415 EL DIVINO ALFARERO
415 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
366 Anastática entre las discípulas. Las cartas de Antioquía
Jesús ha dejado Bethania junto con Simón Zelote y Margziam;
pero a ellos se ha unido Anastática, (la Rosa de Jericó)
la cual toda velada, camina al lado de Margziam.
Jesús va un poco retrasado con Simón.
Las dos parejas conversan mientras caminan, cada una por su cuenta y del tema que prefieren.
Dice Anastática a Margziam, continuando un tema centrado en Elisa de Betsur:
– Ardo en deseos de conocerla.
Creo que no estaba tan nerviosa, cuando mis bodas ni cuando me declararon leprosa.
¿Cómo la voy a saludar?
Y Margziam, sonriendo dulce y seriamente al mismo tiempo,
le responde:
– ¡Con su verdadero nombre! ¡Mamá!
– ¡Pero si yo no la conozco!
¿No es demasiada confidencia?
A fin de cuentas, ¿Quién soy yo respecto a ella?
– Lo mismo que yo el año pasado.
¡Bueno, tú mucho más que yo!
Yo era un pobre huerfanito sucio, aterrorizado, paleto.
Y, a pesar de todo, ella me ha llamado siempre hijo, desde el primer momento.
Y ha sido para mí una verdadera madre.
El año pasado era yo el que estaba tan agitado que temblaba, en espera de verla.
Pero luego, sólo con verla, se me paró el temblor.
Se pasó del todo el terror que se me había quedado en la sangre,
desde que había visto con mis ojos de niño;
primero, la furia de la Naturaleza que había destruido todo de mí casa y de mi familia.
Y luego…
Y luego, con estos ojos míos de niño,
tuve que ver cómo el hombre es una fiera más cruel que el chacal y el vampiro…
Temblar siempre…
Llorar siempre…
Margziam se aprieta los puños cerrados contra el pecho, junto a la garganta,
y agrega:
Sentir un nudo aquí, estrecho, duro, doloroso, de miedo, de sufrimiento, de odio, de todo…
En pocos meses conocí todo el mal, el dolor y la crueldad que hay en el mundo…
Y ya no podía creer que existieran todavía la bondad, el amor, el amparo…
Anastásica lo mira asombrada,
diciendo:
– ¿Y cómo es eso?
¿Y cuando el Maestro te tomó consigo?…
¿Y cuando te viste entre esos discípulos suyos tan buenos?
– Temblaba todavía, hermana…
Y odié todavía.
Ha hecho falta tiempo para convencerme de no tener miedo…
Y más tiempo todavía para no odiar a quien había hecho sufrir a mi alma,
dándole a conocer lo que puede ser un hombre:
un demonio con aspecto de fiera.
No se sufre, especialmente cuando uno es niño, sin que haya consecuencias largas…
Queda la señal, porque nuestro corazón está todavía tierno
y tiene aún el calor materno de los besos;
más hambriento de besos que de pan.
Y, en vez de besos, ve dar golpes…
– ¡Pobre niño!
– Sí. Pobre.
¡Muy pobre!
No tenía ni siquiera ya la esperanza en Dios ni el respeto por el hombre…
Incluso al lado de Jesús y en los brazos de Pedro tenía miedo…
Decía: “¿Es posible?
No, no durará así.
Ellos también se cansarán de ser buenos…”.
Y suspiraba por llegar donde María.
Una mamá es siempre una mamá,
¿No es verdad?
Y así fue: cuando la vi, cuando me vi entre sus brazos, dejé de temer.
Comprendí que todo el pasado había terminado y que del infierno había pasado al paraíso…
El último dolor fue que vi que me olvidaban aparte, solo…
Siempre sospechaba algo malo.
Y lloré con ganas. ¡Ah!
¡Con qué amor Ella me tomó entonces!
No. No he vuelto a llorar añorando a mi madre desde aquel momento…
María es la dulzura y la paz de los infelices…
La mujer suspira, diciendo:
– Y de dulzura y paz tengo necesidad yo…
– Dentro de poco las tendrás.
¿Ves aquella zona verde de allá abajo?
Allí la dulzura y la paz, ocultas dentro de la casa del Getsemaní.
– ¿Estará también Elisa?
¿Y qué les voy a decir?
¿Qué me dirán?
– No sé si estará Elisa.
Estaba enferma.
– ¿No se morirá?
¿Quién me tomaría como hija, en ese caso?
– No temas.
Él ha dicho: “Tendrás madre y casa”.
Y así será.
Vamos a seguir un poco más ligeros.
No sé frenarme cuando estoy cercano a María.
