164 EL ANHELO IMPOSIBLE11 min read

164 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Santiago de Alfeo pregunta: 

–     ¿Señor, aquella cima es el Carmelo? 

Jesús responde:

–     Sí, hermano.

Aquélla es la cadena montañosa del Carmelo. La cúspide más alta le da el nombre.

–     Debe ser bonito también desde allí el mundo.

¿Has estado alguna vez?

–     Una vez,

Yo solo al principio de mi predicación. Al pie de ese monte curé a mi primer leproso. Pero iremos de nuevo juntos, para recordar a Elías…

–     Gracias, Jesús.

Me has comprendido, como siempre.

–     Y como siempre, te perfecciono, Santiago.

–     ¿Por qué?

–     El porqué está escrito en el Cielo.

–     ¿No me lo dices, hermano?

¿Tú que lees lo que está escrito en el Cielo?

Jesús y Santiago van caminando el uno al lado del otro.

Sólo el pequeño Yabé, que va también ahora de la mano de Jesús, puede oír la conversación confidencial de los dos primos, que se sonríen mirándose a los ojos.

Jesús, pasando un brazo por encima de los hombros de Santiago para acercárselo aún más,

pregunta:

–     ¿Realmente quieres saberlo?

Pues bien, te lo voy a decir en forma de adivinanza; cuando encuentres la clave serás sabio.

Escucha:

«Habiéndose reunido los falsos profetas en el monte Carmelo, se acercó Elías y dijo al pueblo:

“¿Hasta cuándo seguiréis cojeando de dos partes? Si el Señor es Dios, seguidlo; si Baal, seguid a éste”.

El pueblo no respondió.

Entonces Elías siguió diciendo al pueblo:

“De los profetas del Señor he quedado yo sólo” y la única fuerza de este hombre solo era el grito :

“Escúchame, Señor, escúchame, para que este pueblo reconozca que eres el Señor Dios y que has convertido de nuevo sus corazones”.

Entonces el fuego del Señor cayó y devoró el holocausto».

Hermano, adivina.

Santiago inclina la cabeza y se pone a pensar.

Jesús lo mira sonriendo.

Caminan unos metros así,

luego Santiago dice:

–     ¿Tiene que ver con Elías o con mi futuro?

–     Con tu futuro, naturalmente…

Santiago se queda de nuevo pensativo.

Y susurra:

–     ¿Seré destinado a invitar a Israel a que siga con autenticidad un camino?

¿Seré llamado a quedarme solo en Israel? Si la respuesta es afirmativa, quieres decir que los otros serán perseguidos y que los dispersarán.

Y que… que… elevaré mi oración a Tí por la conversión de este pueblo…

Como sacerdote… como… víctima…

Si es así, ¡Oh! inflámame ya desde este momento, Jesús!…

–     Lo estás ya.

Mas ha de raptarte el Fuego, como a Elías; por este motivo subiremos al Carmelo tú y Yo solos…

Y hablaremos.

–     ¿Cuándo?

¿Después de la Pascua?

–     Después de una Pascua, sí.

Entonces te diré muchas cosas…

Un arroyo que fluye hacia el mar, colmado su caudal por las lluvias primaverales y la disolución de las nieves, se interpone en su camino.

Acude Pedro y dice:

–     El puente está más arriba.

Por donde pasa el camino que va de Tolemaida a Engannim.

Jesús, dócilmente vuelve sobre sus pasos.

Cruza el arroyo por un sólido puente de piedra.

Enseguida vuelven a verse montañas y colinas pequeñas.

Felipe pregunta: 

–     ¿Llegaremos a Engannim antes de que anochezca? 

–     Ciertamente.

Pero… ahora tenemos con nosotros a un niño. 

Y Jesús pregunta amoroso: 

–    ¿Estás cansado Yabé?

Sé sincero como un ángel. 

El niño contesta:  

–     Un poco, Señor.

De todas formas, me esforzaré en seguir caminando.  

El hombre de Endor, con su voz gutural,

dice:

–     Este niño está débil.

Pedro exclama: 

–     ¡Mira tú éste!…

¡Con la vida que lleva desde hace algunos meses!… ¡Ven para que te tome en brazos!

–     ¡Oh, no, señor!

No, que te cansas. Todavía puedo andar yo.

–     ¡Ven, ven, que no pesas!

Pareces un pajarillo desnutrido.  

Pedro lo levanta en vilo, lo sienta montado sobre sus anchos y fuertes hombros.

