308 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
El patio del hostal, se llena con el murmullo, como si fuese un playa, con la rompiente de la marea…
.Y también está muy cerca el mundo con sus olas de odio, traición, dolor, necesidad, curiosidad.
Y las olas vienen como las del mar a un puerto, a morir aquí;
dentro del patio de la posada de Bosrá;
limpio ahora de excrementos e inmundicias por el respeto del hospedero;
cuyo corazón es mejor de lo que su cara hace suponer.
Mucha gente del lugar y de otras partes, aunque todavía de la región…
Y gente que por lo que dicen, se entiende que vienen de lejos, de las riberas del lago…
O de allende el lago.
Nombres de pueblos y fragmentos de dolor se captan de las palabras que,
a la espera de Jesús, se entrecruzan.
Gadara, Ippo, Gerguesa, Gamala, Afeq, y Naím, Endor, Yizreel, Magdala y Corazaín
Y con ellos las referencias de los motivos que hasta aquí los han traído desde tan lejos:
– Cuando supe que Él había venido por la Transjordania me desanimé;
pero, cuando iba a volver a Yizreel vinieron unos discípulos,
y nos dijeron a los que estábamos esperando en Cafarnaúm:
“Ahora estará seguro más allá de Gerasa.
Id sin demora a Bosrá o a Arbela” y he venido con éstos…
– Yo vi pasar por Gadara a unos fariseos,
que preguntaban si Jesús de Nazaret estaba en la región.
Tengo a mi mujer enferma.
Me uní a ellos.
Luego ayer en Arbela, supe que iba a venir antes a Bosrá, así que he venido aquí.
– Yo vengo de Gamala, por este niño.
Le embistió una vaca furiosa.
Se me ha quedado así…
Y muestra a su hijo, tullido por entero;
incapaz de mover libremente siquiera los brazos..
Una mujer con el rostro enrojecido por el llanto.
gime:
– Yo no he podido traer al mío.
Vengo de Meguiddó
¿Creéis que me lo curará desde aquí?
Hay diversas opiniones:
– ¡Hace falta el enfermo!
– No.
Basta tener fe.
– No.
Si no impone las manos no hay curación.
Así hacen también sus discípulos.
– ¡Has recorrido mucho camino para nada, mujer!
La mujer se abandona al llanto,
diciendo:
– ¡Ay de mí!
Lo he dejado, casi agonizando, esperando que…
No lo va a curar y ahora tampoco lo voy a consolar yo cuando muera…
Otra mujer la conforta:
– No lo creas, mujer…
Que yo vengo a darle las gracias porque me hizo un gran milagro, desde el monte donde estaba hablando.
– ¿Qué mal tenía tu hijo?
– No era mi hijo.
Era mi marido, que se había vuelto loco…
Y las dos mujeres siguen hablando en voz baja.
– Es verdad.
También la madre de Arbela recuperó convertido a su hijo sin que el Maestro lo viera.
Y sigue hablando con otros que tiene al lado…
Unos que transportan unas angarillas cubiertas por entero.
gritan:
– ¡Abrid paso, por piedad!
¡Abrid paso!
La muchedumbre se separa y la camilla pasa con su carga de dolor;
para disponerse en el fondo, casi detrás de un pajar.
¡Quién sabe si es hombre o mujer la persona extendida en las angarillas!
Entran dos fariseos todo orondos y bien conservados de aspecto; más soberbios que nunca.
Asaltan como si fueran dos locos, al pobre hospedero,
gritando:
– ¡Maldito embustero!
– ¿Por qué nos dijiste que no estaba?
– ¿Eres cómplice suyo?
– ¡Burlarte así de nosotros, los santos de Israel, por favorecer a…
– ¿A quién?!
– ¿Tú qué sabes quién es?
– ¿Qué es para ti?
El hospedero los aplaca:
– ¿Qué es?
Pues lo que vosotros no sois.
De todas formas no he mentido.
Vino pocas horas después de vuestra llegada.
Y no se ha escondido, ni yo lo escondo.
Pero, dado que quien manda aquí soy yo, en este mismo instante os digo:
“¡Fuera de mi casa!”.
Aquí no se injuria al Nazareno.
¿Entendido?
