280 LA PERFECCIÓN DEL AMOR
280 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Jesús está en las llanuras de Corozaín, extendidas a la largo del valle del alto Jordán,
entre el lago de Genesaret y el de Merón.
Una campiña llena de viñas en que ya se empieza a vendimiar.
Está hablando a una muchedumbre que rebasa el centenar y donde se incluyen los apóstoles y discípulos,
que ya salen a misionar evangelizando, las distintas regiones,
que constituyen la provincia gobernada por Poncio Pilatos.
Está comenzando la enseñanza sobre las Obras de Misericordia, que son el núcleo medular de su Doctrina
Y sus discípulos que pertenecían al Templo de Jerusalén y también sufren la persecución y el odio del Sanedrín,
están en la primera fila de sus cautivados oyentes,
Escuchan fascinados, como la voz de tenor de Jesús, resuena desenvolviendo la Perfección en el Amor.
DAR DE COMER A LOS HAMBRIENTOS
Es deber de gratitud y amor.
Deber de imitación.
Los hijos se sienten agradecidos a su padre por el pan que les procura.
Y cuando se hacen hombres, lo imitan procurando pan a sus hijos;
Y también procuran con su propio trabajo el pan a su padre, ya incapacitado para el trabajo por la edad:
es ésta una amorosa restitución, obligada restitución de un bien recibido.
Lo dice el Cuarto Precepto:
“Honra a tu padre y a tu madre”.
También es honrar su canicie no reducirlos a mendigar el pan de otros.
Pero antes del cuarto está el primer Precepto
“Ama a Dios con todo tu ser” y el segundo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Amar a Dios por sí mismo y amarlo en el prójimo es perfección.
Se le ama dando pan a quien tiene hambre,
en recuerdo de cuantas veces Él sació el hambre del hombre con milagros.
Mas no nos fijemos sólo en el maná y las codornices;
fijémonos también en el milagro continuo del trigo que germina por bondad de Dios,
que ha dado la tierra capaz de ser cultivada…
Y que regula los vientos, lluvias, estaciones; para que la semilla se haga espiga
y la espiga pan.
¿No ha sido acaso milagro de su Misericordia, el haber enseñado con luz sobrenatural
al hijo culpable que esos tallitos altos y finos, terminados en granazón de semillas de oro
con caliente fragancia de sol, encerradas dentro de la dura capa de escamas espinosas,
eran alimento que había que recolectar…
Y quitarle la cáscara, molerlo, amasarlo, cocerlo?
Dios ha enseñado todo esto:
cómo recolectarlo, limpiarlo, molerlo, amasarlo y cocerlo.
Puso las piedras junto a las espigas, puso el agua junto a las piedras;
encendió, con tornasoles de agua y sol, el primer fuego sobre la tierra…
Y el viento trajo granos y los colocó encima del fuego.
Y ardieron emanando agradable fragancia, para que el hombre entendiera
que mejor que cuando se saca de la espiga, como es el uso de las aves,
O como glutinoso amasijo de harina empapada de agua, es cuando el fuego le tuesta.
¿No pensáis, vosotros que ahora coméis el buen pan cocido en el horno familiar,
en cuánta misericordia significa el hecho de haber llegado a este acabado de la cocción?,
¿Cuánto camino se ha hecho recorrer al conocimiento humano, desde la primera espiga
masticada como hace el caballo hasta el pan actual?
¿Y quién lo ha hecho?
El que da el pan.
Y lo mismo para todos los otros alimentos que el hombre, por benéfica luz,
ha sabido detectar entre las plantas y los animales con que el Creador ha cubierto la faz de la tierra,
lugar de castigo paterno para el hijo culpable.
Dar de comer a los hambrientos, es oración de gratitud al Señor y Padre
que nos da de comer.
Y es imitar al Padre, de quien tenemos semejanza, dada gratuitamente,.
Y que es necesario aumentar cada vez más, imitando sus acciones.
DAR DE BEBER A LOS SEDIENTOS
¿Habéis pensado alguna vez que sucedería si el Padre no hiciera llover las aguas?
