Archivos diarios: 15/02/21

EL COMBATE ESPIRITUAL 1

COMBATES PERSONALES CONTRA EL DEMONIO

“Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las asechanzas del demonio.

Porque nuestra lucha no es contra los enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio”. (Efesios.6, 11-12)

“Sed sobrios y estén vigilantes, porque su enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar”. (1 Pedro 5.8)

1.-  San Antonio Abad, el Grande: “El león rugía, deseando atacar”

En su juventud, Antonio, que era egipcio e hijo de acaudalados campesinos, se sintió conmovido por las palabras de Jesús, que le llegaron en el marco de una celebración eucarística: «Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres…».

Así lo hizo el rico heredero, reservando sólo parte para una hermana, a la que entregó, parece, al cuidado de unas vírgenes consagradas.

En su busca de soledad y persiguiendo el desarrollo de su experiencia, fue uno de los primeros monjes en retirarse al desierto para vivir entregado al ayuno y la oración.

Pasó casi toda su vida, la cual fue larga (ciento cinco años, 251-356), en la soledad de los desiertos de Egipto.

En su retiro en Pispir fue invadido por visiones demoníacas relatadas en su Vie (Vida) por Atanasio de Alejandría (hacia el 360), difundidas en Occidente a través de la La Légende dorée (La leyenda dorada) de Jaques de Voragine (entre 1250 y 1280)

Y conocidas con el nombre de “Tentaciones”.

Es el “padre de los monjes”, el patrón de los mercaderes de cerdos y de los carniceros, de los tejedores de paños (de los sayales), protector del fuego de San Antonio (de los quemados) y de la peste, conservador de la especie porcina.

También es el patrón de los sepultureros porque con noventa años enterró al ermitaño Pablo en el desierto – dos leones cavaron la tumba con sus patas.

La piedad popular le confunde a menudo con San Antonio de Padua (1195-1231), invocado para encontrar los objetos perdidos.

 La Iglesia conoce su historia gracias a su biógrafo San Atanasio.

Cuando la gente visitaba a San Antonio en las ruinas donde vivía escuchaba tumulto, muchas voces y el choque de armas.

También veían que durante la noche aparecían bestias salvajes y que el santo combatía contra ellas mediante la oración.

En una ocasión, cuando tenía 35 años, San Antonio decidió pasar la noche solo en una tumba abandonada.

Allí un grupo de demonios apareció y lo hirieron.

Los arañazos del demonio le impidieron levantarse del suelo.

El ermitaño comentaba que el dolor causado por esa tortura demoniaca no se comparaba a ninguna herida causada por el hombre.

Al día siguiente, un amigo suyo lo encontró y lo llevó al pueblo más cercano para curarlo. Sin embargo, cuando el santo recuperó el sentido le pidió a su amigo que lo llevara de regreso a la tumba.

Al dejarlo, San Antonio gritó: “aquí estoy, yo Antonio. No huiré de tus latigazos y ningún dolor ni tormento me separará del amor de Cristo”.

San Atanasio relata que los demonios regresaron y ocurrió lo siguiente:

Resonó un estruendo semejante a un terremoto, que sacudió todo el lugar y los demonios salieron de las cuatro paredes en formas monstruosas de bestias y reptiles.

Así el lugar se llenó de leones, osos, leopardos, toros, serpientes, áspides, escorpiones y lobos.

El león rugía, deseando atacar; el toro se preparaba para embestir con sus cuernos; la serpiente se arrastraba buscando un punto de ataque y el lobo gruñía rodeándolo.

Todos estos sonidos eran aterradores.

Aunque San Antonio jadeaba de dolor, enfrentó a los demonios diciendo:

“si ustedes tuviesen algún poder, habría bastado que solo uno de ustedes viniera, pero como Dios los hizo débiles, ustedes quieren aterrorizarme con su gran número. 

Y la prueba de su debilidad es que han tomado la forma de bestias brutas”.

“Si son capaces y si han recibido un poder en mi contra, atáquenme de una vez. Pero si no son capaces, ¿Por qué me perturban en vano?

Porque mi fe en Dios es mi refugio y la muralla que me pone a salvo de ustedes”.

De repente, el techo se abrió y una luz brillante iluminó la tumba.

Los demonios desaparecieron y los dolores cesaron.

Al darse cuenta de que Dios lo había salvado, Antonio oró: “¿Dónde estabas? ¿Por qué no te apareciste desde el principio y me libraste de los dolores?”.

