263 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Judas, cumplido su propósito;
se ha reunido con sus compañeros y está sentado a la mesa, en la casa de Cafarnaúm.
Es una tarde estival rebosante de calor.
La luz del día que declina, entra por la puerta y las ventanas abiertas de par en par.
A través de éstas, se puede ver cómo la púrpura del ocaso,
se va transformando en un rojo violáceo irreal,
que en los bordes se desfleca formando abarquillamientos de un color turquí
que termina en gris.
Me recuerda a una hoja de papel arrojada al fuego:
se enciende como el carbón en que cae
pero en los bordes, después de la llamarada,
se abarquilla y se apaga tomando un color plomo azulado
termina en un gris perlino casi blanco.
Jesús y los Doce apóstoles
Están sentados a la mesa en la casa de Cafarnaúm.
Pedro señala hacia la voluminosa nube que viste el occidente de esos colores.
Y sentencia:
– Calor.
Calor. No agua.
Eso es niebla, no nube.
Dormiremos envueltos en una noche demasiado cálida.
Jesús corrige:
– No.
Esta noche vamos a los olivares.
Necesito hablaros.
Judas ya ha vuelto.
Es tiempo de hablar.
Conozco un lugar ventilado donde estaremos bien.
Levantaos.
Vamos.
Mientras toman los mantos.
preguntan:
– ¿Está lejos?
– No.
Muy cerca.
A un tiro de honda de la última casa.
Podéis dejar los mantos.
Coged, eso sí, yesca y eslabón para vernos al volver.
Salen de la habitación alta y bajan la escalera.
Luego saludan al dueño de la casa y a su mujer, que están tomando el fresco en la terraza.
Jesús vuelve resueltamente la espalda al lago.
Y después de atravesar la ciudad,
recorre unos trescientos metros por entre los olivos de una loma.
Se detiene cuando llega al borde de un ribazo
que por su posición saliente y libre de obstáculos,
goza de todo el aire de que es posible gozar en esta noche de bochorno.
Y dice:
– Vamos a sentarnos.
Prestadme atención.
Ha llegado la hora de vuestra labor evangelizadora.
He llegado aproximadamente a la mitad de mi vida pública,
para preparar los corazones para mi Reino.
Ahora es tiempo de que también mis apóstoles tengan parte en la preparación de este Reino.
Los reyes actúan así cuando deciden conquistar un país.
Primero investigan y toman contacto con personas,
para oír las reacciones y formarlas en la idea que persiguen.
Luego extienden la obra de preparación
enviando personas de confianza, al reino que quieren conquistar
Envían cada vez más personas,
hasta que todas las particularidades geográficas y morales del país son manifiestas.
Una vez hecho esto, el rey cumple cabalmente la obra,
proclamándose y coronándose rey de ese lugar.
Para llevarlo a cabo corre la sangre.
Porque las victorias cuestan siempre sangre…
Todos los apóstoles, prometen unánimemente:
– Estamos resueltos a luchar por Ti y a derramar nuestra sangre.
– Sólo derramaré la sangre del Santo y de los santos.
– ¿Quieres empezar la conquista por el Templo,
irrumpiendo durante la hora de los sacrificios?…
Sabréis el futuro a su debido tiempo.
No os estremezcáis de horror de todas formas
Os aseguro que no voy a trastocar las ceremonias con la violencia de una irrupción.
Y no obstante, serán desbaratadas;
llegará un día, una tarde, en que el terror, el terror de los pecadores, impedirá la oración ritual.
Mas Yo, esa tarde estaré en paz, en paz con mi espíritu y mi cuerpo.
Una paz total, beatífica…
Jesús mira, uno a uno, a sus doce;
es como si mirase la misma página doce veces…
Y en ella leyera doce veces la misma palabra escrita:
No comprenden.
Sonríe y prosigue.
– Pues bien,
he decidido enviaros,
para penetrar más y más ampliamente de cuanto Yo solo podría hacer.
Pero pondré prudenciales diferencias entre mi modo de evangelizar y el vuestro;
para no crearos dificultades demasiado fuertes ni meteros en peligros demasiado serios,
para vuestra alma y vuestro cuerpo.
Y para no causar perjuicio a mi Obra.
Todavía no estáis formados hasta el punto de poder relacionaros con cualquier persona,
quienquiera que sea, sin que os perjudique o la perjudiquéis;
ni mucho menos aún;
tenéis el heroísmo suficiente como para desafiar al mundo, por causa de la Idea,
adelantándoos a hacer frente a las venganzas del mundo.
Por tanto, no vayáis a los gentiles cuando vayáis a predicarme,
ni entréis en las ciudades de los samaritanos;
id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel:
hay mucha labor que hacer con éstas;
en verdad os digo que estas multitudes, que os parecen muchas, en torno a Mí,
son la centésima parte de las que en Israel todavía esperan al Mesías
y no lo conocen ni saben que vive.