Pues bien, si dijera:
“Por vuestra dureza para con quien tiene sed, impediré a las nubes que desciendan a la tierra”,
¿Podríamos protestar y maldecir?
El agua, más incluso que el trigo, es de Dios;
porque el trigo es cultivado por el hombre;
mas sólo Dios cultiva los campos de las nubes;
que descienden en forma de lluvias o rocíos, de nieblas o nieves.
Y nutren campos y aljibes;
colmando ríos y lagos, recibiendo así a los peces que, junto con otros animales,
sacian al hombre.
¿Podéis responder a quien os dice: “Dame de beber”
“No. Esta agua es mía y no te la doy?
¡Mentirosos!
¿Quién de vosotros ha hecho un solo copo de nieve o una sola gota de lluvia?,
¿Quién ha evaporado un solo diamante de rocío con su calor astral?
Ninguno.
Es Dios quien lo hace.
Y si las aguas descienden del cielo y vuelven a subir;
es sólo porque Dios regula esta parte de la Creación, como regula el resto.
Dad pues la buena agua fresca de las venas del suelo…
O la pura de vuestro pozo, la que ha llenado vuestras cisternas, a quien tiene sed.
Son aguas de Dios.
Dadlas a quien tiene sed.
Por una obra tan pequeña, que no os cuesta dinero,
que no requiere más trabajo que el de acercar una taza o una jarra,
os digo que seréis recompensados en el Cielo.
Porque no ya el agua sino la obra de caridad es grande ante los ojos y el juicio de Dios.
VESTIR A LOS DESNUDOS
Pasan por los caminos de la tierra personas necesitadas desnudas, avergonzadas,
en condiciones que da pena.
Son ancianos abandonados, inválidos por enfermedades o desgracias,
leprosos que por la bondad del Señor regresan a la vida, viudas cargadas de hijos,
personas a quienes un infortunio ha privado de todo lo que significa comodidad,…
O huerfanitos inocentes.
Si tiendo mi mirada por la vasta tierra,
por todas partes veo personas desnudas o cubiertas de andrajos,
que apenas si resguardan la decencia y no amparan del frío.
Y estas personas miran con ojos descorazonados,
a los ricos que pasan envueltos en esponjosas vestiduras,
cubiertos sus pies con suave calzado…
Descorazonados con bondad, los buenos; con odio, los menos buenos.
¿Por qué no aligeráis su desaliento y los hacéis mejores, si ya son buenos…
O destruís el odio si son menos buenos, con vuestro amor?
No digáis: “Sólo me alcanza para mí”.
Como para el pan, siempre hay algo más de lo necesario en la mesa
y en los armarios de quien no es un completo desvalido.
Entre los que me estáis escuchando hay más de uno que ha sabido,
de un vestido que ya no se usaba por estar deteriorado, sacar un vestidito para un huérfano
o para un niño pobre.
Y de una sábana vieja hacer pañales para un inocente que no los tenía.
Y hay uno que, siendo él un pordiosero, supo compartir durante años,
el pan mendigado trabajosamente con quien, por la lepra, no podía ir extendiendo la mano
por las puertas de los ricos.
Pues bien, en verdad os digo que estos misericordiosos no han de buscarse entre los poseedores de bienes,
sino entre las humildes huestes de los pobres, que por serlo, saben lo penosa que es la pobreza.
También en este caso, como para el agua y el pan, pensad que la lana y el lino con que os vestís;
provienen de animales y plantas creadas por el Padre no sólo para los hombres ricos,
sino para todos los hombres.
Porque Dios ha dado una sola riqueza al hombre, la suya, que es la riqueza de la Gracia,
de la salud, de la inteligencia.
la contaminada riqueza del oro, que habéis elevado de metal no más bonito que los demás
y mucho menos útil que el hierro,
con el cual se hacen layas, arados, gradas, hoces, cinceles, martillos, sierras,
cepillos para los carpinteros, las santas herramientas del santo trabajo-a metal noble;
lo habéis elevado a una nobleza inútil, engañosa, por instigación de Satanás,
que de hijos de Dios, os ha reducido a seres salvajes como fieras.
¡La riqueza de lo santo os había puesto en condiciones de santificaros cada vez más!
