Archivos diarios: 16/04/21

208 UN SUEÑO REALIZADO

208 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

En un bello amanecer en el lago de Galilea,

Jesús está con todos los apóstoles y también con Judas de Keriot,

que ya está totalmente recuperado y con una cara más dulce.

Tal vez debido a la enfermedad y a los cuidados que recibió.

También está Margziam, un poco atemorizado porque es la primera vez que está en el agua.

Trata de disimular, pero a cada movimiento fuerte de la barca;

se agarra con un brazo del cuello de la oveja, que comparte su mismo miedo con él,

balando lastimosamente…

Y con el otro se agarra de lo que puede y cierra los ojos,

convencido de que ha llegado su última hora.

Pedro le da un cachetito y le dice:

–    No tengas miedo.

Un discípulo jamás debe temer.

El niño dice que no con la cabeza, pero como el viento sopla más fuerte y el agua se mueve más; 

conforme se van acercando a la desembocadura del río Jordán,

Margziam se asusta más. 

Aprieta más fuerte los ojos y cuando una ola azota fuertemente,

sobre un costado de la nave, grita de miedo.

Algunos se ríen.

Otros se burlan de Pedro, porque quiso ser padre de uno que no sabe estar en la barca.

Y otros se burlan de Margziam, porque dijo que quería ir por tierras y mares, a predicar a Jesús. 

 Y ahora tiene miedo de navegar unos cuantos km. En el lago.

Pero Margziam se defiende diciendo:

–     Cada quien tiene miedo de lo que no conoce.

Yo del agua y Judas de la muerte…

¡Y vaya que Judas debió haber tenido miedo de morir!

En lugar de reaccionar como acostumbra;

con un dejo de cansancio y tristeza,

dice:

–   Dijiste bien.

Se tiene miedo de lo que no se conoce.

Pero ahora estamos por llegar a Betsaida y tú estás seguro de encontrar allí amor.

Andrés le pregunta sorprendido:

–    ¿Desconfías de Dios?

Judas contesta:

–    No.

Desconfío de mí mismo. 

En los días en que estuve enfermo, rodeado de tantas mujeres puras y buenas.

¡Me sentí tan pequeño en mi espíritu!

¡Cuánto he pensado!

Decía:

–    “Si ellas todavía trabajan para ser mejores y para conquistar el Cielo.

¿Qué cosa debo hacer yo?…  

Se vuelve hacia Jesús,

preguntando:

–    ¿Llegaré alguna vez, Maestro?

Jesús dice:

–    Con buena voluntad, todo se puede.

–    Pero mi voluntad es muy imperfecta.

–    El auxilio de Dios, pone en ella lo que le hace falta, para ser completa.

Tu actual humildad ha nacido de la enfermedad.

Piensa pues que el Buen Dios ha proveído mediante un incidente penoso,

para darte una cosa que antes no tenías.

–    Es verdad, Maestro.

Pero, ¡Esas mujeres!

¡Qué perfectas discípulas!

No me refiero a tu Mamá.

Ella es cosa aparte y clara.

Me refiero a las demás.

¡Oh! ¡Verdaderamente se superaron!

He sido una de sus primeras pruebas en su futuro ministerio.

Créeme, Maestro.

Puedes apoyarte seguro en ellas.

Elisa y yo estuvimos bajo sus cuidados.

Elisa ha regresado a Betsur con el alma rehecha y yo…

espero rehacérmela ahora que tanto trabajaron…

Judas, todavía débil, llora.

Jesús, que está sentado a su lado, le pone una mano sobre la cabeza;

mientras hace un gesto a los demás para que guarden silencio.

Pero, la verdad es que Pedro y Andrés están muy ocupados,

con las últimas maniobras de atracada.

Y no hablan.

Simón Zelote, Mateo, Felipe y Margziam, no tienen ninguna intención de hacerlo. 

Quién porque está distraído por el ansia de la llegada.

Quién porque es de por sí prudente.

La barca penetra en el río Jordán.

Poco después se detiene en el guijarral.

Los mozos bajan para asegurarla atándola con una soga a una peña.

Y para afianzar una tabla que sirva de puente.

Pedro entretanto, se pone de nuevo la túnica larga.

Y lo mismo hace Andrés.

Mientras, la otra barca ya ha hecho la misma maniobra y están bajando los otros apóstoles.

También Judas y Jesús bajan.

Pedro por su parte, está poniéndole su vestido nuevo al niño.

Y lo arregla para presentarlo en orden a su mujer…

Ya han bajado todos, con las ovejas incluidas.

Pedro dice: 

–     Y ahora pongámonos en marcha.

Está realmente emocionado.

Le da la mano al niño, que está también muy emocionado.

Tanto que se olvida de las ovejitas.

Juan se ocupa de ellas.

Margziam está tan angustiado;

que cuando Pedro lo toma de la mano;

no puede ocultar un destello de miedo.

Y estremeciéndose pregunta:

–    Pero, ¿Me aceptará?

¿De veras me amará?

Pedro solicita con la mirada, la ayuda a Jesús.

