387 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
353 La segunda multiplicación de los panes
Estoy en un lugar que ciertamente no es llanura y no es tampoco montaña.
Hay unos montes al oriente, pero bastante lejanos;
luego hay un pequeño valle y otras elevaciones más bajas y planas:
son planicies elevadas, herbosas -.
Parecen los primeros relieves de un sistema de colinas.
El terreno es más bien adusto y carente de árboles.
Puede verse algo de hierba, corta y rala, diseminada por el terreno pedregoso.
Acá o allá algún que otro matojo muy bajo de plantas espinosas.
Hacia occidente, el horizonte se abre amplio y luminoso.
No veo nada más, en cuanto a paisaje.
Es una tarde que declina, el poniente está rojo por el ocaso,
mientras que los montes de oriente están ya violáceos con la luz que se hace crepuscular.
Un comienzo de crepúsculo, que hace más negras las hendeduras profundas
y pone apenas violeta las partes más elevadas.
Jesús está erguido encima de una voluminosa piedra.
Habla a mucha, a muchísima gente que está esparcida por el páramo.
Los discípulos lo circundan.
El, sobrepujando en altura, porque su pedestal lo eleva,
domina la muchedumbre de todas las edades y condiciones que está en torno a Él.
Debe haber realizado milagros,
pues está diciendo:
– No a Mí, sino al que me ha enviado, debéis ofrecer alabanza y gratitud.
Y la alabanza no es la que sale, como el sonido del viento, de labios distraídos;
es la que sale del corazón y es el sentimiento verdadero de vuestro corazón.
Ésta es la alabanza que le es grata a Dios.
Los curados amen al Señor con un amor de fidelidad.
Y así también los parientes de los curados.
No hagáis mal uso del don de la salud recuperada.
Tened más miedo de las enfermedades del corazón, (espirituales) que de las del cuerpo.
Y no queráis pecar.
Porque todo pecado es una enfermedad.
Y las hay que pueden acarrear la muerte.
Así pues, vosotros que ahora exultáis, no destruyáis la bendición de Dios con el pecado.
Cesaría vuestro júbilo, porque las malas acciones quitan la paz.
Y donde no hay paz no hay júbilo.
Antes al contrario, sed santos.
Sed perfectos como el Padre vuestro quiere.
Lo quiere porque os ama.
Y a los que ama quiere darles un Reino.
Mas en su Reino santo sólo entran aquellos a quienes la fidelidad a la Ley hace perfectos.
La paz de Dios sea con vosotros.
Y Jesús calla.
Recoge sobre el pecho los brazos y con los brazos así;
observa a la muchedumbre que tiene alrededor.
Luego mira en torno a Sí.
Levanta los ojos al cielo sereno, que se está oscureciendo al menguar la luz.
Piensa…
Luego baja de su roca.
Dice:
– Siento compasión de esta gente.
Me siguen desde hace tres días.
No tienen ya provisiones.
Estamos lejos de todos los lugares habitados.
Temo que los más débiles sufran demasiado, si los despido sin alimentarlos.
Los apóstoles dicen:
– ¿Y cómo quieres resolverlo, Maestro?
– Tú mismo dices que estamos lejos de todo centro habitado. –
¿Dónde encontrar pan en este lugar desierto?
– ¿Y quién nos daría tanto dinero como para comprarlo para todos?
Jesús pregunta:

19. Y mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús. Filipenses 4
– ¿No tenéis nada vosotros ahí?
Pedro responde:
– Tenemos unos pocos peces y algún pedazo de pan.
Las sobras de nuestra comida.
No es suficiente para nadie.
Si se lo das a los más cercanos, se producirá una revolución.
Nos privas a nosotros y no haces un bien a nadie.
Jesús indica:
– Traedme todo lo que tenéis.
Cuando los apóstoles regresan…
Traen, dentro de una cesta pequeña, siete pedazos de pan.
No son ni siquiera panes enteros.
Parecen gruesas rebanadas cortadas de hogazas grandes.
Los pececillos…

17. Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.»
18. El dijo: «Traédmelos acá.»
19. Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente.
20. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos.
21. Y los que habían comido eran unos 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños.
Son un puñado de pobres animalitos chamuscados por la llama.
Jesús dice:
– Encargaos de que esta muchedumbre se siente en corros de cincuenta;
que estén quietos y callados si quieren comer.
Los discípulos, parte subiendo encima de piedras, parte circulando entre la gente,
se afanan, solícitos, para poner el orden que ha pedido Jesús.
Con empeño, lo consiguen.
Algún niño lloriquea porque tiene hambre y sueño…
algún otro gimotea porque, para hacerle obedecer;
su mamá o algún otro pariente, le ha administrado un bofetón.
Jesús toma los panes, no todos, naturalmente.
Y con dos, uno en cada mano, los ofrece;
luego los deposita en la cesta y los bendice.
Toma los pececillos (son tan pocos, que caben casi todos, en la concavidad de sus largas manos),
los ofrece también, los deposita y también los bendice.
Luego ordena:
– Y ahora tomad;
circulad por entre la muchedumbre y dad a cada uno con abundancia.
Los discípulos obedecen.
Jesús, de pie, erguido, blanca figura que sobresale en medio de este pueblo
de personas sentadas en vastos círculos que cubren toda la planicie,
observa y sonríe.
Los discípulos se alejan cada vez más y dan sin cesar…
Y la cesta siempre está llena de comida.
La gente come mientras llega la noche.
Y hay un gran silencio y una gran paz.
Dice Jesús:
– He aquí otra cosa que molestará a los doctores difíciles:
cómo aplico este pasaje evangélico.
No te propongo meditar en mi poder y bondad;
ni en la fe y obediencia de los discípulos.
Nada de esto.
Quiero que veas la analogía del episodio con la obra del Espíritu Santo.
Mira: Yo ofrezco mi palabra,
todo aquello que podéis comprender y por tanto, asimilar como alimento del alma.
Pero la fatiga y el tedio os han vuelto tan tardos;
que no podéis asimilar todo el alimento que hay en mi palabra.
Os haría falta mucha, mucha, mucha.
Pero no sabéis recibir mucha.
¡Estáis tan pobres de fuerzas espirituales!

En la Tierra el Amor de Jesús DOSIFICA nuestro calvario, Y ÉL ES EL CIRENEO que nos ayuda a recorrer el Camino Y subir a la Cruz…
Os pesa sin daros ni sangre ni fuerza.
He aquí que entonces el Espíritu obra el milagro para vosotros.
El milagro espiritual de la multiplicación de la Palabra.
Con su aplicación para estos Últimos Tiempos…
Os ilumina – y por tanto, la multiplica – todos sus más recónditos significados,
de forma que vosotros, sin cargaros con un peso que os aplastaría sin fortaleceros,
os nutrís de ella, de forma que ya no caéis, quebrantados, en el desierto de la vida.
¡Siete panes y pocos peces!
Prediqué durante tres años.
Y como dice mi amado Juan,
“si se escribieran todas las palabras que dije y los milagros que llevé a cabo para daros un alimento
abundante, capaz de llevaros sin debilidades hasta el Reino;
no bastaría la Tierra para contener los volúmenes”.
Pero, aunque se hubiera hecho esto, no habríais podido leer una mole tan grande de libros.
¡No leéis ni siquiera, como deberíais lo poco que de Mí se ha escrito!…
Lo único que deberíais conocer, como conocéis las palabras más necesarias desde la más tierna edad.
Y entonces el Amor viene y multiplica.
También Él, Uno conmigo y con el Padre, siente “compasión de vosotros que morís de hambre”
Y con un milagro que se repite desde hace siglos;
dobla, decuplica, centuplica los significados, las luces, el alimento de todas mis palabras.
Y así tenéis un tesoro sin fondo de celeste alimento que la Caridad os ofrece.
Extraed de él sin miedo.
Cuanto más extraiga vuestro amor de ese tesoro;
éste, fruto del Amor, ampliará más su afluencia.

Si cómo la gran mayoría vives al día, tendrás que practicar los Carismas y aprender a usar las matemáticas divinas…
Dios no conoce límites en sus riquezas ni en sus posibilidades.
Vosotros sois relativos, Él no. Es infinito.
En todas sus Obras.
También en ésta o sea, en poderos dar en cada momento, en cada cosa que sucede;
aquellas luces que necesitáis en ese determinado instante.
Y, de la misma forma que el día de Pentecostés,
el Espíritu derramado sobre los apóstoles,
hizo la palabra de éstos comprensible pan: Partos, Medas, Escitas, Capadocios, Pónticos y Frigios.
Y como lengua natal, para Egipcios y Romanos, Griegos y Libios;
de la misma forma, os consolará si lloráis
os dará consejo si pedís, compartirá vuestra alegría si estáis alegres, con la misma Palabra.
Porque, verdaderamente, si el Espíritu os manifiesta: “Ve en paz,, no quieras pecar”,
esta frase significa premio para quien no ha pecado;
ánimo para el que todavía es débil pero no quiere pecar;
perdón para el culpable que se arrepiente;
reprensión no sin misericordia, para aquel que no tiene más que un barrunto de arrepentimiento.
Y es sólo una frase y de las más sencillas.
¡Y cuántas hay en mi Evangelio!
Cuántas que, como capullos de flor que después de un aguacero y un sol abrileño se abren
para poblar la rama en que había uno sólo florecido.
Y la cubren por entero, para gozo de quien los mira;
se abren en nosotros con su espiritual perfume para atraernos hacia el Cielo.
Descansa, ahora.