262 ESTRATEGIA SATÁNICA
262 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
La cena termina pronto.
Judas va a regar las flores del huerto, antes de que oscurezca.
Luego sale, dejando a María en la terraza, doblando la ropa que había puesto a secar.
Judas, tras saludar a Alfeo de Sara y a María Cleofás,
que están hablando en la puerta de la casa del primero…
Se dirige hacia la casa del arquisinagogo.
Además de seis ancianos, están presentes los dos primos de Jesús: José y Simón.
Después de los pomposos saludos, se sientan todos ceremoniosamente
en asientos adornados con almohadones.
Toman el fresco mientras beben agua anisada o de menta, que están muy frescas,
porque la jarra metálica suda en la separación entre el líquido gélido y el aire, todavía caliente
a pesar de la brisa que procede de las colinas situadas al norte de Nazaret
y que mueve las copas de los árboles.
El sinagogo lo colma de honores,
y dice:
– Estoy contento de que hayas aceptado nuestra invitación y estés aquí.
Eres joven.
Un poco de distracción, hace bien.
Judas contesta gentil:
– No me atreví a venir antes, para no importunaros.
Sé que despreciáis a Jesús y a sus seguidores.
Varios contestan:
– ¿Despreciar?
No. No creemos…
Estamos escépticos..,
– Admitámoslo, ¿Por qué no?…
– Y digámoslo claro.
– Estamos heridos por sus verdades demasiado duras.
– Nosotros creíamos que tú nos desdeñarías.
– Y por eso no te invitábamos.
Judas objeta:
– ¡Despreciaros yo! ¡No!
¡Todo lo contrario!
Os comprendo muy bien…
¿Cómo no? ¡Claro!
¡Bah! Estoy convencido de que acabará habiendo paz entre vosotros y Él.
A Él le conviene, igual que a vosotros.
A Él, porque tiene necesidad de todos.
Y a vosotros porque no os conviene que os llamen enemigos del Mesías.
José de Alfeo pregunta:
– ¿Y crees tú que Él sea el Mesías?
No tiene nada de esa figura regia que nos ha sido profetizada.
Tal vez se debe a que lo vemos solo como carpintero…
¿Pero en qué aspecto es el Rey Libertador?
Judas toma su aire de escriba y declara
– También David, sólo parecía un pastorcillo.
Vosotros sabéis que ni siquiera Salomón en toda su gloria,

Las heridas que te causa quien te quiere, son preferibles a los besos engañadores de quién te odia… Salomón
fue un rey tan grande como él.
Porque viéndolo bien Salomón no hizo otra cosa, que proseguir la obra de David.
Y jamás fue inspirado como él.
Pero David, ¡Considerad la figura de David! es gigantesca.
Con una realeza que toca el cielo.
No juzguéis pues los orígenes del Mesías, para dudar de su realeza.
David, pastor y rey. Jesús, carpintero y Rey.
El arquisinagogo, inclinando la cabeza,
le dice:
– Hablas como un rabí.
Se ve que has sido educado en el Templo.
¿Podrías hacer saber al Sanedrín que yo, el arquisinagogo,
necesito ayuda del Templo para una cuestión privada?
Y Judas no puede evitar la presunción,
uno de los síntomas más notorios de enorme egolatría;..
Compañera inseparable, de su profundo sentimiento de superioridad,
tanto racial, como elitista, por razones de linaje y de ministerio...
– ¡Pero claro que sí!
Seguro.
Con Eleazar, ¡Figuraos! que es casi mi hermano.
Y luego, José el Anciano, ¿Sabes? El rico de Arimatea.
Y el escriba Sadoc que era antes mi maestro…
Y luego… ¡Oh! ¡Ni hablar!…
Mis relaciones en el Templo son sólidas y demasiado importantes.
Mi familia sacerdotal, la fortaleció mi padre cuando celebraba rituales,
dentro del Lugar Santísimo, ante la Trinidad Sacrosanta…
Y… ¡bueno, no tienes sino que hablar y basta!
