234 EL AMOR DE MADRE9 min read

234 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Se ve que es destino de las ciudades de este nombre el extenderse plácidas sobre onduladas colinas;

Es ya tarde cuando llegan a Belén de Galilea.

La ciudad está rodeada de colinas ondulantes, verdes y llenas de bosques.

De prados en los que pastan los rebaños que poco a poco, van bajando a sus rediles para pasar la noche.

El crepúsculo baña con sus violáceos colores todo lo que toca.

El aire está lleno de una música pastoril de cencerros y balidos temblorosos,

a los que se unen los gritos alegres de los niños que juegan y las voces de las madres llamándolos.

Jesús dice:

–      Judas de Simón,

ve con Simón a buscar alojamiento para nosotros y las mujeres.

En el centro del poblado está el albergue.

Allí nos reuniremos.

Mientras Judas y Zelote lo obedecen,

Jesús se vuelve a su Madre,

y le dice:

–      Esta vez no sucederá como en la otra Belén en Judea.

Encontrarás dónde descansar, Madre mía.

En este tiempo viajan pocos y no hay ningún edicto.

María contesta amorosa:

–      En esta estación…

Sería placentero dormir aún en los prados.

En medio de estos pastores, entre sus corderitos.

Y María envía una sonrisa a su Hijo,

así como a unos pastorcillos que la miran con curiosidad.

Es tan atractiva su sonrisa,

que uno de ellos da un codazo al otro y le dice en voz baja:

–    Tiene que ser Ella.  

Y se le acercan diciendo:

–       Te saludo… 

María llena de Gracia. ¿El Señor está contigo?

María responde con una sonrisa mucho más dulce:

–     Ahí está.

Y  les señala a Jesús.

Que se ha vuelto para hablar con sus primos y decirles que den limosnas a los  pobres, que se acercan pidiendo quejumbrosamente.

Y tocando levemente a su Hijo, la Madre,

le dice:

–     «Hijo mío, estos pastorcitos te buscan.

Y me han reconocido; no sé cómo…

Jesús sonríe,

y dice:

–    Es que ha pasado por aquí Isaac…

Dejando el perfume de la Revelación.

Jovencito, ven aquí.

El pastorcillo, un morenito de unos trece años, fuerte a pesar de ser delgado, de ojos vivos, negrísimos,;

y cabellos que le caen lacios formando una melena de ébano;

envuelto en su piel de oveja, que lo hace parecer una copia, muy joven, del Precursor;

se acerca a Jesús, como embelesado, con sonrisa beatífica.  

Jesús pregunta: 

–     Paz a ti, niño.

¿Cómo has reconocido a María?

-Porque sólo la Madre del Salvador podía tener esa sonrisa y ese rostro.

Me dijeron: “Una cara de ángel, ojos de estrella, sonrisa más dulce que el beso de una madre;

dulce como su nombre: María.

Una cara tan santa, que pudo inclinarse hacia el Dios recién nacido”.

He visto esto en Ella y la he saludado porque te buscaba.

Te buscábamos, Señor, y…

No me atrevía a saludarte a Tí primero.

–     ¿Quién te ha hablado de nosotros?

–     Isaac de la otra Belén.

Y prometió que nos llevaría a Tí, en cuanto llegara el otoño.

–     ¿Ha estado aquí Isaac?

–     Está todavía por estas regiones.

Con muchos discípulos.

A nosotros, los pastores, fue él quien nos habló.

Creímos en su palabra Señor, deja que te adoremos nosotros también;

como nuestros compañeros en aquella noche dichosa…

Arrodillándose en el polvo del camino.

Y lanza un grito llamando a los otros pastores, que han detenido el rebaño a las puertas de la ciudad.

Puertas por llamarlas de alguna manera, porque en realidad no es una ciudad ceñida de muros.

Están en el mismo lugar en que Jesús se había parado para esperar a las mujeres…

Y entrar con ellas en el pueblo.

El pastorcillo grita:

–     Padre, hermanos, amigos: hemos encontrado al Señor.

Venid. Adorémoslo.

Los pastores vienen y se postran a los pies de Jesús. 

Y le ruegan que no busque alojamiento en otro lugar, sino que acepte su pobre casa;

que está a poca distancia, para él y sus amigos.

Explican: 

–     Es un aprisco grande.

Dios nos protege…

Y tenemos habitaciones, y cobertizos llenos de heno fragante.

Las habitaciones para tu Madre y sus hermanas, porque son mujeres.

De todas formas, también hay una habitación para Tí.

Y llegan los demás pastores que se apiñan con sus ganados, alrededor de Jesús.

Los otros pueden dormir con nosotros en los cobertizos, sobre el heno.

–     Yo también estaré con vosotros.

Será para mí un descanso más agradable, que si durmiera en la habitación de un rey.

Pero vamos antes a avisar a Judas y a Simón. 

Pedro dice: 

–     Voy yo, Maestro.

Y se marcha junto con Santiago de Zebedeo.

Se quedan al borde del camino esperando a que regresen los cuatro apóstoles.

Los pastores miran a Jesús como si fuera ya Dios en su gloria.

