279 LOS CINCO JUANES

279 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Jesús está en las llanuras de Corozaín, extendidas a la largo del valle del alto Jordán,

entre el lago de Genesaret y el de Merón. 

Una campiña llena de viñas en que ya se empieza a vendimiar.  

Isaac conversa con Jesús.

En  esta mañana se han unido a Él los discípulos que estaban en  Sicaminón, Esteban y Hermas.

Isaac justifica el no haber podido llegar antes porque no sabía si traer a los nuevos discípulos.

Y dice:  

–       Pero  he pensado que el camino del Cielo está abierto para todos, los que tienen buena voluntad.

Y a mí me parece que éstos, a pesar de ser discípulos de Gamaliel, la tienen.

Jesús responde: 

–        Has hablado y obrado bien.

Tráemelos aquí.

Isaac se marcha y regresa con los dos.

Jesús los saluda: 

–        La paz a vosotros.

¿Tan verdadera habéis juzgado la palabra apostólica, que habéis querido uniros a ella?

Esteban responde

–        Sí.

Y más la tuya.

No nos rechaces, Maestro.

–        ¿Por qué habría de hacerlo?

–        Porque somos de Gamaliel.

–       ¿Y qué?

Yo honro al gran Gamaliel y quisiera tenerlo conmigo porque es digno de ello.

Sólo le falta esto para que su  sabiduría se convierta en perfección.

¿Qué os ha dicho cuando os habéis despedido de él?

Porque os habréis despedido de él, ¿No?

–        Sí.

Nos ha dicho: “Dichosos vosotros que podéis creer.

Orad porque yo olvide para poder recordar”.

Los apóstoles, que curiosos se han apiñado en torno a Jesús, se miran unos a otros…

Y se preguntan en voz baja:

–       ¿Qué ha querido decir?

–       ¿Qué quiere?

–       ¿Olvidar para recordar?

Jesús oye este cuchicheo,

y explica:

–       Quiere olvidar su sabiduría para asumir la mía.

Quiere olvidar que es el rabí Gamaliel,

para acordarse de que es un hijo de Israel, que espera al Cristo.

Quiere olvidarse de sí mismo, para acordarse de la Verdad.

Hermas dice:

–        Gamaliel no miente, Maestro.

–        No.

Lo engañoso es la maraña de pobres palabras humanas;

las palabras que ocupan el puesto de la Palabra;.

Hay que olvidarlas, despojarse de ellas;

acercarse desnudo y virgen a la Verdad, para ser vestido y fecundado.

Esto requiere humildad.

El escollo…

–       ¿Entonces nosotros también tenemos que olvidar?

–       Sin duda.

Olvidar todo lo que es cosa de hombre.

Recordar todo lo que es cosa de Dios.

Venid.

Vosotros podéis hacerlo.

Hermas asegura:

–        Queremos hacerlo.

–       ¿Habéis vivido ya la vida de los discípulos?

Esteban responde:

–       Sí.

Desde el día en que supimos que habían matado al Bautista.

La noticia llegó muy rápida a Jerusalén, por boca de los cortesanos y principales de Herodes.

Su muerte nos sacó del entorpecimiento. 

–       La sangre de los mártires siempre significa vida para los pusilánimes;

Esteban, no lo olvides.

–        Sí, Maestro.

¿Vas a hablar hoy?

Siento hambre de tu palabra.

–        Ya he hablado.

Pero hablaré más, mucho, a vosotros discípulos.

Los compañeros vuestros, los apóstoles, han empezado ya su misión tras una activa preparación.

Pero no son suficientes para las necesidades del mundo.

Y es preciso tener todo hecho dentro de los márgenes de tiempo.

Yo soy como quien tiene un plazo y antes de que termine ese tiempo tiene que tener todo hecho.

Os pido a todos, ayuda.

Y ayuda os prometo y un futuro de gloria en nombre de Dios.

La penetrante mirada de Jesús, detecta a un hombre todo arropado en un manto de lino:

Y pregunta: 

–        ¿No eres el sacerdote Juan?

El hombre responde: 

–       Sí, Maestro.

El corazón de los judíos es áspero como la quebrada maldita.

He huido para buscarte

–       ¿Y el sacerdocio?

–        La lepra fue la primera que me expulsó del sacerdocio;

luego fueron los hombres, porque te amo.

Tu Gracia me aspira hacia sí: hacia Ti;

ella también me arroja de un lugar profanado para conducirme a lugar puro.

Tú me has purificado, Maestro, en el cuerpo y en el espíritu.

Una cosa pura no puede acercarse a una cosa impura;

sería una ofensa para quien ha purificado.

–       Tu juicio es severo, pero no injusto.

–       Maestro, las fealdades de la familia son patentes sólo a quienes viven en ella.

Y no deben manifestarse sino a la persona de recto corazón.

Tú lo eres.

Y además Tú sabes las cosas.

A otros no se lo diría.

Aquí estamos Tú, tus apóstoles…

Y otros dos que también saben como Tú y como yo.

Por tanto…

–       Bien.

Pero…

¿Tú también?

¡Paz a ti!

¿Has venido para ofrecer más comida?

–       No.

He venido por tu alimento.

–        ¿Se te ha malogrado la cosecha?

–         ¡No!

¡Nunca tan rica

Maestro mío, busco otro pan y otra cosecha: los tuyos.

Tengo conmigo al leproso que curaste en mis tierras.

Ha vuelto a su patrón.

Pero tanto él como yo tenemos ahora un patrón al que seguir y servir: Tú.

–       Venid.

Uno, dos, tres, cuatro…

¡Buena recolección!

Pero, ¿Habéis reflexionado sobre vuestra posición en el Templo?