– Entonces mañana serás mi huésped y hablaremos…
– ¿Huésped?
No.
Yo no abandono a esa santa y dolorida mujer que es María.
Vine con el fin de hacerle compañía.
Simón de Alfeo, dice:
– ¿Qué le pasa a nuestra pariente, que está sana y feliz en medio de su pobreza?
José de Alfeo confirma:
– Sí. Nosotros no la abandonamos.
Mi madre siempre la cuida.
Aunque no puedo perdonarle su debilidad para con su Hijo.
También fue lo que afligió a mi padre que murió por causa de Jesús<,
sólo con dos hijos suyos alrededor de su lecho.
¡Y luego!…
Pero todos los problemas de familia no se exponen a los cuatro vientos.
Termina con un suspiro
Judas lo apoya:
– Tienes razón.
Se murmura en secreto, echándolo en un corazón amigo.
Pero así sucede con muchos dolores.
También yo tengo los míos de discípulo…
¡Pero no hablemos de ellos!
Simón pregunta:
– ¡No, no, hablemos!
¿Qué sucede?
¿Complicaciones respecto a Jesús?
José dice:
– ¿De qué se trata?
¿De qué se avergüencen de Jesús?
No aprobamos su conducta, pero seguimos siendo parientes suyos,
dispuestos a ponernos de su parte contra sus enemigos.
¡Habla!
Judas, en una camaleónica transformación,
es muy enfático:
– ¿Complicaciones?
¡No, hombre, no!
Era una forma de expresarme…
Además, las penas de un discípulo son muchas.
No es sólo dolor por el modo como el Maestro trata con amigos y enemigos,
Sino también el ver que no lo aman.
Quisiera que todos vosotros le amarais…
– ¿Y cómo?
¡Tú mismo lo dices!
¡Tiene un modo de hacer las cosas!…
El arquisinagogo, buscando justificarse,
dice:
– No era así cuando estaba con su Madre.
¿No es verdad, todos vosotros?
Todos aprueban con gravedad.
Y todos hacen comentarios positivos del Jesús silencioso, manso, solitario, de otros tiempos.
Uno de los ancianos dice:
– ¿Quién iba a pensar que se convertiría en el que es ahora?
Entonces todo era para su casa y para sus familiares.
¿Y ahora?
Judas lanza un suspiro y dice:
– ¡Pobre mujer!
José grita:
– ¿Qué sabes?
¡Habla!
– No más de lo que tú no sepas.
¿Crees que le sea agradable el estar abandonada?
Otro de los ancianos afirma:
– Si José hubiera vivido el tiempo que vivió vuestro padre, no habría sucedido eso.
Judas dice:
– No lo creas, hombre.
Habría sido lo mismo.
Porque cuando se le meten a uno ciertas ideas.
Un siervo trae lámparas y las pone sobre la mesa, porque esta noche no hay luna,
aunque el cielo está cuajado de estrellas.
También traen bebidas y el arquisinagogo se apresura a ofrecerle a Judas.
Judas se pone de pie y dice:
– Gracias pero no puedo entretenerme más.
Tengo mis obligaciones con María.
También los dos hijos de Alfeo se levantan.
– Vamos contigo.
Es el mismo camino.
Y con muchos saludos se despiden.
Quedando sólo el arquisinagogo y los ancianos.
Las calles están desiertas y silenciosas.
De arriba de las casas baja un continuo hablar quedo de voces graves.
Los niños duermen ya en sus camitas:
faltan, por tanto, sus gorjeos de pajarillos alegres.
Con las voces, desde lo alto de las casas más ricas,
descienden leves resplandores de lámparas de aceite.
Los dos hijos de Alfeo y Judas caminan en silencio por un largo trecho…
Y luego José se detiene.
Toma del brazo a Judas,
y le dice:
– Oye.
Veo que sabes algo que no quisiste decir en presencia de extraños.
Pero ahora debes hablar.
Soy el mayor de la casa y tengo el derecho y el deber de saberlo todo.
