355 LAS DERROTAS DEL MESÍAS14 min read

355 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

El pastor Jonás pregunta:

–       ¿Y mis ovejas, Señor?

Dentro de poco tendría que tomar un camino distinto del tuyo,

para ir a mi pastura… –

Jesús sonríe, pero no responde.

Es bonito andar, ahora que el sol calienta el aire y hace brillar como esmeraldas

las hojitas nuevas de los bosques y la hierba de los prados;

transformando en engastes los cálices de las flores, para las gotas de rocío que brillan

en los aros radiados multicolores de las florecillas del campo.

Jesús camina, sonriente.

Los apóstoles, en seguida animados de nuevo, lo siguen felices y sonrientes…

Llegan a la desviación.

El pastor Anás, afligido,

dice:

–        Y aquí tendría que dejarte…

¿Entonces no vienes a curar a mis ovejas?

Yo también tengo fe, y soy prosélito…

¿Me prometes, al menos, que vendrás después del sábado?

–         ¡Anás!

¿Pero no has comprendido todavía que tus ovejas están curadas desde que alcé mi mano

hacia Lesemdán?

Ve, pues, tú también a ver el milagro y a bendecir al Señor.

El pastor se queda paralizado, por la admiración y el asombro al escuchar al maestro,

anunciándole la Gracia para él.

Y el milagro recibido en sus rebaños…

Está más pasmado que la mujer de Lot, después de su petrificación en sal,

porque la impresión que causa a quién lo mira, no sería distinta del pastor,

que se ha quedado en la posición en que estaba:

Un poco encorvado e inclinado,

con la cabeza vuelta hacia arriba para mirar a Jesús.

Con un brazo semi-extendido a media altura…

Parece una estatua.

Podría tener debajo el cartel: «El suplicador».

Mas luego vuelve en sí, se postra,

y dice:

–         ¡Bendito! ¡Bueno! ¡Santo!…

Pero te había prometido mucho dinero y aquí solamente tengo algunas dracmas…

Ven, ven a visitarme después del Sábado…

Jesús promete:

–          Iré.

No por el dinero, sino para bendecirte una vez más por tu fe sencilla.

Adiós, Anás.

La paz sea contigo.

Y se separan…

Entonces Jesús, llamando a todos sus apóstoles,

les dice:

–         Y tampoco ésta es una derrota, amigos.

Aquí tampoco se han burlado de Mí, ni me han expulsado o maldecido…

«¡Venga, raudos!

Hay una madre esperándonos desde hace días…

Y la marcha prosigue, con un breve alto en el camino, para comer pan y queso.

Y beber en un manantial…

El sol está en mediodía cuando se ve aparecer la bifurcación del camino.

Mateo dice:

–         Allá en el fondo empieza la escalera de Tiro.

Y se alegra al pensar que la mayor parte del trayecto está ya recorrido.

Apoyada en el mojón romano hay una mujer.

A sus pies, en un traspuntín, hay una pequeñuela de unos siete u ocho años.

La mujer mira en todas las direcciones: hacia la escalera excavada en el monte rocoso,

hacia la vía de Ptolemaida, hacia el camino recorrido por Jesús.

Y, de vez en cuando, se inclina para acariciar a su niña;

para proteger su cabeza del sol con un paño,.

O cubrirle los pies y las manos con un chal.

Andrés pregunta:

–         ¡Ahí está la mujer!

Pero, ¿Dónde habrá dormido estos días?

Mateo responde:

–        Quizás en aquella casa de cerca de la bifurcación.

No hay otras casas cercanas.

Santiago de Alfeo,

añade:

–         O al raso.

Tadeo responde:

–        No, por la niña.

Juan exclama:

–        ¡Con tal de obtener la gracia!…

Jesús no habla. Pero sonríe.

Todos en fila (El en el centro, tres de esta parte, tres de la otra), ocupan toda la vía;

en esta hora de pausa de viandantes, que se han parado a comer en los respectivos lugares

en que los ha sorprendido el mediodía.

Jesús sonríe.

Alto, hermoso, en el centro de la fila.

Su rostro está tan radiante que parece como si toda la luz del sol se hubiera concentrado en él.

Parece emanar rayos.

