242 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Los tres que se fueron a Sidón con el enfermito que la Virgen le comentara a Jesús;
para que fuera también a consolar a la madre que las detuvo en el pozo…
Como las peticiones maternas son atendidas inmediatamente por el Maestro, les entretienen pocas horas…
Por la tarde regresa Jesús con Juan de Endor y Hermasteo.
Pasa saludando a la gente que está apiñada delante de las pequeñas casas.
Su sonrisa es una bendición.
Pedro mientras tanto, ha reunido a todos los enfermos, en el huerto más grande, del pequeño poblado pesquero.
Y todos esperan como niños obedientes, esperando con ilusión al Maestro que está lleno de amor.
Cuando llega, los apóstoles ya tienen todo organizado.
No podía faltar el enfermo de los ojos, casi ciego por las oftalmías ulcerosas.
Se lo presentan y Él lo cura.
Luego es el turno de uno que está sin duda palúdico, consumido y amarillo como un chino…
Y lo cura.
Luego es una mujer, que le pide un milagro singular:
leche para su pecho, que no la tiene; y muestra un niño de pocos días;
desnutrido y todo colorado; inflamado, como por un trastorno interno.
Llorando dice:
– Miradme…
Se nos manda obedecer al hombre y procrear.
Pero ¿Para qué sirve, si luego vemos apagarse a nuestros hijos?
Es el tercero que doy a luz.
A dos ya los he recostado en el sepulcro, por este pecho inservible.
Éste ya se está muriendo, porque ha nacido en la época de mayor calor.
Los otros vivieron: uno diez lunas y el otro seis;
para que al final, hacerme llorar más todavía,
porque murieron por enfermedad del estómago.
Si tuviera mi leche esto no pasaría…
Jesús la mira,
y dice:
– Tu hijo vivirá.
Ten fe. Ve a tu casa.
En cuanto llegues dale el pecho al niño. Ten fe.
La mujer, obediente se marcha, estrechando contra su corazón a su bebé,
que refunfuña como un gatito.
Muchos de los presentes, dan opiniones encontradas….
– Pero, ¿Le va a venir la leche?
– Claro que le vendrá.
– Yo digo que le va a vivir el niño.
– Pero que la leche no le viene…
– Y ya si vive será un milagro…
– Está casi muerto de penuria.
– Pues yo digo que le viene la leche.
– Sí.
– No.
Las opiniones son múltiples como las personas.
Mientras tanto, Jesús se retira a cenar.
Cuando sale para predicar de nuevo, hay todavía más gente;
porque la noticia del milagro del niño enfermo de fiebres, realizado por Jesús al poco de desembarcar;
se ha extendido por la ciudad.
Jesús se sube sobre un peñasco grande que está junto a una palmera…
Y lo utiliza como púlpito.
– Os doy mi paz…
Para que prepare vuestro espíritu a comprender.
En la tempestad no se puede oír la voz del Señor.
Cualquier tipo de desasosiego es nocivo a la Sabiduría.
Porque la Sabiduría, siendo así que viene de Dios, es pacífica.
El desasosiego, por el contrario, no viene de Dios;
porque los agobios, las ansias, las dudas, son obras del Maligno,
para inquietar a los hijos del hombre y separarlos de Dios.
Os propongo esta parábola para que entendáis mejor la enseñanza…
Un agricultor tenía en sus campos muchos árboles y vides que daban mucho fruto.
Entre éstas, había una, de la que se sentía muy orgulloso, porque era de calidad selecta.
Un año esta vid dio muchas hojas, pero pocos racimos.
Un amigo le dijo al agricultor:
“Es porque la has podado demasiado poco”.
Al año siguiente el hombre la podó mucho…
La vid dio pocos sarmientos y de racimos todavía menos.
Otro amigo dijo:
“Es porque la has podado demasiado”.
El tercer año el hombre no la tocó…
La vid no dio ni un solo racimo y muy pocas hojas delgadas, acartonadas, orinientas.
Un tercer amigo sentenció:
“Muere porque la tierra no es buena. Quémala”.
El agricultor objetó:
“Pero ¿Por qué, si es la misma tierra de las otras y la cuido como a las demás?
¡Antes iba bien!”.
El amigo se encogió de hombros y se fue.
Pasó un desconocido viandante y se detuvo a observar al agricultor;
que estaba apoyado con tristeza en el tronco de la pobre vid. “
Y le preguntó:
¿Qué te pasa?” “¿Tienes algún difunto en tu casa?”.
– No.
