223 PARÁBOLA DEL DRACMA PERDIDO

223 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Ya se ve Mágdala, que se extiende en el borde del lago.

De frente, el sol naciente; a sus espaldas, la montaña de Arbela, que la protege del viento.

Y el estrecho valle peñascoso y agreste, por el que desemboca un pequeño torrente en el lago;

que se adentra hacia el occidente, con sus paredes rocosas a pico,

llenas de una belleza seductora y severa.   

Desde la otra barca,

Juan grita: 

–     ¡Maestro!

Ahí está el valle de nuestro retiro…

Y se ilumina su rostro como si se hubiera encendido un sol en su interior.  

Jesús sonriente confirma: 

–     Nuestro valle.

Sí, lo has reconocido bien.

–     No se puede no recordar los lugares en que se ha conocido a Dios.

–     Entonces yo recordaré siempre este lago…

Porque aquí te he conocido.

¿Sabes, Marta, que aquí vi al Maestro una mañana?…  

Pedro está haciendo las maniobras para atracar…

Y recuerda:  

–     Sí…

Y por poco si no nos vamos todos al fondo.

Nosotros y vosotros.

Mujer, créeme, tus remadores no valían un comino. 

Magdalena confirma:

–     No valían nada ni los remadores ni quienes con ellos iban…

De todas formas fue el primer encuentro y eso vale mucho.

Luego te vi en el monte, después en Mágdala y a continuación en Cafarnaúm…

Muchos encuentros, muchas cadenas rotas…

Pero Cafarnaúm ha sido el lugar más hermoso porque allí me has liberado…  

La barca ha quedado quieta y dispuesta.

Todos se disponen a poner pie en tierra.

Ya han bajado los de la otra barca.

Entran en la ciudad.

La curiosidad simple o… no simple de los habitantes de Mágdala;

debe ser como una tortura para la Magdalena.

Pero ella la soporta heroicamente, siguiendo al Maestro, que va delante en medio de todos sus apóstoles;

mientras que las tres mujeres van detrás de ellos.

El cuchicheo es fuerte; no falta la ironía.

Todos los que aparentemente por temor a represalias, respetaban a María;

cuando era la poderosa dominadora de Mágdala;

ahora que la ven separada para siempre de sus amigos pudientes, humilde y casta;

se permiten manifestaciones de desprecio y epítetos poco lisonjeros.

Marta, que sufre tanto como ella por esto,

le pregunta:

–     ¿Quieres retirarte a casa?

María se niega: 

–     No.

No dejo al Maestro.

Y antes de que la casa no haya sido purificada de todo recuerdo del pasado, no lo invito a entrar.

–     ¡Pero estás sufriendo, hermana!…

–     Me lo merezco.

Y la verdad es que debe sufrir:

el sudor que aljofara su rostro y el rubor que la cubre incluso en el cuello, no se deben sólo al calor.

Cruzan toda Magdala y van a los barrios pobres;

a la casa en que se detuvieron la otra vez, con la mamá de Benjamín

La mujer se queda de piedra cuando levanta la cabeza del lavadero, para ver quién la saluda.

Y se encuentra de frente a Jesús y a la muy conocida señora de Mágdala.

Se asombra al ver que ésta ya no tiene apariencia pomposa, ni va cargada de joyas;

sino que tiene la cabeza cubierta con un velo ligero de lino y lleva un vestido sencillo de color oscuro con el cuello cerrado.

Estrecho, se ve claramente que no es suyo, a pesar del trabajo realizado para transformarlo.

Y va envuelta en un pesado manto que con ese calor debe ser un suplicio.   

Jesús dice: 

–     ¿Me permites estar en tu casa y hablar desde aquí, a los que me siguen?

0 sea, a toda Mágdala, porque toda la población se ha ido agregando al grupo apostólico

–     ¿Me lo preguntas, Señor?

¡Pero si mi casa es tuya!

La mujer se apresura para traer sillas y bancos, para las mujeres y los apóstoles.

Cuando pasa delante de la Magdalena hace una reverencia de esclava.

–     «Paz a ti, hermana»- responde ésta.

La sorpresa de la mujer es tal que deja caer el pequeño banco que trae; pero guarda silencio.

De todas formas, esta reacción hace reflexionar,

que María acostumbraba tratar a sus súbditos, en forma déspota y llena de soberbia.

