341 LA FURIA DE POSEIDÓN12 min read

341 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

El Mediterráneo es una planicie borrascosa de aguas verde-azules que se embisten entre sí

formando altísimas olas con una hermosa cresta de espuma.

Hoy no hay niebla de calina, no.

Pero el agua marina, pulverizada por los continuos embates de unas olas contra otras,

se transforma en líquidas partículas saladas que abrasan, que traspasan incluso los vestidos,

enrojeciendo los ojos, quemando las gargantas, formando una opaca niebla sutil;

que se esparce como un velo de polvos de tocador salinos, por todas partes;

tanto en el aire, como encima de las cosas,

que parecen asperjadas con una harina brillante:

Y son los diminutos cristales salinos.

Esto no sucede en los lugares a donde llegan los embates de las olas

o sus vigorosas mojaduras,

que lavan el puente de un lado al otro y se precipitan hacia dentro,

saltando por encima de una parte de la obra muerta,

para volver a caer al mar, con estrépito de cascada, por los vanos de la parte opuesta.

Y la nave se alza y se hunde…

Como pajuela a merced del océano, reducida a una nada respecto a éste,

Que cruje y se queja desde las sentinas, hasta lo más alto de los mástiles…

El mar es realmente el amo y la nave su juguete…

El navío sube y baja, balanceándose a merced del oleaje marítimo;

desde su base en el fondo hasta la punta de sus mástiles,

cruje la madera golpeada por este mar embravecido.

A excepción de los que tienen que gobernar la nave, no hay nadie en el puente de mando.

Las escotillas atrancadas no permiten ver lo que pasa bajo la cubierta.

Pero indudablemente la mayoría de los navegantes están rezando a sus dioses favoritos,

para escapar de la cólera de la Naturaleza desatada con todo su furor.

El rugido del viento y los golpes de las olas,

de un mar que se manifiesta poderoso e implacable…

Ya no hay neblina, ni obscuridad.

Las poderosas olas se levantan y se estrellan sobre el puente de la nave,

pasando de un lugar al otro;

rompiéndose en una cascada, que moja todo lo que toca.

Aparte de los que están maniobrando, no hay ya nadie en el puente.

Ni ninguna mercancía.

Sólo los botes de salvamento.

Los hombres de la tripulación (el primero de todos el cretense Nicómedes),completamente desnudos, bamboleándose como se bambolea la nave,

corren de un lado para el otro;

para protegerse o para hacer maniobras, que son extremadamente difíciles;

porque el puente está continuamente inundado y resbaladizo.

Las escotillas atrancadas, no permiten ver lo que sucede bajo cubierta.

Pero, ciertamente ahí dentro, tampoco están muy tranquilos…

Y como prueba de esto…

Pedro saca la cabeza enmarañada por el viento que lo golpea sin piedad,

mirando con atención, evaluándolo todo…

Y vuelve a cerrar, justo antes de que un torrente de agua se le eche encima.

por la escotilla entreabierta.

Pero luego, en un momento de ausencia de ola, vuelve a abrir y sale afuera.

Cierra rápido y logra saltar antes de que la siguiente ola lo atrape.

Se agarra de donde puede y contempla este mar, que es literalmente un fragoroso infierno…

donde ruge el viento, el agua y la madera golpeada por las olas.

Se agarra a los soportes y observa ese infierno desatado  en que se ha convertido el mar;

Por todo comentario, se limita a silbar.

Y masculla algunas palabras.

Llega otra ola gigantesca…

Con una tremenda fragorosa avalancha…

Precipitándose poderosa, sobre la envergadura…

rompiendo un trozo de mástil…

Y al caer, arrastrado ahora por un aluvión de agua que irrumpe en el puente,

junto con un tremendo torbellino de viento, abatiendo un trozo del casco.

Los que están debajo deben tener la sensación de estar naufragando..

Pedro sigue avanzando sobre cubierta, con mucha dificultad…

Nicómedes está desnudo en la cubierta, girando órdenes a diestra y siniestra.

Y cuando lo ve, le grita:

–      ¡Fuera! ¡Fuera!

¡Largo de aquí!

¡Largo! Cierra esa portezuela.

Si la nave se llena de agua nos iremos a pique, hasta el fondo.

Agradece que todavía no ha echado la carga al mar…

No puede seguir, porque otra ola barre el puente, cubriendo a los que están en él.

–         ¿Lo ves?

Grita a Pedro, que chorrea agua por todas partes

Y agrega:

¡Jamás había visto una tempestad igual!

¡Lárgate de aquí! ¡Te lo ordeno!

No quiero hombres de tierra sobre la cubierta, en este terrible momento..

Éste no es sitio para jardineros, y…

¡Ya es mucho si no me veo obligado a deshacerme de la carga!…

¡Jamás he visto una tempestad como ésta!

¡Vete, te digo!

No quiero hombres de tierra estorbándome.

