339 LA TRAVESÍA17 min read

339 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

La ciudad de Ptolemaida da la impresión de que va a ser aplastada, por un cielo bajo,

plomizo y pesado como plomo;

sin una rendija azul, sin una sola variación en su lóbrego aspecto.

No.

No hay ni una nube, un cirro o un nimbo,

que surquen aislados, la capa cerrada del firmamento.

Es una única bóveda cóncava y pesada;

como una tapa que fuera a ser abatida sobre una caja.

Una enorme tapa de estaño sucio, fuliginoso, opaco y agobiante.

Las casas blancas de la ciudad parecen de yeso;

un yeso áspero, crudo, desolado, bajo esta luz… 

Y hasta el verde de las plantas perennes, luce empañado, triste;

así como los rostros de las personas, también se ven lívidos y espectrales;

junto con los colores de los vestidos, pues todos se ven muy apagados.

La ciudad se ahoga en el cargante siroco.

El mar responde al cielo con su mismo aspecto de muerte.

Un mar sin límites, quieto, desierto.

No es siquiera plomizo, sería errado definirlo así.

Parece una extensión ilimitada, sin repliegues, no de agua;

sino de una sustancia oleaginosa, gris;

como deben ser los lagos de petróleo crudo…

Muy parecido a una cisterna llena de plata mezclada con hollín y ceniza,

para formar una pomada.

Tiene un especial brillo de lasca cuarzosa.

Y no obstante, se ve tan muerto y opaco, que no parece brillar.

Su resplandor no se advierte, por la molestia que sufren los ojos deslumbrados,

por este cabrilleo de madreperla negruzca, que cansa y no alegra.

No se ve ni una sola ola hasta donde alcanza la vista.

La mirada llega al horizonte, donde el muerto mar toca el cielo también muerto,

sin ver movimiento alguno de ola, aunque por su subyacente ondeo,

sensible en la superficie con el cabrilleo sucio de las aguas,

se comprende que no son aguas solidificadas.

Tan muerto, que en la orilla las aguas están detenidas como agua de un pilón;

sin el más mínimo indicio de ola o resaca.

Y la arena está marcada de humedad a poco más de un metro del agua, confirmando así,

que no ha habido movimiento de olas en la orilla, desde hace muchas horas.

Es la calma chicha absoluta.

Las pocas naves que hay en el puerto, están completamente inmóviles.

Tan inmóviles, que parecen clavadas en una materia sólida.

Los pocos paños tendidos en los altos puentes, enseñas o indumentos, penden inmóviles.

En el ajetreado comercio marítimo del puerto de Ptolemaida,

por una callecita del barrio popular del puerto,

vienen hacia la marina los apóstoles, con los dos que van a Antioquía.

Pedro y Andrés llevan un arcón, Santiago y Juan el otro;

Tadeo por su parte, se ha liado a los hombros el telar, desmontado;

Mateo, Santiago de Alfeo y Simón Zelote,

van cargados con los talegos de todos, incluido el de Jesús.

Síntica lleva en la mano solamente un cesto con comida.

Juan de Endor no lleva nada.

Caminan deprisa entre la gente que en general, regresa de los mercados con las compras;

Y los que son gente de mar, se apresuran en dirección al puerto,

para cargar, descargar las naves o repararlas, según las necesidades.

Pedro camina seguro.

Debe saber ya a dónde ir porque no mira a los lados.

Todo colorado, sujeta de su parte el arcón,

por una lazada de la cuerda, puesta como asidero;

Andrés por su parte, hace lo propio.

Y se ve, tanto en ellos como en los compañeros Santiago y Juan,

el esfuerzo del peso que llevan,

porque se les ponen turgentes los músculos de las pantorrillas y de los brazos.

Y es que, para estar más libres, llevan sólo la prenda de debajo, corta y sin mangas);

en todo, semejantes a los mozos de cuerda que ágiles, van de las posadas a las naves;

o viceversa, para sus operaciones.

Por tanto, pasan completamente desapercibidos.

Pedro no va al muelle grande.

Con su grupo se dirigen hacia el muelle menor, a través de una pasarela chirriante;

es un andén construido en forma de arco, que delimita una dársena;

un segundo embarcadero, mucho más pequeño, para las barcas de pesca.

