343 EXILIADOS…
343 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
En una bellísima puesta de sol, se delinea la ciudad de Seleucia
como un voluminoso aglomerado blanco en el límite de las aguas azules del mar calmo
y risueño: todo un jugueteo de olitas bajo un cielo que funde su cobalto sin nubes
con la púrpura del ocaso.
La nave, desplegadas sus velas, enfila veloz hacia la ciudad lejana,
y tanto inciden en ella los esplendores del sol poniente, que parece incendiarse,
con fuego de alegría por la fiesta de la llegada ya cercana.
En el puente de la nave, entre los marineros, que ya ni trajinan ni están inquietos,
están los pasajeros, que ven acercarse la meta.
Sentado junto a Juan de Endor (más macilento aún que cuando partió),
Todavía tiene fajada la cabeza con una venda ligera;
su tez, pálida-marfil por la gran cantidad de sangre que ha perdido.
Pero sonríe y habla con sus salvadores, o con los compañeros que, pasando,
se congratulan con él de verlo en el puente.
También el cretense se percata de su presencia.
Deja por un momento su puesto, poniéndolo en manos del jefe de la tripulación,
para ir a saludar a su «óptimo Demetes», que ha vuelto al puente por primera vez
después de sufrir la herida.
Y dirigiéndose a los apóstoles,
les dice:
«Y gracias a todos vosotros» .
«No tenía ninguna esperanza de que sobreviviera, después del golpe de ese pesado travesaño
y del hierro que lo hacía todavía más pesado
Verdaderamente, Demetes, éstos te han dado de nuevo a la vida,
porque estabas ya dos veces muerto.
La primera, yaciendo como una mercancía en el puente, donde habrías perecido por el
desangramiento… y por las olas, que te hubieran llevado al mar;
habrías descendido al reino de Neptuno, a hacer compañía a nereidas y tritones.
La segunda, por haberte curado con esos maravillosos ungüentos.
Y se va hacia el puente de mando para tomar el timón, pues ya están muy cerca del atracadero.
Pedro dice:
– Vamos a tomar nuestro cargamento.
No veo la hora de alejarnos de este asqueroso pagano.
Juan… Síntica…
En cuanto bajemos con la carga, vendremos por ustedes…
Y los ocho apóstoles se van ligeros a hacer lo que han dicho.
observan los diques y la sinfonía de silbidos con que se trasmiten las órdenes
para que el navío quede a punto para el desembarco.
Juan de Endor dice muy triste:
– Síntica, cada vez damos un paso más hacia lo desconocido.
Otro paso que nos aleja del dulce pasado.
Otra agonía… no creo que aguante…
Síntica está muy pálida y también agobiada por la tristeza,
pero es siempre la mujer fuerte que da fuerzas a los que ama:
– Es verdad, Juan.
Otro golpe que destroza el corazón.
Otra agonía…
Pero no digas: ‘Otro paso más hacia lo desconocido’ No está bien.
Conocemos nuestra misión.
Y nos estamos uniendo a la Voluntad de Dios, que sólo Él sabe por qué lo está permitiendo…
Ni siquiera debemos decir: ‘Otro golpe’
Nosotros seguimos fieles a su Voluntad.
El golpe abate.
Nosotros nos unimos.
Nos vemos libres de los placeres sensibles de nuestro amor por Él, por nuestro Maestro.
Y nos reservamos las delicias suprasensibles, haciendo que nuestro amor y obligación
se trasladen a un plan superior.
¿No estás convencido de ello?
¿Sí?
Juan asiente en silencio con un gesto afirmativo.
– Entonces no debes decir ‘otra agonía’
Decir agonía significa que la muerte está cerca.
Pero nosotros al llegar a un plano espiritual por nuestros propósitos, no morimos,
sino que ‘vivimos’.
Porque lo espiritual es eterno.
Por esta razón subimos a una vida mejor, anticipo de la vida verdadera del Cielo.
