184 ODIO Y PERDÓN13 min read

184 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Jesús dice a los Doce: 

–     Es casi seguro que los encontraremos, si durante un trecho volvemos al camino de Hebrón.

Por favor, id de dos en dos a buscarlos, por las veredas de las montañas.

De aquí a las piscinas de Salomón y de allí a Betsur.

Nosotros os seguiremos. Ésta es su zona de pastos. 

Los apóstoles se apresuran a ir cada uno con el compañero preferido;

sólo la pareja casi inseparable de Juan y Andrés no se une, porque los dos van a Judas Iscariote,

y le dicen:

–     Voy contigo.  

Judas dice: 

–     Sí, ven, Andrés.

Es mejor así, Juan.

Tú y yo seríamos dos que ya conocemos a los pastores; es mejor que vayas con algún otro.

Pedro confirma: 

–     Entonces conmigo el muchacho.

Dejando a Santiago de Zebedeo, que sin protestar, va con Tomás.Mientras Simón Zelote va con Judas Tadeo, Santiago de Alfeo con Mateo.

Y los dos inseparables Felipe y Bartolomé por su cuenta.

El niño se queda con Jesús y las dos Marías.

El camino es fresco y bonito, entre montes llenos de verdor por las distintas parcelas, pobladas de bosque o destinadas a prados. 

Se ven pasar rebaños que van bajo la luz dorada de la aurora hacia los pastos.

A cada sonido de esquila Jesús guarda silencio y mira, luego pregunta a los pastores si Elías, el pastor betlemita, está por esos lugares.

A Elías se le conoce ya como «el betlemita» aunque otros pastores lo sean también.

Hacen detenerse al rebaño, dejan de tocar sus toscas flautas y responden…

Ninguno lo sabe.

Casi todos jóvenes tienen estas flautas primordiales de cañas, cosa que hace extasiarse a Margziam, hasta que un pastor anciano y bueno le da el de su nieto,

diciendo:

–     Él se hará otra flauta. 

Y Margziam se va contento con su instrumento en bandolera, a pesar de que todavía no lo sepa usar.  

María exclama: 

–     ¡Me agradaría mucho encontrarlos! 

Jesús dice. 

–     Los encontraremos.

Seguro. Durante esta estación van siempre en dirección a Hebrón.

El niño se interesa por estos pastores que vieron al niño Jesús y hace mil preguntas a María, la cual, con bondad y paciencia, le explica todo.

Después de escuchar la narración de las desventuras de los pástores que adoraron a Jesús en el pesebre de la gruta de Belén, el niño no comprende , 

y pregunta: 

–     Pero, ¿Por qué los castigaron?

¡No habían hecho sino el bien!  

María responde: 

–     Porque muchas veces el hombre comete errores y acusa al inocente de un mal que en realidad ha hecho otro.

Pero, por haber sido buenos y haber sabido perdonar, Jesús los quiere mucho.

Hay que saber perdonar siempre.

–     Pero, ¿Y todos esos niños asesinados?

¿Cómo han logrado perdonar a Herodes?

–    Son pequeñuelos mártires, Margziam.

Y los mártires son santos. 

 Y no sólo perdonan a su verdugo sino que lo aman porque les abre la puerta del Cielo.

–     Pero, ¿Están en el Cielo?

–     No, todavía no.

Están en el Limbo para alegría de los patriarcas y los justos.

–     ¿Por qué?

–     Porque, cuando han llegado, con su alma roja de sangre, han dicho:

«Somos los heraldos del Cristo Salvador. Alegraos vosotros que esperáis, porque ya está en la tierra».

Y todos los aman por haberles llevado esta buena nueva.

–     Me ha dicho mi padre que la buena nueva es también la Palabra de Jesús.

Entonces, cuando mi padre vaya al Limbo después de haberla transmitido en la tierra.

Y cuando vaya yo también, ¿Nos amarán como a ellos?