Y lo sujeta por las piernitas flacas que le cuelgan a los lados..

Caminan ligeros porque el sol ya es fuerte y los invita estimulándolos a llegar a las boscosas colinas.

Se detienen en un pueblo llamado Megguidó, para comer y descansar junto a una fuente muy fresca.  

Rumorosa por la mucha agua que de ella brota y que cae en una pila de piedra oscura.

Ninguno del pueblo se interesa por los peregrinos anónimos, entre los muchos que van a pie, en burros o mulas hacia Jerusalén para la Pascua.

Se respira ya aire de fiesta.

Muchos niños, pensando jubilosos en la ceremonia de su mayoría de edad, van con los viajeros.  

Yabé está con Pedro, que lo tiene conquistado con bagatelas y golosinas.  

Dos muchachitos de holgada y evidente riqueza, que se han acercado a jugar junto al manantial, cerca de donde están Yabé y Pedro,

le preguntan al niño:

–  ¿Tú también vas para ser hijo de la Ley?

Yabé responde casi escondiéndose detrás de Pedro:

–   Sí.

–   ¿Este es tu padre?

¿Eres pobre, verdad?

–   Sí. Soy pobre.

Los muchachos que parecen ser hijos de fariseos, lo escudriñan irónicos y curiosos.

Le dicen:

–   Se ve.

Y de hecho, sus vestidos son miserables harapos y demasiado cortos.

Sus pequeños pies calzan unas sandalias muy feas, sostenidas con burdas correas, que son una tortura para sus pies.

Y los muchachitos, llevados por un egoísmo cruel propio de muchos niños que no son buenos,

dicen:

–   ¡Oh!

¡Entonces no vas a tener vestido nuevo para tu fiesta

¡Nosotros, mira…! ¿Verdad Joaquín?

Mi vestido es rojo y también el manto. El de él es azul. Y tendremos sandalias con hilos de plata.

Y un cinturón bordado con oro y un talet sostenido con una lámina de oro y…  

Pedro que ha terminado de llenar las cantimploras,

les grita: 

–  Y un corazón de piedra, ¡Digo yo!

¡Sois malos, muchachos! La ceremonia y los vestidos valen un comino, si el corazón no es bueno. Prefiero a mi niño.

¡Largaos orgullosos y presumidos!

¡Idos con los ricos y tened respeto a quién es pobre y honesto!

Ven Yabé. El agua es buena para los pies cansados. Ven para que te los lave.

Después caminarás mejor. Te llevaré en brazos hasta Enganím. Buscaré uno para que te haga sandalias nuevas.

Y Pedro lava y seca los pequeños pies lastimados, que desde hace tanto tiempo no han sido acariciados.  

Yabé va a cumplir doce años, pero parece un niño escuálido de nueve.

El niño mira a Pedro, titubea, luego se inclina sobre el hombre que le está acomodando las sandalias, lo rodea con sus bracitos flacos,

y le dice:

–  ¡Qué bueno eres!

Y lo besa en los cabellos alborotados.

Pedro se conmueve…

Se sienta en la tierra mojada y le pide:

–   Ahora dime: ‘padre’…

El cuadro es enternecedor.

Jesús se acerca junto con los demás.

Los dos niños, que se habían quedado por curiosidad,

dicen:

–   Luego, ¿No es tu padre?

Yabé responde con firmeza:

–   Para mí es padre y madre.

–   Sí querido.

Dijiste bien: padre y madre.

Y a vosotros señoritos; os aseguro que no irá mal vestido a la ceremonia. Irá como un rey.

Los dos rapazuelos se sorprenden y se van corriendo.

Jesús pregunta con una gran sonrisa:

–    ¿Qué haces Simón, sentado en el suelo mojado?

–           ¿Mojado?

¡Oh, sí! No me había dado cuenta. ¡Ah, Maestro! Debes dejar que me encargue de este pequeño. Luego lo entregaré.

Hasta que no sea un verdadero israelita es mío.

–  ¡Pero claro que sí!

Tú serás su tutor, como un viejo padre. ¿Está bien? Vámonos. Para llegar al atardecer y para no hacer correr mucho al niño…

–  Yo lo cargo.

Pesa más mi red. No puede caminar con estas suelas rotas. Ven, Yabé.

Y Pedro, cargándose encima a su ‘hijito’, continúa feliz su camino, cada vez más sombreado bajo las  arboledas de frutas varias, en un ascender suave de colinas…

Desde las cuales la vista se dilata hacia la fecunda llanura de Esdrelón.