A estas preguntas, Dios respondió:

“Antonio, yo estaba allí, pero esperé para verte pelear. Como has perseverado en la lucha, y no has caído, siempre estaré dispuesto a socorrerte y haré famoso tu nombre en todas parte”.

Luego de escuchar las palabras de su Señor, el monje se levantó y oró.

Entonces recibió tanta fuerza que sintió que tenía más poder en su cuerpo que antes.

2- San Jerónimo.

(Tréveris, hacia 340 – Milán, 397) Padre y doctor de la Iglesia Católica.

Junto con San Jerónimo de Estridón y San Agustín de Hipona, San Ambrosio de Milán conforma el grupo de Padres de la Iglesia que constituyen la «edad de oro» de la patrística.

Fue funcionario del Imperio romano, gobernador de Liguria y Emilia (370) y arzobispo de Milán.

Recibió el bautismo, la ordenación y la consagración en 374 y se dedicó al estudio de la teología y de las humanidades; su obras tienen un marcado carácter pastoral.

Creó nuevas formas litúrgicas, promovió el culto a las reliquias en Occidente y convirtió y bautizó a San Agustín. Su festividad se celebra el 7 de diciembre.

Jerónimo dispuso irse al desierto a hacer penitencia por sus pecados (especialmente por su sensualidad que era muy fuerte, y por su terrible mal genio y su gran orgullo).

Pero allá aunque rezaba mucho, ayunaba y pasaba noches sin dormir, no consiguió la paz.

Se dio cuenta de que su temperamento no era para vivir en la soledad de un desierto deshabitado, sin tratar con nadie.

El mismo en una carta cuenta cómo fueron las tentaciones que sufrió en el desierto (y esta experiencia puede servirnos de consuelo a nosotros cuando nos vengan horas de violentos ataques de los enemigos del alma).

San Francisco de Sales recomendaba leer esta página de nuestro santo porque es bellísima y provechosa. Dice así:

«En el desierto salvaje y árido, quemado por un sol tan despiadado y abrasador, que asusta hasta a los que han vivido allá toda la vida, mi imaginación hacía que me pareciera estar en medio de las fiestas mundanas de Roma.

En aquel destierro al que por temor al Infierno yo me condené voluntariamente, sin más compañía que los escorpiones y las bestias salvajes, muchas veces me imaginaba estar en los bailes de Roma contemplando a las bailarinas.

Mi rostro estaba pálido por tanto ayunar y sin embargo los malos deseos me atormentaban noche y día.

Mi alimentación era miserable y desabrida y cualquier alimento cocinado me habría parecido un manjar exquisito.

Y no obstante las tentaciones de la carne me seguían atormentando.

Tenía el cuerpo frío por tanto aguantar hambre y sed, mi carne estaba seca y la piel casi se me pegaba a los huesos.

Pasaba las noches orando y haciendo penitencia y muchas veces estuve orando desde el anochecer hasta el amanecer.

Y aunque todo esto hacía, las pasiones seguían atacándome sin cesar.

Hasta que al fin, sintiéndome impotente ante tan grandes enemigos, me arrodillé llorando ante Jesús crucificado, bañé con mis lágrimas sus pies clavados y le supliqué que tuviera compasión de mí.

Y ayudándome el Señor con su poder y misericordia, pude resultar vencedor de tan espantosos ataques de los enemigos del alma.

Y yo me pregunto: si esto sucedió a uno que estaba totalmente dedicado a la oración y a la penitencia,

¿Qué no les sucederá a quienes viven dedicados a comer, beber, bailar y darle a su carne todos los gustos sensuales que pide?».

3. Santa Teresa de Ávila: “Sus cuernos estaban alrededor del cuello del sacerdote mientras celebraba misa”

Esta reconocida doctora de la Iglesia y mística tuvo muchas visiones espirituales. En medio de sus oraciones y meditaciones, el demonio se le aparecía.

El día en que Santa Teresa de Ávila venció al demonio con el poder del Agua Bendita Final del formulario

Santa Teresa de Ávila / Crédito: Wikimedia Commons

Santa Teresa de Ávila fue una religiosa, mística y Doctora de la Iglesia del siglo XVI que en sus memorias relató:

“que no hay nada como el agua bendita para hacer huir a los demonios y evitar que regresen”.