¡Y si no entendéis las palabras puedo hablaros con los hechos;
¡Opresores, déspotas, que no sois más que unos abusones!
El fornido hospedero parece tan dispuesto a pasar a la acción,
que los dos fariseos cambian de tono y reptan como perrillos amenazados con el azote.
Y su cinismo hipócrita, responde:
– No,
¡Pero si lo buscábamos para venerarlo!
– ¿Qué idea te has hecho?
– Lo que nos ha sacado de nuestras casillas, ha sido el pensar que por tu culpa;
no lo íbamos a poder ver.
– Sabemos quién es.
– El Mesías, santo y bendito.
– Y no somos dignos de levantar nuestra mirada a Él:
nosotros, polvo; El, gloria de Israel.
– Llévanos a El.
– Nuestra alma arde de deseo de oír su palabra.
El hospedero les devuelve la pelota maravillosamente,
respondiendo:
– ¡Oh, pues fíjate,
¿Cómo he podido pensar que fuera otra cosa;
yo que he oído hablar de la justicia de los fariseos?!
¡Pues claro, habéis venido a adorarlo!
¡Os consume este deseo!
Voy a decírselo. Voy…
¡No, por Satanás, tú no me sigues!
Y tú tampoco, u os pego una sacudida, momias viejas venenosas;
que os hago entrar al uno en el otro.
¡Vosotros os quedáis aquí.
Tú aquí, donde te planto, y tú aquí.
Lo que siento es no poderos hincar en el suelo hasta el cuello
para servirme de vosotros como una estaca para atar a los cerdos y degollarlos.
Y une la acción a las palabras: coge primero al fariseo más delgaducho, por las axilas,
lo alza y lo planta en el suelo con tanta violencia que, verdaderamente,
si no fuera una tierra bien dura, el desdichado habría entrado al menos hasta el tobillo.
Pero es tierra dura y el fariseo queda de pie,
tras un fuerte bamboleo, como si fuera un muñeco.
luego coge al otro y a pesar de ser más bien obeso, lo levanta y lo baja con igual furia.
Y como reacciona y forcejea;
al final, en vez de ponerlo derecho, lo tira al suelo.
Y el fariseo cae sentado: hecho un envoltorio de carne y ropa…
Después de hacer esto, Fara se marcha, diciendo una palabrota
que se pierde entre los lamentos de los dos fariseos y las carcajadas de muchos.
Entra por un pasillo, pasa a un patio pequeño, toma una escalera,
pone pie en una galería y sigue…
Hasta llegar en una habitación amplia donde Jesús con todos los suyos,
están terminando de comer.
Fara anuncia:
– Han llegado dos de los cuatro fariseos.
Te lo digo para tu gobierno.
Yo, por el momento, ya les he dado un repaso.
Pretendían venir detrás de mí.
No he querido.
Ahora están abajo, en el patio, entre muchos enfermos…
¡Vaya que hay muchos!
Y más gente.
Jesús dice:
– Voy enseguida.
Gracias, Fara.
Tú ya puedes ir yendo.
Pero Jesús ordena que los discípulos se queden donde están.
Y también las mujeres, excepto su Madre, María Cleofás, Susana y Salomé.
Y, visto el dolor que se dibuja en los rostros de los que quedan excluidos,
dice:
– Subid a la terraza.
Me podréis oír igualmente.
Sale con los apóstoles y las cuatro mujeres.
Sigue en sentido contrario el mismo recorrido del hospedero.
Entra en el patio grande.
La gente alarga el cuello para ver; los más astutos se suben a los pajares;
a los carros que están aparcados en uno de los lados, a los bordes de los pilones…
Los dos fariseos se adelantan respetuosísimos para recibirlo.
Jesús los recibe con su habitual saludo,
como si fueran sus más fieles amigos.
no se detiene a responder a sus preguntas hipócritas:
– ¿Tan pocos sois?
– ¿Sin discípulos?
– ¿Te han abandonado?
Jesús, continuando su paso,
responde serio:
– Ningún abandono.
Venís de Arbela, donde habéis encontrado a los que me preceden;
en Judea habéis encontrado a Judas de Simón, Tomás, Nathanael y Felipe.
El fariseo corpulento no se atreve a seguirle más y se para de golpe, colorado como una brasa.
insiste:
– Es verdad.
