: quién en la hierba, quién en gruesas piedras; otros están de pie.

El colegio apostólico está completo.

Jesús  ha vuelto con la multitud, con los pobres…

Y distribuye, según su propio criterio, los óbolos.

Ahora todos están satisfechos…  

Jesús está en pie, subido a una voluminosa piedra.

Para dirigirse a la gran muchedumbre distribuida en las laderas de la montaña.  Jesús puede hablar:

–     La paz esté con vosotros.

Si os enseño los caminos del Señor, es para que los sigáis.

¿Podéis acaso, recorrer el sendero que baja por la derecha y el que baja por la izquierda juntos?

No podéis porque, si tomáis uno, debéis dejar el otro.

Ni siquiera tratándose de dos senderos adyacentes podríais manteneros caminando siempre con un pie en cada uno.

Acabaríais cansándoos, y equivocándoos, aunque se tratara de una apuesta.

Pero es que entre el sendero de Dios y el de Satanás hay una gran distancia…

Que además cada vez se ahonda más, exactamente como sucede con esos dos senderos que terminan aquí:

A medida que van descendiendo se alejan el uno del otro; uno en dirección a Cafarnaúm, el otro en dirección a Tolemaida.

La vida es así, fluye como arco a caballo entre el pasado y el futuro, entre el mal y el bien.

En el centro está el hombre con su voluntad y su libre albedrío.

En los extremos están: en una parte, Dios en su Cielo; en la otra, Satanás con su Infierno.

El hombre puede elegir. Nadie lo obliga.

Que no se me diga: “Pero Satanás tienta” como disculpa de bajar hacia el sendero bajo.

Dios también tienta con su amor, que es bien fuerte; con sus palabras, que son muy santas; con sus promesas, que son muy seductoras.

¿Por qué, entonces, dejarse tentar por uno sólo de los dos, y además por el que no merece ser escuchado?

Palabras, promesas, amor de Dios: ¿No son suficientes para neutralizar el veneno de Satanás?

Fijaos que ello no testifica a favor de vosotros. Una persona que tenga fuerte salud física supera con facilidad los contagios aun no siendo inmune a ellos.

Sin embargo, si uno está ya de por sí enfermo, y por tanto débil, es casi seguro que perecerá si cae en una nueva infección.

O si sobrevive, quedará más enfermo que en el estadio precedente, porque no tiene fuerza en su sangre para destruir completamente los gérmenes infecciosos. 

Pues lo mismo sucede con la parte superior.

Si una persona está moral y espiritualmente sana y fuerte, no es que esté exenta de ser tentada, creedlo, pero el mal no echará raíces en ella.

Cuando oigo a alguno que me dice: “He conocido a tal o cual persona, he leído tal o cual libro, he tratado de llevar a éste o a aquél al bien.

Pero ha sucedido que el mal que había en su mente y en su corazón, el mal que había en el libro, ha entrado en mí”, Yo concluyo:

“Lo que demuestra que ya habías creado en ti el terreno favorable para que entrase; lo que demuestra que eres una persona débil, completamente carente de nervio moral y espiritual.

Porque incluso de nuestros enemigos debemos sacar cosas buenas.

Observando sus errores debemos aprender a no caer en ellos.

El hombre inteligente no es juguete de la primera doctrina que llega a sus oídos. Quien está saturado de una doctrina no puede hacer espacio dentro de sí para otras.

Esto explica las dificultades que uno encuentra cuando trata de persuadir de seguir la verdadera Doctrina a quienes están convencidos de otras.

Pero, si me confiesas que tu pensamiento cambia al mínimo soplo del viento, veo que estás lleno de vacíos, veo que tu fortaleza espiritual está llena de fisuras.

Los diques de tu pensamiento están agrietados en mil puntos por los que salen las aguas buenas y entran las contaminadas.

Y eres tan necio y apático, que ni siquiera te das cuenta y no pones el necesario remedio. Eres un desdichado”.

Sabed elegir, pues, entre los dos senderos, el bueno; y proseguir en él, resistiendo, resistiendo, oponiendo resistencia a las seducciones de la carne, del mundo, de la ciencia y del demonio.

Las fes a medias, compromisos o pactos hechos con dos (el uno contrario al otro) dejádselos a los hombres del mundo. Ni siquiera en ellos deberían existir, si los hombres fueran honestos.

Pero, al menos vosotros, hombres de Dios, no los tengáis.

Ni con Dios ni con Satanás, podríais tenerlos; pero es que ni con vosotros mismos debéis tenerlos, porque no tendrían valor. Vuestras acciones, compuestas de bien y mal, no tendrían valor alguno.

Además, las que fueran enteramente buenas quedarían anuladas por las no buenas.

Las malas os conducirían directamente a los brazos del Enemigo. No sean, por tanto, así vuestras acciones; antes bien, sed leales en vuestro servicio.

Nadie puede servir a dos señores que piensan de forma distinta: amará a uno y odiará al otro, o viceversa.

No podéis ser, al mismo tiempo, de Dios y de Satanás. 

El espíritu de Dios no puede conciliarse con el espíritu del mundo: el uno sube, el otro baja; el uno santifica, el otro corrompe. Y, si estáis corrompidos, ¿Cómo podréis actuar con pureza?

Ya sabéis cómo se corrompió Eva, y Adán por ella.

Satanás besó los ojos de la mujer y los embrujó, de modo que todo lo que veía puro hasta ese momento para ella tomó aspecto impuro y despertó curiosidades extrañas.

Luego Satanás le besó los oídos, y se los abrió a palabras de una ciencia ignota, la suya.

También la mente de Eva quiso conocer lo que no era necesario.

Luego Satanás mostró a los ojos y la mente, despertados al Mal, aquello que antes no habían visto ni entendido, y todo en Eva quedó despertado y corrompido;

Y la Mujer fue al Hombre y le reveló su secreto.

Y persuadió a Adán de que saborease el nuevo fruto, tan hermoso para la vista, tan prohibido hasta ese momento.

Y lo besó y lo miró, con la boca y las pupilas, estando ya presente la mezquindad de Satanás.

Y la corrupción penetró en Adán, que vio. 

Y que a través de los ojos sintió el apetito de lo prohibido y lo mordió con su compañera…

Y cayó desde tanta altura al lodo.  

Cuando uno está corrompido arrastra hacia la corrupción, a menos que el otro sea un santo en el verdadero sentido de la palabra.

Atención, hombres, con la mirada, la de los ojos y la de la mente: una vez corrompidas, por fuerza corromperán lo demás.

Los ojos son faro del cuerpo; del corazón, tu pensamiento.

Si tu ojo no es puro, ten en cuenta que por la sujeción de los órganos al pensamiento los sentidos se corrompen por un pensamiento corrompido…

Todo en ti será tenebroso, seductores velos crearán impuros fantasmas en ti.

Todo es puro en quien tiene pensamiento puro, que a su vez da una mirada pura.

Entonces la luz de Dios, señora, desciende donde no encuentra el obstáculo de la carne.

Pero si por mala voluntad has educado tu ojo a torpes imágenes, todo en ti se transformará en tinieblas.

Inútilmente mirarás incluso a las cosas más santas.

En la oscuridad no serán sino tinieblas…

Y harás obras de tinieblas.   

Por tanto, hijos de Dios, tutelaos contra vosotros mismos. 

Tropezar no es malo, encariñarse con la piedra, SÍ.

Vigilaos atentamente contra todas las tentaciones.

No hay mal en el hecho de ser tentados.

El atleta se prepara para la victoria con la lucha.

El mal está en ser vencidos por falta de preparación o de atención.

Sé que todo puede servir de tentación. Sé que defenderse debilita. Sé que la lucha cansa.

De todas formas, ¡Ánimo!

Pensad en lo que conseguís por estas cosas. ¿Estaríais dispuestos a perder una eternidad de paz por una hora de placer, del tipo que sea?

¿Qué os deja el placer de la carne, del oro y del pensamiento? Nada.

¿Qué conseguís de repudiarlos?

Todo. Hablo a pecadores, porque el hombre es pecador.

Bien, decidme, de verdad: 

¿Una vez aquietado el apetito de la carne o el orgullo o la avaricia, os sentís más lozanos, contentos, seguros?

¿En el tiempo que sigue a la satisfacción del deseo – que es siempre tiempo de reflexión – verdaderamente os habéis sentido felices?

Yo no he probado este pan de la carne.

Pero respondo por vosotros: ¡NO!

Lo que habéis sentido es decaimiento, desagrado, incertidumbre, náusea, miedo, desasosiego: ése ha sido el contenido sacado a la hora transcurrida.

Ahora bien, de la misma forma que os digo: “No hagáis eso nunca” os digo también: “No seáis crueles para con los que yerran”, os lo ruego.

Recordad que todos sois hermanos, hechos de una carne y un alma.

Pensad que muchas son las causas que inducen a pecar. Sed misericordiosos para con los pecadores.

Levantadlos bondadosamente y conducidlos a Dios, mostrando que el camino que han recorrido está erizado de peligros para la carne, la mente y el espíritu.

Si hacéis esto, obtendréis un alto premio, porque el Padre que -está en los cielos es misericordioso con los buenos y sabe dar el céntuplo por uno.

Por lo cual os digo… 

Este discurso es interrumpido por…

Un fuerte movimiento entre la muchedumbre, que se agolpa hacia el sendero que sube al rellano.