Archivos diarios: 14/03/21

192 HERENCIA SACERDOTAL

192 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Jesús está en la hermosa casa de Judas junto con todos los suyos.

María de Simón, la madre de Judas ha venido de la casa de campo, para darle un hospedaje digno.

Y han llegado a un salón grande, que está junto a la terraza superior y donde sirven las comidas  señoriales. 

Todos han tomado lugar en la enorme mesa y Jesús detiene a la madre de Judas,

diciéndole: 

–    No, madre.

Tú también debes estar con nosotros.

Somos como una familia, no se trata de un banquete frío y de etiqueta, dado a los huéspedes.

Te he tomado un hijo y quiero que tú me tomes como hijo tuyo;

así como Yo te tomo como una madre, porque eres digna de ello. 

¿No es verdad amigos, que así nos sentiremos todos más contentos y más a nuestras anchas?

Los apóstoles y las dos Marías dicen que sí, con mucho gusto.

La madre de Judas, con una gran perla en las pupilas, debe sentarse entre su hijo y el Maestro. 

De esta forma tiene enfrente a las dos Marías y a Margziam al centro.

La criada trae viandas porque en esto, la madre de Judas ha sido inflexible.  

Jesús hace la ofrenda y bendición de los alimentos y luego los distribuye. comenzando por ella, cosa que conmueve cada vez más a la mujer…

Y enorgullece a Judas, aunque al mismo tiempo lo pone pensativo y hace que se avergüence.

La conversación versa sobre distintos temas. 

Jesús trata de que la madre de Judas tome parte en ellos y de que adquiera familiaridad en sus relaciones con las dos discípulas.

A esto ayuda mucho Marziam, el cual afirma que quiere mucho a la madre de Judas:

“Porque se llama María, como todas las mujeres que son buenas.” 

Pedro pregunta semiserio: 

–     ¡¿Y no vas a querer a la que nos espera a orillas del lago, malandrín?! . 

–     ¡Mucho, si es buena!

–     Puedes estar seguro de ello.

Todos lo dicen.

Yo también debo decirlo, porque si siempre ha sido dócil con su madre y conmigo, es verdaderamente señal de que es buena.

Pero no se llama María, hijo.

Tiene un nombre extravagante. Su padre le puso el nombre de lo que le había procurado la riqueza. Quiso llamarla Porfiria.

La púrpura es bella y valiosa, mi mujer no es guapa, pero sí valiosa, por su bondad.

Me enamoré de ella porque era serena, casta, silenciosa: ¡Tres virtudes que no son fáciles de encontrar, ¡Eh!

Desde cuando era niña me fijé en ella. Bajaba a Cafarnaúm con el pescado y la veía atareada con las redes, en la fuente, o trabajando silenciosa en el huerto de su casa.

No era la distraída mariposa que revolotea acá o allá, ni la galliníta incauta que mira de reojo a cada quiquíriquí de gallo.

No levantaba nunca la cabeza, aun cuando sentía voces de hombre.

Cuando yo, enamorado de su bondad y de sus espléndidas trenzas – las únicas bellezas que tenía -, y…

Compadecido de su esclavitud en la familia, le dirigí mis primeros saludos – tenía ella entonces dieciséis años -, a duras penas me respondió. 

Se cubrió todavía más con su velo y se retiró más a su casa.

¡Huy! ¡Lo que me costó saber si no le parecía un ogro y aviar el matrimonio!…

Pero no me arrepiento de ello porque, aunque hubiera dado la vuelta al mundo, no habría encontrado otra como ella.

¿Verdad, Maestro, que es buena?

Jesús responde:

–     Mucho.

Estoy seguro de que Margziam la querrá aunque no se llame María.

¿Verdad, Margziam?

El niño responde: 

–     Sí; se llama “mamá”

Y las mamás son buenas y se las quiere.

Luego Judas habla de lo que ha hecho durante el día.