Judas responde:
– Y yo fui con la intención de decíroslo…
Y de proteger al Maestro, a María, a nuestros hermanos y a vuestro nombre.
Es algo tan penoso de decirse, como de oírse.
Muy penosísimo hacerlo, porque me hará parecer un espía.
Mirad, os ruego que me comprendáis rectamente.
No es una delación.
No se trata de eso.
Es tan solo amor y prudencia.
Es amor y cordura, nada más.
Yo sé muchas cosas, que vosotros…
Bueno, la verdad es que no las ignoráis.
Las sé por mis amigos del Templo.
Y sé que son un peligro para Jesús y para el buen nombre de la familia.
He tratado de hacérselo entender al Maestro, pero no lo he conseguido.
Es más, cuanto más le aconsejo, Él actúa peor…
Y se busca cada vez más críticas y odios.
que no es capaz de comprender lo que es el mundo.
En fin, es triste ver sucumbir una cosa santa por la imprudencia de su fundador.
José insiste:
– Pero bueno,
¿De qué se trata?
¡Dilo todo y nosotros nos haremos cargo!
¿No es verdad, Simón?
– Ciertamente.
Pero me parece imposible que Jesús cometa imprudencias y haga cosas contrarias a su misión…
José explota:
– ¡Pero si este buen joven que ama a Jesús lo dice!
¿Ves cómo eres?
Siempre el mismo.
Me abandonas en el momento necesario.
Yo lucho solo contra toda la parentela.
¡Ni siquiera tienes compasión de nuestro nombre y de nuestro pobre hermano que va a la ruina!
Judas exclama:
– ¡No!
¡Ir a la ruina, no!
¡Pero desprestigiándose, sí!
José insiste:
– ¡Habla!
Mientras Simón calla perplejo…
Judas dice en voz baja:
– Hablaría.
Si estuviera seguro de que no me mencionaríais ante Jesús…
¡Juradlo!
José dice:
– Lo juramos sobre el Santo Velo.
¡Habla!
– Lo que voy a decir no lo diréis ni siquiera a vuestra madre…
Y mucho menos a vuestros hermanos:
Judas Tadeo y Santiago
Simón confirma:
– Tranquilízate respecto a nuestro silencio.
– ¿Y no le diréis nada a María?
Para no causarle dolor.
Como yo lo hago.
Guardo silencio.
Es un deber tomar precauciones; aún para la paz de esta pobre madre…
José repite:
– No diremos nada a nadie.
Te lo juramos.
Satanás se aprovecha de los celos de Judas.
Una pasión nacida de la envidia, la soberbia, el egoísmo desenfrenado…
Y que el apóstol infiel, no se preocupa por rechazar.
Satanás está furioso. Y recurre a medidas extremas para detener a Jesús;
pues le está minando su poderío, de una forma implacable.
Y de este modo y por estos pecados,
Judas le da entrada y es su instrumento perfecto.
Porque en este momento, ya es el Príncipe del Mundo personificado en él,
el que continúa su estrategia demoledora, mezclando verdades envenenadas,
con mentiras astutísimas, para conseguir éxito en sus perversas maquinaciones…
Satanás-Judas sigue con su intriga:
– Entonces escuchad:
Jesús no se limita a acercarse a los gentiles, publicanos y prostitutas.
y a otras personas valiosas e importantes.
Ahora está haciendo todo al revés, con cosas verdaderamente absurdas.
Fijaos que fue a tierra de filisteos,
y nos hizo peregrinar con un macho cabrío negrísimo que le seguía.
Ahora ha aceptado aun filisteo por discípulo.
¿Y aquel niño que recogió?
¡No sabéis los comentarios que se hicieron!
Pocos días después fue una griega pagana.
Y por remate era una esclava que huyó de su patrón romano.
Luego, discursos que no concuerdan con la sabiduría del sentido común.
En resumidas cuentas, parece un loco que busca hacerse daño.
En tierras de filisteos se entrometió en una ceremonia de brujos
y se puso al tú por tú, con ellos.
Los venció.
Pero ya los escribas y los fariseos, lo comienzan a odiar.