Vosotros ya sabéis, Yo también…

Y no digo más…

El sacerdote Juan. dice: 

–       Soy hombre libre y voy con quien quiero.  

El escriba Juan que también ha venido,

agrega:

–        Yo también.

Es el que el sábado dio comida en la primera multiplicación,

al pie del monte de las Bienaventuranzas. 

Hermas y Esteban dicen: 

–        Y nosotros también.

Y Esteban añade:

–       Háblanos, Señor.

No sabemos en qué consiste exactamente nuestra misión.

Danos lo mínimo para poderte servir inmediatamente.

El resto vendrá mientras te seguimos.

El escriba juan, pregunta:

–       Sí.

En el monte hablaste de las bienaventuranzas.

Ello era lección para nosotros.

Pero, respecto a los demás, en el segundo amor, el del prójimo…

¿Qué debemos hacer? 

Por toda respuesta, Jesús pregunta: 

–        ¿Dónde está Juan de Endor? 

Juan el apóstol dice:

–        Allí, Maestro, con aquellos curados.

–       Que venga aquí.

Y corre a llamarlo.

Acude Juan de Endor.

Jesús le pone la mano en el hombro, con especial saludo,

y dice:

–        Pues bien, voy a hablar ahora.

Quiero teneros delante de Mí a vosotros que lleváis nombre santo.

tú, mi apóstol; tú, sacerdote; tú, escriba; tú, Juan del Bautista;

y tú, por último, cerrando la corona de gracias concedidas por Dios.

Y, aunque te nombre el último, sabes que no eres el último en mi Corazón.

Un día te prometí estas palabras que voy a decir.

Recíbelas.

Y Jesús, como hace habitualmente, sube a un pequeño ribazo;

para que todos puedan verlo.

Tiene enfrente, en primera fila, a los cinco Juanes.

Detrás de éstos, el nutrido grupo de los discípulos;

mezclado con la multitud de los que, de todas las partes de Palestina,

han venido por necesidad de salud o de palabra.

–       Paz a todos vosotros.

La sabiduría descienda sobre vosotros.

Escuchad

Un día ya lejano uno me preguntó:

si Dios es  misericordioso con los pecadores y hasta qué punto lo es.

Quien lo preguntaba era un pecador que había sido perdonado

y que no lograba convencerse del absoluto perdón de Dios.

Yo por medio de parábolas lo calmé, lo conforté y prometí que para él hablaría siempre de misericordia,

para que su corazón arrepentido -que, cual niño extraviado, lloraba dentro de él- se sintiera

seguro de ser ya propiedad de su Padre del Cielo.

Dios es Misericordia porque es Amor.

El siervo de Dios debe ser misericordioso para imitar a Dios.

Dios se sirve de la misericordia como de un medio para atraer hacia sí a los hijos descarriados.

El siervo de Dios debe servirse de la misericordia como de un medio para llevar a Dios, a los hijos descarriados

El precepto del amor es obligatorio para todos.

Pero debe ser triplemente obligatorio en los siervos de Dios.

No se conquista el Cielo si no se ama.

Decir esto es suficiente para los creyentes.

A los siervos de Dios les digo:

“No se hace conquistar el Cielo a los creyentes si no se los ama con perfección”.

¿Y vosotros, quiénes sois, vosotros que os ceñís aquí alrededor de Mí?

Por lo general sois criaturas que tendéis a la vida perfecta,

a la vida bendita, fatigosa, luminosa, del siervo de Dios, del ministro de Cristo.

¿Cuáles son vuestros deberes en esta vida de siervo y ministro?

Un amor total a Dios, un amor total al prójimo.

Vuestra finalidad: servir. ¿Cómo?

Restituyendo a Dios a aquellos que el mundo, la carne, el demonio le han arrebatado.

¿En qué modo?

Con el amor: el amor que tiene mil formas para desarrollarse…

Y un único fin: hacer amar.

Pensemos en nuestro hermoso Jordán.

¡Qué imponente, a su paso por Jericó!

Pero, ¿Era así en su nacimiento? No.

Era un hilo de agua.

Y lo hubiera seguido siendo si hubiera estado siempre solo.

Pero he aquí que de los montes y collados, de una y otra ribera de su valle,

desciende un sinfín de afluentes

unos solos, otros ya formados de cien arroyos;

Y todos desaguan en el lecho que va creciendo y creciendo;

hasta convertirse, del delicado riachuelo de plata azul que reía y jugaba en su niñez de río,

en el amplio, solemne, pacífico río que inserta una cinta de azul celeste

entre las fértiles riberas de esmeralda.

Así es el amor.

Un hilo inicial en los párvulos del camino de la Vida,

que apenas si saben salvarse del pecado grave por temor al castigo;

luego, prosiguiendo en el camino de la perfección, he aquí que de las montañas de lo humano,

agrestes, áridas, soberbias, duras

se exprimen, por voluntad de amor, multitud de riachuelos de esta principal virtud.

Y todo sirve para que ésta mane y brote:

los dolores, las alegrías, de la misma forma que sobre los montes sirven para formar riachuelo

las nieves heladas y el sol que las derrite.

Todo sirve para abrir a éstas el camino:

la humildad como el arrepentimiento; todo sirve para llevarlas al río principal.

Porque el alma, impulsada por ese Camino, se complace en bajar al anonadamiento del yo,

aspirando a subir de nuevo, atraída por el Sol-Dios,

una vez transformada en río caudaloso, hermoso, benefactor.

Los arroyuelos que nutren el arroyo embrional del amor de temor son, además de las virtudes; 

las obras que las virtudes enseñan a cumplir

las obras que, precisamente por ser riachuelos de amor,

son de misericordia.

Examinémoslas juntos.

Algunas ya eran conocidas por Israel, otras os las doy a conocer Yo,

porque mi ley es perfección de amor.

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