321 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Las olas se rompen contra la playita de Mágdala, cuando las dos barcas tocan tierra
al caer de una tarde del mes de Noviembre.
No son olas grandes.
En todo caso, son molestas para quien desembarca, porque los vestidos se mojan.
Pero la perspectiva del ya próximo alojamiento en casa de María de M{agdala,
hace soportar sin refunfuños el no deseado baño.
Jesús dice a los mozos:
– Poned en seguro las barcas y luego nos alcanzáis.
Y enseguida, se pone en camino siguiendo el litoral;
porque han desembarcado en una pequeña ensenada que está un poco fuera de la ciudad
y en la que hay otras barcas de pescadores de Mágdala.
Jesús dice:
– Judas de Simón y Tomás, venid aquí conmigo.
Los dos van sin demora.
– He decidido daros un encargo de confianza y al mismo tiempo, una alegría.
El cometido es éste: que acompañéis a las hermanas de Lázaro a Bethania.
Y, con ellas, a Elisa.
Os estimo lo suficiente como para confiaros las discípulas.
Aprovecharéis para llevar una carta mía a Lázaro.
Luego, una vez cumplido este cometido, iréis a vuestras casas, para las Encenias…
Todos pasaremos las Encenias en nuestra casa, este año.
Es un invierno demasiado lluvioso para poder viajar.
Como podéis ver, incluso los enfermos son más escasos.
Por tanto, aprovecharemos de ello para descansar y dar una satisfacción a nuestras familias.
Os espero en Cafarnaúm para el final de Sabat.
Tomás pregunta:
– ¿Pero vas a estar en Cafarnaúm?
– No estoy todavía seguro de dónde voy a estar.
En un sitio o en otro, para mí es igual.
Basta con tener cerca a mi Madre.
Judas dice:
– Yo prefería pasar las Encenias contigo.
– Te creo.
Pero, si me amas, obedece; mucho más;
considerando que vuestra obediencia os proporcionará la manera de ayudar a los discípulos
que se han vuelto a esparcir por todas partes.
¡Sí que tenéis que ayudarme en esto!
En las familias, los hijos mayores son los que ayudan a los padres en la formación de los hijos menores.
Vosotros sois los hermanos mayores de los discípulos, que son los menores,
y os debéis sentir contentos de que Yo me ponga en vuestras manos.
Ello es señal de que he quedado contento de vuestra reciente actuación.
Tomás dice sencillamente:
– Demasiado bueno, Maestro.
Pero, por lo que a mí respecta, trataré de hacer las cosas ahora todavía mejor.
De todas formas, siento dejarte…
Y mi anciano padre se sentirá contento de tenerme para la fiesta y también mis hermanas…
¿Y mi hermana gemela?…
Debe haber tenido un niño, o estará para tenerlo…
Mi primer sobrino…
Si es varón y nace cuando estoy yo, ¿Qué nombre le pongo?
– José.
-¿Y si es niña?
– María.
No hay nombres más dulces.
Judas, sin embargo, orgulloso del encargo recibido, ya está pavoneándose…
y haciendo proyectos, y más proyectos…
Se ha olvidado completamente de que se aleja de Jesús;
mientras que, poco tiempo antes (en los Tabernáculos), había protestado como un potro salvaje
ante la disposición de Jesús de separarse de Él por un tiempo.
Pierde también de vista completamente la sospecha de entonces,
de que era un deseo de Jesús de apartarlo.
Todo lo olvida…
Y está contento de ser considerado una persona a la que se le pueden confiar cometidos delicados.
Promete:
– Te traeré mucho dinero para los pobres.
Y mientras, saca la bolsa y dice:
– «Toma éstos.
Es todo lo que tenemos. No tengo más.
Tú dame el viático para nuestro viaje de Bethania a nuestra casa.
Tomás objeta:
– Pero no partimos esta noche.
Judas está exaltado.
– No importa.
En casa de María no hace falta más dinero, por tanto…
Bien contento estoy de no tener más dinero que manejar…
Cuando vuelva le traeré a tu Madre semillas de flores.
Se las pediré a mi madre.
Quiero también traer un regalo a Margziam…
Jesús lo mira…
Ya llegan a la casa de María de Mágdala.
Se dan a conocer y entran todos.
Las mujeres acuden llenas de alegría al encuentro del Maestro, que ha venido a alojarse en su hogar.
Después de la cena, cuando ya los apóstoles, cansados se han retirado.
Jesús, sentado en el centro de una sala, rodeado por el círculo de las discípulas,
comunica a éstas su deseo de que partan cuanto antes.
Al contrario de los apóstoles, ninguna de ellas protesta.
Inclinan la cabeza en señal de asentimiento y salen para preparar sus equipajes.
Jesús llama a la Magdalena cuando está para atravesar el umbral de la puerta.
– ¿Entonces, María?
¿Por qué me has susurrado a mi llegada:
“Tengo que hablarte en secreto”?
– Maestro,
he vendido las piedras preciosas en Tiberíades.
Las ha vendido Marcela con la ayuda de Isaac.
Tengo la suma en mi habitación.
No he querido que Judas viera nada…
Jesús la mira fijamente, pero no dice nada.
La Magdalena sale…
Y vuelve con una pesada bolsa y se la da a Jesús.
Diciendo:
– Aquí tienes.
Las han pagado bien.
– Gracias, María.
– Gracias, Rabbuní;
por haberme pedido este favor.
¿Deseas pedirme alguna cosa más?…
– No, María.
Y tú, ¿Tienes algo más que decirme?
– No, Señor.
– Sí. Te bendigo…
María… ¿Estás contenta de volver donde Lázaro?
Imagínate que Yo ya no estuviera en Palestina.
¿Volverías gustosa a casa, entonces?
– Sí, Señor. Pero…
– Termina, María.
No tengas miedo nunca de manifestarme lo que piensas.
– Pero estaría más contenta de volver a casa;
si en vez de Judas de Keriot viniera Simón el Zelote, gran amigo de familia.
– Lo necesito para una seria misión.
– Entonces tus hermanos o Juan, de corazón de paloma.
Bueno, todos menos él…
Señor no me mires con severidad…
Quien se ha alimentado de lujuria siente su proximidad…
No la temo.
Sé controlar a alguien que supera ampliamente a Judas.
Es mi terror a no ser perdonada, es mi yo;
es Satanás, que ciertamente da vueltas en torno a mí, es el mundo…
Pero si María de Teófilo no tiene miedo de ninguno,
María de Jesús siente repulsa por el vicio que la había subyugado.
Y la… Señor…
El hombre que brega por la carnalidad me da asco…
– No estás sola en el viaje, María.
Y contigo estoy seguro de que no se volverá para atrás...
Ten presente que debo proveer para la partida de Síntica y Juan para Antioquía.
Y que ello no debe saberlo quien es un imprudente…
– Es verdad.
Iré entonces…
Maestro, ¿Cuándo nos volveremos a ver?
– No lo sé, María.
Quizás no antes de la Pascua.
Ve en paz ahora.
Te bendigo esta noche y todas las noches.
Y contigo, a tu hermana y al buen Lázaro.
María se agacha para besar los pies de Jesús y sale.
Dejando solo a Jesús en la silenciosa habitación