Llega hasta una en particular.

Se detiene, mira y grita, llamando la atención…

Desde el fondo se levanta un marinero y se acerca al borde;

es una barca fuerte y bastante grande.

diciendo:

–      ¡Estás decidido a zarpar de verdad?

Ten en cuenta que la vela hoy no sirve..

No hay viento y tendrás que hacerlo a fuerza de remos.

Pedro contesta:

–     Con este frío, esto nos servirá para entrar en calor y para tener buen apetito.

El marinero cuestiona:

–     ¿Sabes de verdad;

que eres capaz de navegar?

–      ¡Bah! ¡Hombre!   

Todavía no era capaz de pronunciar la palabra ‘mamá’,

cuando ya mi padre me había puesto en las manos la sondaleza,

las cuerdas de las velas. y las farcias del navío.

Allí crecieron mis dientes de leche.

–       Es que, ¿Sabes?

Esta barca es todo lo que poseo…

–       Desde ayer me lo has estado repitiendo…

¿No sabes otra canción?

–       Lo que sé es que si te vas a pique, estoy arruinado y…

–       El arruinado seré yo, porque pierdo la piel, ¡Y no tú!

–       Es que la barca constituye toda mi riqueza, mi pan y mi alegría.

Es el patrimonio de mi esposa y la dote de mi hija…

–        ¡Uff!…

Oye, no me sigas molestando porque mis nervios están a punto de reventar…

Y tienen ya un calambre, mucho peor que el de los nadadores!

Te he dado tanto, que casi te pagué la barca.

No te escatimé nada,

¡Ladrón marino que eres!…

Te demostré que sé remar y sé gobernar la vela mejor tú.

Ya todo estaba acordado.

Ahora, si la ensalada de puerros que has cenado ayer,

te ha provocado una pesadilla, porque te huele la boca como una sentina…

Si ahora te arrepientes, me importa un bledo.

Hicimos un contrato ante dos testigos, uno tuyo y otro mío.

Y ya…  ¡Basta!

Cangrejo peludo, déjame entrar…  

El barquero insiste: 

–     Pero al menos dame otra garantía… 

¡Si mueres, quién me paga la nave!

–     ¿La nave?

A esta calabaza sin pulpa la llamas nave.

¡Oh, miserable y orgulloso tenías que ser!

Te daré otras cien dracmas…

Con éstas y con lo que has pedido como alquiler;

puedes comprarte otras tres mejores que ésta.

¡No! ¡Tampoco eso!

¡De dinero nada!

Serías capaz incluso de llamarme loco…

Y luego pedirme más todavía, a la vuelta.

¡Porque vuelvo, ¡Eh! puedes estar seguro!

A lo mejor para quitarte la barba a tortazos,

si me has dado una barca con los fondos defectuosos.

Te dejo empeñada mi carreta y no quiero que te pases de listo con mi burro Antonio.

¡No! ¡Tampoco eso!

No dejo en tus manos a mi Antonio.

Te creo capaz de cambiar de oficio y pasarte de barquero a carretero…

Y escaparte en mi ausencia.

Porque mi Antonio… él solo, vale diez veces más que tu barca.

Mejor te dejo el dinero.

Pero ten en cuenta que son una garantía y que cuando regrese me los devolverás.

¿Has entendido?

¿Está bien claro?

El barquero asiente satisfecho.

Baja de la barca.

Y se apresura a meter en la barca, el telar que Tadeo había dejado en el suelo.  

Pedro mira la barca vecina, 

y grita: 

–     ¡Eh, los de esa nave!

¿Quién es de Ptolemaida?

En una nave cercana se asoman tres caras.

Y contestan:

–       Nosotros.

–       Venid aquí…

El barquero suplica:

–       No, no, no hace falta.

Nos arreglamos entre nosotros.

Pedro lo mira indagador, razonando para sí.

susurra:

–       ¡Comprendo!

Luego grita a los de la nave:

–       ¡Ya no hace falta. Quedaos ahí 

Y les dice a todos, 

¡Aaarriba! ¡Aaarriba!