Pero se me está muriendo esta vid.
La apreciaba mucho.
Se ha quedado sin savia para dar fruto.
Un año, poco; al otro, menos; éste, nada.
He hecho lo que me han aconsejado, pero no ha servido de nada.
El desconocido entró en el campo y se acercó a la vid.
Tocó las hojas, cogió un terrón del suelo, lo olió, lo desmenuzó con sus dedos…
Luego levantó su mirada hacia el tronco del árbol que servía de apoyo a la vid…
Y sentenció:
– Tienes que cortarlo.
Esta vid está consumida por causa del tronco.
– ¡Pero si es su apoyo desde hace años!
– Respóndeme, hombre:
Cuándo plantaste esta vid, ¿Cómo era ella y cómo era el tronco?
– ¡Oh, era un hermoso majuelo de tres años!
Lo saqué de otra cepa mía.
Para traerlo aquí hice un agujero profundo, para no dañar las raíces al sacarlo del terruño natal.
También aquí había hecho un agujero más grande todavía, para que estuviera enseguida a sus anchas.
Antes había excavado bien con la azada toda la tierra de alrededor;
para que estuviera esponjosa, de forma que las raíces pudieran extenderse enseguida sin esfuerzo.
Metí en el fondo grato abono y coloqué el majuelo con todo cuidado…
Cómo sabes, las raíces se fortifican si encuentran inmediatamente algo que las nutra-.
Del olmo me ocupé menos.
Era un arbolito cuya única función era la de servir de apoyo al majuelo.
Por eso, lo puse casi superficialmente, al lado del majuelo, lo afiancé y me fui.
Arraigaron los dos, porque la tierra es buena.
De todas formas, mientras que la vid crecía de un año para otro;
porque yo la cuidaba y era estimada, podada, arrejacada.
El olmo crecía con dificultad (¡para lo que servía!…)…
Pero luego se ha hecho recio.
¿Ves qué hermoso está ahora?
Cuando vuelvo de lejos veo destacar alta su copa como una torre,.
Y me parece la enseña de mi pequeño reino.
Al principio la vid lo tapaba y no se veían sus hermosas frondas.
¡Ahora, mira qué hermosa su copa allá arriba bajo el sol!
¡Y qué tronco! Derecho, fuerte.
Podía sujetar esta vid durante años y años;
aunque hubiera crecido como aquellas que cogieron los exploradores de Israel en el torrente del Racimo.
Sin embargo…”.
El hombre le dice:
Te la ha matado. La ha rendido.
Todo favorecía su vida: el terreno, la posición, la luz, el sol, tu forma de cuidarla.
Pero éste la ha matado. Se ha hecho demasiado fuerte.
Ha atenazado sus raíces y las ha ahogado.
Le ha quitado todo jugo proveniente del suelo, ha estrangulado su respiración, le ha vedado la luz que necesitaba.
Tala inmediatamente este inútil y recio árbol, y tu vid renacerá.
Y renacerá mejor aún si, con paciencia, excavas la tierra para poner al desnudo las raíces del olmo.
Y las siegas, para asegurarte que no echen rebrotes.
Se pudrirán en el suelo con sus últimas ramificaciones: de muerte se transformarán en vida;
porque se transformarán en sustancia fertilizante: digno castigo a su egoísmo.
El tronco lo echarás al fuego, y así te será útil, cuando se carbonice.
Una planta inútil y nociva sólo sirve para el fuego…
Y debe ser arrancada, para que todo el bien lo reciba la planta buena y útil .
Ten fe en lo que te digo y te sentirás feliz.
– Pero…
¿Quién eres tú? Dímelo, para que pueda tener fe.
– Yo soy el Sapiente.
Quien cree en mí estará seguro.
Y se marchó.
E1 hombre tuvo un momento de indecisión.
Luego se decidió y echó mano a la sierra.
Es más, llamó a sus amigos para que le ayudaran.
Y éstos no tardaron en criticarlo:
– ¡Qué sandez!
– ¡Perderás vid y olmo!
– ¡Yo me limitaría a podarle la copa para dar aire a la vid!
– ¡No más!
– En todo caso deberá tener un soporte.
– Es un trabajo inútil.
– ¿Quién sabe quién era!
– Quizás uno que te odia y tú no lo sabes.
– ¡O quizás es un loco!
…Y así sucesivamente lo asediaron con recomendaciones.
Pero el agricultor fue firme,
y dijo:
– Haré lo que me ha dicho.
Tengo fe en él.
