296 EL FLAGELO DE JUDAS9 min read

296 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Presentándose en la puerta de la sala en que Lázaro está, reclinado en un lecho leyendo un volumen.

Jesús dice:

–       Lázaro, amigo mío, te pido que vengas conmigo.

Lázaro se levanta enseguida,

y pregunta:

–       Inmediatamente, Maestro.

¿A dónde vamos?

–       Por el campo.

Necesito estar completamente solo contigo.

Lázaro lo mira turbado,

y pregunta:

–       ¿Tienes tristes noticias que darme en secreto?

¿O…? No, no quiero pensarlo…

–       Es sólo tratar contigo una cosa,

Y ni siquiera el aire debe saber lo que hablemos.

Manda preparar el carro, porque no te quiero cansar.

Cuando estemos en plena campiña te hablaré.

–       Entonces guío yo.

Así ni siquiera el criado sabrá lo que hayamos hablado.

–      Sí.

Exactamente así.

–       Voy enseguida, Maestro.

Dentro de poco estoy preparado.

Y sale.

Jesús se queda un poco pensativo en medio de la rica estancia.

Mientras piensa, mueve mecánicamente dos o tres objetos;

recoge el rollo que estaba caído en el suelo.

Y al colocarlo en una estantería por ese innato instinto del orden que es tan fuerte en Jesús;

permanece con el brazo levantado observando unos objetos de un arte raro y por lo menos

distinto del arte corriente de Palestina, que están alineados en la balda de la estantería:

son ánforas y copas antiquísimas, con relieves y dibujos que imitan los frisos de los templos

de la antigua Grecia y franjas de urnas funerarias.

Sólo Él sabe lo que estará viendo detrás del objeto…

Luego sale y va al patio interior, donde están los apóstoles.

Al ver que Jesús se coloca el manto.

preguntan:

–       ¿A dónde vamos, Maestro?

Jesús responde:

–       A ninguna parte.

Salgo con Lázaro.

Esperadme aquí, todos juntos.

Regreso pronto.

Los doce se miran unos a otros…

Se les ve poco contentos…

Pedro dice:

–       ¿Vas solo?

Ten cuidado…

.-      No temas nada.

Mientras esperáis no estéis ociosos.

Seguid instruyendo a Hermasteo para que vaya conociendo más la Ley

y haceos mutuamente buena compañía, sin discusiones ni desaires.

Sed indulgentes unos con otros, quereos.

Se encamina hacia el jardín.

Todos le siguen.

Poco tiempo después, viene un carro ligero cubierto, con Lázaro conduciéndolo.

–       ¿Vas con el carro?

–       Sí, para que no se le cansen las piernas a Lázaro.

Adiós, Margziam. Sé bueno.

Paz a todos vosotros.

Jesús sube al carro.

Y éste, haciendo rechinar la fina grava del paseo, sale del jardín,

para tomar el camino principal.

Tomás grita:

–       ¿Vas a Agua Especiosa, Maestro?

–       No.

Una vez más os digo que os comportéis bien.

El caballo parte con un vigoroso trote.

El camino, el que va de Betania a Jericó, pasa por esta campiña que va perdiendo su lozanía;

cuanto más se baja hacia la llanura, más se nota este languidecer de la hierba.

Jesús piensa.

Lázaro guarda silencio, se ocupa sólo de guiar el caballo.

Llegados a la llanura fértil, ya preparada toda para nutrir la semilla de la futura mies,

o durmiente en sus viñas como una mujer que poco antes haya dado a luz su fruto

y descansa ahora de su dulce fatiga,

Jesús hace señal de pararse.

Lázaro, obediente, para.

Y lleva al caballo a un camino secundario que conduce a unas casas lejanas…

y explica:

–      Aquí estaremos todavía más tranquilos que en el camino grande.

Estos árboles nos ocultarán a la vista de muchos.

En efecto, un grupo de árboles bajos y tupidos,

hacen como de mampara contra la curiosidad de los viandantes.

Lázaro está erguido frente a Jesús, esperando.

Jesús dice:

–       Lázaro, necesito mandar lejos a Juan de Endor y a Síntica.

La prudencia, como ves, lo aconseja y también la caridad.

Tanto para él como para ella sería una prueba peligrosa, un dolor inútil,

el tener noticia de la persecución que se ha desencadenado contra ellos…

Y que podría -al menos para uno- provocar penosísimas sorpresas.

–      En mi casa…

–      No.

Ni siquiera en tu casa.

No los tocarían materialmente, quizás;

pero sí los humillarían moralmente.

El mundo es cruel.

Destroza a sus víctimas.

No quiero que se pierdan así estas dos buenas fuerzas.

Por tanto, de la misma forma que un día junté al anciano Ismael con Sara,

ahora voy a juntar a mi pobre Juan con Síntica.

Quiero que muera en paz y que no esté solo.

Y tampoco que lleve consigo la quimera de que se le manda a otro lugar,

porque es “el ex galeote”, sino porque es el discípulo prosélito

que puede trasladarse a otro lugar para predicar al Maestro.

Y Síntica le ayudará…

Síntica es una gran persona y será una gran fuerza, en y para la Iglesia futura.

¿Me puedes aconsejar a dónde mandarlos?

No a Judea, ni a Galilea, ni siquiera a la Decápolis.

A los lugares a los que voy Yo y conmigo los apóstoles y discípulos, no.

Al mundo pagano tampoco.

¿Dónde entonces?

¿Dónde, de forma que sean útiles y estén seguros?

–       Maestro… yo…

¿Aconsejarte yo a ti…!