Engannim es una linda ciudad, no grande, bien abastecida de agua de las colinas a través de un acueducto elevado.

Jesús y los suyos están ya en las cercanías de la ciudad.

Entonces perciben el rumor de una patrulla militar que está acercándose.

Se hacen a un lado, arrimándose al borde del camino y los cascos de los caballos resuenan contra el pavimento,

Publio Quintiliano es el comandante, baja del caballo y deteniéndolo pór la brida, se acerca a Jesús con una sonrisa franca. 

Y lo saluda: 

–           ¡Salve, Maestro!

Milagro de verte por aquí. 

Sus soldados aflojan el paso y lo esperan.

Jesús contesta:

–   Voy a Jerusalén para la Pascua.

–   Yo también.

Durante las fiestas se refuerzan las guardias, pero también viene Poncio Pilatos a ellas y está Claudia.

Somos su estafeta. Nosotros patrullamos los caminos para protegerla a ella. ¡Son caminos tan inseguros!… Las águilas espantan a los chacales.

Dice el tribuno muy sonriente y mira a Jesús.

Después en voz baja agrega:

–     Este año tenemos doble guardia para proteger las espaldas del desvergonzado de Antipas.

Hay mucho descontento porque arrestó al Profeta. Descontento en Israel y como consecuencia, entre nosotros.

Pero… hemos pensado en dar una cadenciosa melodía de flautas al Sumo Sacerdote y a sus compinches.

Y en voz más baja aún, añade:

–     Tú estás seguro. Los de uñas largas no las sacarán. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! Nos tienen miedo.

Basta con aclarar la voz; para que crean que es un rugido.

¿Hablarás en Jerusalén? Ven cerca del Pretorio. Claudia habla de Ti, diciendo que eres un gran filósofo. Eso es bueno para Ti, porque…

el verdadero Procónsul es Claudia; es nieta de Augusto.

Quintiliano mira a su alrededor y ve a Pedro cargado, rojo y sudado.  

Y pregunta: 

–     ¿Y ese niño?

–     Un huérfano que he tomado conmigo.

–     ¡Pero… ese hombre tuyo se está esforzando demasiado!

Niño, ¿Tienes miedo a ir unos metros a caballo? Te pongo aquí, bajo mi clámide; iré suave.

Cuando lleguemos a las puertas, te dejo que sigas con este hombre.

El niño no ofrece resistencia y es dulce como un cordero.

Publio lo levanta en vilo y lo sienta consigo en su montura.

A1 dar la orden de ir despacio a los soldados, ve también al hombre de Endor.

Lo mira fijamente y dice:

–     ¿Tú también por aquí?

–     Sí.

Ya no vendo huevos a los romanos, pero los pollos están todavía allí. Ahora estoy con el Maestro…

–     ¡Bien para ti!

Así te sentirás más confortado. ¡Adiós!

¡Salve, Maestro, te espero en aquel pequeño grupo de árboles.

Y espolea a su cabalgadura.   

Los apóstoles preguntan a Juan de Endor: 

–     ¿Os conocéis?

–     Sí, como proveedor de pollos.

Antes no me conocía. Una vez fui llamado a la comandancia a Naím, para fijar los precios, y estaba él.

Desde entonces, cuando iba a Cesárea a comprar libros o algún utensilio siempre me saludaba. 

 Me llama Cíclope o Diógenes. No es malo. A pesar de mi odio por los romanos, no me mostré nunca agresivo con él porque me podía ser útil. 

Pedro dice: 

–    ¿Has oído, Maestro?

¿Ves?, han surtido buen efecto mis palabras al centurión de Cafarnaúm.

Ahora estoy más tranquilo.

Y llegan a la arboleda a cuya sombra se ha detenido la patrulla. 

El tribuno dice: 

 –      Bien. Aquí está el niño.

¿Algunas órdenes, Maestro?

–      No, Publio.

Dios te muestre su rostro.

–    Salve.  –Y se sube al caballo.

Lo espolea y los suyos le siguen.

Se oyen los cascos de los caballos y se ven brillar las corazas.   

Entran a la ciudad y Pedro lleva al niño a comprarle sus sandalias.

Zelote dice:

–   Este hombre se muere por tener un hijo.

Tiene razón.

Jesús contesta:

–   Os daré millares.

Ahora vamos a buscar refugio para seguir mañana al amanecer.

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