¡No esta riqueza que tanta sangre y lágrimas hace brotar!
Dad como se os ha dado.
Dad en nombre del Señor, sin temor a quedaros desnudos.
Mejor sería morir de frío por haberse desnudado en favor del mendigo,
que congelar el corazón, aun estando cubierto por esponjosas vestiduras, por falta de caridad.
El suave calor del bien cumplido es más dulce que el de un manto de purísima lana, .
Y la carne vestida del pobre habla a Dios y dice: “Bendice a quien nos ha cubierto”.
Si dar de comer, dar de beber, vestir, privándose uno a sí mismo para dar a los demás,
une la santa templanza a la santísima caridad.
Y también la bienaventurada justicia, por la cual se modifica con santidad la suerte de los hermanos infelices,
dando de lo que no sin el permiso de Dios abundantemente tenemos,
en pro de quien, por la maldad de los hombres o por enfermedad, carece de ello,
HOSPEDAR A LOS PEREGRINOS
Une la caridad a la confianza y al recto pensamiento sobre el prójimo.
Sabed que éstas son también virtudes.
Virtudes que denotan en quien las posee, además de caridad, honestidad.
Porque el que es honesto obra bien.
Y dado que se piensa que los demás actúan como habitualmente actuamos,
sucede que la confianza, la sencillez, que creen que las palabras de los demás son verdaderas,
denotan que el que escucha estas palabras dice la verdad en las cosas grandes y pequeñas,
por lo que no desconfía de lo que los demás manifiestan.
¿Por qué pensar, frente al peregrino que os pide hospedaje:
“¿Y si luego es un ladrón o un homicida?”
¿Tanta estima tenéis de vuestras riquezas, que os echáis a temblar por ellas ante cada extraño que llega?
¿Tanta estima tenéis de vuestra vida, que os acurrucáis de horror al pensar que os podáis quedar sin ella?
¿Acaso creéis que Dios no puede defenderos de los ladrones?
¿Acaso teméis que en el viandante se cele un ladrón y no tenéis miedo del tenebroso huésped
que os despoja de aquello que es insustituible?
¡Cuántos hospedan en su corazón al demonio!
Podría decir:
Todos alojan el pecado capital y ninguno tiembla por ello.
¿Entonces sólo es precioso el bien de la riqueza y la existencia?
¿No será más valiosa la eternidad, que os dejáis arrebatar y matar por el pecado?
¡Pobres almas, pobres almas despojadas de su tesoro,
entregadas a las manos de los asesinos -así, sin más, como si tuviera poca importancia-,
mientras que se abaluartan las casas, se meten cerrojos, perros, cajas de seguridad,
para defender las cosas que no nos llevamos a la otra vida!
¿Por qué querer ver en cada peregrino un ladrón?
Somos hermanos.
La casa se abre para los hermanos que van de paso.
¿No es de nuestra misma sangre el peregrino?
¡Sí! Es sangre de Adán y Eva!
¿No es nuestro hermano?
¡Claro que sí!
El Padre es uno sólo: Dios, que nos ha dado un alma igual,
de la misma forma que a los hijos de un mismo lecho, un solo padre da una misma sangre.
¿Es pobre?
Haced que vuestro espíritu, privado de la amistad del Señor, no sea más pobre que él.
¿Lleva un vestido roto?
Haced que no esté más rota vuestra alma por el pecado.
¿Su pie está lleno de barro o polvoriento?
Haced que vuestro yo no esté más deteriorado por los vicios,
que sucias sus sandalias por tanto camino hecho, rotas por haber andado mucho.
¿Su aspecto es desagradable?
Haced que no lo sea más el vuestro ante los ojos de Dios.
¿Habla una lengua extranjera?
Haced que el lenguaje de vuestro corazón no sea incomprensible en la ciudad de Dios.
Ved en el peregrino a un hermano.
Todos somos peregrinos en camino hacia el Cielo;
todos llamamos a las puertas que hay a lo largo del camino que va al Cielo;
las puertas son los patriarcas y los justos, los ángeles y los arcángeles,
a los cuales nos encomendamos para recibir ayuda y protección.
