402 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
361 María de Magdala advierte a Jesús de un peligro.
Van en silencio un rato.
También los demás ahora guardan silencio.
Se oyen sólo las pisaduras sobre el lodo.
Luego, otro ruido.
Es un susurro, un gorgoteo: que se parece al pesado ronquido de una persona acatarrada.
Un ronquido monótono, interrumpido de vez en cuando por pequeños chasquidos.
Jesús dice a Juan:
– ¿Oyes?
El río está cerca.
El predilecto responde:
– Pero al vado no llegaremos antes de la noche.
Dentro de poco empezará a oscurecer.
– Dormiremos en alguna cabaña.
Y mañana pasaremos.
Hubiera querido llegar antes, porque cada hora que pasa se engrosa más el río.
¿Oyes?
Los cañizares de las orillas se rompen bajo el peso de las aguas crecidas.
– ¡Te han entretenido mucho en las ciudades de la Decápolis!
Nosotros se lo decíamos a aquellos enfermos: “¡Otra vez será!” pero…
– Pero quien está enfermo quiere curarse, Juan.
Y quien tiene piedad cura inmediatamente, Juan.
No importa.
Pasaremos de todas formas.
Quiero recorrer la otra orilla antes de volver a Jerusalén para Pentecostés.
Callan de nuevo.
Cae la tarde con la rapidez de las tardes lluviosas.
La marcha, en el crepúsculo cada vez más oscuro, se hace aún más difícil.
Y los árboles que hay a lo largo del camino aumentan la oscuridad con su follaje.
– Vamos a pasar a la otra margen del camino.
Ya estamos muy cerca del vado.
Vamos a buscar una cabaña.
Cruzan.
Los demás los siguen.
Salvan un pequeño canal cenagoso, que es más cieno que agua, que afluye burbujeando, al río.
Casi a tientas pasan entre los árboles.
Y se dirigen hacia el río, cuyo rumor se oye cada vez más cercano y fuerte.
Un primer rayo de luna perfora la obscuridad, penetra entre dos nubes
y baja haciendo brillar el agua limosa del Jordán, que está muy engrosado y ancho en ese punto.
El río tiene una anchura de sesenta metros.
Ahora no es el hermoso, calmo y azul Jordán, de aguas pacíficas y bajas,
que dejan al descubierto la fina arena del guijarral en las orillas, donde empiezan los cañizares,
que siempre son un temblor sonoro.
Ahora el agua ha invadido todo y los primeros cañizares combados, rotos y sumergidos, ya no se ven.
Todo lo más, alguna cinta de las hojas ondea en la superficie del agua,
parece hacer un gesto de adiós y pedir ayuda.
El agua está ya al pie de los primeros árboles gruesos, altos y frondosos,
compactos como una muralla, oscura en la noche oscura.
Algún sauce hunde las cimas de sus desordenadas frondas, en el agua amarillenta.
Pedro dice:
– Por aquí ya no se puede vadear.
Andrés señala:
– Por aquí no.
¿Pero allí? ¿Ves?
Se pasa todavía.
Efectivamente, dos cuadrúpedos están pasando con cautela e1 río.
El agua toca el vientre de los animales.
Y agrega.
Si pasan ellos, pasan también las barcas.
– Pero es mejor pasar enseguida, aunque ya sea de noche.
Hay menos nubes y hay luna.
No dejemos pasar este momento.
Vamos a buscar si hay una barca…
Y Pedro lanza tres veces un largo y lamentoso “¡0… eh!”
No hay ninguna respuesta.
Vamos abajo, al pie del vado.
Melquías con sus hijos debe estar.
Es el mejor período del año para él.
Nos pasará.
Caminan lo más deprisa que pueden, por el senderillo que casi lamido por el río, lo bordea.
Jesús, mirando a los dos que ya han cruzado el río con los caballos
y que ahora están parados en el sendero,
dice:
– ¿Pero aquélla no es una mujer?
– ¿Una mujer?
Pedro y los demás no ven ni distinguen si es hombre o mujer,
el bulto oscuro que ha bajado del caballo
y está esperando.
Juan confirma:
– Sí. Es una mujer.