Y no contento con ello, en un amplio radio puso al desnudo las raíces de las dos plantas.
Y segó con paciencia las del olmo, poniendo cuidado en no dañar las de la vid.
Luego volvió a tapar el vasto agujero que había hecho.
A la vid, que se había quedado sin soporte, le puso al lado una fuerte barra de hierro.
Luego escribió en una tabla la palabra “Fe” y la ató en la parte alta de la barra.
Los otros se marcharon meneando la cabeza.
Pasó el otoño y el invierno.
Vino la primavera.
Los sarmientos, enroscados en el apoyo se adornaron de abundantes gemas.
Primero apiñadas como en un estuche de terciopelo plateado;
Enseguida entreabiertas, sobre la esmeralda de las nacientes hojitas.
Y brotaron nuevos sarmientos fuertes a partir del tronco.
Todos ellos un verdadero ramillete de florecillas…
Y luego todo un fructificar de granos de uva.
Más racimos que hojas.
Y éstas, grandes, verdes, fuertes…
Tan fuertes como los conjuntos de dos, tres o más racimos.
Cada racimo, una densa concentración de granos carnosos, jugosos, espléndidos.
El hombre volvió a llamar a sus amigos incrédulos,
preguntándoles:
– ¿Y ahora qué decís?
¿Era o no el árbol la razón por la cual mi vid moría?
¿Era acertado o no lo que dijo el Sapiente
¿Tuve o no razón cuando escribí en esa tabla la palabra “Fe”?
Ellos respondieron:
– Has tenido razón.
– ¡Dichoso tú que has sabido tener fe.
– Y has sido capaz de destruir el pasado…
– Y lo que de nocivo se te dijo.
Jesús finaliza,
diciendo:
Esta es la parábola….
Y por lo que respecta a la mujer del pecho seco, ahí tenéis la respuesta.
Mirad hacia la ciudad.
Todos se vuelven hacia la ciudad…
Y ven que viene corriendo la mujer de antes.
La cual, a pesar venir corriendo,
no separa a su hijito de su pecho exuberante de leche
Del que el pequeño hambriento mama con tal voracidad, que casi se ahoga.
Y la mujer no se detiene sino a los pies de Jesús;
sólo entonces separa un momento del pezón al niño…
Y grita:
– ¡Tu bendición!
¡Tu bendición, para que viva para Tí!
Jesús pone sus dos manos, sobre la cabeza de la madre y del niño….
Orando en silencio…
Pasado este momento,
Jesús continúa:
– Habéis recibido la respuesta a vuestras hipótesis acerca del milagro.
De todas formas, la parábola tiene un sentido más amplio del pequeño episodio de una fe premiada.
El sentido es éste:
Dios había plantado su vid, su pueblo, en un lugar apropiado.
Y le había procurado todo lo que necesitaba para crecer y dar frutos cada vez mayores.
Y había apoyado a su pueblo en los maestros, para que pudiera comprender más fácilmente la Ley…
Y para que fueran su fuerza.
Pero los maestros quisieron ser más que el Legislador;
crecieron, crecieron, crecieron… hasta hacerse valer por encima de la eterna palabra.
Y así Israel ha quedado estéril.
El Señor ha enviado entonces al Sapiente, para que los israelitas que, con recto corazón;
sienten el dolor de esta infecundidad y prueban los remedios que les vienen;
de los dictámenes o consejos de los maestros -doctos humanamente-
indoctos sobrenaturalmente…
Y por lo tanto, lejanos del conocimiento de lo que se debe hacer para devolver la vida al espíritu de Israel…
Puedan disponer de un consejo verdaderamente beneficioso.
Ahora bien, ¿Qué sucede?
¿Por qué no recupera las fuerzas Israel?
¿Y vuelve a ser vigoroso como en los tiempos áureos, de su fidelidad al Señor?
Porque el consejo es: eliminar todas las cosas parasitarias, que han crecido en detrimento de la Cosa santa:
La Ley del Decálogo tal y como fue dada.
Eliminar los agregados humanos, para dejar aire, espacio, alimento a la Vid, al Pueblo de Dios.
Y darle un apoyo recio, derecho, que no pueda ser plegado;
soporte único, de nombre luminoso: la Fe.
Pues bien, este consejo no se acepta.
Por eso os digo que Israel caerá, siendo así que podría renacer y ganar el Reino de Dios;
si supiera creer y generosamente corregirse y modificarse substancialmente.
Podéis marcharos en paz.
Que el Señor esté con vosotros.
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