¿Si estas cosas llegan a sus oídos, qué sucederá?
Tenéis el deber de intervenir…
De impedir y poner freno…
Simón dice:
– Esto es grave.
Muy grave.
¿Pero cómo podíamos saberlo?
¡Estamos aquí!…
¿Y ahora?
¿Cómo podremos estar al tanto de lo que sucede
– Y sin embargo es vuestro deber intervenir e impedir.
La Madre es madre y es muy buena.
No debéis abandonarlo en estas circunstancias.
Por Él y por el mundo.
Además.
Esto de seguir arrojando demonios…
Corre la voz de que se sirve de Belcebú.
Pensad si esto lo favorece.
¡Y además…!
Pero bueno.
¿Qué clase de rey podrá llegar a ser,
si las multitudes se ríen ya desde ahora o se escandalizan?
Simón pregunta incrédulo:
– ¿Pero de veras hace cuánto dices?
– Pregúntaselo a Él Mismo.
Os lo confirmará porque hasta de esto se jacta
– Deberías avisarnos…
– ¡Claro que lo haré!
Cuando vea algo raro, os lo mandaré avisar.
Pero os lo ruego: silencio ahora y siempre.
Silencio con todos.
– Lo juraremos.
¿Cuándo te vas?
– Después del sábado.
Ya no hay razón para estar aquí.
José de Alfeo, dice:
– Te lo agradecemos.
Ya decía yo que Él estaba cambiado.
Tú hermano, no me quisiste creer.
¿Ves que tenía razón?
Simón de Alfeo objeta:
– Yo…
Me resisto a creerlo todavía.
Judas y Santiago no son unos tontos.
¿Por qué no nos han dicho nada?
¿Por qué no hacen algo, si suceden estas cosas?
Judas replica resentido:
– Hombre,
¡No vas a decirme ahora que no crees en mis palabras!…
Simón responde:
– ¡No!…
Pero… ¡Basta
Perdona que te lo diga: creeré cuando lo vea.
– Está bien.
Pronto lo verás y me dirás: ‘Tenías razón’ bueno
Aquí está vuestra casa.
Os dejo.
Dios sea con vosotros.
José dice:
– Dios sea contigo, Judas.
Tú tampoco digas esto a otros.
Está en juego, nuestra honra…
– Ni siquiera me lo diré a mí mismo.
¡Adiós
Y se marcha caminando ligero.
Vuelve a entrar tranquilo a la casa.
Sube a la terraza, donde María está sentada, con las manos apoyadas sobre su regazo,
contemplando el cielo lleno de estrellas.
Y a la lucecilla de la lámpara que Judas prendió para subir por la escalera;
se ven dos hileritas de llanto, que descienden por las mejillas de María.
Judas pregunta con ansiedad:
– ¿Estás llorando, Madre?
Ella contesta con dolor:
– Porque me parece que el mundo está cargado con más insidias,
que cuantas estrellas hay en el cielo…
Repleto de asechanzas contra mi Jesús…
Judas la mira atento, turbado por sus palabras y no sabe qué hacer.
María termina suavemente:
– Pero me da fuerzas el amor de los discípulos…
Amad mucho a mi Jesús.
Amadlo.
¿Quieres quedarte aquí, Judas?
Bajo mi habitación.
María Cleofás se fue a dormir, después de preparar la levadura para mañana.
– Sí.
Aquí me quedo.
Aquí se está bien.
– La paz sea contigo, Judas.
– La paz sea contigo, María.
Y María se retira a su habitación.
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261 UN ATAQUE MENTAL
261 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
El sol, en esta hora de la mañana, ilumina el lado derecho de la casa,
el que se apoya en la primera ondulación de la colina.
Primero sólo las copas de los árboles se benefician.
Como las de los olivos, plantados para sujetar con sus raíces la tierra del ribazol
Los olivos que quedan, retorcidos, robustos, los de ramas más gruesas, alzadas todas al cielo;
como si también ellos invocaran su bendición…
Desde este lugar lleno de paz.