La mujer levanta los ojos…

Ya están a unos cincuenta metros de distancia.

Quizás ha llamado su atención, distraída al oír llorar a su hija.

La mirada de Jesús fija en ella.

Mira…

Se lleva las manos al corazón con un gesto involuntario de ansia, de sobresalto.

Jesús aumenta su sonrisa.

Y esa fúlgida sonrisa, inefable, debe decirle tantas cosas a la mujer,

que, ya sin ansia, sonriente, como si va fuera feliz, se agacha a coger a su niña.

Y sosteniéndola en su jergoncillo, con los brazos extendidos, como si se la estuviera

ofreciendo a Dios,

da unos pasos hacia Jesús.

En llegando a los pies de Él, se arrodilla levantando lo más que puede a la niña,

que está en posición echada y que mira, extática, el hermosísimo rostro de Jesús.

La mujer no dice ni una palabra.

¿Qué podría decir que fuera más profundo que lo que dice con toda su figura?…

Jesús dice solamente una palabra, corta pero poderosa,

letificante como el «Fiat» de Dios en la creación del mundo:

–         -¡Sí»!.

Y apoya la mano sobre el pequeño pecho de la niña echada.

Entonces la niña, emitiendo un grito de calandria liberada de la jaula,

exclama:

–         ¡Mamá!

Se sienta de golpe…

Pasa luego a poner pie en tierra, abraza a su madre, la cual – ella sí -, exhausta,

vacila y está a punto de caerse boca arriba,

desmayada por el cansancio, por la cesación del ansia, por la alegría que sobrecarga las ya

debilitadas fuerzas del corazón por tanto dolor pasado.

Jesús está atento a sujetarla:

Una ayuda más eficaz que la de la niñita, que, recargando con su peso los miembros maternos,

no es, ciertamente, el más indicado factor para sujetar a su madre sobre las rodillas.

Jesús la ayuda a sentarse y le transfunde fuerzas…

Y la mira, mientras mudas lágrimas descienden por la cara,

cansada y dichosa al mismo tiempo, de la mujer.

Luego es el momento de las palabras:

–         ¡Gracias, mi Señor!

¡Gracias y bendiciones!

Mi esperanza ha sido coronada…

Te he esperado mucho…

Pera ahora soy feliz…

La mujer, superado su semi-desmayo, se arrodilla de nuevo, adorando;

teniendo delante de sí a la niñita curada y que ahora recibe las caricias de Jesús.

Y explica:

–         Hacía dos años que un hueso de la columna se le consumía;

la paralizaba y la llevaba a la muerte lentamente y con grandes dolores.

La habíamos llevado a que la vieran médicos de Antioquía, Tiro, Sidón…

Y también de Cesárea y Panéade.

Hemos gastado tanto en médicos y medicinas, que hemos vendido la casa que poseíamos

en la ciudad para retirarnos a la de campo.

Habíamos despedido a los sirvientes de la casa y nos habíamos quedado sólo con los

de los campos.

Habíamos puesto en venta los productos que antes consumíamos nosotros…

¡Nada aprovechaba!

Te vi. Tenía noticia de lo que hacías en otros lugares.

He esperado la gracia también para mí…

¡Y la he obtenido!

Ahora vuelvo a casa, aligerada, dichosa…

Le daré una alegría a mi esposo…

A mi Santiago, que me puso en el corazón la esperanza, narrándome lo que por tu poder

sucede en Galilea y Judea.

¡Si no hubiéramos tenido miedo de no encontrarte, habríamos venido con la niña!

¡Pero Tú estás siempre en camino!…

Jesús responde sonriente:

–        Caminando he venido a verte…

Pero, ¿Dónde has pasado estos días?

–         En aquella casa…

Bueno, por la noche, se quedaba sólo la niña.

Hay allí una buena mujer, que me la cuidaba.

Yo he estado siempre aquí, por miedo a que pasaras de noche.

Jesús le pone la mano sobre la cabeza:

Y le dice:

–       Eres una buena madre.

Dios te ama por ello.

¿Ves cómo te ha ayudado en todo?

–        ¡Oh, sí!

¡Lo he sentido precisamente mientras venía.

Había venido de casa a la ciudad con la confianza de encontrarte;

por lo tanto, con poco dinero y sola.