Pero, precisamente sabíamos que estabas con discípulos fieles y con las mujeres.
Y nos extrañaba verte con tan pocos.
Queríamos ver tus nuevas conquistas, para congratularnos contigo – y ríe falaz.
– ¿Mis nuevas conquistas?
¡Aquí están!
Y Jesús hace un gesto en semicírculo señalando a la multitud,
que, en su mayor parte, son de la Transjordania o de esta región donde está Bosrá.
Luego, sin darle al fariseo tiempo para replicar,
empieza su discurso.
– “Me han buscado los que antes no se hacían cuestión de Mí,
me han encontrado los que antes no me buscaban.
“Aquí estoy, aquí estoy” a una nación que no invocaba mi Nombre” (Cita aquí Jesús a Isaías 65, 1 y siguientes, y 63)
¡Gloria al Señor, que habla la verdad por la boca de los Profetas!
Yo, verdaderamente, al ver a esta muchedumbre que se apiña en torno a Mí,
exulto en el Señor,
porque veo cumplidas las promesas que el Eterno me hizo cuando me envió al mundo,
aquellas promesas que Yo mismo encendí, con el Padre y el Paráclito,
en el pensamiento, en la boca, en el corazón de los Profetas,
aquellas promesas que conocí antes de ser Carne y me incitaron a vestirme de carne.
Y me sostienen.
Sí, me sostienen frente al odio, el rencor, la sospecha y la mentira.
Me han buscado los que antes no se hacían cuestión de Mí,
me han encontrado los que no me buscaban.
¿Por qué esto, si aquellos a quienes he tendido la mano diciendo: “Aquí estoy”,
por el contrario, me han rechazado?
Y éstos me conocían, mientras que aquéllos no me conocían. ¿Entonces?
He aquí la clave del misterio.
Ignorar no es pecado, renegar sí.
Demasiados de los que tienen noticia de Mí -a los cuales he tendido la mano,
me han renegado como si fuera espurio, o un ladrón, o un diablo corruptor;
porque en su soberbia han apagado la Fe,
se han descarriado por caminos no buenos, retorcidos, pecaminosos;
abandonando el camino que mi Voz les indica.
El pecado está en el corazón, en los platos, en los lechos, en los corazones,
en las mentes de este pueblo que me rechaza…
Y que, viendo reflejada en todas partes su propia impureza,
más concentrada aún por su odio.
Y entonces me dice: “Aléjate porque eres impuro”.
¿Qué habrá de decir pues, Aquel que viene con sus vestiduras teñidas de rojo,
vestido de esplendor, caminando en la grandeza de su fuerza?
Va a cumplir ya lo que dice Isaías, no va a guardar silencio, pero,
¿Verterá en el interior de ellos cuanto se merecen? No.
Antes debe pisar en su lagar, completamente Solo, abandonado por todos;
para hacer el vino de la Redención.
El vino que embriaga a los justos para hacerlos bienaventurados,
el vino que embriaga a los culpables del gran pecado para triturar su sacrílego poder.
Sí. Mi vino, el que va madurando hora tras hora al sol del eterno Amor,
significará ruina y salvación de muchos,
como ha dicho una profecía no escrita aún, mas sí depositada en la roca sin hendidura
de que ha brotado la Vid que produce el Vino de Vida eterna.
¿Entendéis?
No, no entendéis, doctores de Israel.
Pero no importa que no entendáis.
Está descendiendo sobre vosotros la tiniebla de que habla Isaías:
“Tienen ojos pero no ven, oídos pero no oyen”.
Con vuestra malignidad os protegéis de la Luz;
así se podrá decir que la Luz ha sido rechazada por las tinieblas
y el mundo no ha querido conocerla.
Sin embargo, vosotros,
vosotros que viviendo en las tinieblas habéis sabido creer en la Luz que os anunciaban,
vosotros que la habéis deseado, buscado y encontrado, exultad.
Exulta, pueblo de los fieles que has venido a la Salud, por montes, ríos, valles y lagos,
sin contar el peso del largo camino.
Lo mismo se hace por el otro camino espiritual que es el que,
de las tinieblas de la ignorancia, te conducirá, pueblo de Bosrá, a la luz de la Sabiduría.