Lo que no es tan conocido son las experiencias que la llevaron a esa conclusión, que ella describe en su autobiografía “El libro de la vida”.

“Una forma abominable”, escribía, “su boca era horrenda”. “No tenía sombra sino que estaba cubierto por llamas de fuego”.

También el demonio le causaba fuertes dolores corporales.

En una ocasión la atormentó durante cinco horas mientras estaba en oración con sus hermanas.

La santa permaneció firme para no asustarlas.

Un día “vio con los ojos del alma a dos diablos que tenían sus cuernos alrededor del cuello del sacerdote mientras celebraba misa”.

Incluso para ella, estas visiones eran extrañas. “Rara vez lo he visto en forma corporal, a menudo no veo su apariencia física, pero sé que está allí.

¿Cuáles eran sus armas contra las fuerzas del mal?

La oración, la humildad y -muy interesante- el agua bendita. Santa Teresa decía que esta última era un arma eficaz.

Una vez estaba en un oratorio y el demonio se le apareció al lado izquierdo.

Le dijo que por ahora se había librado de sus manos pero que él la capturaría de nuevo.

«En la cruz está la vida y el consuelo»

Ella se asustó y se santiguó.

Sin embargo, Satanás continuó perturbándola y Teresa tomó un frasco de agua bendita y derramó el agua sobre él. Luego de ese día nunca más volvió.

“Estaba una vez en un oratorio y se me apareció hacia el lado izquierdo una abominable figura.

Le miré especialmente la boca, porque me habló y la tenía espantosa.

Parecía que le salía una gran llama del cuerpo, que estaba toda clara, sin sombra.

Me dijo espantosamente que bien me había librado de sus manos, mas que él me tornaría a ellas”, reveló la santa al inicio del capítulo 31 de su obra.

Entonces, asustada, trató de espantarlo con el signo de la cruz.

El demonio la abandonó, pero regresó rápidamente.

Esto sucedió varias veces hasta que recordó que había agua bendita cerca:

“Dos veces me sucedió esto. Yo no sabía qué hacer. Tenía allí agua bendita y lo eché a aquella parte y nunca más retornó”.

En otro momento, Santa Teresa contó que el demonio estuvo cinco horas atormentándola “con tan terribles dolores y desasosiego interior y exterior, que no sabía si podía soportar más.

Las que estaban conmigo estaban espantadas y no sabían qué hacer ni yo cómo valerme”.

La santa admitió que solo encontró alivio después de pedir agua bendita y arrojarla al lugar donde vio a un demonio cerca.

Es en la explicación de este hecho que se da a conocer su cita más famosa.

“Tras muchas ocasiones, tengo la experiencia de que no hay nada como el agua bendita para hacer huir a los demonios y evitar que regresen.

De la cruz también huyen, mas vuelven. Debe ser grande la virtud del agua bendita”, señaló.

Más tarde, aseguró que conoció la consolación del alma luego de tomar el agua, que le generó “como un deleite interior” que la confortaba.

“Esto no es un antojo, ni cosa que me ha acaecido sola una vez, sino muchas.

Y he mirado con gran advertencia. Digamos, es como si uno tuviese mucho calor y sed, y luego bebiese un jarro de agua fría…

Y sintiera un gran alivio. Considero que es una gran cosa todo lo que está ordenado por la Iglesia.

Y me conforta mucho ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras, que así se pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia con lo que no es bendito”, continuó.

Santa Teresa de Ávila cuenta muchas otras historias sobre el poder del agua bendita en el resto del capítulo.

Puede leerlas AQUÍ.

4. Santo Padre Pío: “Estos demonios nunca dejan de golpearme”

Fue un sacerdote italiano que nació a fines del siglo XIX y murió en 1968. Aunque realizó muchos milagros y recibió los estigmas, el Padre Pío también sufrió ataques frecuentes del demonio.

Según el P. Gabriele Amorth, famoso exorcista de la diócesis de Roma, “la gran y constante lucha en la vida del santo fue contra los enemigos de Dios y las almas, quienes trataron de capturar su alma”.

Desde su juventud el Padre Pío tuvo visiones celestiales, pero también sufrió ataques infernales. El P. Amorth explica:

“El diablo se le aparecía en la forma de un gato negro o como algún otro animal repugnante. Con estas apariencias intentaba llenarlo de terror.

En otras ocasiones, el demonio tomaba la forma de chicas jóvenes, desnudas y provocativas, que realizaban danzas obscenas, para atentar contra su castidad.