–     Pequeñuelo, tú no irás al Limbo.

–     ¿Por qué?

–     Porque para entonces Jesús ya habrá vuelto al Cielo y lo habrá abierto.

Así que todos los buenos, cuando mueran, irán inmediatamente al Cielo.

–     Yo seré bueno.

Lo prometo. ¿Y Simón de Jonás? ¡También él, eh! Que no quiero ser huérfano por segunda vez.

–    Estáte seguro de que también él irá al Cielo.

De todas formas, en el Cielo no hay huérfanos. Allí tenemos a Dios y Dios es todo.

Aquí tampoco somos huérfanos, porque el Padre está siempre con nosotros.

–     Pero Jesús, en esa bonita oración que tú durante el día y mi madre durante la noche me habéis enseñado, dice:

«Padre nuestro que estás en los Cielos». Nosotros no estamos en el Cielo todavía.

¿Cómo podemos estar con Él?

–     Porque Dios está en todas partes, hijo mío.

Dios vela por el niño que nace y por el anciano que muere.

Sobre cualquier niño que esté naciendo en este momento.

En el lugar más remoto de la tierra están la mirada y el amor de Dios.

Y estarán hasta su muerte.

–     ¿Aun en el caso de que sean malos, como Doras?

–     Sí.

–     ¿Pero puede Dios que es bueno, amar a Doras, que es muy malo y hace llorar a mi anciano padre?

–     Lo mira con dolor e indignación.

Pero, si se arrepintiera, le diría lo mismo que el padre de la parábola al hijo arrepentido.

‘Deberías rezar para que se arrepintiera y…

Margziam exclama indignado: 

–     ¡No, Madre!

¡Voy a rezar para que se muera! 

La furia el niño.

A pesar de que esta reacción sea poco… angélica, su ímpetu es tal y tan sincero, que los presentes no pueden hacer menos que echarse a reír.

María, recobrando su dulce seriedad de maestra,

dice:

–     No, precioso; no debes hacer eso con un pecador.

Si lo hicieras, Dios no te escucharía y te miraría a ti también con severidad.

Incluso al perverso debemos desearle el mayor bien.

La vida es un bien porque da al hombre la oportunidad de adquirir méritos ante los ojos de Dios.

–     Pero el malo lo que gana son pecados.

–     Se reza para que se vuelva bueno.

El niño medita un poco…

Pero no se le ve muy dispuesto a digerir esta lección sublime,

y concluye:

–     Doras no se volverá bueno aunque yo rece.

Es demasiado malo. No se volvería bueno ni aunque conmigo rezasen todos los niños mártires de Belén.

Pero, ¿Sabes que… sabes que… un día pegó con una barra de hierro a mi anciano padre, porque lo encontró sentado durante el tiempo de trabajo?

No podía ponerse en pie porque se sentía mal.

Y él… le pegó y lo dejó como muerto. Y luego le dio una patada en la cara…

Yo lo estaba viendo, porque estaba escondido detrás de un seto…

Me había acercado porque hacía dos días que ninguno me llevaba pan y tenía hambre…

Tuve que alejarme para que no me oyeran, porque lloraba al ver a mi padre con la barba manchada de sangre, tendido en el suelo, como muerto…

Me alejé llorando; mendigué un pan…

Pero ese pan lo conservo todavía aquí…  (se toca con el puño cerrado el pecho)

Y sabe a sangre y a lágrimas de mi padre y mías.

Y de todos los que padecen tortura y no pueden amar a sus verdugos.

Yo quisiera apalear a Doras para que sintiera lo que son los palos.

Y quisiera dejarlo sin pan para que supiera lo que es el hambre.

Y hacerle trabajar al sol metido en el barro, bajo la amenaza del capatáz sin comer;

para que supiera lo que está dando él a los pobres…

No puedo amarlo, porque…

Porque me está matando a mi anciano padre.