Y embarca el primer baúl.

Luego ayudado por otros tres y los apóstoles,

suben y acomodan todo el cargamento que traen en la carreta;

de forma que quede en equilibrio y que tengan paso libre para las maniobras. 

Luego ayuda a los otros a estibar el suyo, los talegos y todo lo demás;

Y después de las cosas, las personas. 

Luego extrae de una bolsa pequeña unas monedas, las cuentas, las besa,

y dice:

–       « ¡Adiós, amigas!»-  y se las da al barquero.  

Éste pregunta extrañado:

–       ¿Por qué las has besado? –

–        Es… Un… rito.

Arriba, vosotros. dice a los demás de su comitiva. 

Y volviéndose al barquero, agrega:

–       Tú, al menos, sujeta la barca mientras nos vamos.

Ya las contarás.

Verás que están justas.

No quiero tenerte como compañero en el infierno…

¡Eh! Yo no robo…

Y junto con Andrés, pone el remo contra el muelle y empieza a separarse.

Y Pedro agrega:

–           ¿Ves vampiro que si sé hacerlo?

Lárgate ahora y que te vaya bien…

¡Adiós, ladrón!

Y se sienta en la proa sobre una banquita, junto a su hermano.

Frente a él están sentados Santiago y Juan de Zebedeo;

que bogan con ritmo regular y poderoso.

La barca avanza sin tirones, rápida,

a pesar de ir bastante cargada, muy cerca del flanco de las naves grandes,

Y oyen las alabanzas por su paso ligero y por el perfecto bogar,

que les lanzan los marineros de las grandes naves, cuando navegan junto a ellas.

Luego, superados los espigones…

Cuando llega a la corriente, le entrega el timón a Mateo,

diciendo:

–       Tú puedes hacerlo muy bien.

Te traerá recuerdos de cuando nos sorprendías en la pesca.

Y sabes llevar el timón pasablemente.

Pronto dejan atrás los diques y llegan a mar abierto.

Ptolemaida está extendida, hermosa y blanca sobre la ribera.

En la barca el silencio es completo y solo se oye el chasquido de los remos contra el agua.

Poco a poco, el puerto se va perdiendo en la distancia,

y Pedro dice:

–      Sí. Había un poco de viento…

Ahora no hay absolutamente nada… ¡Ni un soplo!

Santiago de Zebedeo comenta:

–           ¡Con tal de que no vaya a llover!

–           ¡Humm!

Y parece que sí…

Una llovizna fina y tupida los cubre.  

Silencio y cansancio de remos durante largo tiempo.

Luego Andrés pregunta:

–       ¿Por qué has besado las monedas?  

Pedro le responde: 

–        Porque se saluda a quien parte para siempre.

No las volveré a ver.

Y lo siento.

Hubiera preferido dárselas a algún necesitado…

¡Paciencia!…

La barca la verdad es que es buena y fuerte.

Y está bien construida.

Es la mejor de Ptolemaida.

Por eso he cedido a las pretensiones de su dueño.

También para evitar muchas preguntas sobre el lugar adonde vamos.

Por eso le he dicho: «A comprar al Jardín blanco»…

¡Ay, ay, ay, que empieza a llover!

Cubríos, vosotros que podéis hacerlo.

Tú, Síntica, dale el huevo a Juan. Es la hora. 

Santiago dice:

–        Con un mar asi, nada se puede mover en el estómago…

Andrés pregunta:

–       ¿Qué estará haciendo Jesús?

Pedro exclama:

–      ¡Sin vestidos y sin dinero!

Tadeo:

–      ¿Dónde estará ahora?

Juan de Zebedeo:

–       Sin duda rogando por nosotros.

Santiago de Alfeo:

–       Está bien.

¿Pero dónde?

Nadie puede responder la pregunta.

Pues sólo Dios conoce la respuesta.

Y la barca da bordadas, con dificultad; 

entre una bruma invernal, que poco a poco se hace más densa.

Los montes, que se escondieron tras una zona de llanura, vuelven a arrimarse al mar,

se acercan, lívidos en el ambiente neblinoso.

El mar de cerca, sigue produciendo molestia a los ojos con su extraña fosforescencia;

más lejos, se pierde en un velo brumoso.