Sin embargo, el Padre Pío sintió el peligro cuando Satanás trató de engañarlo fingiendo ser su director espiritual…

O tomando la forma de Jesús, la Virgen o San Francisco”.

Esta última táctica, cuando el diablo tomaba la forma de alguien bueno y santo, fue un problema.  

Hasta que el Don del Discwenimiento del Espíritu Santo, lo ayudó a distinguirlas y combatir cuando del Infierno se trataba. 

Satanás también lo hería físicamente.

El sacerdote describió estos dolores en una carta a un hermano, que era su confidente:

“Estos demonios nunca dejan de golpearme y me tumban de la cama… 

¡Incluso rasgan mis vestiduras para azotarme! Pero ya no me asustan, porque Jesús me ama y él siempre me levanta y me coloca de vuelta en mi cama”.

El Padre Pío es el testimonio de que si la persona está cerca a Dios no hay que temer a los demonios.

5. Santa Gemma Galgani: “Sus garras brutales”

Esta santa italiana fue una mística que tuvo experiencias espirituales maravillosas.

LA PRIMERA SANTA DEL SIGLO XX

Gema Galgani La joven que desconcertó a los científicos

Santa Gema tenía una relación muy particular con su ángel de la guarda, que siempre le acompañaba y le protegía, e incluso muchas veces le servía de «cartero», llevando sus cartas al P. Germán.

Se asegura que también tenía el don de leer los corazones y que en varias ocasiones le dijo a varios religiosos que abandonarían la religión…

Cosa que sucedió más tarde, confirmando este don de su corazón.

Su Ángel de la Guarda y el combate contra el Enemigo

Hay una anécdota muy preciosa que le sucedió a Santa Gema en la casa Giannini.

En el comedor de la casa hay un crucifijo grande al que toda la familia tenía gran devoción.

También Gema en muchas ocasiones le hacía pequeñas «visitas», orando frente a Él.

Un día, al tiempo que Gema preparaba la mesa, alzó los ojos hacia su Jesús y le dijo que tenía hambre y sed de Él.

Siente ansias de dar un beso a la imagen, pero no alcanza porque estaba alta. Jesús le sale al encuentro.

Desprendiendo un brazo de la cruz, la atrae, la abraza muy estrechamente, permitiéndole apagar su sed en la fuente viva de su costado abierto.

Jesús dijo cierto día a Gema: «Prepárate, pues el Demonio será quien dé la última mano a la obra que en ti deseo ejecutar».

Y estas palabras del Señor se cumplieron al pie de la letra.

El demonio detestaba a Gema; le daba golpes, la tentaba contra la pureza con pensamientos e imágenes sugestivas y grotescas.

Trataba de impedir que comulgase e incluso llegó a aparecérsele bajo la apariencia del mismo Jesús.

Por todos los medios trataba de privarla de dirección espiritual, insinuándole cosas malas acerca de sus confesores, o haciéndose pasar por ellos.

Era una guerra constante y continua que duró hasta su misma muerte.

Era de esperar esta guerra de parte del demonio, ya que serían muchas las almas que se beneficiarían de los sufrimientos y oraciones de Santa Gema.

Y más aún, ella solo quería conformarse con la voluntad de Dios para su vida.

Esto hacía que el demonio se revolcara de rabia, porque no podía vencerla.

Tanta era la rabia que sentía hacia la pureza de Santa Gema que un día la tentó visiblemente, de tal modo que, no pudiendo huir de él, hizo la señal de la Cruz y se arrojó en un pozo de agua helada en el jardín.

Su ángel la sacó y la felicitó por su gran amor a la pureza, por su valentía y por su triunfo.

En otra ocasión, cuando la santa, por orden del P. Germán, escribía su vida:

«dándose cuenta el demonio del fruto que podía hacer (el libro de su vida), se lo robó gritando: ‘¡Guerra, guerra a tu Padre!, tu escrito está en mis manos’.

Y se relamía y se revolcaba en el suelo de la satisfacción.»

El P. Germán, enterado por una carta de Gema, se fue al sepulcro de San Gabriel de la Dolorosa y allí, leyó los exorcismos, ordenando al demonio que devolviese el manuscrito a su lugar.

El demonio lo devolvió todo chamuscado, aunque perfectamente legible; como se conserva todavía hoy en el Convento de los Pasionistas de Roma, produciendo honda impresión en cuantos lo ven.