Y porque… yo, si no os hubiera encontrado a vosotros ¿De quién hubiera sido después?

El niño, presa de una convulsión de dolor, grita y llora temblando.

Todo alterado dando golpes al aire, pues no puede dárselos al verdugo, con sus pequeños puños.

Las mujeres están perplejas y conmovidas.

Y tratan de calmarlo; pero el niño está verdaderamente envuelto en una crisis de dolor y no oye.

Grita:

–     ¡No puedo, no puedo quererlo ni perdonarlo!

¡Lo odio, lo odio por todos, lo odio, lo odio!..

Da pena y miedo.

Es la reacción de un niño que ha sufrido demasiado.

Y Jesús lo dice:

–     El mayor delito de Doras es éste, inducir a un inocente a odiar…

Y toma en brazos al niño,

y le habla:

–     Escúchame, Margziam.

¿Quieres reunirte un día con mamá y papá, con tus hermanitos y con el anciano padre?

–     ¡Síii!…

–    Pues entonces no debes odiar a nadie.

En el Cielo no entra quien odia.

¿No puedes orar, por ahora, por Doras?

Bueno pues no ores, pero no odies.

¿Sabes lo que tienes que hacer?

No debes nunca volver hacia atrás a pensar en el pasado…

–     Pero el sufrimiento de mi padre no es el pasado…

–     Eso es verdad.

Pero, mira, Margziam, ora sólo así: «Padre nuestro que estás en los Cielos, en tus manos encomiendo el deseo de mi corazón…».

Verás cómo el Padre te escucha en el mejor de los modos. ¿Qué conseguirías matando a Doras?

Perderías el amor de Dios, el Cielo, la unión con tu padre y tu madre. Y no librarías de los sufrimientos al anciano que amas.

Eres demasiado pequeño para poderlo hacer. Pero Dios sí puede hacerlo. Díselo a Él.

Dile: «¡Sabes cuánto quiero a mi anciano padre y a todos los que son infelices!

Tú lo puedes todo, lo dejo en tus manos».

¿No quieres predicar la Buena Nueva, que habla de amor y perdón?

¿Cómo vas a decirle a uno: «No odies. Perdona», si tú no sabes amar y perdonar?

Déjalo, déjalo en manos de Dios y verás lo bien que Él dispone todo. ¿Lo vas a hacer así?

–     Sí, porque te quiero.

Jesús besa al niño y lo baja al suelo.

Así se concluye este episodio y también el camino.

Resplandecen las tres embalses excavados en la roca del monte, obra verdaderamente grandiosa:

Resplandece su superficie cristalina y la cola de agua que del primer estanque baja al segundo más grande…

Y de éste al tercero, que es realmente un pequeño lago que dirige a través de diversos conductos, hacia ciudades lejanas, el agua.

Por la humedad del suelo en esta zona, todo el monte desde el manantial hasta los estanques y de éstos a la explanada, es de una bellísima fertilidad:

Muchas flores, en combinación más rica que las silvestres ríen, por las pendientes verdes, junto a hierbas perfumadas y singulares.

En efecto, da la impresión de que estas flores fueran de jardín y que hubieran sido sembradas por el hombre, como también las hierbas olorosas.

Y  difunden por el aire, con el sol que las calienta, su perfume:

canela, alcanfor, clavel, espliego y otros aromas penetrantes, fragantes, fuertes, delicados…

En una fusión maravillosa de los mejores olores de la tierra, cual «sinfonía de perfumes».

Es la gran composición poética de hierbas y flores, con sus colores y fragancias.

Todos los apóstoles están sentados a la sombra de un árbol cargado de grandes flores blancas;

Son sus enormes campanillas colgantes de esmalte blanco, que ondean ante el mínimo soplo de viento;

cada vaivén esparce por el aire una ola de fragancia deliciosa…

Jesús los llama y ellos acuden.  