Los olivos que quedan del olivar de Joaquín, en aquel entonces bien poblado de árboles
que proseguían su paseo de peregrinos orantes hasta la campiña lejana;
en que el olivar y los campos terminaban en pastos…
Y ahora ha quedado reducido a pocos árboles supervivientes,
en la linde de la mutilada propiedad.
Luego, se benefician el almendro y los manzanos, altos y robustos;
que abren el paraguas de sus ramas para amparo del huerto.
El tercero en beber los rayos del sol es el granado.
La última, la higuera que da contra la casa, cuando ya el sol acaricia las bien cuidadas flores
y las verduras cultivadas con sumo esmero en los cuadros rectangulares,
junto a los cercados que están bajo el emparrado cargado de sarmientos.
a lo largo de los setos dispuestos.
Y también bajo la pérgola cargada de racimos.
La casa de Nazaret sería la más indicada para vuelos del espíritu:
Hay en ella paz, silencio, orden.
Sus piedras parecen rezumar santidad; santidad parecen exhalar los árboles del huerto;
santidad parece llover del cielo sereno.
No hay ninguna otra casa en donde se pueda elevar el espíritu como en Nazareth.
Está llena de santidad.
Y esa santidad emana de quien vive en ella.
De quien pronta y silenciosa, con ademanes suaves, juveniles y perfectos;
se mueve por todas partes con su sonrisa que tranquiliza, que acaricia…
Es muy temprano y el sol ilumina las copas de los olivos en el huerto,
así como el almendro y los manzanos.
Un granado y una higuera están junto a las flores.
Las abejas, como gotas de oro voladoras,
zumban sobre todo lo que pueda darles perfumados y dulces néctares.
Y atacan la madreselva y las campánulas que ya se están cerrando,
porque son flores nocturnas, con un perfume intensísimo.
Las abejas se apresuran a succionar en estas flores,
antes de que plieguen los pétalos en el sueño de la corola.
María va ligera a los nidos de las palomas y a la pequeña gruta;
cerca de la cual canta una pequeña fuente, donde admira sus flores y a sus pajarillos,
que gorjean saludándola.
María continúa ágil, dando su alimento a sus pequeños y melodiosos ocupantes;
regresando luego a la casa, ocupada en sus labores.
Pero a pesar de su trabajo, encuentra la forma de admirar las flores…
Y dar gracias por esta belleza que la rodea…
Por las palomas que danzan minués por los senderos o forman un círculo de vuelos,
por encima de la casa y del huerto.
Vuelve a casa Judas de Keriot, cargado de plantas y esquejes.
Y saluda alegremente:
– ¡Hola, Madre!
Buenos días, ¡Mira!.
Me dieron todo lo que quería.
Corrí para que no les pasara nada.
Mientras extrae con cuidado de una bolsa unas plantas, con las raíces envueltas en tierra
y en hojas húmedas.
Y de otra bolsa unos esquejes.
Judas continúa diciendo:
Espero que prenderán y echarán raíces, como la madreselva.
Para el año que viene tendrás el jardín como un canasto lleno de flores.
Así te acordarás del pobre Judas y de su estancia aquí
María contesta:
– Muchas gracias, Judas.
Es mucho.
No puedes hacerte una idea de lo feliz que me siento por esa madreselva junto a la gruta.
Cuando era pequeña allí, al final de aquellos campos, que entonces eran nuestros;
había una gruta todavía más bonita.
Hiedras y madreselvas la vestían de ramas y flores, eran cortina de la gruta;
protección de las minúsculas azucenas que crecían incluso dentro de ella,
toda verde por el fino recamo de los adiantos.
Porque allí había un manantial…
En el Templo pensaba siempre en esa gruta.
Y te digo que cuando oraba, yo virgen del Templo, ante el Velo del Santo;
no sentía a Dios más que allí.
Es más, tengo que decir que allí evocaba el sueño de los dulces coloquios de mi espíritu
con mi Señor…
Mi José hizo que pudiera tener esta gruta, con un útil hilo de agua;
pero sobre todo, para darme la alegría de una gruta copiada de aquélla…
José era bueno, hasta en las más pequeñas cosas..