Llevadles a éstas la Fe y el conocimiento de Mí.
Por el camino predicad: “El Reino de los Cielos está cerca”.
Éste debe ser el anuncio basilar, apoyad en él toda vuestra predicación.
¡Mucho me habéis oído hablar del Reino!
Lo único que haréis, será repetir mis palabras.
Ahora bien, el hombre, para sentirse atraído por las verdades espirituales,
para sentirse convencido de ellas;
necesita estímulos de carácter material, como si fuera un eterno niño,
que no estudia una lección, no aprende un oficio,
si no tiene el estímulo de un dulce de su madre,
de un premio del maestro de la escuela
o del maestro del oficio.
Pues bien, para que dispongáis del medio para que crean en vosotros y os busquen,
Os concedo el don de hacer milagros…
Los apóstoles se levantan de improviso -excepto Santiago de Alfeo y Juan-
Y según el temperamento de cada uno, gritan, protestan, se exaltan…
Verdaderamente el único que se pavonea de la idea de hacer milagros es Judas de Keriot,
el cual, a pesar de la gran deuda que tiene en su alma,
por haber hecho una acusación falsa e interesada,
exclama:
– ¡Ya era hora de que también nosotros hiciéramos esto!
¡Para gozar de un mínimo de autoridad sobre las multitudes!
Jesús lo mira, pero no dice nada.
Pedro y el Zelote,
que están diciendo:
– « ¡No, Señor!
– Eso es para los santos»
Rebaten enérgicamente a Judas:
Zelote le dice:
– « ¿Cómo te atreves, hombre necio y orgulloso, a censurar al Maestro?
Y Pedro:
– ¿Un mínimo?
¿Pero, qué quieres hacer más que milagros?
¿Ser Dios tú también?
¿Sientes acaso, la misma comezón que Lucifer?»
Jesús exclama con tono autoritario:
Y prosigue:
– Hay una cosa que supera al milagro y que convence igualmente a las multitudes.
Y con mayor profundidad y duración:
Una vida santa.
Pero vosotros estáis todavía lejos de esta vida.
Y tú, Judas, más lejos que los demás.
Mas dejadme hablar porque es una larga instrucción.
Id, pues, y curad a los enfermos, limpiad a los leprosos,
resucitad a los muertos del cuerpo y del espíritu.
Porque cuerpo y espíritu pueden estar igualmente enfermos, leprosos, muertos.
Ya sabéis cómo se obra un milagro:atu
Con vida de penitencia, ferviente oración, sincero deseo de hacer brillar el poder de Dios,
humildad profunda, viva caridad, encendida Fe,
esperanza imperturbable ante cualquier tipo de dificultad.
En verdad os digo que todo es posible para quien dispone de estos elementos.
Y los demonios huirán ante el Nombre del Señor pronunciado por vosotros,
si tenéis cuanto he dicho.
Este poder os viene de Mí y de nuestro Padre.
No se compra con moneda alguna.
Sólo nuestra voluntad lo concede, sólo la vida justa lo mantiene.
De la misma forma que se os da gratis,
gratuitamente habéis de darlo a los demás,
a los que tengan necesidad de él.
¡Ay de vosotros si rebajáis el don de Dios
sirviéndoos de él para engrosar vuestra bolsa!
No es vuestro poder, es poder de Dios
Usadlo, mas no os apropiéis de él diciendo: “Es mío”.
De la misma forma que se os da, se os puede quitar.
Simón de Jonás poco antes ha dicho a Judas de Simón:
“¿Tienes la misma comezón que Lucifer?”.
Ha expresado una justa definición.
Decir: “Hago lo que hace Dios porque soy como Dios” es imitar a Lucifer.
También sabemos lo que les sucedió
a los dos que comieron el fruto prohibido en el paraíso terrenal,
por instigación del Envidioso que quería llevar a otros desdichados a su Infierno,
además de los rebeldes angélicos que ya había.
Y también por el propio prurito de soberbia perfecta.
El único fruto que os es lícito coger de lo que hacéis,
son las almas que con el milagro conquistaréis para el Señor
y que deben entregársele al Señor.
Esas son vuestras monedas, no otras;
en la otra vida gozaréis de su tesoro.
Id sin riquezas.
No llevéis con vosotros ni oro, ni plata, ni monedas en vuestros cinturones;
ni alforja de viaje con dos o más vestiduras y calzado de repuesto,
ni bastón de peregrino, ni armas humanas.
En efecto, por ahora, vuestras visitas apostólicas serán cortas.
Y todas las vigilias de los sábados nos veremos.
Y podréis dejar vuestros vestidos sudados,
sin tener necesidad de llevar con vosotros uno para cambiaros.