A los más jóvenes se les ve verdaderamente felices;

da la impresión de que quisieran grabarse en la mente, hasta los más mínimos detalles de Jesús y María;

la cual se ha inclinado a acariciar a unos corderos…

Que han venido a empinar su morrito, balando, contra sus rodillas.

Y dice:

–     Cuando estaba en Hebrón….

Había uno en casa de Isabel mi pariente, que cada vez que me veía, me lamía las trenzas.  

Le llamaba “amigo”, porque era verdaderamente amigo mío, como un niño;

en cuanto podía, venía a mí corriendo.

Éste me lo recuerda completamente, con  estos dos ojos suyos de dos colores.

¡No lo matéis!

Al otro también se le dejó vivir por el amor que me tenía.

Éste se parece mucho a él, con estos ojos de dos colores.

No lo matéis

Al otro también lo dejaron vivir, porque yo lo quería mucho.

El pastor más anciano contesta: 

–    Es una corderita, Señora.

Si no se degollase a todos los corderitos, no habría lugar en la tierra para nosotros.

–     Lo sé.

Pienso en su dolor y en el de sus madres.

Y la queríamos vender porque tiene ojos de dos colores y creo que con uno no ve bien;

pero la tendremos con nosotros si tú la quieres.

–    ¡Oh, sí!

Ya de por sí quisiera que nunca se matará a ningún corderito…

Son tan inocentes…

Y tienen una voz como la de  un niño cuando llaman a su mamá.

Me da la impresión de que matase a un niño, al degollar uno de estos.

Tanto que gimen cuando les quitan a sus corderitos.

Pero pienso en su dolor y en el de las ovejas madres.

Lloran mucho cuando les quitan a sus hijos.

Parecen realmente madres como nosotras.

No puedo ver sufrir a nadie.

Y ante una madre deshecha de dolor, yo también siento un  desgarro interior.

Es un dolor distinto de todos los otros dolores, porque a nosotras el golpe de la muerte de un hijo;

nos lacera no sólo el corazón y el cerebro sino las propias entrañas.

Nosotras, las madres, permanecemos unidas a nuestro hijo siempre;

quitárnoslo significa lacerarnos y desgarrarnos completamente.

Se parecen a nosotras las madres.

No puedo ver que alguien sufra y siento la aflicción de una madre destrozada…

Ya no sonríe María; tiene un brillo de llanto en sus ojos azules.

Y mira a su Jesús…

Que a su vez la está escuchando y mirando.

Y Ella pone una mano sobre el brazo de Él;

como si temiera que fueran a arrebatárselo de su lado de un momento a otro.

Por el camino polvoriento se acercan un pequeño grupo de personas armadas y gritando.

Los pastores se miran entre sí…

y hablan en voz baja.

Luego dicen:

–       Ha sido buena suerte que no hayan entrado esta tarde en Belén de Galilea.

Jesús pregunta:

–     ¿Por qué?

–      Porque aquella gente que ha pasado y ha entrado en la ciudad, va para arrebatar un hijo a una madre.

–     ¿Pero, por qué?

–     Para matarlo.

–    ¡Oh, no!

¿Qué hizo?

Todos se juntan para oír:

–     Encontraron asesinado por el camino al rico Yoel.

Regresaba de Sicaminón con las bolsas llenas de dinero.

No se trató de ladrones porque el dinero estaba con el occiso.

El siervo que lo acompañaba dice que su patrón le había dicho que se adelantara corriendo, para avisar de su llegada.

Y por el camino, dirigiéndose al lugar donde se cometió el homicidio,

solo vio al joven que ahora van a matar.

Dos de la población juran haberle visto cuando atacaba a Yoel.

Ahora las familias del occiso exigen su muerte.

Y si es homicida…

Jesús pregunta:

–    ¿No lo creéis?

–     No me parece que sea posible.

El joven no es muchacho cualquiera.

Es bueno.

Siempre ha vivido con su madre y es su único hijo.

Ella es una viuda santa.

No le faltan los medios para vivir, pues su marido también era rico.

Él no piensa en las mujeres.

No pasa necesidad, ni es un pendenciero.

No está desquiciado…

No es buscapleitos.

Es un hombre cabal.

¿Por qué tendría que matarlo?

–      Tal vez tendrá enemigos.

–     ¿Quién?

¿Yoel el muerto o Abel, el acusado?

–     El acusado.

–     ¡Ah! No sabría…

Pero… No sé qué decirte.

–     Sé franco, hombre.

–      Señor, pienso una cosa…

Pero Isaac nos dijo que no debemos pensar mal del prójimo…

–     Pero se debe tener valor para salvar a un inocente.

–      Si hablo…

Tenga razón o esté equivocado…

Me veré obligado a huir de aquí, porque Aser y Jacob son poderosos.

–     Habla sin temor.

No tendrás que huir.

–     Señor…

La madre de Abel es joven, bella y sensata.

Y muy industriosa.

Aser y Jacobo no son industriosos, ni sensatos.

Al primero le gusta la viuda y al segundo…

Todo el poblado sabe que el segundo es un adúltero, profanador del tálamo de Yoel.

Yo pienso que…

Jesús dice terminante:

–     Entendido.

Vamos, amigos.

Vosotras quedaos con los pastores.

Volveré pronto.

María suplica:

–     No, Hijo.

Yo voy contigo.

Jesús va con premura hacia el centro de la población..

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