Después que él fue a avisar a su madre de que venían y que con Andrés como compañero, ha empezado a hablar por el agro de Keriot. 

Y agrega: 

–    Mañana me gustaría que vinieseis todos.

No quiero brillar yo solo. Iremos si es posible un judío y un Galileo.

Yo con Juan, por ejemplo.

Y Simón con Tomás.

¡Si viniera el otro Simón!..

En vuestro caso – señala a los dos de Alfeo – podéis ir vosotros dos.

A todos, incluso a quien no le interesaba saberlo, les he dicho que sois los hermanos del Maestro.

También vosotros – señala a Felipe y a Bartolomé – podéis ir juntos.

He dicho que Natanael es un rabí que acompaña al Maestro; esto impresiona. Y…

Quedáis vosotros tres. De todas formas, en cuanto llegue el Zelote se podrá formar otra pareja.

¡Ah! Y después nos alternaremos porque quiero que os conozcan a todos…

Judas está rebosante de entusiasmo.  

Y agrega:   

–     He hablado del decálogo, Maestro.

Tratando de ilustrar especialmente aquellos puntos en que sé que en esta zona se cometen más faltas…

Y así…

Jesús advierte:

–      No tengas la mano pesada, Judas.

Te lo ruego. 

Ten siempre presente que alcanza más la dulzura, que la intransigencia.

Y que también tú eres hombre.

Por esto, examínate y reflexiona cuán fácil es que también caigas…

Y cómo te irritas cuando se te dice algo claro y se te reprende… 

La madre de Judas baja la cabeza, ruborizada de vergüenza.

Judas responde: 

–    No te preocupes, Maestro.

Me esfuerzo en imitarte en todo.

Mira, en el pueblo que se ve por aquella puerta – están comiendo con puertas abiertas y se ve un bonito horizonte desde esta habitación elevada.

Hay un enfermo deseoso de ser curado; pero no se le puede transportar.

¿Podrías venir conmigo?

–    Mañana, Judas.

Mañana por la mañana, sin falta.

Y si hay otros enfermos, decídmelo o traédmelos.

–     ¿De veras quieres hacer favores a mi patria, Maestro?

–     Sí.

Para que no se diga que he sido injusto con quién no me ha hecho ningún mal.

¡Hago bien, aún a los malos! ¿Por qué no a los buenos de Keriot?

Quiero dejar un recuerdo indeleble de Mí…

–     Pero, ¡Cómo!

¿No volveremos más aquí?…

–    Volveremos otra vez, pero…

Marziam grita jubiloso, interrumpiendo:

–    ¡Allá viene María con Simón!

Al verlos que están subiendo la escalera que conduce a la terraza, en que está la sala donde están comiendo.

Todos se ponen de pie y van al encuentro de los dos que llegan.

Hay alboroto de exclamaciones, saludos, sillas que se mueven.

Nada distrae a María de saludar primero a Jesús y luego a la madre de Judas.

Ésta se postra con gran veneración.

Pero María la levanta y la abraza como si fuera una querida amiga a la que hubiera vuelto a ver después de una ausencia.

Entran de nuevo en la sala y María de Simón ordena a la criada otras viandas para los recién llegados.

María le entrega a Jesús un pequeño rollo.

 Mientras dice: 

–     Mira  Hijo, éste es el saludo de Elisa.

Jesús lo abre, lo lee,

y dice:

–     Lo sabía…

Estaba seguro. Gracias, Mamá, por mí y por Elisa.

¡Eres verdaderamente la salud de los enfermos!

–     ¡Yo!…

Tú, Hijo, no yo.

–     Tú…

 Y eres mi mejor ayuda.

Luego se vuelve a los apóstoles y a las discípulas,

y dice

–     Elisa escribe:

“Vuelve, mi Paz. No sólo te quiero amar, quiero también servirte”.

Así hemos liberado de la angustia, de la melancolía, a una criatura. 

 Y hemos ganado a una discípula.