Escribe la santa:

«El demonio me hace sufrir mucho, pero siempre terminan por vencerle Jesús y María, o bien el Ángel o San Pablo de la Cruz o el hermano Gabriel; siempre son estos tres.»

«¡Si viera cómo escapa tan luego como se presenta alguno de ellos!..»

Más adelante, al despedirse por última vez del Padre Germán, el demonio no reconoció límites, su bestialidad durante siete largos meses.

Perturbaba su imaginación con horribles fantasmas con el fin de producirle estados de ansiedad, tristeza, amargura y temor, que la indujeran a la desesperación.

Le decía muchas veces: «Ahí tienes lo que has conseguido con tus fatigas en el servicio de Dios»:

Y le presentaba tales figuras contra la pureza, que escribió al P. Germán: «Padre mío, pídale a Jesús que me cambie esta cruz por cualquier otra.

Haga desde ahí los exorcismos para que este perverso se vaya o mande a su ángel para que lo ahuyente».

Viendo que con tentaciones no podía vencerla, empezó a maltratarla con los golpes más brutales y en forma de bestias feroces, que amenazaban despedazarla.

Dirigiéndose entonces a María Santísima, le decía:

«Madre mía; me encuentro bajo el poder del demonio que quiere arrancarme de las manos de Jesús. Ruéguele por mí. ¡Viva Jesús!».

Jesús y María, complacidos al ver como luchaba, le enviaban a San Pablo de la Cruz o a San Gabriel para animarla.

El mismo Jesús le dijo:

«Hija mía; humíllate bajo mi mano poderosa y lucha, que tu lucha te conducirá a la victoria».

En una carta dirigida a un sacerdote escribió:

“durante dos días, luego de recibir la Santa Comunión, Jesús me ha dicho: “Hija mía, muy pronto el diablo desatará una guerra contra ti”.

Estas palabras resuenan en mi corazón constantemente. Ore por mí por favor”.

Ella se dio cuenta de que la oración era la mejor defensa contra los ataques del demonio.

En venganza, Satanás le infringía fuertes dolores de cabeza para impedir que duerma.

Sin embargo, pese a las fatigas Gemma perseveró en la Oración:

“Cuantos esfuerzos hace ese miserable para que yo no ore. Ayer trató de matarme…

Y habría tenido éxito si Jesús no hubiese venido a salvarme.

Estaba asustada y mantuve la imagen de Cristo en mi mente”.

Una vez, mientras la santa escribía una carta, el diablo le arrebató la pluma de las manos, rasgó el papel y la tiró de la silla, agarrándola de los cabellos con la violencia de sus “garras brutales”.

Ella describe otro ataque en uno de sus escritos:

“el demonio se presentó ante mí como una gigante y me decía: ‘Para ti ya no hay esperanza de salvación. ¡Estás en mis manos!’

Yo le respondí que Dios es misericordioso y por tanto no temo nada.

Entonces me golpeó en la cabeza y me dijo: ‘¡Maldita seas!’, y luego desapareció”.

“Cuando volví a mi habitación para descansar, lo encontré.

De nuevo comenzó a golpearme con una cuerda anudada y me gritaba que yo era débil.

Le dije que no y me golpeó tan fuerte, que caí de cabeza al suelo. En un momento se me vino a la mente invocar a Jesús:

“Padre eterno, en nombre de la preciosísima sangre de Jesús, ¡Líbrame!”.

“No recuerdo bien qué pasó. La bestia me arrastró de mi cama y golpeó mi cabeza con tal fuerza que todavía me duele.

Perdí el sentido y yací en el suelo hasta que desperté. ¡Gracias a Dios!”

A pesar de los ataques, Santa Gemma siempre tuvo fe en Jesús.

Incluso utilizaba el humor contra Satanás.

Una vez escribió a un sacerdote: “tenías que verlo, cuando huía haciendo muecas, ¡Te habrías muerto de la risa! ¡Es tan feo!…

Pero Jesús me dijo que no le tenga miedo”.

5. Santa Catalina de Siena

Catalina Benincasa nació en la ciudad de Siena, Italia, el 25 de marzo de 1347.

Hija número 23 de Jacobo y Lapa Benincasa, desde niña se destacó por su inteligencia y religiosidad.

Los biógrafos señalan que su primera visión, su voto de virginidad y el pueril intento de hacerse eremita los manifestó entre los 6 y 8 años.