Plantó una madreselva y una hiedra que vive todavía.
La madreselva murió en los años de destierro.
La volví a plantar y hace tres años, murió.
Ahora tú la has vuelto a plantar.
¿Ves? Ya prendió.
Eres un jardinero excelente.
Judas responde:
– Sí.
Cuando era pequeño me gustaban mucho las plantas.
Y mi mamá me enseñó a cuidarlas.
Ahora vuelvo a ser niño a tu lado, Madre.
Y descubro mi antigua habilidad para agradarte.
¡Eres muy buena conmigo!
A éstas no les hace falta mucho sol.
Y judas las acomoda,
mientras sigue comentando:
No me las quería dar el siervo de Eleazar, pero le insistí hasta que me las dio.
Mientras trabaja como un experto, colocando las plantas en los lugares más apropiados.
Va junto al seto de las flores nocturnas, a poner unas marañas de raíces,
que al parecer son de muguetes y de otras flores.
Y aprieta la tierra con un azadón, en la parte donde ha enterrado las raíces,
diciendo:
– Aquí están bien.
No requieren mucho sol.
María responde:
– Tampoco le querían dar a José esas gardenias.
Pero él hizo algunos trabajos sin remuneración, para poder obtenerlas.
Aquí han estado muy bien.
Siempre han prosperado.
Judas termina y dice satisfecho:
– Ya está, Madre.
Ahora las riego y todo irá bien.
Riega.
Y luego se lava las manos en la fuente.
María lo mira…
¡Es tan diferente de su Hijo!
¡Y también tan diferente del Judas de ciertas horas de borrasca!
Piensa… se le acerca.
Y poniéndole una mano en el brazo,
dulcemente le pregunta:
– ¿Estás mejor, Judas?
Quiero decir, en tu espíritu.
– ¡Oh! ¡Madre!
¡Mucho mejor! Estoy en paz.
Me siento tranquilo, lo estás viendo.
Encuentro gusto y salvación en las ocupaciones humildes y en estar contigo.
No debería jamás salir de esta paz, de este recogimiento.
Aquí… ¡Qué lejos está el mundo de esta casa!…
Judas mira el huerto, las plantas, la casita…
Suspira y agrega:
– Pero si me quedase aquí, jamás sería apóstol.
Y quiero serlo.
– Créeme Judas.
Es mejor ser un alma justa, que un apóstol pecador.
Si comprendes que el contacto con el mundo te turba;
Si te das cuenta que las alabanzas y los honores del apóstol te perjudican;
renuncia ello, Judas.
Es mejor para ti ser un simple fiel de mi Jesús, pero un fiel santo;
Judas agacha la cabeza pensativo.
María lo deja con sus meditaciones…
Y entra en la casa, para continuar con sus quehaceres.
Por un rato, Judas se queda clavado en el mismo lugar.
Después pasea de un lado a otro, bajo el emparrado de la pérgola.
Lleva los brazos cruzados, la cabeza inclinada.
Profundamente ensimismado.
Piensa… Piensa…. Piensa…
Luego monologa.
Hace ademanes.
Para quien solo ve lo material, es un hombre que sufre, atormentado por lo que piensa….
Para quién puede verlo con los ojos espirituales despiertos:
el León Rugiente está a su lado, jugando como el gato con el ratón;
manipulando sus pensamientos, para luego tomar control de sus sentimientos.
culminando con el dominio total de sus actos…
Judas es la presa, que no percibe la Maldad del que lo está atacando y sigue con su ansiedad,
que crece cada vez más, como una borrasca que lo envuelve…
Piensa, piensa..
Continúa con su monólogo incomprensible…
Pero los gestos indican que sostiene una lucha muy fuerte.
Que es presa de ideas contradictorias.
Sus torturantes pensamientos, lo que buscan es llevarlo a la desesperación.
Parece como si suplicase o rechazase…
Llora.
