183 IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
María responde:
– ¿El día siguiente?
¡Muy sencillo! Hice lo que todas las madres: dar de mamar al niño, lavarlo, ponerle los pañales.
Yo calentaba agua del río en el fuego que ardía ahí afuera, para que el humo no hiciera llorar a esos dos ojitos azules.
En el rincón más amparado, en una vieja artesa lavaba a mi Hijo y le ponía ropita fresca.
Iba al río a lavar los pañales y los tendía al sol…
Y luego la alegría más grande, darle el pecho a Jesús…
Y Él mamaba y tomaba más color y se sentía contento…
El primer día, durante la hora más caliente, fui a sentarme ahí afuera para verlo bien.
Aquí la luz sólo se filtra, no entra verdaderamente.
La lámpara y la llama daban un caprichoso aspecto a las cosas.
Salí afuera, al sol…
Y miré al Verbo encarnado.
La Madre conoció entonces a su Hijo.
La sierva de Dios, a su Señor:
Fui mujer y adoradora…
Después, la casa de Ana…
Los días ante tu cuna…
Los primeros pasos… la primera palabra…
Pero esto fue después, en su momento…
Nada, nada fue tan grande como la hora de tu Nacimiento…
Sólo cuando regrese a Dios, volveré a encontrar aquella plenitud…
María de Alfeo dice:
– ¡Sí pero, ponerse en camino al final de la gestación…!
¡Qué imprudencia! ¿Por qué no esperasteis?
El decreto preveía un alargamiento del plazo para los casos especiales, como partos o enfermedades.
Alfeo lo dijo…
María objeta:
– ¿Esperar?
¡No! Aquella tarde cuando José trajo la noticia, Tú y yo Hijo, exultamos de alegría.
Era la llamada…
Porque tenías que nacer necesariamente aquí, como habían dicho los Profetas;
Aquel decreto llegado repentinamente, fue para José piadoso Cielo, cancelador incluso del recuerdo de su sospecha.
Era lo que esperaba por Tí por él, por el mundo judaico y por el mundo futuro, hasta el final de los siglos.
Estaba escrito y sucedió como había sido escrito.
¡Esperar!
¿Podrá la novia hacer esperar su sueño nupcial?
¿Por qué esperar?
María de Alfeo intenta insistir:
– Pues…
Por todo lo que podía suceder…
– No tenía ningún miedo.
Reposaba en Dios.
– Pero, ¿Sabías que todo habría de suceder así?
– Nadie me lo había dicho.
Y yo no pensaba en absoluto en ello; tanto es así que para dar ánimos a José, lo dejé pensar…
Y os dejé pensar, que todavía faltaba tiempo para el nacimiento.
Sabía – esto sí que lo sabía – que la Luz del mundo nacería en la Fiesta de las Luces.
Severo, Tadeo interviene:
– Madre, la pregunta sería, más bien…
¿Por qué no acompañaste a María?
Y mi padre, ¿Por qué no pensó en esto?
¡Teníais que haber venido también vosotros!
¿Acaso no vinimos aquí todos?
– ¡Tu padre había decidido venir después de la fiesta de las Luminarias!
Y se lo dijo a su hermano, pero José no quiso esperar.
– Pero, tú al menos… – rebate aún Judas Tadeo.
María dice:
– No la censures, Judas.
De común acuerdo, consideramos que era justo correr un velo sobre el Misterio de este Nacimiento.
María de Alfeo:
– Pero, ¿José sabía con qué signos había de producirse?
Jesús:
– Si tú no lo sabías, ¿Podía saberlo él?
María:
– No sabíamos nada, sino que Él debía nacer.
Santiago de Alfeo:
– ¿Y entonces…?
María:
– Entonces la Sabiduría divina nos guió así, como era justo.
El Nacimiento de Jesús, su Presencia en el mundo;
debían manifestarse exentos de todo lo que tuviera sabor a maravilloso y que hubiera provocado a Satanás…
Mirad cómo la aversión actual de Belén hacia el Mesías, es una consecuencia de la primera epifanía del Cristo.
El livor demoníaco se sirvió de la revelación, para producir derramamiento de sangre…
Y para diseminar, por la sangre derramada, odio…
¿Estás contento, Simón de Jonás?
No hablas. Casi ni respiras…
Pedro contesta emocionado:
Tanto que me parece estar fuera del mundo, en un lugar más santo que si hubiera traspasado el Velo del Templo…
Tanto que… que ahora;
después de haberte visto en este sitio y con la luz de entonces, me hace estremecer el haberte tratado…
Con respeto sí, pero sólo como a una gran mujer…
Eso, como a una simple mujer.
A partir de ahora no osaré ya decirte como antes: “María”.
Antes eras para mí la Madre de mi Maestro, ahora te he visto en la cima de aquellas olas celestiales.