¡Ea, ánimo!
¡Olvida que eres el Juan inútil!
Y piensa que eres el hombre destinado al Cielo.
Reflexiona, reacciona y medita…
Y espera solo en ser el ciudadano de aquella patria inmortal.
Los apóstoles ya tienen la carga lista para desembarcar,
cuando la nave entra majestuosa, al lugar donde va a atracar.
Se acercan los dos que están sufriendo el dolor infinito del alejamiento
del que ya aman con todo su ser.
Nicómedes se acerca a despedirlos.
Y Pedro dice:
– Adiós y muchas gracias.
– ¡Salve hebreos!
También yo os las doy.
Si os apresuráis, encontrareis alojamiento…
Hasta la vista…
Después de bajar la carga, los diez descienden.
Y cargados con sus fardos, se alejan en busca del albergue…
Al día siguiente…
Erguido enfrente de los apóstoles bajo el primer sol de la mañana…
El anciano posadero dice:
– En los mercados encontraréis seguro un carro.
Pero, si queréis el mío os lo dejo, en recuerdo de Teófilo.
Si vivo tranquilo, se lo debo a él.
Me defendió, porque era justo.
Ciertas cosas no se olvidan.
Pedro objeta:
– Es que tú estarías sin tu carro varios días…
Y además, ¿Quién lo guía?
Yo con un burro… todavía…
¡Pero con un caballo!…
– ¡Es igual!
No te voy a dar un potro indómito.
doy un prudente caballo de tiro, bueno como un cordero.
Llegaréis pronto y sin fatigaros.
Para la hora novena estaréis en Antioquía;
mucho más considerando que el caballo conoce muy bien el camino y va solo.
Me lo devolverás cuando quieras, sin interés por mi parte,
si no es el de hacer una cosa grata al hijo de Teófilo.
Decidle que todavía le debo muchas cosas.
Y que lo recuerdo y me siento siervo suyo.
Pedro pregunta a sus compañero
– ¿Qué hacemos? –
– Lo que te parezca mejor.
Tú juzga y nosotros obedecemos…
-¿Probamos con el caballo?
Lo digo por Juan…
Y también para abreviar…
Me siento como si estuviera llevando a uno a la muerte
y estoy deseando acabar todo esto lo antes posible…
Todos aprueban:
– Tienes razón
– Entonces, hombre, acepto.
— Y yo ofrezco con alegría.
El hospedero se marcha.
Pedro da rienda suelta a su pensamiento:
– He consumido en estos pocos días la mitad del tiempo de vida que tenía.
¡Una pena!… ¡Una pena!…
Habría querido tener el carro de Elías, el manto que cogió Eliseo,
que les hiciera olvidar, que les…
¡No sé! Algo, en definitiva, que no les hiciera sufrir tanto…
Pero, si logro saber quién es la causa principal de este dolor,
dejo de ser Simón de Jonás si no lo retuerzo como a un paño empapado.
No digo matarlo, ¡No!,
Pero sí exprimirlo, como él ha exprimido la alegría y la vida a esos dos pobrecillos…
Santiago de Alfeo.,
dice:
Es una gran pena.
Pero Jesús dice que se debe perdonar las ofensas…
– Si me las hubieran hecho a mí, debería perdonar.
Y podría.
Estoy sano y fuerte.
Y si alguien me ofende tengo fuerza para reaccionar incluso contra el dolor.
¡Pero, el pobre Juan!
No, no puedo perdonar la ofensa contra el redimido del Señor;
contra uno que muere afligido de esta forma…
Andrés suspira, diciendo:
– Yo pienso en el momento en que lo dejemos del todo… –
Mateo susurra:
Es un pensamiento fijo y que aumenta a medida que se acerca el momento…
Pedro dice:
– Hagámoslo pronto, por piedad
Poniendo una mano en el hombro de Pedro.
Zelote dice serenamente:
– No, Simón.
