302 LA GLORIA DE MARÍA9 min read

302 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Jesús continúa su enseñanza en Gerasa,

diciendo:

        «¿Cómo se funda el Reino de Dios en el mundo y en los corazones?

Volviendo a la Ley mosaica o, si se ignora, con su conocimiento exacto. 

Y sobre todo, con la aplicación total de la Ley en uno mismo,

en cada uno de los hechos y momentos de la vida.

Cuál es esta Ley’

¿Es algo tan severo que no se puede practicar? No.

Es una serie de diez preceptos santos y fáciles, cuales incluso el hombre moralmente bueno,

verdaderamente bueno, siente que debe darse a sí mismo, aunque sea uno que viva sepultado

bajo el intrincado techo vegetal de las más impenetrables selvas de la misteriosa África.

Y dice: «Yo soy el Señor tu Dios, y no hay ningún otro Dios aparte de Mí.

No tomes el nombre de Dios inútilmente.

Respeta el sábado según el precepto de Dios y la necesidad de la criatura.

Honra a tu padre y a tu madre si quieres vivir largamente y recibir bienes en la tierra y en el cielo.

No matarás.

No robarás.

No cometerás adulterio.

No dirás falsos testimonios contra el prójimo.

No desearás la mujer de tu prójimo.

No envidiarás las cosas ajenas».

¿Quién es el hombre de buen corazón, aunque sea primitivo que, al recorrer con su mirada

cuanto le rodea, no se diga a sí mismo: «Todo esto no se ha podido formar por sí solo

por tanto, existe Uno, más poderoso que la naturaleza y que el propio hombre, que lo ha hecho»?

Y adora a este Ser Poderoso, cuyo Nombre santísimo sabe o no sabe, pero que siente que existe.

Y siente tanta reverencia por Él, que, al pronunciar el nombre que le ha dado o que le enseñaron

a decir para nombrarlo, tiembla de reverencia y siente que ora con el solo hecho de Nombrarlo

con reverencia.

Pues, efectivamente, es Oración pronunciar el Nombre de Dios queriendo adorarlo

o darlo a conocer a la gente que no lo conoce.

Igualmente, por el simple hecho de una prudencia moral, todo hombre siente el deber

de conceder descanso a sus miembros, para que resistan mientras dura la vida.

Con mayor razón, el hombre que no ignora al Dios de Israel, al Creador y Señor del Universo,

siente que debe consagrar al Señor este descanso animal, para no ser como el jumento,

que, cansado, descansa sobre el estrato de paja triturando el forraje con sus fuertes dientes.

También la sangre grita amor hacia aquellos de que procede.

Lo vemos en ese pollino que corre hacia su madre que regresa de los mercados.

Estaba jugando en la manada, la ha visto; se acuerda de que ella lo ha amamantado,

lo ha lamido con amor, lo ha defendido, le ha dado calor.

¿Veis?: restriega sus blandos ollares contra el cuello de su madre;

bota de alegría; roza su joven

grupa contra el vientre que lo llevó.

Amar a los padres es un deber y un placer.

No hay animal que no ame a la que lo engendró.

¿Y entonces?

¿Será el hombre más bajo que el gusano que vive en el barro de la tierra?

El hombre moralmente bueno no mata.

«Será feliz el día que no tenga que avisar que llegué bién…»

La violencia le produce repulsa.

Siente que no es lícito quitar la vida a nadie, 

que sólo Dios que la dio tiene el derecho de quitarla… Huye del homicidio.

De la misma forma, el hombre moralmente sano no se aprovecha de las cosas de los demás.

Prefiere comer un pedazo de pan con conciencia tranquila junto a la fuente argentina,

que no un suculento asado fruto de un robo;

prefiere dormir en el suelo con la cabeza sobre una piedra…

Y sobre su cabeza las estrellas amigas derramando paz y consuelo a la conciencia honesta,

que no el sueño agitado en una cama conseguida con latrocinio.

«No es pecado, es tener buen gusto» Los que piensan así con ese cinismo,, ¿Seguirán pensando lo mismo cuando el padre o madre de sus hijos, los conviertan en víctimas del Adulterio?

Y, si es moralmente sano, no desea otras mujeres no suyas;

no entra, ensuciando y con vileza, en tálamo ajeno.

En la mujer de su amigo ve una hermana y no tiene para con ella miradas ni deseos distintos

de los que se tienen con una hermana.

El hombre de corazón recto, aunque sólo sea naturalmente recto,

sin más conocimiento del Bien sino aquel que le viene de su buena conciencia,

no se permite nunca testificar lo que no es verdadero, pareciéndole ello lo mismo que un

homicidio o un hurto…

Y efectivamente es así.

Como es honesto su corazón, honestos son sus labios,

y como su corazón y sus labios,

honestas son sus miradas, por lo cual no pone su apetito en la mujer de otro.

Ni siquiera apetece, porque siente que apetecer es el primer estímulo para pecar.

Y no envidia.

Porque es bueno.

El que es bueno no envidia nunca.

Está tranquilo con su suerte.

¿Os parece esta ley tan exigente que no se pueda practicar?