Pedro boga incansablemente, en una barca que avanza fatigosamente, bajo un cielo plomizo;

sobre un mar de color ceniciento y bajo una finísima lluvia,

que parece neblina y produce un cosquilleo prolongado.

Los montes se ven envueltos en un manto amarillento.

Pero el mar tiene una rara fosforescencia que es molesta de mirar.

Pedro que es incansable en el remo, extiende su brazo señalando a lo lejos,

y dice:

–        En aquel poblado vamos a detenernos, para comer y descansar.

Los demás asienten.

Llegan al pueblo:

Que es un pequeño conglomerado de casas de pescadores

al abrigo del espolón de un monte que penetra en el mar.

Pedro entre dientes, dice: 

–       Aquí no se puede desembarcar.

No se toca fondo… –un suspiro- ¡Bueno!

Pues entonces comeremos aquí donde estamos

Y así es.

Los bogadores comen con buen apetito; los dos exiliados, sin ganas.

Mientras la lluvia se calma y luego arrecia…

No se ve a gente en el pueblo; es como si estuviera deshabitado.

Pero, vuelos de palomas de una casa a otra…

Y la ropa tendida en las azoteas, indican que hay gente.

Finalmente aparece en la playa un hombre semidesnudo,

que se dirige hacia una pequeña barca, que ha sido sacada a la orilla.  

Pedro se pone las dos manos en torno a los labios, formando un embudo,

y grita:

–       ¡Oye, tú! ¿Eres pescador?

La respuesta llega débil en la distancia:

–       ¡Sí!

–       ¿Qué tiempo vamos a tener?

–       Dentro de poco, mar picado.

Si no eres de por aquí, te aconsejo que te vayas inmediatamente,

más allá del promontorio.

Allí las olas son menores, sobre todo junto a la ribera…

Y puedes ir porque el mar es muy profundo.

Pero vete al punto.

–        Gracias.

¡La paz sea contigo!

–        ¡Paz y buena suerte contigo!

Pedro se vuelve hacia sus compañeros,

y dice:

–        ¡Ánimo!

Y que Dios esté con nosotros.

Andrés toma el remo y empieza a bogar,

mientras dice:

–        No cabe duda que lo está.

Y Jesús ruega por nosotros.

Los demás también toman los remos y empiezan a bogar.

Porque olas gigantescas están empezando a formarse…

Y rechazan a la barca en su intento por avanzar.

La lluvia aumenta implacable;

junto con un viento que azota las espaldas de los navegantes.

Pero la ola tendida, en efecto, ya se ha formado…

Y repele y aspira la pobre barca cada vez que viene.

Mientras tanto, la lluvia se hace cada vez más tupida…

Y un viento rítmico se agrega para torturar a los pobres navegantes.

Pedro lo gratifica con todos los más pintorescos epítetos;

porque es un viento malo que no puede ser usado para la vela

y que trata de empujar a la barca contra los escollos del promontorio ya cercano.

La barca navega con dificultad en la curva de este pequeño golfo, más oscuro que la tinta.

Reman, reman, con dificultad;

rojos, sudados, apretando los dientes, sin desaprovechar ni una migaja de fuerza en palabras.

Los otros, sentados frente a ellos; callan, mudos, bajo la tediosa lluvia

Simón de Jonás le grita unos pintorescos epítetos,

porque es un viento contrario que no solo no ayuda,

sino que entorpece los esfuerzos de los marineros.

Y trata de lanzarlos contra los escollos del promontorio que no está lejos.

La barca trata de deslizarse en la curva de este golfo miniatura,

de color negruzco cual tinta.

Todos continúan bogando fatigosamente;

concentrando todos sus esfuerzos por avanzar;

bañados por la molesta lluvia.

Juan de Endor y Síntica, están sentados en el centro junto al mástil de la vela.

Detrás los hijos de Alfeo.

Y en la popa, Mateo y Simón, que luchan por mantener derecho el timón;

a cada golpe del oleaje.

Es un trabajo arduo dar la vuelta al promontorio y finalmente lo logran.