Es… es María.
Mirad, ahora que cae bajo el rayo de la luna.
Pedro exclama:
– ¡Dichoso Tú que ves!
¡Dichosos tus ojos!
— Es María.
¿Qué querrá?
Y Jesús grita:
– « ¡María!».
Ella responde:
¿Eres Tú?
¡Gloria a Dios, que te he encontrado!
María corre como una gacela hacia Jesús.
Es inexplicable cómo no tropieza en el accidentado sendero.
Ha dejado caer un primer manto grande y grueso…
Y ahora viene con su velo y un manto más ligero, arrollado al cuerpo encima de una túnica oscura.
Cuando llega donde Jesús, se arroja a sus pies sin tener en cuenta el barro.
Jadea, pero se la ve feliz.
Repite:
– ¡Gloria a Dios, que me ha hecho encontrarte!
– ¿Por qué, María?
¿Qué sucede?
¿No estabas en Bethania?
– Estaba en Bethania con tu Madre y las mujeres, como habías dicho…
Pero he venido a tu encuentro…
Lázaro no podía porque sufre mucho...Entonces he venido yo con el siervo…
– ¡Tú salir de casa sola con un muchacho y con este tiempo!
– ¡Rabbuní, no irás a decirme que piensas que tengo miedo!
No he tenido miedo de hacer tanto mal…
No lo tengo ahora de hacer el bien.
– ¿Y bien?
¿Para qué has venido?
– Para decirte que no pases…
En la otra parte te esperan con intención de hacerte daño…
Lo he sabido…
Lo he sabido de un herodiano que hace tiempo…
que hace tiempo me amaba…
No sé si lo habrá dicho por amor todavía, o por odio…
Sé que anteayer me vio a través de la cancilla y me dijo:
“María necia, ¿Estás esperando a tu Maestro?
Haces bien, porque será la última vez, porque en cuanto pase y venga a Judea lo atraparán.
Míralo bien y luego huye, porque no es prudente estar cerca de Él ahora...”.
Entonces… te puedes imaginar con qué coraje… he indagado…
Como sabes… he conocido a muchos…
Y aunque quizás llamándome loca y… poseída, todavía me hablan…
He sabido que es verdad.
Entonces he tomado dos caballos y he venido, sin decir nada a tu Madre…
Para no causarle dolor.
Regresa…, vuélvete inmediatamente, Maestro.
Si saben que estás aquí, y haz pasado el Jordán, vienen.
Y estás ya demasiado cerca de Maqueronte.
¡Vete, vete por piedad;
vete por piedad, Maestro!…
– No llores, María…
– ¡Tengo miedo, Maestro!
¿Miedo tú, que has sido tan valiente que has pasado el río crecido y de noche?..,
– Pero esto es un río y ésos son hombres enemigos tuyos y que te odian…
Tengo miedo del odio a Ti…
Porque te quiero, Maestro.
– No temas.
No me prenderán aún.
No es mi hora.
Aunque pusieran a lo largo de todos los caminos formaciones y más formaciones de soldados,
no me prenderían.
No es mi hora.
Pero seguiré tu deseo.
Regresaré…
Judas barbota unas palabras entre dientes.
Jesús responde:
– Sí, Judas.
Exactamente en la primera mitad de tu frase.
Hago caso de ésta; sí, hago caso de ella.
Pero no porque sea mujer, como insinúas;
sino porque es la que ha recorrido más camino de amor.
María, vuelve a casa mientras puedas hacerlo.
Yo regreso.
Pasaré… por donde pueda y me iré a Galilea.
Ven con mi Madre y las otras a Caná, a casa de Susana.
Allí os daré instrucciones.
Ve en paz, bendita.
Dios está contigo.
Jesús le pone la mano en la cabeza, bendiciéndola así.
María toma las manos de Cristo y las besa,
luego se levanta y se vuelve.
Jesús la mira mientras se marcha.
La mira mientras recoge el grueso manto y se lo pone,
mientras va hasta e1 caballo y monta,
mientras entra de nuevo en el vado y pasa.
Jesús dice:
– Y ahora volvamos.