Luego, siguiendo el consejo de aquel hombre, seguí por este lugar.

Mandé un aviso a casa y vine…

Y no me ha faltado nunca nada, ni pan, ni refugio, ni fuerza.

Santiago de Alfeo, enternecido por todas las fatigas pasadas por la mujer,

pregunta:

–         ¿Siempre con ese peso en los brazos?

¿No podías servirte de un carro?….

–         No.

Ella habría sufrido demasiado: hasta morir incluso.

En los brazos de su mamá ha venido mi Juana a la Gracia.

Jesús acaricia en el pelo a las dos,

diciendo:

–         Ahora podéis marcharos.

Sed siempre fieles al Señor.

El Señor esté con vosotras y con vosotras mi paz.

Jesús reanuda su camino por la vía que conduce a Ptolemaida.

–         Esta tampoco es una derrota, amigos.

Tampoco aquí me han expulsado, ni se han burlado de Mí, ni me han maldecido.

Siguiendo la vía directa, pronto se llega al taller del herrador que está al lado del puente.

El herrador romano está descansando al sol, sentado contra el muro de la casa.

Reconoce a Jesús y lo saluda.

—         ¡Salve!

Jesús devuelve el saludo,.

—        Que la Luz te ilumine.

y añade:

–         ¿Me dejas estar aquí, para descansar un poco y comer un poco de pan?

—        Sí, Maestro.

Mi mujer quería verte…

Porque le he referido la parte de tu discurso que ella no había oído la otra vez.

Ester es hebrea.

Pero, siendo romano, no me atrevía a decírtelo.

Te la habría mandado…

–         Llámala, entonces.

Y Jesús se sienta en el banco que hay contra la pared;

mientras Santiago de Zebedeo distribuye pan y queso…

Luego sale una mujer de unos cuarenta años, turbada, roja de vergüenza.

Jesús le dice:

–        Paz a ti, Ester.

¿Tenías deseos de conocerme?

¿Por qué?

–         Por lo que dijiste…

Los rabíes nos desprecian a nosotras, casadas con un romano…

Pero he llevado a todos mis hijos al Templo.

Y los varones están todos circuncidados.

Se lo dije antes a Tito, cuando me quiso como esposa…

Y él es bueno…

Siempre me ha dejado libertad de acción con los hijos.

Costumbres, ritos, ¡Aquí todo es hebreo!..

Pero los rabíes, los arquisinagogos, nos maldicen.

Tú no…

Tú tienes palabras de piedad para nosotras…

¡No sabes cuánto significa eso para nosotras!

Es como sentirnos abrazadas por el padre y la madre que nos han repudiado.

Y maldecido, o que se muestran severos con nosotras…

Es como volver a poner pie en la casa que hemos dejado.

Y no sentirse extranjeras en ella…

Tito es bueno.

Durante nuestras Fiestas cierra el taller, con gran pérdida de dinero.

Y me acompaña con nuestros hijos al Templo.

Porque dice que sin religión no se puede estar.

Él dice que su religión es la de la familia y el trabajo;

como antes era la del deber de soldado…

Pero yo… Señor…

Quería hablar contigo por una cosa…

Tú dijiste que los seguidores del verdadero Dios deben separar un poco de su levadura santa

y meterla en la buena harina para hacerla fermentar santamente.

Yo lo he hecho con mi esposo.

He tratado, en estos veinte años que llevamos juntos;

de trabajar su alma, que es buena, con la levadura de Israel.

Pero no se decide nunca… es ya mayor…

Querría tenerlo conmigo en la otra vida…

Unidos por la fe como lo estamos por el amor…

No te pido riquezas, bienestar, salud.

Lo que tenemos es suficiente, y bendito sea Dios por ello.

Pero sí que querría esto…

¡Pide por mi esposo! Que sea del verdadero Dios…

–         Lo será.

Puedes estar segura.

Pides una cosa santa y te será dada.

Has comprendido los deberes de la esposa hacia Dios y hacia su esposo.

¡         ¡Si así fueran todas las esposas!

En verdad te digo que muchas deberían imitarte.

Sigue así y recibirás la alegría de tener a tu Tito a tu lado, en la oración y en el Cielo.