Perdona si te observo que te equivocas deseando eso.
Tu amor al prójimo se está transformando en un amor desviado.
Y esto no debe suceder en ti, que siempre has sido recto.
– ¿Por qué, Simón?
Eres culto y bueno.
Muéstrame mi error.
Y yo, si así lo veo, te diré: tienes razón.
– Tu amor se está haciendo malsano, porque está para transformarse en egoísmo.
– ¿Cómo?
¿Me aflijo por ellos y soy egoísta?
– Sí, hermano;
porque tú, por exceso de amor, todo exceso es desorden.
Y por tanto, induce al pecado, te envileces.
Quieres no sufrir tú de ver sufrir.
Eso es egoísmo, hermano en el nombre del Señor.
Pedro concede:
-¡Es verdad!
Tienes razón. Y
Te agradezco esta advertencia.
Así se debe hacer entre buenos compañeros. Bien.
Entonces ya no tendré prisa…
¿No es un acto de piedad?
Todos dicen:
– Lo es, lo es…
– ¿De qué forma los vamos a dejar?
Andrés sugiere:
– Propondría hacerlo cuando nos haya recibido Felipe,
pero quedándonos quizás ocultos un tiempo en Antioquía.
Y preguntándole a Felipe cómo se van adaptando…
Santiago de Alfeo.. objeta:
– No.
Sería hacerles sufrir demasiado con una separación tan brusca.
Santiago de Zebedeo, comenta:
– Entonces…
Sigamos a medias el consejo de Andrés.
Quedémonos en Antioquía, pero no en casa de Felipe.
Y durante unos días vamos a verlos, cada vez menos, cada vez menos, hasta que…
No volvemos…
Tadeo opina:
– Dolor renovado una y otra vez.
Y cruel desilusión.
No. No se debe hacer.
– ¿Qué hacemos, Simón?
Pedro dice abatido:
– ¡Ah!, por lo que a mí respecta,
quisiera estar en su lugar, más bien que tener que decir: “Me despido de vosotros”
Zelote dice:
– Propongo una cosa.
Vamos con ellos a casa de Felipe.
Luego, siguiendo todavía juntos, vamos a Antigonio.
Es un lugar ameno…
Y allí también estamos un tiempo.
Una vez que ellos se hayan aclimatado, nos retiramos, con dolor pero con virilidad.
Yo diría esto.
A menos que Simón-Pedro tenga órdenes distintas del Maestro.
– ¿Yo? No.
Me dijo: “Haz todo, bien, con amor, sin pereza y sin prisa.
Y de la forma que juzgues mejor”.
Hasta ahora creo que lo he hecho.
¡Está eso de que dije que era pescador!…
Pero, si no lo hubiera dicho no me habría dejado estar en el puente.
Tadeo lo conforta:
– No te crees escrúpulos tontos, Simón.
Son puntadas del demonio para turbarte.
Juan de Zebedeo confirma:
– Verdaderamente es así!
Creo que está alrededor de nosotros como no lo ha estado jamás,
poniéndonos obstáculos y creándonos miedos, para movernos a actos viles.
Y concluye en voz baja:
« Creo que quería inducir a la desesperación a ellos dos, reteniéndolos en Palestina…
Y ahora que se escapan de su asechanza se venga en nosotros…
Me lo siento alrededor como una serpiente escondida entre la hierba…
Y ya hace meses que me lo siento alrededor así…
Mirad, ahí vienen el hospedero por un lado y Juan y Síntica por el otro.
Os diré el resto cuando estemos solos, si os interesa.
Nota importante:
Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocular,
para no perder la vista.
Y a un corderito, de nuestro grupo de oración, un padre de familia joven,
que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.
¡Que Dios N.S. les pague vuestra caridad….!
Y quién de vosotros quiera ayudarnos,
aportando una donación económica; para este propósito,
podrán hacerlo a través de éste link