403 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
361 Milagro ante la riada del Jordán.
Jesús dice a los suyos:
– Y ahora vamos.
– Quería que descansarais, pero no me es posible.
Me preocupo de vuestra incolumidad, piense lo que piense Judas en contra.
Creedme: si cayerais en manos de mis enemigos,
sería peor para vuestra salud que el agua y el barro…
Todos bajan la cabeza, porque han comprendido el reproche velado.
Y dado como respuesta a sus conversaciones de antes.
Caminan, caminan, caminan toda la noche; entre disipaciones de nubes y breves chubascos.
A la entrada de una paupérrima aldea, que se extiende junto al río con sus casuchas de barro,
los sorprende una aurora cenicienta.
El río es un poco menos ancho que en el vado.
Hay algunas barcas que han sido arrastradas a la tierra,
incluso hasta dentro de la propia aldea, para salvarlas de la crecida.
Pedro lanza su grito: “¡0… eh!”
Sale de un tugurio un hombre vigoroso, aunque anciano,
preguntando:
– ¿Qué quieres?
Pedro responde:
– Barcas para pasar.
– ¡Imposible!
El río está demasiado crecido…
La corriente….
– ¡Eh, amigo!
A quién se lo estás diciendo?
– Una cosa es el mar… esto es río…
No quiero quedarme sin barca.
Y además… sólo tengo una y tú y los que te acompañan sois muchos.
– ¡Embustero!
¿Me vas a contar que tienes sólo una barca?
– ¡Que se me sequen los ojos si miento, yo…
– Ten cuidado, no sea que se te vayan a secar de verdad.
Éste es el Rabí de Galilea, que da ojos a los ciegos y que…
puede complacerte secándote los tuyos…
– ¡Misericordia!
¡El Mesías!
¡Perdóname, Rabbuní!
– Sí.
Pero no vuelvas a mentir.
¿Por qué decir que tienes una barca sólo, cuándo todo el pueblo puede desmentirte?
¡Demasiado humillante es para un hombre la mentira y e1 quedar desenmascarado!
¿Me prestas tus barcas?
– Todas, Maestro.
Jesús pregunta:
– ¿Cuántas hacen falta, Pedro?
– En tiempos normales son suficientes dos.
Pero con el río crecido es más difícil la maniobra y hacen falta tres.
El Anciano dice:
– Tómalas, pescador.
Pero, ¿Cómo voy a recuperarlas?
— Ven en una.
¿No tienes hijos?
– Tengo un hijo, dos yernos y algunos nietos.
– Dos por cada barca son suficientes para regresar.
– Vamos.
El hombre llama a los otros.
Y con la ayuda de Pedro, Andrés, Santiago y Juan, empujan las barcas adentro.
La corriente es fuerte y trata de arrastrarlas enseguida corriente abajo.
Las cuerdas que sujetan las barcas a los troncos más cercanos,
están tensas come las de un arco y crujen por la tensión.
Pedro mira.
Mira las barcas, el río; mira y menea la cabeza.
Se alborota con una mano sus cabellos entrecanos;
luego lanza una mirada curiosa a Jesús.
Jesús pregunta:
– ¿Tienes miedo, Pedro?
– ¡Señor!… casi, casi…
– No temas.
Ten fe.
Quien lleva a Dios y a sus enviados no debe temer.
Vamos a bajar a las barcas.
Yo a la primera.
El dueño de las barcas hace un gesto de resignación.
Estará pensando que ha llegado la última hora para sí y para sus parientes;
lo mínimo que estará pensando es que va a perder las barcas o que quién sabe dónde van a terminar.
Jesús ya está en la barca.
De pie, en la proa.
Bajan también los otros, a ésta y a las otras dos barcas.
Queda en tierra solamente un viejecito, el ayudante que vigila las sogas.
Cuando todos han tomado su lugar,
Jesús pregunta:
– ¿Ya?
Pedro responde:
– ¿Preparados los remos?
– Preparados.
Y dice al ancianito:
– Suelta, tú, de la orilla.
El viejecito desanuda los cabos de la espiga, con que formaban nudo junto el tronco.
Las barcas, a medida que van quedando libres,
dan un bandazo un poco hacia el sur en la dirección de la corriente.
Pero Jesús tiene la expresión poderosa del rostro, de cuando obra milagros.
– ¡Cálmate y detente! -le dice al río.
Tras un momento electrizante, la corriente casi se detiene totalmente;
tiene sólo el movimiento lento del Jordán cuando no está crecido.
Las barcas cortan el agua sin esfuerzo;
a una velocidad que debe asombrar al dueño de las barcas.
Después de cruzarlo, ya están en la otra parte.
Y la corriente, mientras están parados los remos; no intenta arrastrar hacia abajo a las barcas.
E dueño de las barcas. dice:
– Maestro, veo que eres verdaderamente poderoso.
Bendice a tu siervo y acuérdate de mí, que soy un pecador.
– ¿Por qué poderoso?
– ¿Señor, te parece poco?
¡Has detenido la corriente impetuosa del Jordán!…
– Josué ya hizo este milagro y mayor aún,
porque desaparecieron las aguas del río, para que pasara el Arca..
Judas con su empaque.. lleno de pomposidad,
declara lleno de soberbia:
– Y tú, hombre, has pasado a la verdadera Arca de Dios.
– ¡Oh, Dios Altísimo!
¡Sí, lo creo!
El Hijo de Dios Altísimo.
Voy a decir esto por ciudades y pueblos de la ribera.
Voy a decir esto, lo que has hecho, lo que te he visto hacer.
¡Vuelve, Maestro!
Mi pobre aldea tiene muchos enfermos.
¡Ven a curarlos!
– Iré.
Tú, mientras, predica en mi Nombre la fe y la santidad para ser gratos a Dios.
Adiós, hombre. Ve en paz.
Y no temas por el regreso.
– No tengo miedo.
Si tuviera miedo, te habría pedido que tuvieras compasión de mi vida.
Pero creo en Ti y en tu bondad y voy a la otra orilla sin pedir nada.
Adiós.
Es el primero en meter la proa en el río.
Y marcha seguro y veloz.
Toca la orilla.
Jesús, que ha estado parado hasta que lo ha visto en tierra;
Hasta que las barcas han sido amarradas de nuevo…
Hace un gesto de bendición.
Luego se retira hacia el camino.
El río reemprende su marcha vortiginosa…
Y todo termina así.