388 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
354 Jesús habla sobre el Pan del Cielo en la sinagoga de Cafarnaúm.
La playa de Cafarnaúm bulle de gente que desembarca,
de una verdadera flotilla de barcas de todas las dimensiones.
Y los primeros que echan pie a tierra se ponen a buscar entre la gente,
para ver si ven al Maestro, a un apóstol o, al menos, a un discípulo.
Y van preguntando…
Un hombre, por fin, responde:
-¿Maestro? ¿Apóstoles? No.
Se han marchado después del sábado, enseguida… y no han vuelto.
Pero volverán porque hay algunos discípulos.
Acabo de hablar con uno de ellos.
Debe ser un discípulo importante.
Y señalando, agrega:
Ha ido hacia aquella casa que está entre los campos, costeando el mar.
El hombre que ha preguntado hace extender la voz…
Y todos se ponen en rápido movimiento hacia el lugar indicado.
Pero, recorridos unos doscientos metros por la orilla;
encuentran a todo un grupo de discípulos que vienen hacia Cafarnaúm,
gesticulando animadamente.
Los saludan y preguntan:
-¿El Maestro dónde está?
Los discípulos responden:
– Durante la noche, después del milagro;
se ha marchado con los suyos con las barcas atravesando el mar.
Hemos visto las velas bajo el claror de la Luna, en dirección a Dalmanuta.
Varios dicen:
– ¡Ah!
– ¡Claro! –
¡Lo hemos buscado en Mágdala, en casa de María, y no estaba!
– ¡De todas formas…!
¡Nos lo podían haber dicho los pescadores de Mágdala!
Esteban responde:
– No lo sabrían.
Quizás había subido a los montes de Arbela a orar.
Ya fue allí una vez el año pasado antes de la Pascua.
Lo encontré en esa ocasión por suma gracia del Señor a su pobre siervo.
– ¿Pero no va a volver aquí?
– Ciertamente volverá.
Nos debe despedir y darnos las indicaciones.
Pero, ¿Qué queréis?
– Seguirle oyendo.
– Seguirlo.
– Hacernos suyos.
– Ahora va a Jerusalén.
Esteban responde:
– Lo encontraréis allí.
Allí, en la Casa de Dios, el Señor os hablará.
Si os conviene ir tras El.
Porque debéis saber que, si bien Él no rechaza a nadie…
Nosotros tenemos dentro aspectos que rechazan la Luz.
De forma que quien tenga tantos aspectos de éstos que no sólo esté ya saturado…
1o cual no sería un gran mal, porque Él es la Luz y cuando nos hacemos lealmente suyos,
con voluntad decidida, su Luz penetra en nosotros venciendo a las tinieblas,
sino que esté incluso unido a ellos como a la carne de nuestro cuerpo.
Y los estime como a la carne de su cuerpo, entonces éste conviene que se abstenga de venir,
a menos que no se destruya para rehacerse nuevo.
Meditad, pues, sobre si tenéis en vosotros la fuerza de asumir un nuevo espíritu,
un nuevo modo de pensar, un nuevo modo de querer.
Y luego, si lo juzgáis conveniente, venid.
Quiera el Altísimo, que guió a Israel en su “paso”, guiaros a vosotros en este “pésac”
a seguir la estela del Cordero, allende los desiertos, hacia la Tierra eterna, hacia el Reino de Dios
Dice Esteban, hablando por todos sus compañeros.
Varios protestan:
– ¡No, no!
– ¡Inmediatamente!
– ¡Inmediatamente!
– Nadie hace las cosas que Él hace.
– Queremos seguirle.
La muchedumbre. está agitada…
Esteban expresa con una sonrisa muchas cosas.
Abre los brazos,
y dice:
– Porque os haya dado pan bueno y abundante queréis venir?
¿Creéis que os va a dar siempre sólo esto?
A los que le siguen les promete aquello que constituye su acervo:
Dolor, persecución, martirio:
no rosas sino espinas, no caricias sino bofetadas, no pan sino piedras;
están preparadas para ser los “cristos”.
