195 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Una llanura martilleada por el sol, que encandece los cereales maduros y extrae de ellos un olor que ya recuerda al pan.
Huele a sol, a ropa lavada, a mieses en sazón… a verano.
El lugar es todavía el mismo, pero el sol se muestra menos implacable porque se encamina al ocaso.
Todos abandonan el paraje donde descansaron, mientras Jesús le dió a simón Zelote, la parábola sobre el diente de león.
Reemprenden la caminata…
Después de caminar un buen trecho…
Señalando a lo lejos,
Jesús dice:
– disciEs necesario llegar hasta aquella casa.
Cuando llegan, piden pan y alivio. con la posibilidad de descanso…
Pero el guarda los rechaza bruscamente, con dureza.
Jesús responde:
– ¿Por qué faltáis a la caridad?
El tiempo del talión ya ha quedado atrás.
Pero los apóstoles, cansados y hambrientos, manifiestan su frustración y su enojo de forma menos llena de virtud…
Y exclaman:
– ¡Raza de filisteos!
– ¡Víboras!
– Son todos iguales!
– Han nacido de esa cepa y dan frutos envenenados.
– ¡Que recibáis lo mismo que dais!
Después del portazo que selló como respuesta al enojo de los judíos.
Jesús trata de confortar,
y dice:
– Caminemos.
Todavía no ha oscurecido y no os estáis muriendo de hambre.
Un poco de sacrificio, para que estas almas lleguen a sentir hambre de Mí.
Pero los discípulos, con el corazón inflamado más por el despecho y por el hambre insoportable, aguijoneada por Satanás…
Cansados avanzan hasta un campo lleno de espigas maduras.
Entran hasta el centro de una de las parcelas cultivadas y se ponen a recoger espigas.
Las cortan, las desgranan sobren las palmas de las manos y empiezan a comerse los granos, con verdadero gusto.
Pedro grita:
– ¡Están sabrosas, Maestro!…
¿No quieres unas?
Además tienen doble sabor…
También voy a guardar unas para Tí.
Los otros, que van caminando entre los zurcos, cortando las espigas y comiendo con gusto.
Lo apoyan contentos:
– ¡Tienes razón!
– ¡Así se arrepentirían de no habernos dado ni un pan!
Cuando han tomado lo suficiente para saciar su hambre…
Empiezan a salirse de la parcela, para reanudar su travesía por las tierras fenicias.
Jesús va solo por el camino polvoriento.
Unos cinco o seis metros más atrás le siguen Simón Zelote y Bartolomé, pero van hablando entre sí.
Luego se integran los demás.
Jesús continúa adelante, seguido por los suyos que vienen desgranando espigas y comiendo alegremente.
Y al llegar a la encrucijada se topan con un grupo de fariseos ceñudos, que vienen del poblado de donde los arrojaron.
Jesús los saluda cordial y sonriente:
En lugar de responder el saludo, el más viejo levanta la barbilla de su rostro arrogante,
Y le pregunta:
– ¿Quién eres?
– Jesús de Nazareth.
Otro fariseo dice:
– Se los dije…
¿Veis que es Él?
El primero vuelve a hablar:
– ¡Ah!…
¡Así que Tú eres el famoso Jesús de Nazareth!
¿Cómo es posible que te encuentres aquí?
– Porque también aquí hay almas que salvar.
– Para eso bastamos nosotros.
Sabemos salvar las nuestras y las de los que dependen de nosotros.
– Si es así.
Hacéis bien.
Pero Yo he sido enviado para evangelizar y salvar.
Varios exclaman al mismo tiempo:
– ¡Oh!
– ¡Mandado!
– ¡Mandado!
– ¿Y quién nos lo prueba?
El más viejo dice con desprecio:
– Ciertamente, ¡No tus obras!
Jesús pregunta:
– ¿Por qué hablas así?
No te importa tu vida?
– ¡Ah! ¡Entendido!
Tú eres el que da muerte a los que no te adoran.
Entonces vas a matar a toda la clase sacerdotal: a los fariseos, los escribas, saduceos…
Y a todos los demás porque no te adoran, ni jamás te adorarán.
¿No puedes entender?
Nosotros los elegidos de Israel jamás te adoraremos y ni siquiera te amaremos.
Os digo: Adorad a Dios porque…
El viejecillo lo interrumpe furioso:
– En otras palabras a Ti, porque Eres Dios.
¿No es verdad?
Nosotros no somos los piojosos campesinos galileos, ni los estúpidos de Judá que vienen en pos de Ti, olvidando a nuestros rabíes…
Jesús contesta con mansedumbre:
– No te inquietes hombre.
No pido nada. Cumplo con mi misión.
Enseño a amar a Dios y vuelvo a repetir el Decálogo, porque ha sido olvidado.
Y lo peor de todo: se aplica mal..
Quiero dar la vida eterna.
No auguro la muerte corporal, ni mucho menos la espiritual.
La vida que te pregunté si no tenías interés en perder, es la de tu alma.
Porque Yo amo tu alma, aun cuando ella no me ame.
Y me duele ver que le matas, con ofender al Señor, despreciando a su Mesías.
Al fariseo parece darle una convulsión de furia…
Porque se agita violentamente, se descompone rasgando sus vestiduras y se arranca las franjas.
Se quita el turbante y se revuelve los cabellos…
Mientras grita:
– ¡Oíd!
¡Me dice esto a mí, Jonatás de Uziel, descendiente directo de Simón el Justo!
¡Yo, ofender al Señor!
No sé qué me detiene para no maldecirte, pero…
Jesús dice tranquilo:
– El miedo.
¡Hazlo! No serás convertido en cenizas.
A su tiempo lo serás y entonces me llamarás.
Pero entre tú y Yo habrá en ese entonces un arroyo purpúreo: Mi Sangre…
– ¡Está bien!
Pero mientras tanto, Tú que te llamas santo…
¿Por qué permites ciertas cosas?
Tú que te llamas Maestro,
¿Por qué no instruyes primero a tus discípulos antes que a los demás?…
Míralos detrás de Ti, con el instrumento del pecado en sus manos…
¿Los ves?
Han cortado espigas y es Sábado.
Han cortado espigas que no son suyas.
Han violado el Sábado y han robado.
Pedro responde:
– Tenían hambre.
Pedimos pan en el poblado a donde llegamos ayer tarde.
Pedimos alojamiento y comida y nos arrojaron.
Caminamos lo permitido.
Y luego nos detuvimos, cómo lo marca la Ley, a beber agua del río.
Cuando llegó el crepúsculo, fuimos a aquella casa y nos despidieron.
Ved que teníamos voluntad de obedecer la Ley.
El viejo fariseo lo mira cual si fuera una pulga…
Y replica furioso:
– Pero no lo hicisteis.
¡No es lícito hacer en Sábado obras manuales!
Y jamás es lícito tomar lo que es de otros.
Yo y mis amigos estamos escandalizados.
Jesús pregunta:
– ¿No habéis leído jamás, cómo David tomó los panes sagrados de la proposición, para alimentarse y alimentar a sus compañeros?
Los panes sagrados eran de Dios.
Estaban en su casa, reservados por orden eterna para los sacerdotes.
Y sin embargo David los tomó y los comió en sábado;
él a quién no era lícito comérselos.
Y con todo, no se le imputó como pecado, porque Dios continuó amándolo aun después de esta acción.
¿Cómo puedes llamarnos pecadores, si recogemos del suelo las espigas crecidas que también son de los pájaros?
¿Y cómo puedes prohibir que se alimenten de ellas, los hombres hijos del padre?
Les pidieron esos panes, no se los tomaron sin haberlos pedido.
Y esto cambia de aspecto.
Y Dios si se lo imputó como pecado, porque lo castigó duramente…
Un fariseo objeta:
– Pero no por esto.
Fue por la lujuria, por el censo, no por…
El más viejo sentencia:
– ¡Oh! ¡Basta!
¡No es lícito!
Y… no es lícito.
No tenéis derecho de hacerlo y no lo haréis.
Largaos.
No os queremos en nuestras tierras.
Nos os necesitamos y ya no sabemos qué hacer con vosotros.
Jesús responde con mansedumbre:
– Está bien.
– ¡Largo!
– No os condeno.
Os perdono.
Pediré al Padre que os perdone; porque quiero misericordia y no castigo.
Pero sabed que el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.
Y que el Hijo del hombre, es el Señor también del Sábado. Adiós.
Y volviéndose a sus discípulos:
Jesús dice:
– Venid.
Vamos a buscar un lecho entre la arena que ya está cerca.
Tendremos como compañeras las estrellas y nos dará alivio el rocío.
Dios que envió el maná a Israel, proveerá a alimentarnos también;
porque somos pobres y fieles a Él.
La noche ya baja con sus velos color violeta y encuentran unos nopales.
Sobre sus pencas llenas de espinas, hay tunas casi maduras.
Espinándose, se dan un dulce banquete, pues la fruta es deliciosa.
Y de esta forma van acercándose a las dunas.
De lejos llega el rumor de las olas del mar.
Jesús dice:
– Quedémonos aquí.
La arena es suave y acogedora.
Mañana entraremos en Ascalón.