Muéstrame a tus hijos.

La mujer llama a la numerosa prole:

–        «Jacob, Judas, Leví, María, Juan, Ana, Elisa, Marco».

Y luego entra en la casa y vuelve a salir con una que apenas si sabe andar todavía…

Y con uno de tres meses como mucho:.

Los presenta:

–         Y éste es Isaac.

Y esta pequeñita es Judit. – dice terminando la presentación.

Santiago de Zebedeo, dice riendo:

–          ¡Abundancia!

Y Judas Tadeo exclama:

–         ¡Seis varones!

¡Y todos circuncisos!

¡Y con nombres puros!

¡Sí señora, muy bien!

La mujer está contenta.

Y hace elogios de Jacob, Judas y Leví, los cuales ayudan a su padre,

«todos los días menos el Sábado, el día en que Tito trabaja solo;

poniendo las herraduras ya hechas».

Elogia también a María y a Ana, «que son la ayuda de su mamá».

Pero no deja de elogiar también a los cuatro más pequeños:

«buenos y sin caprichos.

Tito, que ha sido un soldado disciplinado, me ayuda a educarlos».

Dice mientras mira con mirada afectuosa al hombre;

el cual, apoyado en la jamba, con una mano en la cadera, ha escuchado todo lo que ha dicho

su mujer, con una franca sonrisa en su rostro claro.

Y que ahora, al oír la memoria de sus méritos de soldado, rebosa complacencia.

Jesús aprueba:

–         Muy bien.

La disciplina de las armas no repugna a Dios, cuando se cumple con humanidad

el propio deber de soldado.

Todo consiste en ser siempre moralmente honestos, en todos los trabajos,

para ser siempre virtuosos.

Tu pasada disciplina, que ahora transfundes en tus hijos, te debe preparar

para incorporarte a un más alto servicio: el de Dios.

Ahora vamos a despedirnos.

Tengo el tiempo justo para llegar a Akcib antes de que se cumpla el ocaso.

Paz a ti, Ester y a tu casa.

Sed, dentro de poco, todos del Señor».

La madre y los hijos se arrodillan,

mientras Jesús alza la mano bendiciendo.

El hombre, como si de nuevo fuera el soldado de Roma ante su emperador,

se cuadra, saludando a la usanza romana, los soldados romanos, hacen el imperial,

Asu emperador…..

Y se ponen en marcha…

Después de unos metros, Jesús pone la mano en el hombro de Santiago:

Diciendo:

–         Una vez más aún, la cuarta de hoy…

Te hago la observación de que ésta no es una derrota, ni es ser expulsado, satirizado

o maldecido.

¿Qué dices ahora?

Santiago de Zebedeo, dice impetuosamente: .

–        Que soy un necio, Señor.

–        No.

Tú, como todos vosotros, sois todavía demasiado humanos.

El cristiano debe tener identidad de realeza con corazón de siervo. Y EL CORAJE DE UN GUERRERO…

Todas vuestras opciones son las propias de quien está más sujeto a humanidad que a espíritu.

El espíritu, cuando es soberano, no se altera ante cualquier soplo del viento,

que no siempre puede ser brisa perfumada…

Podrá sufrir, pero no se altera.

Yo oro siempre porque alcancéis esta soberanía del espíritu.

Pero vosotros me tenéis que ayudar con vuestro esfuerzo…

¡Bueno, este viaje ha terminado!

En él he sembrado lo necesario para prepararos el trabajo;

para cuando seáis vosotros los evangelizadores.

Ahora podemos iniciar el reposo sabático con la conciencia de haber cumplido nuestro deber.

Y esperaremos a los otros…

Luego proseguiremos… todavía… siempre…

hasta que todo quede cumplido…

Nota importante:

Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocular,

para no perder la vista.

Y a un corderito, de nuestro grupo de oración, un padre de familia joven,

que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.

¡Que Dios N.S. les pague vuestra caridad….!

Y quién de vosotros quiera ayudarnos,

aportando una donación económica; para este propósito,

podrán hacerlo a través de éste link

https://paypal.me/cronicadeunatraicion?locale.x=es_XC

19. que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y = que penetra hasta más allá del velo, =Hebreos 6

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