Te he visto Reina.
Y yo miserable hago esto, como esclavo que soy.
Y se arroja al suelo y besa los pies de María.
Ahora es Jesús quien habla:
– Simón, levántate.
Pedro se pone en la izquierda de Jesús.
Y María está a la derecha.
Jesús pregunta:
– ¿Qué somos ahora nosotros?
– ¿Nosotros?
¡Hombre, pues Jesús, María y Simón!
– De acuerdo, pero ¿Cuántos somos?
– Tres, Maestro.
– Entonces somos una trinidad.
Un día en el Cielo, la divina Trinidad pensó:
“Es el momento de que el Verbo vaya a la Tierra”.
En un latido de amor, el Verbo vino a la tierra.
Se separó por ello del Padre y del Espíritu Santo.
En el Cielo, los otros Dos contemplaron las obras del Verbo, permaneciendo más unidos que nunca;
para fundir Pensamiento y Amor en ayuda de la Palabra operante en la tierra.
Las expresiones antropomórficas contenidas en este fragmento están en función del paralelismo entre Trinidad celeste y Trinidad terrena.
“Dejó por ello el seno del Padre, el abrazo recíproco que forma el Espíritu Santo.
Vino a actuar en la tierra.
“La unión hipostática por la cual el Verbo, estando realmente en la carne del Hijo de Dios y de María,
no cesó de ser Uno con el Padre y por tanto, con el Amor;
no cesó de ser el Santo de los Santos,
porque lo era por divina Naturaleza y lo fue en la Naturaleza humana,
por Gracia y Voluntad perfectísimas.
De los muchos atributos divinos, durante el tiempo mortal y como Verbo hecho Hombre,
Su Humillación perdió la eternidad, puesto que debió conocer la muerte.
Y también perdió la inmensidad, porque estaba limitado en una humanidad,
siempre y sólo durante los 33 años que fue en todo como nosotros, excepto en el pecado.
La Divinidad, unida siempre hipostáticamente en Jesús-Hombre, no siempre era sensible para el Hombre-Redentor,
el cual debía experimentar también este DOLOR.
Llegará un día en que vendrá del Cielo esta orden:
“Es el momento de que vuelvas, porque todo está cumplid.
Entonces el Verbo volverá al Cielo, así…
Y Jesús se retira un paso hacia atrás dejando a Pedro y a María donde estaban.
Y desde lo alto del Cielo contemplará las obras de los otros dos de la tierra,
los cuales por santo impulso, se unirán más que nunca, para fundir poder y amor.
Y hacer de ello un medio para cumplir el deseo del Verbo:
la Redención del mundo a través de la perpetua enseñanza de su Iglesia.
Y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo harán con sus rayos una cadena,
para estrechar cada vez más a los dos que estarán todavía en esta tierra:
mi Madre, el amor; tú, el poder.
Por tanto, ciertamente tendrás que tratar a María como a una Reina, pero no como esclavo. ¿No te parece?
– Me parece todo lo que quieras.
¡Me siento anonadado! ¡Yo el poder?
¡Ah, pues si tengo que ser el poder, entonces sí que me debo apoyar en Ella!
¡Madre de mi Señor, no me abandones nunca, nunca, nunca…!
– No temas.
Te tendré siempre tomado de la mano; así, como hacía con mi Niño hasta que fue capaz de caminar solo.
– ¿Y después?
– Después te sostendré con la oración.
¡Ánimo, Simón; no dudes nunca del poder de Dios!
Ni yo ni José dudamos de su Poder y tú tampoco debes dudar.
Dios otorga su ayuda en cada hora, si permanecemos humildes y fieles…
Jesús invita:
– Ahora venid aquí afuera…
Junto al riachuelo, a la sombra del árbol bueno que si el verano estuviera más adelantado…
Os daría además de su sombra sus manzanas.
Venid.
Comeremos antes de partir…
– ¿A dónde, Hijo mío?
– A Jala.
Y mañana iremos a Betsur.
Se sientan a la sombra del manzano.
María se apoya contra el recio tronco.
Bartolomé mira fijamente cómo Ella, tan joven y todavía celestemente enardecida por los hechos que ha revivido…
Acepta de su Hijo el alimento que previamente ha bendecido.
Y cómo le sonríe con ojos de amor.
Y susurra:
– “A su sombra he tomado asiento, su alimento sabe delicado a mi paladar.
Le responde Judas Tadeo:
– Es verdad.
Se consume de amor.
Pero no se puede decir que “fuese despertada bajo un manzano”».
Santiago de Alfeo le responde:
– ¿Y por qué no, hermano?
¿Qué sabemos nosotros de los secretos del Rey?
Y Jesús sonriendo,
dice:
– La nueva Eva fue concebida por el Pensamiento al pie del paradisíaco manzano…
Para que, con su sonrisa y su llanto, pusiera en fuga a la Serpiente y quitara su tóxico al fruto envenenado.