Jesús sonríe…

y dice:

–     No os preocupéis.

Pedro lo tranquiliza.

Aunque quizás el miedo se le ha contagiado,

porque dice a Jesús:

–     Háblale Tú a Porfiria, Maestro. 

Porque creo que no sabré expresarme bien.

Jesús sonríe.

Pero promete hacerlo.

Siguiendo por la arena a lo largo de la playa, pronto llegan a la casa de Pedro.

Encuentran a Porfiria ocupada en sus quehaceres domésticos.

Jesús se asoma a la puerta de la cocina, donde Porfiria está ordenando sus trastos.

Y en cuanto la mujer de Pedro se da cuenta.

Se alegra tanto y exclama: 

–  ¡Jesús! ¡Simón!

Y corre a postrarse primero ante Jesús…

Luego da la bienvenida a su marido.

Enseguida, levantando una cara que no es un dechado de belleza;

pero que está iluminada por una gran bondad,

continúa toda ruborizada:   

–     ¡Tanto que os he estado esperando!

¿Estáis todos bien?

Venid. Venid.

Estaréis muy cansados…

Jesús sonríe y dice:

–    No.

Venimos de Nazareth, dónde nos detuvimos unos días.

Y de Caná, donde también estuvimos algunos días.

En Tiberíades estaban las barcas.

Puedes ver que no estamos cansados.

Judas se encuentra débil, porque estuvo enfermo.

Y también traíamos un niño con nosotros.

Porfiria exclama:

–    ¡Oh!

¿Un niño? 

¿Un discípulo pequeño?

–    Un huérfano que recogimos en el camino.

Porfiria ve a Margziam, que está semiescondido detrás de Jesús…

Y se arrodilla extendiendo sus brazos hacia él. 

Diciendo: 

–   ¡Oh, prenda!

¡Ven tesoro para que te bese!

Margziam se deja abrazar y besar sin protestar.

Y mientras lo estrecha contra sí y la mejilla del niño está junto a la suya,

Porfiria dice:

–    Y ahora os lo lleváis.

Tan pequeño y frágil que es!

Se cansará…

Una gran compasión irradia en su voz.

Jesús dice:

–    En realidad, yo tenía pensado confiarlo a alguna discípula;

cuando nos vamos lejos de Galilea, del lago…

Porfiria lo interrumpe anhelante:

–    ¿A mí no Señor?

Nunca tuve hijos.

Sobrinos sí y sé cómo tratar a los niños.

Soy la discípula que no sabe hablar.

Que no estoy  muy sana para poder seguirte, como lo hacen las otras que…

¡Oh! ¡Tú lo sabes!

Seré cobarde si quieres.

Pero entiendes entre qué tenazas me encuentro…  

Mi madre es demasiado dominante…

¿Tenazas dije?… No.

Me encuentro en medio de dos sogas,

que me arrastran en direcciones contrarias.

Y no tengo el valor para romper una de ellas.

Déjame servirte aunque sea un poco, siendo la mamá-discípula de este niño.

Le enseñaré todo lo que las otras enseñan a tantos…

A amarte..

Jesús le pone la mano sobre la cabeza,

y dice:

–   Hemos traído aquí al niño.

Porque aquí habría encontrado una madre y un padre.

¡Ea pues! Formemos una familia.

Y Jesús pone la mano de Margziam sobre la de Pedro,

que tiene los ojos anegados de lágrimas.

Y luego las une con la de Porfiria.

Agrega:

–    Educadme santamente a este inocente..

Pedro se seca las lágrimas con el dorso de la mano.

Y Porfiria, que se ha quedado como estatua por la estupefacción.

Sacude su cabeza cómo si no pudiera asimilar, lo que está pasando…

Vuelve a arrodillarse…

Y dice:

–    ¡Oh, Señor mío!

Me quitaste al esposo haciéndome casi viuda;

pero ahora me das un hijo…

Así pues devuelves todas las rosas a mi vida.

No sólo las que tomaste, sino las que nunca tuve

Qué seas Bendito.

Amaré a este niño, mucho más que si hubiese salido de mis entrañas.

Porque Tú me lo has dado…

Y besa la orla del vestido de Jesús.

Luego abraza estrechamente a Margziam…

Y lo sienta sobre sus rodillas.

Es una mujer absolutamente felíz…

Jesús dice:

–   Dejémosla expansionarse.

Quédate también tú Simón Pedro.

Nosotros vamos a la ciudad a predicar.

Vendremos al atardecer, a pedirte comida y descanso.

Y Jesús sale con los apóstoles, dejando tranquilos a los tres…

Juan dice:

–     Mi Señor.

A Simón hoy se le ve muy feliz!

–     ¿Tú también quieres un niño?

–     No.

Sólo quisiera un par de alas para elevarme hasta las puertas del Cielo.

Y aprender el lenguaje de la Luz, para repetirlo a los hombres.

Y sonríe.

Acondicionan a las ovejitas en el fondo del huerto, junto al local de las redes.

Y les dan ramitas, hierba y agua del pozo.

Luego se marchan hacia el centro de la ciudad.

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