Y se queda ya completamente pasmada,

cuando le pregunta cómo están sus hijos, dónde están, y si la pesca ha sido abundante. 

–     Están bien…

En la escuela o con mi madre.

Sólo el pequeño está aquí, durmiendo en la cuna.

La pesca es buena. Mi marido te llevará el diezmo…

–     Ya no es el caso.

Úsalo para tus niños.

María pregunta:

–     ¿Me dejas ver al pequeñín?

–     Ven….

La gente se ha ido aglomerando en la calle.

Jesús empieza a hablar:

Una mujer tenía diez dracmas en su bolsa.

Pero, con un movimiento, la bolsa cayó de su pecho, se abrió y las monedas rodaron por el suelo. 

Las recogió con la ayuda de las vecinas que estaban presentes;

las contó: eran nueve.

La décima no se encontraba.

Dado que se acercaba la noche y la luz empezaba a faltar,

la mujer encendió una lámpara, la puso en el suelo.

Y tomando una escoba, se puso a barrer atentamente para ver si había rodado lejos del lugar donde había caído.

Pero la dracma no aparecía.

Las amigas, cansadas de buscar, se marcharon.

La mujer corrió entonces el arquibanco, el bazar, el pesado baúl;

movió las ánforas y orzas que estaban en el nicho de la pared.

La dracma no aparecía.

Entonces se puso a gatas y buscó en el montón de la barredura que estaba puesto contra la puerta de la casa;

para ver si la dracma había rodado afuera y se había mezclado con los desperdicios de las verduras.

Y por fin encontró la dracma, toda sucia, casi sepultada por los desperdicios que le habían caído encima.

Llena de alegría, la mujer cogió la dracma, la lavó, la secó.

Ahora era más bonita que antes.

Gritó para llamar a las vecinas de nuevo,

que se habían ido después de haberla ayudado en los primeros momentos de la búsqueda.

Y se la enseñó diciendo: “¿Veis? Me aconsejabais que no me cansara más.

Pero he insistido y he encontrado la dracma perdida.

Alegraos pues conmigo, que no he perdido ninguno de mis bienes”.

Pues vuestro Maestro y con Él sus apóstoles, hace como la mujer de la parábola.

Sabe que un movimiento puede hacer que caiga al suelo un tesoro.

Toda alma es un tesoro.

Y Satanás, envidioso de Dios, provoca los falsos movimientos para que caigan las pobres almas.

Hay quien en la caída se queda junto a la bolsa,

o sea, se aleja poco de la Ley de Dios;

que recoge las almas en la salvaguardia de los Mandamientos.

Hay quien se aleja más, o sea, se aleja más de Dios y de su Ley;

en fin, hay quien va rodando hasta caer en la barredura, en la inmundicia, en el barro…

Y ahí acabaría pereciendo, ardiendo en el fuego eterno;

de la misma forma que la basura se quema en los lugares apropiados.

El Maestro lo sabe y busca incansable las monedas perdidas.

Las busca por todas partes, con amor. Son sus tesoros.

Y no se cansa ni nace ascos de nada; antes al contrario, hurga, hurga, remueve, barre…

Hasta que encuentra.

Una vez que ha encontrado, lava con su -perdón al alma hallada.

Y convoca a los amigos: todo el Paraíso y todos los buenos de la tierra.

Y dice:

“Alegraos conmigo porque he encontrado lo que se había perdido.

Y es más hermoso que antes, porque mi perdón lo hace nuevo”.

En verdad os digo que hay gran regocijo en el Cielo y exultan los ángeles de Dios y los buenos de la Tierra; 

por un pecador que se convierte.

En verdad os digo que no hay cosa más hermosa que las lágrimas del arrepentimiento.

En verdad os digo que los únicos que ni saben ni pueden exultar por esta conversión,

que es un triunfo de Dios:

son los demonios.

Y también os digo que el modo en que un hombre acoge la conversión de un pecador;

es la medida de su bondad y unión con Dios.

La paz sea con vosotros.

La gente comprende la lección y mira a la Magdalena,

que se había sentado en la puerta con el lactante en sus brazos.

Quizás para cubrir su azoramiento.

Y se van marchando lentamente….

De forma que quedan sólo la dueña de la casa y la madre, que había venido con los niños.

Falta Benjamín, porque está todavía en la escuela.

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