No hace falta el bastón, porque el camino es aquí suave;
muy distinto es lo que se necesita en los desiertos y montañas altas,
de lo que se necesita en colinas y llanuras.
No hacen falta armas;
éstas son útiles para el hombre que no conoce la santa pobreza e ignora el divino perdón.
Pero vosotros no tenéis tesoros que cuidar y defender de los ladrones.
El único al que debéis temer, el único ladrón para vosotros es Satanás
Y a Satanás se le vence con la constancia y la oración, no con espadas y puñales.
Perdonad al que os ofenda.
Si os despojasen del manto, dad también la túnica.
Aunque os quedarais completamente desnudos,
por mansedumbre y desapego de las riquezas,
no escandalizaríais a los ángeles del Señor ni a la infinita Castidad de Dios
Porque vuestra caridad vestiría de oro vuestro cuerpo desnudo<,
la mansedumbre os sería compuesto cinturón,
el perdón hacia el ladrón os pondría manto y corona regia;
estaríais, por tanto, mejor vestidos que un rey,
no de tela corruptible, sino de materia incorruptible.
No os preocupéis por qué habréis de comer.
Dispondréis siempre de lo apropiado para vuestra condición y ministerio;
porque el obrero es digno del alimento que le ofrecen.
Siempre. Dios proveería de lo necesario a su obrero,
si los hombres no lo hicieran.
Ya os he mostrado que para vivir y predicar,
no es necesario atiborrarse de comida.
Eso va bien para los animales impuros, cuya misión es la de engordar
para ser entregados a la muerte y engordar a los hombres.
Vosotros sólo debéis nutrir bien vuestro espíritu y el de los demás, con alimentos sapienciales.
Mas la Sabiduría se hace presente con su luz, a una mente no embotada por la crápula,
a un corazón que se nutre de cosas espirituales.
Jamás habéis sido tan elocuentes como después del retiro en el monte.
Y en aquel entonces comisteis sólo lo indispensable para no morir;
pues bien, a pesar de ello,
al final del retiro estabais fuertes y joviales como nunca.
En cualquier ciudad que entréis, informaos de que haya quien merezca recibiros.
No porque seáis Simón, Judas, Bartolomé, Santiago, Juan, etc.,
sino porque sois los mensajeros del Señor.
Aunque hubierais sido escoria, asesinos, ladrones, publicanos,
ahora arrepentidos y a mi servicio, merecéis respeto porque sois mis mensajeros.
Digo más. Digo:
¡Ay de vosotros si, teniendo la apariencia de mensajeros míos por dentro, sois viles y diabólicos!,
¡Ay de vosotros!
El Infierno es poco para lo que mereceríais por vuestro engaño.
Pero, aunque fuerais contemporáneamente mensajeros de Dios en la apariencia
y por dentro escoria, publicanos, ladrones, asesinos;
aunque los corazones tuvieran sospechas respecto a vosotros, o casi certeza…
Se os debe honrar y respetar porque sois mis mensajeros.
El ojo del hombre debe ir más allá del medio, debe ver al mensajero y debe ver el fin,
ver a Dios y su obra más allá del medio, que demasiado frecuentemente es deficiente.
Sólo en casos de culpas graves que dañen la fe de los corazones, Yo por ahora;
luego quien me suceda, tomaremos medidas para amputar el miembro corrompido.
Porque no es lícito que por un sacerdote demonio se pierdan almas de fieles.
por esconder las llagas abiertas en el cuerpo apostólico,
permitir que en él pervivan cuerpos gangrenados que con su aspecto repugnante
obliguen a alejarse.
Y con su hedor demoníaco envenenen.
Os informaréis por tanto, de cuál es la familia de vida más recta
donde las mujeres saben estar retiradas y se disciplinan las costumbres.
Entraréis en esa casa y en ella os alojaréis hasta el momento de vuestra partida.
No imitéis a los zánganos, que después de succionar una flor pasan a otra más nutritiva.
Tanto si os veis entre personas de buena cama y rica mesa,
como si os toca una familia humilde, rica sólo en virtudes, quedaos donde estéis.
No busquéis nunca “lo mejor'” para el cuerpo mortal
Antes bien, dadle siempre lo peor y reservad todos los derechos al espíritu.
Si podéis -os digo esto porque conviene que lo hagáis-, con toda diligencia,
dad la preferencia a los pobres, para vuestra estancia en el lugar:
para no humillarlos.
Y en memoria mía, que soy y permanezco pobre.
Y me glorío de serlo.
Y también porque los pobres frecuentemente son mejores que los ricos.
Encontraréis siempre pobres justos,
que será raro encontrar un rico exento de injusticia.
No tenéis, por tanto, la disculpa de decir:
“Sólo he encontrado bondad en los ricos”, para justificar vuestra sed de bienestar.
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