Aceleran su caminar y sus palabras se pierden.
Zelote los ve casi correr por el poblado camino…
Y hace a Jesús esta observación:
– Parecen hermanos.
Jesús responde:
– Margziam sabe estar con todos.
Es una virtud difícil y muy necesaria para su futura misión.
Pongo cuidado en aumentar en él esta oportuna disposición, porque le servirá mucho.
– A él lo modelas a tu gusto, ¿Verdad, Maestro?
– Sí.
La edad me lo permite.
– Pero también has podido modelar al anciano Juan Félix…
– Sí.
Pero porque se ha dejado abatir y crear de nuevo completamente, por Mí.
– Es verdad.
He notado que los más grandes pecadores, cuando se convierten, nos superan en la justicia
a nosotros, hombres de relativa culpabilidad.
¿Por qué?
– Porque su contrición es proporcional a su pecado.
Inmensa.
Por tanto, los tritura con la muela del dolor y la humildad.
“Mi pecado está siempre frente a mí” dice el salmista.
Ello mantiene humilde al espíritu.
Es un recuerdo bueno, cuando está unido a esperanza y confianza en la Misericordia.
Las medias perfecciones, o incluso menos que medias, muchas veces se detienen,
porque carecen del acicate del remordimiento de haber pecado gravemente
y de tener que expiar;
carecen de este acicate que las haga continuar hacia la perfección verdadera.
Se estancan como aguas cerradas.
Se sienten satisfechas de ser límpidas.
Pero hasta el agua más cristalina, si no se depura con el movimiento de las partículas de polvo,
de los detritos que e1 viento le aporta, termina siendo lodosa y putrefacta.
– ¿Y las imperfecciones que dejamos existir y persistir en nosotros son polvo y detritos?
– Sí, Simón.
Todavía tendéis demasiado a estancaros.
Tenéis un movimiento casi imperceptible hacia la perfección.
¿No sabéis que el tiempo es veloz?
¿No sabéis que en el espacio que queda deberíais esforzaros por alcanzar vuestra perfección?
Si no poseéis la fuerza de 1a perfección,
conquistada con decidida voluntad en este tiempo que queda,
¿Cómo podréis resistir a la tempestad que Satanás y sus hijos desencadenarán contra el Maestro y su Doctrina?
Llegará un día en que, desconcertados, os preguntaréis:
“¿Cómo es que fuimos arrollados, nosotros que estuvimos tres años con Él?”.
La respuesta está en vosotros, en vuestro modo de actuar.
El que más se esfuerce en alcanzar la perfección en este tiempo que queda, será más capaz de ser fiel.
– Tres años…
Pero, entonces…
¡Oh! ¡Mi Señor!…
¿Entonces te vamos a perder la primavera que viene?
– Estos árboles tienen ya frutos incipientes.
Los comeré maduros.
Pero no volveré a probar, después de los frutos de este año, nuevas cosechas…
No te abatas, Simón.
El abatimiento es estéril.
Debes saber esto y poner los medios para confirmarte en la justicia,
para poder ser fiel en el momento terrible.
– Sí. Lo haré.
¡Puedo decir esto a los demás?
Para que se preparen también ellos.
– Puedes decirlo.
Pero sólo quien tenga fuerte voluntad querrá.
– Y los otros?
¿Perdidos?
– No.
Pero sí duramente probados por su propio acto.
Serán como uno que se creía fuerte y se encuentra en el suelo y vencido.
Desconcertados.
Humillados.
¡Humildes, por fin!
Porque créelo, Simón, si no hay humildad, no se avanza.
El orgullo es la piedra que Satanás usa como pedestal.
¿Por qué tenerla en el corazón?
¿Es maestro agradable este horrendo ser
– No, Maestro.
– Y, no obstante, tenéis en el corazón el punto de apoyo, la tarima para sus lecciones.
Estáis penetrados de orgullo.
Tenéis orgullo en todo y por todos los motivos.
Incluso del hecho de ser “míos”.
¡Cortos de inteligencia!
¿No os cura el comparar lo que sois, con Aquel que os ha elegido?
No es porque os haya llamado por lo que seréis santos.
Será por el modo en que hayáis evolucionado después de mi llamada.
La santidad es edificio que cada uno eleva por sí mismo.
La Sabiduría le puede indicar el método y el proyecto.
Pero la obra material os toca a vosotros.
– Es verdad.
¿Pero entonces no nos vamos a perder?
¿Después de la prueba vamos a ser más santos por ser más humildes?…
– Sí.
El “sí” es breve y grave.
– ¿Lo dices así, Maestro?