Sí, volveremos.

María dice: 

–     Quiere conocer también a las discípulas.

Se recupera lentamente, pero con continuidad. ¡Pobrecilla!

Todavía sufre momentos de espantoso desconcierto. ¿Verdad, Simón?

Un día quiso probar a salir conmigo… pero vio a un amigo de su Daniel… 

¡Cuánto nos costó calmar su llanto! ¡Menos mal que Simón vale mucho!

Me sugirió, dado que manifiesta el deseo de volver a convivir normalmente con la gente…

Y que el ambiente de Betsur está demasiado lleno de recuerdos para ella…

Me sugirió llamar a Juana.

Fue él a llamarla.

Había vuelto después de las fiestas, a sus espléndidos cultivos de rosales de Judea, a Béter.

Dice Simón que, atravesando esas colinas llenas de rosas, le parecía soñar.

Porque creía estar en el Paraíso.

Vino sin demora.

¡Juana puede comprender a una madre que llora a sus hijos y compadecerse de ella!

Elisa le ha tomado mucho afecto y yo me he venido.

Juana la quiere convencer de que salga de Betsur y vaya a su castillo.

Lo logrará porque es dulce como una paloma; pero también cuando quiere una cosa, sólida como un bloque de granito.

Jesús dice: 

–     Iremos a Betsur al regreso y luego nos separaremos.

Vosotras discípulas, os quedaréis con Elisa y Juana, durante un tiempo.

Nosotros iremos por Judea.

Nos veremos de nuevo en Jerusalén para Pentecostés…  

Mas tarde, después de terminada la comida, los apóstoles con Jesús salen a Keriot. 

Las mujeres con Margziam, van con María de Simón a la finca campestre.  

Y mientras las discípulas con el niño, están en el magnífico huerto de manzanos, se escuchan sus voces:

Margziam jugando y los golpes de la ropa de sus hombres contra los lavaderos, en el arroyo que corre entre los árboles. 

María santísima y María la madre de Judas, están juntas y solas en la espléndida terraza;

sombreada por altísimos nogales y un techo entramado y cubierto de flores y frondosas parras…

La madre de Judas, sentada al lado de María. bajo la sombra del emparrado..

le dice:

–     Estos días de paz los recordaré como un dulce sueño.

¡Demasiado cortos! ¡Demasiado! ¡Muy breves!…

Comprendo que no se debe ser egoísta y que es justo que vayáis a ver a esa pobre mujer y a otros muchos infelices.

¡Si pudiera… detener el tiempo o ir con  vosotros!… Pero, no puedo.

No tengo parientes más que mi hijo y debo cuidar nuestras propiedades…

María le contesta:

–    Comprendo…

Te duele separarte de tu Hijo.

Nosotras las madres quisiéramos estar siempre con nuestros hijos.

De todas formas, los damos por una buena razón.

Y no los perdemos.

Ni siquiera la muerte nos los arrebata, si están en gracia.

también nosotras, ante los ojos de Dios.

Además, los tenemos todavía en este mundo y podemos acercarnos a ellos;

a pesar de que la voluntad de Dios los arranque de nuestro pecho para entregarlos por el bien del mundo.

Y… el eco de sus obras nos hace como una caricia en el corazón; porque sus obras son el perfume de su alma.

María de Simón pregunta muy despacio: 

–     ¿Qué es tu Hijo para ti, Señora?

María contesta feliz:

–     Es mi alegría.

–    ¡Tú alegría!… 

Se oye una explosión de llanto y se dobla sobre sí misma, tocando con la frente sus rodillas, agobiada.

María se inclina hacia ella y con gran compasión.

le pregunta con dulzura: 

–    ¿Por qué lloras, pobre amiga mía?

¿Por qué? Dímelo…

Soy feliz en mi maternidad, pero sé comprender también a las madres que no lo son… -dice María con dulzura.

–    Sí. Que no lo son.

