161 RESURRECCIÓN EN NAÍM8 min read

161 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Naím debía tener una cierta importancia en tiempos de Jesús.

No es muy grande pero está bien construida. La rodea una muralla, 

Se asienta sobre una colina derivada del Pequeño Hermón, que domina desde lo alto la fértil llanura abierta hacia el noroeste.

Para llegar a ella viniendo de Endor, hay que atravesar un riachuelo afluente del Jordán.

Que desde aquí ya no se ve, pues lo ocultan unas colinas que dibujan un arco en forma de signo de interrogación abierto hacia el este.

Jesús avanza en dirección a esta ciudad, por un camino de primer orden que comunica las regiones del lago con el Hermón y sus pueblos.

Tras El van muchos habitantes de Endor, verdaderamente locuaces.

La distancia que separa al grupo apostólico de los muros de la ciudad es ya muy poca: 

Unos doscientos metros, no más.

Ya está avanzada la mañana y las puertas de la ciudad están abiertas.

Dado que el camino va derecho a meterse por una de las puertas de la ciudad,

se puede ver todo lo que está sucediendo en la zona inmediatamente situada al otro lado de los muros.

Es así que Jesús, que iba hablando con los apóstoles y con el nuevo convertido,

ve venir, en medio de un gran revuelo de plañideras, un cortejo fúnebre.  

Los habitantes de Endor, se precipitan a la puerta, para mirar…

Algunos apóstoles preguntan:

–     ¿Vamos a ver, Maestro? 

Jesús acepta diciendo: 

–     Bueno, vamos.  

Judas dice a Juan:

–     Debe ser un niño…

¡Fíjate cuántas flores y cintas hay sobre el lecho fúnebre!   Juan responde:

–     O quizás una virgen.  

Bartolomé niega:

–     No.     

Sin duda es un muchachito joven, por los colores que han puesto.

Además faltan los mirtos…

El cortejo fúnebre ya está fuera de la ciudad.

No es posible ver lo que hay en la litera, que va en alto, cargada sobre los hombros…

Sólo por el relieve que hace, se intuye un cuerpo extendido, fajado, tapado con una sábana.

Y se comprende que es un cuerpo que ya ha alcanzado su completo desarrollo, porque ocupa toda la largura de la camilla.

A su lado, una mujer velada, ayudada por parientes, camina llorando.

Es el único llanto sincero en toda esa comedia de plañideras.

Y si uno de los que llevan las andas tropieza con una piedra, hay un agujero o una pequeña elevación del suelo, de forma que la litera sufre una violenta oscilación,

la madre gime:

–     ¡No, no, despacio!

¡Mi niño ha sufrido mucho!

Y levantando una de sus temblorosas manos, acaricia el borde de la camilla. 

–     ¡Más no puede!

Y besa los ondeantes velos y las cintas que el viento agita, acariciando la figura inmóvil. 

Pedro, a punto de llorar,

exclama con aflicción: 

–     Es la madre.  

Pero no es el único que tiene bañados los ojos por esa congoja:

Al Zelote, a Andrés, a Juan y hasta a Tomás, que siempre está alegre, les brillan los ojos.

Todos, todos están conmovidos.

Judas dice en voz baja:

–     ¡Si fuera yo…!

¡Pobrecilla de mi madre…!  

Jesús, con una dulzura en sus ojos tan profunda que se hace irresistible,

Se dirige hacia la camilla.

La madre, sollozando ahora más intensamente,

porque el cortejo se prepara a girar en dirección al sepulcro abierto.  

Con un impulso incomprensible –¡Quién sabe de qué tiene miedo!- aparta con violencia a Jesús.

Al ver su ademán de tocar la camilla.

Y mirándolo con ojos delirantes por el dolor.

 grita:

–    ¡Es mío!  

Jesús responde:

–     Ya sé que es tuyo, madre.

–     ¡Es mi único hijo!

¿Por qué le ha tenido que llegar la muerte?:

¿Por qué a él, que era bueno, que era encantador, que era la alegría de esta viuda?

¿Por qué?… 

La comparsa de las plañideras aumenta su pagado llanto para hacer coro a la madre,

que continúa:

–     ¿Por qué él y no yo?

No es justo que quien ha dado la vida vea perecer al fruto de su vientre.

El fruto debe vivir, porque, si no, ¿Qué sentido tiene el que estas entrañas se desgarren para dar a luz a un hombre?

Con violencia y desesperada, se golpea el vientre.  

Jesús le toma las manos,

diciendo:

–     ¡No, así no!

¡No llores, madre!

Se las aprieta fuertemente, sujetándolas con su mano izquierda, mientras con la derecha toca la camilla,

y dice a los que la llevan:

–    Deteneos.