Pedro explica: 

–      Hemos encontrado…

al poco rato de separarnos, a José, que estaba regresando de un mercado. Esta tarde estarán todos en Betsur.

Nos hemos reunido llamándonos a voces y luego hemos estado aquí, al fresco.

Tomás dice: 

–     ¡Qué bonito lugar!

¡Parece un jardín! No había acuerdo entre nosotros respecto a si era o no, natural;

unos se obstinaban en una cosa y otros en la otra. 

Judas, inflamado de orgullosa satisfacción,

dice:: 

–     La tierra de Judea tiene estas maravillas.

 Inevitablemente es llevado por todas las cosas, incluso por las flores y las hierbas, a la soberbia.  

Santiago de Zebedeo, rebate: 

–     Sí, pero…

Yo creo que si por ejemplo, el jardín de Juana en Tiberíades, quedase abandonado y pasase al estado natural,

Galilea tendría también la maravilla de espléndidas rosas entre ruinas»

Jesús dice: 

–     Y no estás en error.

Esta zona estaban los jardines de Salomón, célebres en el mundo de entonces como sus palacios.

Quizás soñó aquí el Cantar de los Cantares y aplicó a la Ciudad santa todas las bellezas que por voluntad suya habían crecido aquí.  

Tadeo exclama: 

–     ¡Entonces tenía razón yo!

Santiago de Alfeo confirma: 

–     Sí, tenías razón.

Fíjate Maestro, Tadeo citaba el Eclesiastés y unía la idea de los jardines con la de los depósitos.

Y terminaba diciendo:

«Pero se dio cuenta de que todo es vanidad y de que nada dura bajo el sol, excepto la Palabra de mi Jesús» 

Jesús dice: 

–     Gracias.

Demos también las gracias a Salomón, sean o no suyas las flores originarias;

sí lo son sin duda, los estanques que proveen de agua a las plantas y a los hombres.

Bendito sea por este motivo.

Vamos allá, a aquel rosal grande y descuidado que ha entretejido una galería florida de árbol a árbol.

Allí nos detendremos.

Estamos casi a mitad de camino…. 

Así lo hacen y reanudan el camino hacia la hora nona, cuando ya las sombras de cada árbol de esta zona, toda ella muy bien cultivada, se alargan.

Da la impresión de estar en un inmenso jardín botánico, porque todas las especies de árboles, maderables, frutales y ornamentales, están en él representadas.

Abundan los labriegos, pero no se interesan por esta comitiva, que por otra parte, no es la única;

otros grupos de hebreos recorren el trayecto de retorno de las fiestas pascuales.

El camino quebrado entre los montes, es a pesar de ello bastante bueno y las vistas continuamente variadas, le quitan monotonía.

Regatos y torrentes dibujan comas de plata líquida y escriben palabras, para después cantarlas con sus mil meandros intercalados, que se expanden entre los árboles del bosque…

O desaparecen en el interior de cavernas para después volver a la luz más bellos:

parece como si jugaran con los árboles y las piedras, como niños traviesos.

También Margziam ahora, completamente tranquilizado juega.

Y trata de tocar su flauta para imitar a los pajarillos.

Pero la verdad es que no emite canto de pájaros;

sino lamentos muy desentonados y al parecer los más difíciles de la comitiva…

Bartolomé por su edad y Judas de Keriot por muchos motivos, no los reciben con ningún agrado.

Pero no dicen nada claramente y el niño sigue chiflando y saltando de un lado para otro.

Sólo en dos ocasiones se interrumpe para señalar hacia un pueblito anidado en medio del bosque,

y dice:

–     ¿Es el mío?

Y se pone palidísimo.

Pero Simón, que va muy cerca de él,

responde:

–     El tuyo está muy lejos de aquí.

Ven, ven; vamos a ver si cogemos esa bonita flor y se la llevamos a María.

Y así lo distrae.   

Mientras avanzan hacia su destino: Betsur 

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