Y yo soy una de ellas.

Tu hijo es tu alegría… 

Y el mío es mi dolor.

Al menos lo ha sido. 

Desde que está con tu Hijo, me causa menos aflicción.

¡Oh! Entre todos los que ruegan por tu santo Hijo, para que le vaya bien y triunfe; no hay nadie después de ti, ¡Bienaventurada!

¡Qué ruegue tanto como esta infeliz que te está hablando!…

Dime la verdad.

¿Qué piensas de mi hijo?

Somos dos madres.

La una, frente a la otra.

Entre nosotras está Dios y hablamos de nuestros hijos.

A ti te debe ser muy fácil hablar de tu Hijo. Yo

Yo debo hacerme violencia a mí misma, para hablar de él. 

Pero también, ¡Cuánto bien o cuanto dolor, me puede venir al hablar de esto!

Y aunque me sea doloroso, me servirá de alivio el haber hablado

Aquella mujer de Betsur casi enloqueció por la muerte de sus hijos, ¿No es verdad?

Pero yo te juro que he pensado a veces… 

Y pienso al ver a mi Judas, que es hermoso, sano e inteligente;

pero que no es bueno, ni virtuoso, ni de corazón recto; tampoco sano de sentimientos, ni de pensamientos limpios;…

He pensado y pienso, que preferiría llorarlo muerto; a saber que Dios no lo quiere.

¡Tú dime!, ¿Qué piensas de mi hijo? Sé franca.

Hace más de un año que me quema el corazón esta pregunta. 

Pero, ¿A quién puedo dirigirme?

¿A los vecinos de Keriot?:

No sabían todavía de la presencia del Mesías entre nosotros y que Judas quería ir con Él.

Yo sí lo sabía, porque me lo había dicho en el viaje de regreso de la Pascua

Exaltado y violento, como siempre que se apodera de él, un capricho. 

Y como siempre, sin interés alguno por los consejos de su madre.

¿A sus amigos de Jerusalén?

Me detenía una santa prudencia y una piadosa esperanza.

No les podía decir a esos, a los que no puedo amar porque son todo; menos santos: 

¿Judas sigue con el Mesías?’

Y esperaba que su capricho se le pasase como otros tantos.

Como todos, aunque costase lágrimas y tristezas.

Como lo han sido más de una jovencilla que aquí y muchas en otras partes…

A las que ha enamorado y luego, no tomó por esposa a ninguna de ellas… 

¿Sabes que hay lugares a donde no puede ir; porque podría encontrar un castigo justo?

Aún el pertenecer al Templo fue un capricho

No tiene la devoción de un verdadero sacerdote creyente. 

Tampoco tiene la fe necesaria, para servir verdaderamente a Dios.

No se sabe lo que quiere, jamás.

Su padre, Dios lo perdone; lo echó a perder

Jamás tuvo valor mi voz  y mi opinión no ha contado nunca nada, para los dos hombres de mi casa.

Me ha tocado siempre llorar y reparar, nada más, con todo tipo de humillaciones…

Cuando murió Juana y aunque nadie lo diga; sé que murió de dolor cuando después de haber esperado toda su juventud,

 Judas dijo claro que no quería casarse. 

Mientras que por otra parte se sabía en Jerusalén, que había mandado a unos amigos suyos;

para pedir la mano de una mujer rica, hija de una familia propietaria de una red comercial hasta Chipre.

Yo tuve que llorar mucho por los reproches de la madre de la joven muerta;

como si yo hubiese sido cómplice de mi hijo

¡No! ¡No lo soy! 

Y tampoco valgo nada ante sus ojos.

El machismo equivocado y una ignorancia bestial, lo han convertido en un semental…

Y desprecia a las mujeres; pues está convencido, que por el solo hecho de serlo;

somos las causantes de todas las desgracias que agobian a nuestro pueblo.