Poned en el suelo la camilla.

Los hombres obedecen y bajan la camilla, que queda apoyada en el suelo sobre sus cuatro patas.

Jesús agarra la sábana que cubre al muerto y la echa hacia atrás, quedando así descubierto el cadáver.

La madre grita su dolor, con el nombre de su hijo:

–     ¡Daniel!

Jesús sigue teniendo en su mano las manos maternas.

Se yergue imponente, con su mirada centelleante en su rostro,

que es la expresión de los milagros más poderosos.

Y bajando la mano derecha mientras dice con toda la fuerza de su voz:

–     Jóven, Yo te lo mando: ¡Levántate!

Después de unos segundos impactantes…

El muerto envuelto en las vendas, se incorpora.

Se sienta en la camilla,

y dice:

–   ¡Mamá!…

Es el grito de un niño aterrorizado.

Jesús, soltándo las manos de la madre,

dice:

–    Es tuyo, mujer.

Te lo devuelvo en el Nombre de Dios.

Ayúdale a quitarse el sudario. Sed felices.

Jesús trata de retirarse.

Pero no lo dejan.

La multitud lo aprisiona junto a la camilla.

A donde la madre se ha arrojado, gesticulando entre las vendas, para quitarlas lo más pronto posible.

Mientras se oye una y otra vez la voz implorante:

–    ¡Mamá! ¡Mamá!…

Ella ha quitado el sudario y las vendas

Madre e hijo se abrazan.

Sin tomar en cuenta las capas de bálsamo pegajoso, que la madre retira de la cara, de las manos…

Con las mismas vendas.

Y luego, no teniendo con qué vestirlo de nuevo, se quita el manto y con él lo envuelve.

Y todo sirve para acariciarlo, con inmenso amor…

Jesús los mira.

Observa a esta pareja que se abraza llena de amor, estrechándose sobre la orilla de la camilla…

Que ha dejado de ser fúnebre.

Y viendo en el tiempo, contempla una escena similar y a la vez muy diferente…

Que sucederá en un futuro no muy lejano…

Y sus ojos se llenan de lágrimas.

Judas de Keriot ve este llanto y pregunta:

–     ¿Por qué lloras, Señor?

Jesús voltea su rostro,

y dice:

–    Pienso en mi Madre…

Esta breve conversación hace que la mujer se vuelva hacia su Bienhechor.

Toma por la mano al hijo, lo levanta.

Ella se arrodilla,

y dice:

–    También tú, hijo mío.

Bendice a este Santo que te ha devuelto a la vida y a tu madre.

Y se inclina a besar la orla del vestido de Jesús.

Mientras que la multitud prorrumpe en hosannas a Dios y a su Mesías;

porque los apóstoles y los vecinos de Endor, lo han propalado así.

Toda la multitud grita:

–   ¡Sea Bendito el Dios de Israel!

–    ¡Bendito el Mesías, su enviado!

–    ¡Bendito Jesús, Hijo de David

–   ¡Un gran profeta ha nacido entre nosotros!

–    ¡Dios ha visitado realmente a su Pueblo!

–    ¡Aleluya! ¡Aleluya!…

Finalmente Jesús puede escabullirse y entrar en la ciudad.

La multitud lo sigue.

 Lo persigue, con amor exigente.  

Le sale al paso un sacerdote que se inclina profundamente,

y lo saluda:

–    Te ruego que te quedes en mi casa.

Jesús objeta:

–     No puedo.

La Pascua me impide que me detenga fuera de lo establecido.

Dentro de pocas horas llegará el atardecer y hoy es Viernes.

Por esta razón debo llegar antes del crepúsculo a mi próxima etapa. Te doy las gracias como si me quedase. No me retengas.

–    Soy el sinagogo.

–    Hombre, hubiera bastado con que me tardase una hora…

Para que aquella mujer no hubiese recuperado a su hijo.

Voy a donde otros infelices me están esperando. No retardes su alegría, por egoísmo.

Otra vez regresaré y me hospedaré contigo en Naím, por algunos días.

Te lo prometo. Ahora déjame ir.

El hombre no insiste más.

Se limita a decir:

–    Lo has dicho.

Te espero.

–    Sí.

La paz sea contigo y con los habitantes de Naím.

Y volviéndose hacia la comitiva que venía con él,

agrega:

–    También a vosotros los de Endor.

Regresad a vuestras casas.

Dios os ha hablado a través del milagro.

Haced que en todos vuestros corazones, por la fuerza del amor; haya otras tantas resurrecciones.

Hay una última, unánime, exultación de la multitud.

para después dejar a Jesús que continúe su camino.

Y Jesús atraviesa diagonalmente la ciudad …

Y sale hacia los campos, en dirección al Esdrelón.

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