–       No, no.

–       Habla.

Tú me amas, no traicionas; amas a quienes amo Yo, no eres restringido de mente como otros.

–       Yo…

Sí. Te aconsejaría que los mandases a uno de los lugares donde tengo amigos.

A Chipre o a Siria. Elige Tú.

En Chipre tengo personas de confianza.

¡Y en Siria.., bueno!…

Tengo todavía alguna pequeña casa;

custodiada por un administrador fiel;

más fiel que una ovejita.

¡Nuestro viejo Felipe!

Por mí hará todo lo que diga.

Y, si me lo concedes, ellos, estos a quienes Israel persigue y Tú estimas,

podrán considerarse desde ahora huéspedes míos, seguros en la casa…

¡Oh, no es un palacio!

En esa casa vive sólo Felipe con un nieto que se ocupa de los jardines de Antigonio,

los amados jardines de mi madre;

los hemos conservado para recuerdo de ella.

Había llevado a esos jardines las plantas de esencias exóticas de sus jardines judíos… ¡

¡La madre mía!…

¡Con ellas, cuánto bien hacía a los pobres!…

Eran su secreta propiedad… Mi madre…

Maestro, pronto iré a decirle:

“Alégrate, madre buena. El Salvador está en la Tierra”.

Te esperaba…

Dos hilos de llanto aparecen en el rostro doliente de Lázaro.

Jesús lo mira y sonríe.

Lázaro recobra los ánimos:

–       Pero, hablemos de Ti.

¿Te parece un buen lugar?

–        Me parece un buen lugar.

Una vez más te doy las gracias, por mí y por ellos.

Me quitas un gran peso…

–       ¿Cuándo se marchan?

Lo pregunto para preparar una carta para Felipe.

Diré que son dos amigos míos de aquí, necesitados de paz.

Será suficiente.

–       Sí. Será suficiente.

Pero, te ruego que ni siquiera el aire sepa nada de esto.

¡Ya lo ves! Me espían…

–       Lo veo.

No lo hablaré ni siquiera con mis hermanas.

Pero, ¿Cómo piensas llevarlos allí?

Tienes contigo a los apóstoles…

–        Ahora subo hasta Aera sin Judas de Simón, Tomás, Felipe y Bartolomé.

Entretanto, instruiré a fondo a Síntica y a Juan…

para que vayan con una buena provisión de Verdad.

Luego bajaré al Merón y de allí a Cafarnaúm.

Y allí…

Y allí enviaré otra vez a los cuatro, con otras misiones;

entonces haré que partan para Antioquía los dos.

A esto me veo obligado…

–       A tener que temer de los tuyos.

Tienes razón…

Maestro, sufro viéndote afligido…

–      Pero tu buena amistad me conforta mucho…

Lázaro, gracias…

Pasado mañana me marcho y me llevo a tus hermanas.

Necesito muchas discípulas para confundir entre ellas a Síntica.

Viene también Juana de Cusa.

De Merón irá a Tiberíades, porque va a pasar el invierno allí.

Eso quiere el marido, para tenerla más cerca,

porque Herodes va a volver a Tiberíades una temporada.

–      Se hará como deseas.

Mis hermanas son tuyas, como lo soy yo;

y mis casas, mis criados, mis bienes.

Todo es tuyo, Maestro.

Utilízalo para el bien.

Te prepararé la carta para Felipe.

Es mejor que la tengas Tú directamente.

–       Gracias, Lázaro.

–      Es todo lo que puedo hacer…

Si estuviera sano, iría…

Cúrame, Maestro, y voy…

–       No, amigo.

Tengo necesidad de ti así como estás.

La CONVERSIÓN, es la RESURRECCIÓN ESPIRITUAL

–       ¿A pesar de que no hago nada?

–       Aun así.

¡Oh, mi Lázaro!

Jesús lo abraza y besa.

Suben de nuevo al carro y regresan.

Ahora es Lázaro quien está muy silencioso y pensativo.

Jesús le pregunta la razón de ello.

–       Pienso que pierdo a Síntica.

Me atraían su ciencia y su bondad…

–       Le gana Jesús…

–       Es verdad.

Es verdad.

¿Cuándo te voy a volver a ver, Maestro?

–       Para la primavera.

–      ¿Hasta la primavera? ¡No!El año pasado estabas en mi casa para las Encenias…

–       Este año voy a complacer a los apóstoles.

Pero para el otro año estaré mucho contigo.

Te lo prometo.

Betania aparece bajo el sol de Octubre.

Están ya casi llegando, cuando Lázaro para el caballo para decir:

–       Maestro…

Bueno será que te deshagas del hombre de Keriot.

Tengo miedo de él.

No te ama.

No me gusta.

Nunca me ha gustado.

Es sensual y ambicioso.

Satanás siempre utiliza sus instrumentos, para flagelar a los corredentores y causarles sufrimiento…

Por eso puede cometer cualquier pecado. Maestro,

es él el que te ha denunciado…

–       ¿Tienes pruebas?

–      No.

–      Pues entonces no juzgues.

No eres muy experto en tus juicios.

Acuérdate de que juzgabas inexorablemente perdida a tu María…

No digas que es mérito mío.

Ella fue la primera en buscarme.

–       Eso también es verdad.

Pero en fin, desconfía de Judas.

Poco después entran en el jardín donde están esperando curiosos, los apóstoles.

La ausencia de cuatro apóstoles y sobre todo de Judas;

hace por un lado, más íntimo el grupo de los que quedan;

por otro, más feliz.

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