Su madre se oponía a sus deseos de vida de piedad e intentó por todos los medios que eligiera la vida matrimonial.

Aprovechando una enfermedad que le produce su paso de la niñez a la edad adulta,

consigue que su madre realice las gestiones necesarias para que la admitan en la Tercera Orden de Penitencia de Santo Domingo.

Supo armonizar su vida seglar y activa con largas horas de oración y como no siempre podía estar retirada en una habitación o celda,

imaginó y logró llevar esa habitación y celda consigo, dentro de su corazón:

No perdió el recogimiento interior y la intención de agradarle a Dios en medio de las gestiones que tuvo que llevar a cabo en el mundo.

 En medio de una vida dura y difícil, por su salud y por su pobreza, su espíritu no se quebranta ni material ni moral ni espiritualmente.

 Los ayunos, éxtasis y otras manifestaciones no ordinarias que padecía, eran discutidos y puestos en duda por muchos que pretendían desautorizarlas.

El socorro al prójimo, a la comunidad cristiana y a la jerarquía eclesiástica no brota de su corazón bondadoso, sino de su amor al Señor.

 Sus escritos, dictados a sus discípulos porque no sabía escribir, son una muestra palpable de su reflexión.

En su libro “El Diálogo” expone la relación de Dios con el hombre.

Asimismo, Santa Catalina desarrolla la doctrina del “puente”: Cristo como mediador entre Dios y los hombres.

Falleció en Roma el 29 de abril de 1380, a los 33 años de edad.

El 4 de octubre de 1970 es proclamada doctora de la Iglesia por Su Santidad el Papa Pablo VI, junto con Santa Teresa de Avila.

Fueron las primeras mujeres proclamadas doctoras de la Iglesia. 

Cuidado con la «Trampa del Diablo» que Dios mostró a santa Catalina de Siena

 
«Cuando te fijes en las faltas de una persona, piensa: Hoy es tu turno, mañana será mío, a menos que la Gracia Divina me sostenga»

Sin aprobar de ninguna manera el comportamiento pecaminoso, Jesús nos desafía a examinar si nuestros corazones están llenos de compasión por aquellos cuyas vidas no son perfectas:

 ¿Tenemos un deseo sin fin de mostrar misericordia? ¿O somos rápidos en criticar y condenar?

Santa Catalina de Siena fue confrontada una vez por Dios acerca de un «pecado oculto» que tenía:

El pecado de juzgar a la gente. Solía ​​pensar que tenía un don para leer la naturaleza humana y notar las faltas de otras personas, especialmente las faltas de los sacerdotes.

Pero, un día, Dios le señaló que las percepciones que estaba recibiendo acerca de las debilidades de otras personas no venían de él: venían del diablo.

Ella comprendió entonces, que esto era «la Trampa del Diablo«.

El diablo nos permite ver las faltas del otro para que, en lugar de querer ayudar, comencemos a juzgar sus almas y condenarlas.

Catalina lo admitió a Dios, diciendo:

«Me diste … medicina contra una enfermedad oculta que no había reconocido, enseñándome que nunca puedo juzgar a ninguna persona. …

Porque yo, ciego y débil como estaba de esta enfermedad, a menudo he juzgado a otros bajo el pretexto de trabajar por tu honor y su salvación«.

Si nos enfrentamos a la verdad acerca de nosotros mismos.

Y experimentamos nuestras propias luchas diarias con el pecado, es menos probable que nos establezcamos en el juicio sobre otros.

Si verdaderamente reconocemos cuánto necesitamos la misericordia de Dios, si experimentamos su perdón y su poder sanador en nuestras propias vidas…

Entonces nuestros corazones serán mucho más compasivos cuando encontremos las faltas de otras personas.

Si hemos experimentado lo paciente y gentil que es Dios con nuestras debilidades, entonces vamos a ser más misericordiosos con los demás.

Es por eso que santa Catalina aprendió que cuando nos fijamos en las faltas de una persona, debemos decirnos:

«Hoy es tu turno; mañana será mío, a menos que la gracia divina me sostenga«.

Pero si tendemos a responder a las faltas de los demás con la condena y no la compasión, puede ser porque nosotros mismos tenemos un serio problema moral.

Podría ser porque no hemos llegado a un acuerdo con nuestras propias debilidades y pecados y experimentado la misericordia de Dios.