Y no sigue con su invectiva….

Porque una ola se estrella sobre el puente y cubre todo…

Amenazando con arrastrarlos también a ellos hacia el océano embravecido..

Es el segundo día de navegación, en una mañana terriblemente comprometida;

dado que el sol, que aparece y desaparece tras nimbos muy densos,

viene todavía de oriente.

Pues la nave, a pesar del zarandeo a que se ve sometida, avanza muy poco.

Y el mar parece ponerse cada vez más violento.

Nicómedes está amarrado con una cuerda en su cintura,

y grita:

–       ¿Lo has visto?

Pedro bañado como una sopa, sin mostrar ninguna emoción,

contesta:

–       Lo estoy viendo.

Pero esto no me altera.

No sólo sé vigilar jardines.

He nacido en el agua. De lago, es verdad…

¡Pero también en el lago hay tempestades!…

Antes de… cultivador fui pescador y conozco…

Pedro está tranquilísimo y sabe acompañar las oscilaciones a la perfección,

con sus piernas separadas y musculosas.

El cretense lo observa mientras se mueve para acercarse a él.

Y le pregunta:

–       ¿No tienes miedo?

–       ¡En absoluto!

¡Ni en sueños!

–       ¿Y los demás?

–        Tres de ellos son pescadores, cómo yo.

Mejor dicho, lo fueron.

Los demás a excepción del enfermo son fuertes.

–        ¿También la mujer?…

Nicómedes se interrumpe bruscamente, tras un momento de aparente quietud,

grita a Pedro:

¡Pon atención!

¡Fíjate! ¡Ten cuidado

¡Agárrate!

Una ola gigantesca se ha estrellado sobre el puente.

Pedro espera a que pase,

y dice:

–         ¡Qué bien me hubiera sabido esta bañada en los días calurosos!

¡Paciencia!…

¿Decías algo sobre la mujer? Ruega…

Y no estaría mal que también lo hicieras tú….

¿Dónde nos encontramos?

¿En el canal de Chipre?…

–       ¡Ojalá fuera así!

Me acercaría a la isla y esperaría a que se calmaran los elementos.

Apenas estamos a la altura de la colonia Julia o Berito, si lo prefieres.

Ahora viene lo peor…

Aquellas son las montañas del Líbano.

Pedro hace ritmo con sus piernas cortas y musculosas, siguiendo el movimiento del navío.

Y señalando hacia un punto determinado,

pregunta:

–           ¿No podríamos anclar en aquella población que se ve a lo lejos?

–           El puerto no es bueno, tiene bajíos y escollos.

No se puede.

¡Cuidado!…

Llega otro torrente con un tronco de árbol,

que hiere a un hombre de los que hacen maniobras…

Y no lo arrastra la marejada porque es detenido por un obstáculo…  

Sigue otra ola gigantesca…

Otro torbellino y otro pedazo de mástil que se va;

golpeando otra vez al hombre que, si no es arrastrado por las aguas,

es sólo porque la ola lo deja atascado,

contra el mismo obstáculo, que lo ha librado milagrosamente..

El cretense grita:

–        ¡Lo estás viendo!

¡Es muy peligroso estar aquí!

¡Vete abajo!

¡Lo estás viendo!

–           Lo veo.

Pero ese hombre…

–         Si no está muerto, volverá en sí.

Yo no puedo hacer nada.

No puedo atenderlo. Lo ves…

Estoy tratando de gobernar la nave, hasta que salgamos de esto…

No cabe duda que el cretense está al tanto de todo…

–       Déjamelo a mí.

Le atenderá la mujer…

–       ¡Haz lo que quieras!

¡Pero ya lárgate a tu camarote y cierra bien!

Pedro se arrastra hasta el lugar en donde está el marino herido.

Y tira de él por un pie, lo acerca a sí.

Lo ve… Silba…

Masculla:

–        Tiene la cabeza abierta como una granada madura.

Aquí haría falta el Señor…

¡Si estuviera Él!

¡Señor Jesús!

Maestro mío, ¿Por qué nos has dejado?

Un gran dolor estremece su voz…

Se carga al moribundo sobre la espalda y la túnica se le mancha de sangre.

Y se dirige hacia la portezuela del camarote…

El cretense le grita:

–         ¡Es inútil todo!

¡Míralo bien!

¡Es un hombre muerto!…

Pedro, con su carga encima, no le hace caso.

Y agarrándose fuertemente ante el embate de otra ola…

Vuelve a la escotilla.

El cretense le grita:

–        Es un esfuerzo inútil.

No hay nada que hacer.

¿No lo ves?

Pero Pedro, yendo cargado, le hace un gesto como diciendo: «no importa»

Y se arrima contra un palo para resistir una nueva ola.

Pedro dice para sí mismo:

–        Eso lo veremos.

Y abriendo la escotilla,

grita:

–       ¡Santiago! ¡Juan!

¡Venid aquí!