Y diciendo esto no blasfemo, porque sus verdaderos fieles
serán ungidos con el aceite santo hecho con su Gracia, generado con su sufrimiento;
nosotros seremos “ungidos” para ser víctimas en el altar y reyes en el Cielo.
A esteban le llueve una granizada de…:
– ¡Y!
– ¿Es que tienes celos?
– ¿No estás tú?
– Pues también queremos estar nosotros.
Esteban concede:
– Bien.
Os lo decía porque os amo y quiero que sepáis lo que significa ser “discípulos”,
de forma que después no sea uno un desertor.
Vamos entonces todos juntos a esperarlo a su casa.
Se está empezando a poner el sol y comienza el sábado.
Vendrá para pasarlo aquí antes de partir.
Y se dirigen, conversando, a la ciudad.
Muchos hacen preguntas a Esteban y a Hermas, que ha llegado también.
Los israelitas ven a los dos, con una luz especial por ser alumnos predilectos de Gamaliel.
Muchos preguntan:
— ¿Pero qué dice Gamaliel de Él?»,
– « ¿Os ha dicho él que vinierais?»,
– « ¿No le ha dolido perderos?»,
– ¿Y el Maestro qué dice del gran rabí?».
Los dos, pacientemente, responden:
– Gamaliel habla de Jesús de Nazaret como del hombre más grande de Israel.
– ¿Más grande que Moisés? – dicen casi escandalizados.
– Dice que Moisés es uno de los muchos precursores del Cristo;
pero que no es sino el siervo suyo.
– ¿Entonces para Gamaliel es el Cristo?
– ¿Es esto lo que dice?
– Si dice eso el rabí Gamaliel, la cosa está clara: ¡Es el Cristo!
Hermas declara:
— No dice eso.
Todavía no es capaz de creerlo, por desgracia para él.
Esteban dice:
– Pero dice que el Cristo está ya en la Tierra;
porque habló con Él hace muchos años;
Espera una señal que aquel Cristo le prometió para reconocerlo.
– ¡Pero por qué creyó que aquél era el Cristo?
– ¿Qué hacía?
– Yo tengo tantos años como Gamaliel…
Y no he oído nunca que en nuestra tierra alguien hiciera las cosas que el Maestro hace.
Si no se convence con estos milagros…
– ¿Qué vio de milagroso en aquel Cristo para poder creer en El?
Hermas responde:
– Vio que estaba ungido con la Sabiduría de Dios. Así dice
– ¿Y entonces qué es éste para Gamaliel?
– El mayor de entre los hombres, maestro y precursor de Israel.
Esteban afirma:
– Si pudiera decir: “Es el Cristo”, quedaría salvada el alma sabia y justa de mi primer maestro.
Y termina:
« Y pido porque se cumpla esto, cueste lo que cueste».
– Y si no cree que es el Cristo, ¿Por qué os ha dicho que vinierais?
– Nosotros queríamos venir.
Nos ha dejado venir, diciendo que estaba bien venir.
-Quizás para sacar informaciones y referírselas al Sanedrín… – insinúa uno.
– ¿Qué dices? Gamaliel es una persona honesta.
– No espía al servicio de nadie,
¡Y menos al servicio de los enemigos de un inocente! –
Reacciona inmediatamente Esteban.
Y tanto es su desdén, casi radiante santamente indignado, que parece un arcángel).
– De todas formas, le habrá dolido perderos – dice otro.
– Sí y no:
Como hombre que nos quería, sí;
como espíritu muy recto, no.
Porque dijo: “El es más que yo y más joven; por tanto podré cerrar los ojos en paz respecto a vuestro
futuro, sabiendo que sois del `Maestro de los maestros`».
– ¿Y Jesús de Nazaret qué dice del gran rabí?
– ¡Sólo tiene para él palabras selectas!
– No le tiene envidia?
Hermas responde en tono severo:
– Dios no envidia.
No hagas suposiciones sacrílegas.
– ¿Pero para vosotros entonces es Dios?
– ¿Estáis seguros?
Y los dos, a una sola voz:
– Como de que estamos vivos en este momento.
Y Esteban termina:
– Y os exhorto a que queráis creerlo también vosotros para obtener la verdadera Vida.