406 BENDICIÓN SACERDOTAL
406 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Tomás, que iba en la cola de la comitiva hablando con Mannahém y Bartolomé,
se separa de los compañeros y alcanza al Maestro,
que va delante con Margziam e Isaac.
Y le dice
– Maestro, dentro de poco estaremos cerca de Rama.
¿Quieres venir a bendecir al hijo de mi hermana?
¡Ella tiene muchos deseos de verte!
Podremos hacer un alto allí.
En su casa hay sitio para todos…
¡Dime que sí, Señor!
Jesús responde:
Y además con alegría.
Mañana entraremos en Jerusalén descansados.
– ¡Oh!
¡Entonces me adelanto para avisar!
¿Me dejas ir?
– Ve.
Pero recuerda que no soy el Amigo mundano.
No obligues a los tuyos a un gasto grande.
Trátame como “Maestro”.
¿Entiendes?
– Sí, mi Señor.
Se lo diré a mi familia.
¿Vienes conmigo, Margziam?
El jovencito responde:
Jesús le dice:
– Ve, ve, hijo.
Los otros, que han visto a Tomás y a Margziam marcharse en dirección a Rama,
situada un poco a la izquierda del camino que de Samaria va a Jerusalén,
aceleran el paso para preguntar que qué pasa.
Jesús les anuncia:
– Vamos a casa de la hermana de Tomás.
He estado en las casas de todas vuestras familias.
Es justo que vaya también a su casa.
Lo he mandado adelante por esto.
Mannahém dice:
– Entonces con tu permiso…
Hoy me adelanto yo también, para sondear si no hay novedades.
En Jerusalén, cuando entres por la puerta de Damasco, si hay dificultades, estaré yo.
¿Dónde te busco, mi Señor?
– En Bethania, Mannahém.
Me iré sin demora a casa de Lázaro.
Pero dejaré a las mujeres en Jerusalén.
Voy solo.
Es más, te ruego que después de la pausa de hoy, las escoltes a sus casas.
– Como quieras, Señor.
Avisaré al conductor que nos siga hacia Rama.
Y mientras Mannahém continúa caminando, llevando de la rienda su lujosa cabalgadura
En efecto, el carro sube lentamente para ir detrás de la comitiva apostólica.
Isaac y el Zelote se detienen para esperarlo…
Mientras todos los demás toman el camino secundario;
que manteniendo un suave desnivel, conduce a la colina muy baja, sobre la cual está Rama.
Tomás, que no cabe dentro de sí y que aparece aún más rubicund
por la alegría que resplandece en su rostro, está a la entrada del pueblo, esperando.
Cuando los ve, corre al encuentro de Jesús,
diciendo:
– ¡Qué felicidad, Maestro!
¡Está toda mi familia!
¡Mi padre, que tantos deseos tenía de verte, mi madre, mis hermanos!
¡Qué contento estoy!
Y se pone como escolta, al lado de Jesús.
Y va tan derecho mientras atraviesa el pueblo,
que parece un conquistador en la hora del triunfo.
La casa de la hermana de Tomás está en un cruce situado hacia el este de la ciudad.
Es la típica casa hermosa, lujosa y protegida de un israelita acaudalado:
fachada casi sin ventanas, puerta principal herrada, con su ventanillo;
cuyo techo remata una gran terraza…
Los muros del jardín son altos y oscuros, adornados con plantas y rosales trepadores
por encima de ellos, sobresalen las copas de los árboles frutales,
que se prolongan por detrás de la casa.
Pero hoy la doméstica no necesita mirar por el ventanillo.
La puerta está abierta de par en par.
Todos los habitantes de la casa están dispuestos en orden en el atrio.
Y continuamente se ven manos adultas alargarse para sujetar a un niño…
O a una niña del nutrido grupo de los niños,
los cuales agitados, exaltados por el anuncio, rompen continuamente filas y jerarquías,
se escabullen y van a la delantera de la familia, a los sitios de honor;
donde en primera fila están los padres de Tomás y la hermana con su marido.
Pero cuando Jesús llega al umbral de la puerta, no hay quien sujete a los rapazuelos.
Parecen una nidada saliendo del nido después de una noche de descanso.
Y Jesús recibe el choque de este pelotón gorjeador y primoroso, que se abate contra sus rodillas…
Ciñéndolo, levantando las caritas en busca de besos…
Que no se separan a pesar de las llamadas maternas o paternas.