Los remadores extenuados, logran al fin descansar un poco,

y se preguntan si sería prudente refugiarse en el poblado,

que se ve más allá del promontorio…

La idea de ‘Que se debe obedecer al Maestro;

aun cuando el sentido común diga lo contrario’ prevalece.

“Él dijo que se debe llegar a Tiro en un solo día…”

Todos están de acuerdo en esto,

Y DECIDEN SEGUIR LA TRAVESÍA… 

Después de decidir esto y continuar navegando con el mar picado…

De improviso el mar se calma…

Y todos notan el fenómeno…

Santiago de Alfeo dice:

–     El premio de haber obedecido…

Pedro confirma:

–     Sí.

Satanás se ha largado,

porque no logró hacernos desobedecer…

Mateo dice:

–       Llegaremos a Tiro en la noche.

Este mal tiempo nos ha detenido mucho…

Simón Zelote agrega:

–      No importa.

Iremos a dormir y mañana buscaremos la nave.

Juan de Endor:

–        ¿La podremos encontrar?

Tadeo dice con aplomo:

–         Jesús lo dijo.

Claro que la encontraremos…

Andrés propone: .

–      Podemos levantar la vela hermano. 

El viento que está soplando nos ayuda y avanzaremos más ligeros…

Iremos raudos con la vela que se se infle lo suficiente, 

para que ya no sea necesario remar y nuestros hermanos sientan un poco de alivio.

efectivamente, la vela se hincha, no mucho;

pero sí lo suficiente como para que la barca se deslice ligera hacia Tiro;

cuyo istmo albea allá en lontananza en el norte, con las últimas luces del día.

La noche cae rápida. 

Y parece extraño, después de tanta lobreguez de cielo,

ver asomarse las estrellas a través de un imprevisto claro,

Con el titilar resplandeciente de los astros de la Osa;

mientras el mar se ilumina con los serenos rayos de luna, tan blancos,

que casi parece rayar el alba, después de un día penoso, sin el intervalo de la noche.

cuando los últimos rayos del sol casi han desaparecido.

La noche los alcanza y lo más extraño…

Después de tanta neblina, el firmamento estrellado,

se adorna con una claridad extraordinaria.

La Osa Mayor resalta en una bóveda celeste que viste al mar

con un reflejo plateado iluminado por la luna…

Juan de Zebedeo admira todo y ríe.

Y de repente, abre su boca al canto, con su voz de tenor a todo pulmón;

acompañando el movimiento del remo con la estrofa

y ritmando ésta con el remo:

“Ave, Estrella de la Mañana,

Jazmín de la noche,

Luna de oro de mi Cielo,

Santa Madre de Jesús.

En Ti el navegante espera,

El que sufre, el que muere, en Ti piensa,

Brilla siempre, Estrella santa, Estrella pía,

Sobre quien te ama, ¡Oh, María!

Santiago su hermano dice:

–     ¿Pero qué haces?

Estamos hablando de Jesús, ¿Y tú hablas de María? 

–        Él está en Ella.

Y Ella en Él.

Pero si Él está aquí;

es porque ha existido antes Ella…

¡Oh! Tú déjame cantar…

Y todos se dejan seducir y llevar por su canto.

Pues lo acompañan en una alabanza maravillosa…

De esta manera llegan a Tiro, ya sin ninguna dificultad.

Desembarcan en el pequeño puerto, que está al sur del istmo;

oculto por las lámparas que cuelgan de muchas barcas.

Los que están allí no niegan su ayuda a los recién llegados.

Pedro y Santiago deciden quedarse en la barca, para cuidar el cargamento,

Mientras tanto, los otros, con un hombre de otra barca,

se dirigen al hospedaje para descansar

Nota importante:

Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocul

para no perder la vista y a un corderito, de nuestro grupo de oración,

un padre de familia joven que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.

Que Dios N:S: les pague vuestra caridad….

¡Muchísimas gracias y Bendiciones…!  

Y quién de vosotros quiera ayudarnos, aportando una donación económica;

para este propósito, podrán hacerlo a través de éste link

https://paypal.me/cronicadeunatraicion?locale.x=es_XC

19. que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y = que penetra hasta más allá del velo, =Hebreos 6

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