Esa fue la verdadera herencia de Simón, el sacerdote de Keriot;

para nuestra ruina…

El año pasado cuando estuvo aquí el Maestro, comprendí que Él se había dado cuenta…

Y quise hablarle… pero es doloroso…

Mucho muy doloroso para una madre tener que decir:

“¡Atento a mi hijo! ¡No te confíes de él!

Es un avaro, duro de corazón, ambicioso, soberbio, lujurioso y vicioso; como todos los amigos con los que se junta…

Prepotente, mentiroso, cínico; malicioso,  muy egoísta, mimado;

caprichoso, celoso, envidioso, cruel; inconstante y voluble.” 

Judas es todo esto… y más.

La soberbia es como un portón enorme, abierto para que los espíritus satánicos, vivan en el interior del poseso, completamente a sus anchas…

Mi hijo es esto. Yo..

Yo… yo pido un milagro. 

Tu Hijo es el Mesías. Nuestro Dios Encarnado. 

Yo ruego porque tu Hijo que hace tantos milagros; haga uno en mi hijo Judas…

Pero tú…tú…

¡Oh! Tú, dime: 

¿Qué piensas de él?…

María, que ha estado siempre callada y con expresión de un dolor comprensivo ante estas quejas maternales;

este lamento materno, cuyo fundamento su recto corazón no puede desmentir, hablando con gran dulzura,

dice despacio:

–     ¡Pobre madre!…

¿Qué pienso?…

Sí, tu hijo no es esa alma cristalina que es Juan, ni el manso y dulce Andrés;

ni el fuerte Mateo, que ha querido cambiar y ha cambiado.

Es… inconstante, sí.

¡Es así! Pero rogaremos mucho por él…

Tú y yo. No llores.

Tal vez llevada por tu amor de madre;

quisieras poder enorgullecerte de tu hijo y lo ves más deforme de cómo es…

María de Simón replica convencida:

–    ¡No!… 

¡Oh, no, no!…  Estoy en lo cierto y tengo mucho miedo…

El aire se llena con los gemidos de la madre de Judas.

Y en la penumbra se distingue el blanco rostro de María más pálido que nunca;

ante esta confesión materna, que confirma todos sus temores…

Pero se domina…  

Y atrae a sí, a la infeliz madre y la acaricia.

Mientras ésta, con todos los diques del control completamente rotos… 

Cuenta confusa y angustiosamente; todas y cada una de las durezas, exigencias y violencias de Judas….

Y termina diciendo:

–     Me avergüenzo de él, cuando tu hijo me da muestras de amor.

No se las pido.

Estoy segura que además de su Bondad; las hace para decir con ellas a Judas:

“Acuérdate que de este modo, es como se trata a una madre.”

Ahora parece muy bueno… ¡Oh! ¡Si fuese verdad!

Ayúdame con tus oraciones, tú que eres santa, para que mi hijo no sea indigno de la gracia inmensa, que Dios le ha concedido.

Si no me quiere amar, ni sabe ser agradecido conmigo que lo dí a  luz y lo alimenté para criarlo; no me importa.

Pero quiero que realmente sepa amar a Jesús.

Que sepa servirle con fidelidad y reconocimiento.

Si esto no sucediese, entonces…

Entonces que Dios le quite la vida. 

Prefiero tenerlo en el sepulcro…

Finalmente lo tendría.

Porque desde que tuvo uso de razón, ha sido muy poco mío. 

Es mejor muerto, antes que un mal apóstol.

¿Puedo pedir a Dios así?

¿Tú que dices?…

María la mira con una infinita compasión…

Y le dice:

–     Ruega al señor que haga lo mejor.

No llores más.

He visto prostitutas y gentiles a los pies de mi Hijo.

Y con éstos, a publicanos y pecadores…

Todos se han convertido en corderos por su Gracia.

Espera, María. Ten confianza.

Las penas de las madres, salvan a los hijos.

¿No lo sabías?…

Y con esta compasiva pregunta cesa todo.