Se auto-compadece…
Luego maldice.
Y pasa de una expresión interrogante a una expresión de miedo;
para terminar con una de angustia suprema…
En este feroz ataque mental del León Rugiente, se muestran las etapas sucesivas,
de las embestidas satánicas contra su indefensa presa, hasta que ya no lucha…
Y su rostro adquiere la expresión de sus peores momentos.
Inclina la cabeza como si se sintiese derrotado.
Se detiene y continúa así por unos momentos.
Luego levanta el rostro y….
Satanás lo ha vencido y muestra su dominio, ¡Total!

La posesión demoníaca perfecta y a sus instrumentos, es lo que les trasmite… Y POR ESO SON TAN CRUELES
El desventurado apóstol es posesión completa de su Huésped Maldito,
que lo manifiesta de manera inequívoca en su rostro…
¡Es el de un demonio!…
Y así, de repente, se detiene a mitad del recorrido en el sendero.
Y se queda así un rato, con una expresión de verdadero demonio…
Satanás no concede ninguna tregua a sus atormentados instrumentos.
Judas no tiene ninguna protección, ni defensa alguna, porque no renuncia a sus vicios.
Y su Amo es implacable.
Nada puede detenerlo en su caída, aunque quisiera;
los esclavos ¡Obedecen a quién los domina!
Judas lo comprende plenamente, pero su soberbia le impide doblegarse…
Luego se lleva las manos a la cara con mucha angustia…
Y huye al borde de los olivos que limitan la propiedad, lejos de la vista de María.
Llora con la cara escondida entre las manos, hasta que se calma..
Está sentado con la espalda apoyada contra un olivo, como si estuviese atolondrado…
Pasan las horas…
Por la tarde, el cielo se pinta con un hermoso crepúsculo.
Nazareth abre las puertas de sus casas que estuvieron cerradas todo el día,
a causa del calor estival.
Calor de Oriente.
Hombres, mujeres y niños salen a los huertos, a las calles en busca de aire.
Van a la fuente a jugar; a platicar, mientras llega la hora de la cena.
Calurosos saludos, charloteo, risas y gritos, respectivamente entre hombres, mujeres y niños.
También Judas sale y se encamina hacia la fuente con los cántaros de cobre.
Los nazarenos lo ven y lo señalan como ‘El discípulo del Templo’
cosa que al llegar a los oídos de Judas y le suena como música.
porque su mayor orgullo es ser sacerdote del Templo de Jerusalén.
Y el único requisito para serlo de facto, es la edad requerida para ministrar,
detrás del Velo, donde se encuentra el Santo de los santos…
Pasa saludando con afabilidad; pero con un aire de reserva que es en realidad,
una refinada soberbia que aumenta su sentimiento de superioridad, sobre el resto de los mortales:
Los que no pertenecen a su casta sacerdotal.
Un nazareno muy barbado,
le dice:
– Eres muy bueno con María, Judas.
El apóstol responde:
– Se merece esto y más.
Es verdaderamente una gran mujer de Israel.
Dichosos vosotros que es paisana vuestra.
La alabanza a la mujer de Nazaret seduce mucho a los nazarenos,
los cuales se repiten unos a otros lo que Judas ha dicho.
Éste entretanto, ha llegado a la fuente.
Y ahora espera su turno.
Y extiende su cortesía hasta el punto de llevarle los cántaros a una viejecita, que no acaba nunca de bendecirlo.
Y también hasta el punto de tomar el agua para dos mujeres,
que encuentran dificultad para hacerlo porque tienen en brazos a un lactante.
Levantando un poco su velo,
susurran:
Judas hace una inclinación de cabeza llena de respeto.
Y dice:
– El amor al prójimo es el primer deber de un amigo de Jesús
Luego llena sus cántaros y vuelve hacia la casa.
En el camino de regreso, lo paran el arquisinagogo de Nazaret y otros ancianos del pueblo;
para invitarlo a que el sábado siguiente hable.
El jefe de la sinagoga,
se queja:
– Hace más de dos semanas que estás con nosotros.