Los dos apóstoles acuden rápido..

Pedro cierra tras de sí la portezuela.

Y con ayuda de los apóstoles transportan al hombre herido;

hasta una mesa cercana, donde lo depositan.

A la pálida luz de las lámparas que se bambolean,

los apóstoles preguntan:

–         ¿Estás herido?

Pedro objeta:

–         Yo no.

La sangre es de éste. Rogad para que…

Y llamando a la griega,

añade:

¡Síntica! Ven, mira aquí un momento.

Una vez me dijiste que sabías curar heridos.

Mira esta cabeza…

Ven aquí y ayúdame a curarlo.

Tiene la cabeza abierta…

Síntica deja de sostener a Juan de Endor que está bastante mal y sufre mucho.

Y se acerca hasta la mesa en donde han puesto al herido.

La joven griega lo mira…

Y exclama:

–         ¡La herida es muy profunda!

Es igual a la que vi en dos esclavos.

Uno al que había golpeado el amo.

Y otro, al que lo había golpeado una enorme roca en Craparola.

Es necesaria mucha agua para lavar la herida y detener la sangre…

Pedro dice:

–        ¡Si solamente quieres agua!…

¡Hay incluso demasiada!

Ven, Santiago, con la artesa y ayúdame.

Entre los dos lo haremos pronto…

Van y vuelven, chorreando.

Y Síntica, con paños empapados en agua, lava y aplica compresas en la nuca…

Y aparece el daño infligido en el cráneo, en toda su horrorosa realidad…

Desde la sien hasta la nuca, el hueso está al descubierto.

No obstante, el hombre abre de nuevo los ojos, vagarosos y sin expresión.

Y se le oye roncar, está estertoroso.

Se apodera de él el miedo instintivo de morir.

Balbucea aterrado unas palabras en griego…

Síntica le habla en su mismo idioma, tratando de consolarlo, con su tono más maternal,

diciéndole:

–        ¡Bueno! ¡Bueno!

¡Te vas a curar! ¡Tranquilízate!

El hombre está semiinconsciente y la mira sorprendido.

Y al escuchar su lengua materna, un atisbo de sonrisa se dibuja en sus labios.

Busca la mano de Síntica y se aferra a ella.

En los umbrales de la muerte y con los embates del sufrimiento,

instintivamente el hombre es un niño, que busca la caricia maternal de la mujer,

que le ha hablado con ternura…

Cuando Síntica ve que la hemorragia se detiene,

dice con fe:

–        Voy a ungirlo con el ungüento de María.

Mateo, pálido como un muerto;

no se sabe si por el mar, el bamboleo del barco, por la sangre o por las tres cosas,

trata de objetar:

–        Pero eso es para los dolores reumáticos de Juan…

Síntica explica:

–        ¡Oh, lo hizo María con sus manos!

Se lo aplicaré rogando a Jesús…

Rogad también vosotros.

El Padre Celestial nos escuchará… Y

no le puede hacer ningún mal.

El aceite es medicina…

Mateo encoge los hombros y Síntica va hacia la alforja de Pedro.

Saca un recipiente que parece de bronce.

Lo abre y toma un poco de ungüento.

Lo calienta entre sus manos y lo vierte sobre un trozo de lino doblado,

que pone sobre la cabeza del herido, con un vendaje apretado.

Y lo recuesta sobre su manto doblado como si fuera una almohada.

Luego se sienta junto a él, orando mientras el herido parece adormecerse.

Arriba se sigue abatiendo la furia de los elementos sobre la nave;

que se hunde y se empina sin tregua.

Pasado un rato, se abre el portillo y entra presuroso un marinero.

Pedro pregunta:

–        ¿Qué pasa?

–        Que estamos en peligro.

Vengo por los inciensos y las oblaciones para hacer un sacrificio…

–        ¡Déjate de esas cosas!

–        ¡Nicomedes quiere sacrificar a Venus!

Estamos en su mar…

–        Que está desenfrenado, como ella. – barbota en voz baja Pedro,

Luego agrega con voz más fuerte:

–        «Venid vosotros.

Vamos al puente.

Quizás tengamos que intervenir…

Y mirando a Síntica,

le pregunta:

–        ¿Tienes miedo de quedarte con el herido y con estos dos?

Los dos, son Mateo y Juan de Endor que están hechos unos guiñapos

y absolutamente mareados…

Y Síntica responde:

–       ¡No!

No. Id si os parece…

Nota importante:

Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocular,

para no perder la vista.

Y a un corderito, de nuestro grupo de oración, un padre de familia joven,

que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.

¡Que Dios N.S. les pague vuestra caridad….!

Y quién de vosotros quiera ayudarnos,

aportando una donación económica; para este propósito,

podrán hacerlo a través de éste link

https://paypal.me/cronicadeunatraicion?locale.x=es_XC

19. que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y = que penetra hasta más allá del velo, =Hebreos 6

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: