217 PARÁBOLA DEL TESORO11 min read

217 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

En el camino que desde el lago Merón va hacia Galilea;

Jesús va acompañado por Simón Zelote y Bartolomé.

Llegan a un punto donde esperan a los demás, junto a un torrente que aunque esté reducido a un arroyo muy pequeño;

alimenta una arboleda de frondosos árboles.

Los otros están llegando desde dos partes distintas.

Es un día tórrido.

Y después de haber predicado por los campos en distintos lugares, mucha gente ha seguido a los tres grupos,

encaminando a los enfermos hacia el grupo de Jesús y reservándose predicar sobre Él a los sanos.

Hay muchos que han sido agraciados con milagros y forman ahora un grupo feliz, sentado entre los árboles;

su alegría es tal, que no sienten siquiera el cansancio producido por el calor, el polvo, la luz cegadora;

Mientras que todas estas cosas hacen sufrir y no poco, a los demás.

Cuando el grupo capitaneado por Judas Tadeo llega -es el primero- adonde Jesús,

se manifiesta evidente el cansancio de todos los que lo forman y de los que vienen detrás.

El último es el grupo capitaneado por Pedro; vienen en él muchos de Corazaín y Betsaida.

Pedro lanza un gran suspiro y dice:

–     Hemos hecho lo que estaba previsto, Maestro.

Pero haría falta ser muchos grupos…

Ya ves… andar mucho no se puede, por el calor.

¿Qué hacemos, entonces?

El mundo parece ensancharse más, cuantas más cosas tenemos que hacer;

porque los pueblos se desperdigan y se alargan las distancias.

No me había percatado nunca de que fuera tan grande Galilea.

Estamos sólo en un rincón de ella, realmente en un rincón…

Y no logramos evangelizarla, de tan grande como es y de tantas necesidades…

Y  tanto deseo de Tí como hay…

Tadeo le responde:

–     No es que el mundo crezca, Simón.

Lo que crece es el conocimiento de nuestro Maestro.

Santiago de Zebedeo, agrega:

–     Sí, es verdad.

Mira cuánta gente.

Algunos nos siguen desde esta mañana.

Durante las horas de calor, nos hemos refugiado en un bosque.

Pero incluso ahora, que se acerca el atardecer, es un sufrimiento el caminar.

Y estos pobrecillos están mucho más lejos de casa que nosotros.

No sé cómo nos las vamos a arreglar, si sigue aumentando todo a este ritmo…

Tratando de consolar,

Andrés comenta:

–     En Octubre vendrán también los pastores.

Pedro protesta:

–     ¡Sí! ¡Ya!

Pastores, discípulos… ¡Maravillosos!

Pero son útiles sólo para decir:

“Jesús es el Salvador. Está allí».

Nada más –

Zelote:

–     Al menos la gente sabrá dónde encontrarlo.

Ahora, sin embargo… nosotros venimos aquí y ellos corren aquí;

mientras ellos vienen aquí, nosotros vamos allá.

Y ellos tienen que correr detrás de nosotros…

Y con niños y enfermos no es muy cómodo.

Jesús habla:

–     Tienes razón, Simón-Pedro.

También siento Yo compasión de estas almas y de estas turbas.

Para muchos el no encontrarme en un momento dado, puede ser causa irreparable de desventura.

Observad qué cansados están y cuán desorientados se sienten, los que no poseen aún la certeza de mi Verdad.

Y cuán hambrientos los que han gustado mi Palabra y ya no saben estar sin ella.

Y ninguna otra palabra los satisface.

Semejan a ovejas sin pastor, que vagan no encontrando a alguien que las guíe y lleve a pastar.

Yo les seré próvido.

Pero vosotros tenéis que ayudarme, con todas vuestras fuerzas espirituales, morales y físicas.

Dejaréis de formar grupos numerosos;

debéis saber ir de dos en dos.

Mandaremos en parejas a los discípulos mejores.

La mies es verdaderamente mucha.

En verano os prepararé para esta gran misión.

Para Tammuz contaremos con Isaac, que vendrá con los mejores discípulos y os prepararé.

De todas formas, no seréis todavía suficientes; porque la mies es verdaderamente mucha y los obreros pocos.

Rogad pues al Dueño de la tierra, que envíe muchos obreros a su mies.

Santiago de Alfeo responde:

–     Sí, mi Señor.

Pero ello no modificará mucho la situación de éstos que te buscan.

Tadeo pregunta:

–     ¿Por qué, hermano?

–     Porque buscan no sólo doctrina y palabra de Vida.

Sino también remedio a sus flaquezas, a sus enfermedades;

a toda tara de su parte inferior o superior, causada por la vida o por Satanás.

Santiago se vuelve hacia Jesús:

–   Y esto sólo Tú lo puedes hacer, porque en Tí está el Poder.

Jesús responde:

–    Los que son una sola cosa conmigo llegarán a hacer lo que Yo hago.

Y los pobres recibirán ayuda en todas sus miserias.

Pero aún no tenéis en vosotros lo necesario para esto.

Esforzaos en superaros a vosotros mismos, en aplastar vuestra humanidad para que triunfe el espíritu.

No asimiléis sólo mi palabra sino también su espíritu.

O sea, santificaos por ella…

Entonces todo lo podréis.

Mas ahora vamos a manifestarles mi Palabra, dado que no quieren marcharse sin que Yo les dé la palabra de Dios.

Luego volveremos a Cafarnaúm.

También allí habrá quien nos esté esperando…  

Tomás pregunta:

–     Señor, pero…

¿Es verdad que María de Magdala, te ha pedido perdón en casa de Simón el fariseo?

–     Es verdad, Tomás.

Felipe cuestiona:

–     ¿Y se lo diste?

–     Se lo he dado.

Bartolomé exclama:

–     Pero…

¡Has hecho mal, ¿No?!

–     ¿Por qué?

Era un arrepentimiento sincero y merecía perdón.

Judas dice con tono de reproche:

–     Pero no debías darlo en esa casa, públicamente…

–     No veo en qué he errado.

–     En esto:

Tú sabes quiénes son los fariseos, cuántas argucias tienen en su cabeza;

cómo te vigilan; cómo te calumnian, cómo te odian.

Tenías uno de ellos, en Cafarnaúm, que era amigo tuyo: Simón.

Y llamas a su casa a una prostituta para profanar la casa y escandalizar al amigo Simón.

–     No la llamé Yo.

Vino ella.

No era una prostituta; era una mujer arrepentida.

Todo esto cambia mucho la cosa.

Si antes no sentían asco de estar a su lado;

si no han sentido nunca asco de desearla, incluso en mi Presencia.

tampoco ahora que ella ya no es sólo una carne, sino un alma;

deben sentirlo por verla entrar para arrodillarse a mis pies y llorar acusándose.

Humillándose con su pública, humilde confesión, totalmente presente en su llanto.

La casa de Simón fariseo ha recibido santificación por un milagro grande: la  resurrección de un alma.

En la plaza de Cafarnaúm, hace cinco días, me preguntaba:

«¿Has hecho sólo ese milagro?», y me respondía por su cuenta: «¡No, claro!».

Porque había deseado mucho ver uno.

Pues se lo he dado.

Lo he elegido para testigo, paraninfo, de estos esponsales del alma con la Gracia.

Debería sentirse orgulloso.

Judas:

–     Pues sin embargo, está escandalizado.

Quizás has perdido un amigo.

–     He encontrado un alma.

Merece la pena perder la amistad de un hombre, su pobre amistad de hombre;

con tal de devolver a un alma la amistad con Dios.

–     Es inútil.

Contigo no se puede mantener humana reflexión.

¡Estamos en la tierra, Maestro! Recuérdalo.

Aquí mandan las leyes y las ideas de la tierra.

Tú actúas con el método del Cielo, te mueves en el Cielo que tienes en tu corazón, ves todo a través de luces de Cielo.

¡Pobre Maestro mío!

¡Cuán divinamente inepto eres para vivir entre nosotros los perversos!

Judas de Keriot lo abraza, maravillado y desolado al mismo tiempo.

Y finaliza:

–    Y me duele el que te crees tantos enemigos, por demasiada perfección.

Jesús argumenta:

–     No te duela, Judas.

Está escrito que debe ser así.

Pero, ¿Cómo sabes que Simón se siente ofendido?

–     No ha dicho que se sienta ofendido.

Pero a mí y a Tomás, nos ha dado a entender que aquello no se debía haber hecho;

no debías haberla invitado a su casa, donde sólo entran personas honestas.

Pedro advierte:

–     ¡Bueno, Eh….!

¡Sobre la honestidad de los que van a casa de Simón mejor no seguir!

Y Mateo:

–    Yo podría decir que el sudor de las prostitutas ha goteado en repetidas ocasiones;

en los suelos, en las mesas y…

En otros sitios, de la casa de Simón el fariseo.

Judas rebate:

–     Pero no públicamente.

Pedro:

–     No.

Con hipocresía para esconderlo.

–     Pues cambia la cosa.

–     Cambia también la entrada de una prostituta que entra para decir:

«Dejo mi pecado infame», respecto a la de una que entra para decir: «Aquí me tienes para cumplir el pecado juntos».

Todos coinciden:

–    Mateo tiene razón.

–     Sí, tiene razón.

Pero ellos no piensan como nosotros.

Y es necesario llegar a un acuerdo con ellos, adaptarse a ellos para tenerlos como amigos.

Jesús objeta imperioso:

–     Eso nunca, Judas.

En la verdad, en la honestidad, en la conducta moral, no hay ni adaptaciones ni acuerdos.

Y, además, Yo sé que he actuado bien y para el bien.

Y basta.

Vamos a despedir a estas personas cansadas.

Y se acerca a los que, diseminados bajo los árboles, miran en dirección a Él con ansia de oírlo.

–     Paz a todos vosotros…

Que, salvando estadios y soportando el intenso sol, habéis venido a oír la Buena Nueva.

En verdad os digo que estáis empezando a entender realmente lo que es el Reino de Dios.

Y también cuán valioso es poseerlo y cuán dichoso pertenecer a él.

De forma que cualquier tipo de esfuerzo pierde para vosotros ese valor que para otros tiene;

porque el espíritu impera en vosotros y dice a la carne:

«Regocíjate si te oprimo, porque lo hago por tu bienaventuranza.

Cuando te reúnas conmigo, después de la resurrección final,

me amarás por todo cuanto te subyugué y verás en mí a tu segundo salvador».

¿No habla así vuestro espíritu?

–     ¡Sí, sí que habla así!

Al presente, basáis vuestro comportamiento en la enseñanza de mis lejanas parábolas;

pero ahora os voy a ofrecer otras luces para que os enamoréis cada vez más;

de este Reino de valor inconmensurable que os espera.

Escuchad:

Un hombre, que había ido a un campo por casualidad a buscar mantillo para llevarlo a su huerta,

al excavar fatigosamente en la tierra dura, debajo de algún estrato, se encuentra un filón de metal precioso.

¿Qué hace entonces aquel hombre?

Vuelve a tapar con tierra lo que ha encontrado.

No le importa tener que trabajar más, porque el descubrimiento compensa la fatiga.

Luego va a su casa, empieza a juntar todos sus bienes en dinero y en objetos…

Y estos últimos los vende para sacar mucho dinero.

Cuando logra juntar todo, se presenta al dueño del campo y le dice:

«Me gusta tu campo. ¿Cuánto quieres por vendérmelo?».

«No, no lo vendo» responde el otro.

Mas el hombre ofrece sumas cada vez más fuertes, exageradas en relación al valor del campo…

Y termina convenciendo al dueño, que piensa: «¡Este hombre es un loco!

Bien, pues, dado que está loco, me aprovecho.

Tomo la suma que me ofrece.

No es engaño porque es él quien me la quiere dar.

Con el dinero me compraré al menos otros tres campos y de mayor calidad».

Y vende, convencido de haber cerrado un espléndido trato.

Sin embargo, es el otro el que cierra un espléndido trato,

porque se priva de objetos que puede robar el ladrón o que puede perder

O que se consumirán, pero se procura un tesoro que por ser verdadero, natural, es inagotable.

Le compensa, por tanto, el haber sacrificado todo lo que tenía por esta compra;

se queda durante algo de tiempo sólo con la propiedad del campo;

pero en realidad posee para siempre el tesoro que allí se esconde.

Vosotros habéis entendido esto y hacéis como el hombre de la parábola.

Dejáis las efímeras riquezas para poseer el Reino de los Cielos.

Se las vendéis a los necios del mundo; se las cedéis y aceptáis el escarnio del mundo;

que juzga estúpido vuestro modo de actuar.

Actuad así, siempre así, y vuestro Padre que está en los Cielos jubiloso,

un día os dará vuestro lugar en el Reino.

Volved a vuestras casas antes de que llegue el sábado.

En el día del Señor, pensad en la parábola del tesoro del Reino celeste.

La paz sea con vosotros.

La gente se dispersa lentamente, por los caminos y senderos de la campiña.

Mientras Jesús se dirige a Cafarnaúm en la tarde que declina.

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