Y así llegar a la meta sin caer exhaustos en la oscuridad de la noche, en medio de la crudeza del hielo,
víctimas de las asechanzas de los lobos y chacales de las malas pasiones,
Y de los demonios.
De la misma forma que queremos que los ángeles y los santos nos abran su amor
para recibirnos e infundirnos nuevo aliento para proseguir el camino,
hagamos lo mismo nosotros con los peregrinos de la tierra.
Por cada vez que abramos la casa y los brazos, saludando con el dulce nombre de hermano
a un desconocido, pensando en Dios que lo conoce,
os digo que habrán quedado recorridas muchas millas del camino que va al Cielo.
VISITAR A LOS ENFERMOS
¡Oh, verdaderamente todos los hombres, de la misma forma que son peregrinos, están enfermos!
¡Verdaderamente las enfermedades más graves son las del espíritu;
Las invisibles y mayormente letales!
Y, a pesar de ello, de éstas no se siente asco; no repugna la llaga moral,
no produce náuseas el hedor del vicio, no da miedo la locura demoníaca,
no horroriza la gangrena de un leproso del espíritu,
no pone en fuga el sepulcro lleno de podredumbre de un hombre de corazón corrompido y putrefacto,
no implica anatema acercarse a una de estas impurezas vivientes.
¡Oh, cuán pobre y pequeño es el pensamiento del hombre!
¿Qué vale más, la carne y la sangre o el espíritu?,
¿Puede lo material corromper por proximidad, a lo incorpóreo?
No, os digo que no.
El espíritu tiene infinito valor respecto a la carne y la sangre; esto sí.
Pero, que tenga más poder la carne que el espíritu no.
Y el espíritu puede ser corrompido por cosas espirituales, no por cosas materiales.
No porque uno cuide a un leproso queda contaminado de lepra en su espíritu;
antes al contrario, por la caridad ejercitada hasta el punto de aislarse en valles de muerte
por piedad hacia el hermano, cae de él toda mancha de pecado.
Porque la caridad es absolución del pecado y la primera de las purificaciones.
Que vuestro pensamiento inicial sea siempre:
“¿Qué querría que hicieran conmigo, si estuviera como éste?”.
Y obrad como quisierais que se obrase con vosotros.
Ahora todavía Israel tiene sus antiguas leyes.
Mas llegará un día, cuya aurora no está muy lejana,
en que se venerará como símbolo de absoluta belleza la imagen de Un
en quien quedará reproducido materialmente el Varón de dolores de Isaías
y el Torturado del salmo davídico;
Aquel que, por haberse hecho semejante a un leproso,
vendrá a ser el Redentor del género humano;
a sus llagas acudirán –como los ciervos a los manantiales- todos los sedientos, los enfermos,
los exhaustos, los que sobre la faz de la tierra lloran.
Y É1 calmará su sed, los curará, los reanimará, consolará su espíritu
y su carne; será aspiración de los mejores hacerse como Él, cubiertos de llagas,
exangües, maltratados, coronados de espinas, crucificados,

Nuestro verdadero bautismo lleno de gloria y júbilo celestial, es cuando somos capaces de decir: “Crucifícame Señor, porque te adoro sobre todas las cosas…
por amor de los hombres necesitados de redención,
continuando la obra del Rey de los reyes y Redentor del mundo.
Vosotros, que todavía sois Israel, pero que ya estáis echando las alas para volar al Reino de los Cielos
tened desde ahora esta concepción y valoración nueva de las enfermedades.
Y bendiciendo a Dios que os mantiene sanos, avecinaos a los que sufren y mueren.
Un apóstol mío dijo un día a su hermano:
“No temas tocar a los leprosos. No se nos pega ninguna enfermedad por voluntad de Dios”.
Bien dijo.

En la Tierra el Amor de Jesús DOSIFICA nuestro calvario, Y ÉL ES EL CIRENEO que nos ayuda a recorrer el Camino… Y subir a la Cruz
Dios tutela a sus siervos.
Pero, en el caso de que fuerais contagiados cuidando a los enfermos,
cual mártires del amor seréis introducidos en la otra vida.
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