¡No faltéis contra vosotros mismos!

Estoy seguro de que no lo haréis.

Y, si no lo hacéis, fundaréis el Reino de Dios en vosotros y en vuestra ciudad.

Y un día os reuniréis, felices, con aquellos a quienes amasteis y que, como vosotros,

conquistaron el Reino eterno en el júbilo sin fin del Cielo.

Pero en nuestro propio interior están las pasiones cual ciudadanos dentro del recinto

de las murallas de la ciudad.

Es necesario que todas las pasiones del hombre quieran lo mismo: la santidad.

Si no, será inútil que una parte tienda al Cielo, si  otra descuida la vigilancia de las puertas

y deja que entre el seductor,

o si neutraliza las acciones de una parte de los espirituales habitantes con disputas y pereza,

haciendo así perecer la ciudad interior,

abandonándola al reinado de ortigas, plantas venenosas,

malas hierbas, serpientes, escorpiones, ratas, chacales, y búhos;

es decir, de las malas pasiones y de los ángeles de Satanás.

Hay que velar sin desistir nunca, como centinelas puestos en las murallas,

para impedir que el Maligno entre donde queremos construir el Reino de Dios.

En verdad os digo que el fuerte, mientras vigila armado el atrio de su casa,

está seguro de todo lo que hay en ella.

Pero si viene uno más fuerte que él, o si deja sin guardia la puerta;

este más fuerte lo vence, lo desarma;

Rendirse es morir

y él, sin las armas en que confiaba, se desmoraliza y se rinde;

y el fuerte, haciéndolo prisionero, se apodera de los despojos del vencido.

Pero si el hombre vive en Dios, mediante la fidelidad a la Ley

y a la justicia santamente practicada, Dios está con él,

Yo estoy con él, y nada malo le puede suceder.

La unión con Dios es el arma que ningún fuerte puede vencer.

La unión conmigo es seguridad de victoria y de botín de virtudes eternas, por las cuales

eternamente será ofrecido un lugar en el Reino de Dios.

Pero, quien se separa de mí o se hace enemigo mío, rechaza, como consecuencia,

las armas y la seguridad de mi palabra.

Quien rechaza al Verbo rechaza a Dios.

Quien rechaza a Dios llama a Satanás. 

La posesión demoníaca perfecta NO PUEDE reverenciar a Dios, porque Satanás lo odia y a sus instrumentos, es lo que les trasmite… Y POR ESO SON TAN CRUELES

Quien llama a Satanás destruye cuanto tenía para conquistar el Reino.

Por tanto, quien no está conmigo está contra Mí,

quien no cultiva lo que Yo siembro recoge lo que siembra el Enemigo,

quien conmigo no recoge, desparrama,

y pobre y desnudo se presentará ante el Juez supremo, que lo mandará con su amo,

con el amo al que se vendió prefiriendo a Belcebú antes que a Cristo.

Habitantes de Gerasa: edificad en vosotros y en vuestra ciudad el Reino de Dios.

Como un gorjeo, una voz de mujer se eleva, límpida cual canto de alondra,

por encima del rumor de la multitud de gente admirada,

cantando la nueva bienaventuranza,

o sea, la gloria de María:

–       ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos de que mamaste!

Jesús se vuelve hacia la mujer que ha exaltado a la Madre por admiración hacia el Hijo.

Sonríe, porque le es dulce la alabanza dirigida a su Madre.

Pero luego dice:

–       Más dichosos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica.

Hazlo tú, mujer.

Y luego bendice y se encamina hacia la campiña seguido por los apóstoles,

que le preguntan:

–       ¿Por qué has dicho esto?

–        Porque en verdad os digo que en el Cielo no se mide con las medidas de la tierra.

Mi propia Madre será bienaventurada no tanto por su alma inmaculada

cuanto por haber escuchado la palabra de Dios y haberla puesto en práctica con obediencia.

El «hágase el alma de María sin mancha» es prodigio del Creador;

a Él, pues, la gloria por ello.

Pero el «hágase de mí según tu palabra» es prodigio de mi Madre;

por esto, pues, grande es su mérito.

Tan grande, que sólo por esa capacidad suya de escuchar a Dios, que hablaba por boca de Gabriel,

y por su voluntad de poner en práctica la palabra de Dios,

sin pararse a sopesar las dificultades y dolores inmediatos y futuros que tal adhesión acarrearían,

ha venido el Salvador al mundo.

Así pues, podéis ver que Ella es mi bienaventurada Madre no sólo porque me ha generado

y amamantado, sino también porque ha escuchado la palabra de Dios

y la ha puesto en práctica con la obediencia.

Pero volvamos a casa. Mi Madre sabía que iba a estar fuera poco tiempo y, si ve que tardo,

se podría preocupar.

Estamos en una ciudad semipagana; aunque, en verdad, es mejor que otras.

De todas formas, vamos.

Vamos a dar la vuelta por detrás de los muros, para huir de la gente, que, si no,

me entretendría todavía.

Venga, bajemos deprisa, por detrás de estas arboledas espesas…

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