Ni por algún que otro pescozón afectuoso, propinado por Tomás para poner orden.
Jesús exclama:
– ¡Dejadlos! ¡Dejadlos!
¡Ojalá todo el mundo fuera así!
Mientras que se ha agachado para complacer a todos estos rapazuelos.
Luego de esta pausa tan repentina como inesperada…
Jesús por fin puede entrar, entre los saludos más reverenciales ofrecidos por los adultos.
Y muy especialmente halagador es el saludo del padre de Tomás,
un anciano típicamente judío, al que Jesús invita y ayuda a levantarse…
Y luego lo besa en la frente, en señal de gratitud por la generosidad de haberle dado un apóstol.
El anciano responde diciendo:
– Dios me ha amado más que a ningún otro en Israel…
Porque mientras todo hebreo tiene un varón, el primogénito, consagrado al Señor…
Yo tengo dos: el primero y el último…
La consagración del último es incluso mayor;
porque sin ser levita ni sacerdote…
Hace lo que ni siquiera el Sumo Sacerdote, en el Lugar santísimo del Templo de Jerusalén, hace:
Ve constantemente a Dios…
Y acoge sus Mandatos…
Termina su saludo, diciendo con esa voz un poco temblorosa de los ancianos;
Que se ha vuelto aún más trémula por la emoción.
Y finaliza agregando:
Dime sólo una cosa, para hacer dichosa mi alma.
Tú, que no mientes, dime:
Éste hijo mío, por la forma en que te sigue
¿Es digno de servirte y de merecer la Vida eterna?
– Reposa en la paz, padre.
Tu Tomás tiene un gran puesto en el corazón de Dios, por el modo como vive.
Y tendrá un gran puesto en el Cielo;
por la forma como habrá servido a Dios hasta el último aliento de vida terrenal…
Tomás boquea como un pez, de la emoción por lo que está oyendo decir.
El anciano levanta sus trémulas manos…
Mientras dos hilos de llanto se deslizan por las incisiones de las profundas arrugas
para perderse entre la barba patriarcal,
y dice:
– Descienda sobre Ti la bendición de Jacob;
la bendición del patriarca al más justo de sus hijos:
“Te bendiga el Omnipotente con las bendiciones del Cielo, que está arriba,
con las bendiciones del Abismo, que abajo yace,
con las bendiciones de los pechos y del seno que Te llevó.
Las bendiciones de tu padre sobrepujen las de mis padres…
Y hasta que no se cumpla el anhelo de los collados eternos,
desciendan sobre la cabeza de Tomás, sobre la cabeza del consagrado entre sus hermanos”.
Y todos responden:
– ¡Así sea!
Y volviéndose hacia Jesús,
agrega solicitando
– Y ahora bendice Tú Señor, a esta casa.
Y sobre todo, a éstos que son sangre de mi sangre. – dice el anciano señalando a los niños.
Y Jesús, abriendo los brazos, recita con voz potente la bendición mosaica:
La bendición sacerdotal:22. Habló Yahveh a Moisés y le dijo: 23. Habla a Aarón y a sus hijos y diles: «Así habéis de bendecir a los israelitas. Les diréis: 24. Yahveh te bendiga y te guarde; 25. ilumine Yahveh su rostro sobre ti y te sea propicio; 26. Yahveh te muestre su rostro y te conceda la paz.» 27. Que invoquen así mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.» |
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Y Jesús la alarga diciendo:
– Dios, en cuya presencia caminaron vuestros padres,
Dios que me nutre desde mi adolescencia hasta hoy, que me ha librado de todo mal,
bendiga a estos niños, lleven ellos mi Nombre y los nombres de mis padres
y se multipliquen copiosamente sobre la tierra
Y termina tomando de los brazos de la madre al último nacido, para besarlo en la frente,
Diciendo:
«Y a ti desciendan, como miel y mantequilla,
las virtudes selectas que vivieron en el Justo cuyo nombre te he dado,
y lo hagan pingüe cual palma de dorados dátiles,
adornado como cedro de regia copa, para los Cielos».
(La bendición de Jacob está en Génesis 49, 25-26; la sucesiva bendición mosaica está en Números 6, 22-27)
Todos los presentes están emocionados y extáticos.
Pero luego un gorjeo de alegría estalla en todas las bocas y acompaña a Jesús,
que entra en la casa y no se detiene hasta llegar al patio,
donde hace la presentación de su Madre, de las discípulas, apóstoles y discípulos,