Ella se ha hecho árbol de fruto redentor.
Venid amigos, comed de su fruto; que nutrirse con su dulzura es nutrirse con la miel de Dios.
Bartolomé pregunta en voz baja:
– Maestro, hace tiempo que deseo saber una cosa:
¿El Cántico que estamos citando se refiere a Ella?
María está ocupándose del niño y hablando con las otras mujeres.
Jesús responde:
– Desde el principio del Libro se habla de Ella.
Y de Ella se hablará en los libros futuros;
hasta la transformación de la palabra del hombre en la sempiterna alabanza de la eterna Ciudad de Dios.
Y Jesús se vuelve a las mujeres.
Simón Zelote comenta a sus compañeros:
– ¡Cómo se nota que es de David!
¡Qué sabiduría! ¡Qué poesía!
IJudas de Keriot que está aún bajo la impresión del día anterior…
Y a pesar de que esté tratando de recuperar la libertad y la seguridad que tenía antes, habla poco.
Pero ahora interviene diciendo:
– Yo quisiera entender el por qué de esta necesidad de la Encarnación.
De acuerdo que el único que con su palabra puede vencer a Satanás es Dios.
De acuerdo que Dios es el unico que puede tener capacidad de redimir, no lo pongo en duda.
Pero en fin, me parece que el Verbo habría podido humillarse menos de lo que lo ha hecho, naciendo como todos los hombres…
Sujetándose a las miserias de la infancia, etc.
¿No habría podido aparecer con forma humana ya adulta?
O ¿Si es que quería tener una madre, elegírsela adoptiva, como hizo para el padre?
Creo que una vez se lo pregunté pero no me respondió ampliamente o al menos no lo recuerdo.
Tomás dice:
– ¡Pregúntaselo, dado que estamos en el tema…!
Judas responde:
– Yo no.
Ya le he hecho disgustarse y todavía no me siento perdonado.
Preguntadlo vosotros por mí.
Santiago de Zebedeo exclama:
– ¡Pero hombre, nosotros aceptamos todo sin pedir tantas dilucidaciones!
¿Y tenemos que ser nosotros quienes hagan preguntas?
¡No es justo!
Jesús pregunta:
– ¿Qué es lo que no es justo?
Hay un momento de silencio.
Luego Simón Zelote, haciéndose intérprete de todos;
repite las preguntas de Judas de Keriot y las respuestas de los otros.
Jesús responde:
– No soy rencoroso; esto lo primero.
Hago las observaciones que debo hacer, sufro y perdono.
Lo digo para quien todavía tiene miedo: fruto de su turbación.
Por lo que se refiere a mi real Encarnación, digo:
Es justo que haya sido en este modo.
Vendrán días en que MUCHOS, muchos, caerán en errores acerca de mi Encarnación,
atribuyéndome precisamente esas formas erradas que Judas querría que Yo hubiera asumido:
Hombre compacto en cuanto al cuerpo;
pero en realidad volátil como un juego de luces; siendo por tanto y no siendo al mismo tiempo, carne.
Y la maternidad de María sería tal…
Y al mismo tiempo no lo sería.
Yo soy verdaderamente carne, María es verdaderamente la Madre del Verbo Encarnado.
Si la hora del Nacimiento fue sólo un éxtasis, se debió al hecho de ser la nueva Eva,
sin peso de culpa ni herencia de castigo.
Descansar en Ella no fue una humillación para Mí.
¿Rebajaba acaso al maná el tenerlo dentro de. Tabernáculo?
Al contrario: estar en esa morada era un honor.
Otros dirán que Yo, no siendo carne real, no padecí ni morí durante mi paso por la tierra.
Sí, no pudiendo negar que estuve en la tierra,
se negará mi Encarnación real o mi Divinidad verdadera.
La realidad es que Yo soy Uno con el Padre Eternamente.
Y estoy unido a Dios como Carne, pues en verdad le era posible al Amor en su Perfección alcanzar lo inalcanzable;
revistiéndose de Carne para salvar a la carne.
A todos estos errores responde mi vida entera, que da sangre desde el nacimiento hasta la muerte.
Y que se ha sujetado a todo lo humano, excepto al pecado.
Sí, he nacido de Ella, por vuestro bien.
¡No sabéis cuánto se mitiga la Justicia desde que tiene a la Mujer como su colaboradora!
¿Estás satisfecho, Judas?
– Sí, Maestro.
– Haz tú también lo propio conmigo.
Judas de Keriot agacha la cabeza, confundido, y…
Quizás realmente tocado por tanta bondad.
Todavía permanecen a la sombra fresca del manzano.
Unos dormitan, otros duermen verdaderamente.
María se levanta y vuelve a la gruta.
Jesús la sigue…