Y tu única lección ha sido la de una gran cortesía con todos los pobladores –
Judas responde con cierta ironía:
– Pero,
si no os resulta agradable la palabra de vuestro mayor hijo.
¿Os puede complacer acaso, la de su discípulo, la mía y que además soy judío?
– Tu desconfianza es injusta y nos entristece.
Nuestra invitación es franca.
Tú eres discípulo y judío, esto es verdad;
pero eres del Templo;
por tanto, puedes hablar, porque en el Templo hay doctrina.
El hijo de José es sólo un carpintero…
– ¡Pero es el Mesías!
– Lo dice Él…
¿Será verdad…? o ¿Será un delirio?
– ¿Y su santidad, nazarenos!?
Judas se muestra escandalizado de la incredulidad de los nazarenos.
Varios discrepan:
– Es grande.
– Es verdad.
– ¡Pero de eso a ser el Mesías!…
– Y además…
– ¿Por qué habla con esa dureza?
– ¿Dureza?
¡No! No me parece dureza.
Más bien… Sí, eso sí….
Es demasiado sincero e intransigente.
No deja cubierta ninguna culpa, no duda en denunciar un abuso…
Mete el dedo exactamente en el centro de las llagas.
Y eso hace daño.
Pero es por santidad.
¡Sí, sin duda, sólo por santidad actúa así!
Yo se lo he dicho en repetidas ocasiones:
“Jesús, te perjudicas a ti mismo”.
¡Pero no me quiere hacer caso!…
– Tú lo amas mucho.
Y además eres docto…
Podrías guiarle.
– ¡Oh, no, docto no!…
Práctico… sí.
¡Eso… del Templo!
(Y la presunción es su talón de Aquiles)
Tengo amigos.
El hijo de Anás es como un hermano para mí.
Es más, si queréis algo del Sanedrín, pues decídmelo…
Pero ahora dejadme llevar el agua a María, que me espera para la cena.
– Vuelve después.
En mi terraza hace fresco.
Estaremos entre amigos y hablaremos…
– Sí, está bien.
Adiós.
Judas va a casa,
donde se disculpa ante María por haber tardado a causa de que lo han entretenido
el arquisinagogo y los ancianos del pueblo.
Y termina:
– Quisieran que hablase el sábado…
El Maestro no me lo ha mandado.
¿Qué opinas, Madre? Aconséjame.
María pregunta:
– ¿Hablar con el jefe de la sinagoga…?
¿O hablar en la sinagoga?
– Las dos cosas.
No quisiera hablar con ninguno, ni a ninguno; porque sé que son contrarios a Jesús.
Y también porque me parece sacrílego hablar donde sólo Él tiene derecho a ser Maestro.
¡Pero, han insistido tanto!…
Quieren que vaya después de cenar…
Si crees que hablando, voy a poder quitarles ese espíritu tan penoso de resistencia al Maestro,
yo, aunque me resulte cosa pesada, iré y hablaré.
Así, como sé hacer, como pueda, tratando de ser muy longánimo con sus obcecaciones.
Porque he comprendido que si uno es duro es peor.
¡No volveré a incurrir en el error de Esdrelón!
¡El Maestro se sintió muy disgustado!
No me dijo nada, pero yo lo entendí.
No lo volveré a hacer.
Pero querría dejar Nazaret después de haberla persuadido de que el Maestro es el Mesías.
Y que debemos creer en El y amarlo.
Judas está hablando mientras, sentado a la mesa en el sitio de Jesús,
come lo que María ha preparado.
Judas frente a María escuchándolo y atendiéndole como una madre.
Ahora ella responde:
– Estaría bien, efectivamente;
que Nazaret comprendiera la verdad y la aceptara.
Yo no te pongo trabas.
Ve si quieres.
Nadie mejor que tú puede decir si Jesús merece amor.
Piensa cuánto te ama y cómo te lo demuestra disculpándote siempre.
Y dándote gusto siempre que puede…
Que esta reflexión te dé palabras y acciones santas.
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