– Así lo digo.
– Querrías de nosotros santidad antes de la prueba…
– Eso querría.
Y para todos.
– ¿Para todos?
¿No seremos iguales en la prueba?
– No seréis iguales ni antes ni durante ni después de ella…
A pesar de que a todos os haya ofrecido la misma palabra…
– Y el mismo amor, Maestro.
Nuestra culpa hacia Ti, es grande…
Jesús suspira…
414 EL OPROBIO JUNTO A LA PERFECCIÓN
414 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
365 En Betania, en la casa de Lázaro, enfermo.
Jesús, con paso raudo, va hacia Betania; a un lado y otro de Él, Simón Zelote y Margziam.
Felices de ser ellos dos los preferidos para esta visita.
Margziam, ya completamente tranquilo, hace mil preguntas sobre la mujer que ha venido de Éfeso,
pregunta si Jesús sabía ese hecho, etc.
Jesús responde:
– No lo sabía.
El tesoro de bondades de mi Madre es infinito.
Y lo hace con un silencio tan delicado que, la mayor parte de las veces, sus buenas acciones quedan secretas.
Zelote comenta:
– Pero es un episodio muy bonito, ¿Eh?
– Sí.
Tanto que quiero contárselo a Juan de Endor
Maestro, ¿Crees que vamos a encontrar sus cartas en Bethania?
– Estoy casi seguro.
– Debería estar también la mujer curada de la lepra – observa el Zelote.
– Sí.
Ha observado con fidelidad los preceptos.
Pero ya debe haberse cumplido el tiempo de la purificación.
Bethania aparece en su llanura elevada.
Pasan por delante de la casa en que en otros tiempos había pavos reales, flamencos y grullas.
Ahora está abandonada y cerrada.
Simón lo observa.
Pero su observación se ve interrumpida por el jovial saludo de Maximino,
que improvisamente sale por el cancel,
diciendo:
– ¡Maestro santo!
¡Qué felicidad en medio de tanto dolor!
– Paz a ti.
-Porque Lázaro tiene dolores desgarradores a causa de sus piernas ulceradas.
Y no sabemos qué hacer para aliviar ese dolor.
Pero viéndote a Ti estará mejor, al menos de espíritu.
Entran en el jardín.
Y mientras Maximino se adelanta veloz, ellos siguen a paso lento hacia la casa.
Corre afuera María de Magdala con su grito adorador:
– ¡Rabbuní!
La sigue, más sosegada, Marta.
Ambas están pálidas como quien ha sufrido y velado.
– Levantaos.
Vamos inmediatamente donde está Lázaro.
Martha suplica:
– ¡Maestro, Maestro que todo lo puedes, cúrame a mi hermano!
María insta:
¡Sufre por encima de sus fuerzas!
Se está consumiendo. Gime.
Y, claro, morirá si sigue así.
¡Ten piedad de él, Señor!
Jesús dice:
– Tengo toda la piedad.
Pero no es para él hora de milagro.
Debe ser fuerte, y vosotras con él.
Ayudadle a hacer la Voluntad del Señor.
Martha llorando, pregunta gimiendo
– ¿Quieres decir que deberá morir?
Y María, nadando sus ojos en el llanto y la pasión en la voz,
la dúplice pasión por Jesús y por su hermano:
– ¡Oh, Maestro, pero de esta forma me impides seguirte y servirte!
¡E impides a mi hermano gozar de mi resurrección!
¿Es que no quieres en casa de Lázaro el júbilo por una resurrección?
Jesús la mira con una sonrisa buena y perspicaz,
y dice:
– ¿Por una?
¿Sólo una?
¡Pero entonces me creéis muy poca cosa, si creéis que puedo una cosa sola!
Sed buenas y fuertes. Vamos.
Y no lloréis de esa forma.
Lo abatiríais con dolorosas conjeturas.
Y, Él el primero, se encamina hacia donde está Lázaro;
el cual, sin duda para que sea más fácil asistirle, ha sido acomodado en una sala que está junto a la biblioteca,
en frente de la sala mayor, dedicada a convites.
Maximino señala la puerta, pero deja a Jesús que entre solo.
– ¡Paz a ti, Lázaro, amigo mío!
– ¡Oh, Maestro santo!
La paz a ti.
Para mí, en mis miembros, la paz ya no existe.
¡Sufro mucho, Señor! Pronuncia para mí la amada orden: “Lázaro, sal afuera”,
y me pondré en pie, curado, para servirte…
– Te daré esa orden, Lázaro.
Pero no ahora – responde Jesús abrazándolo.
Lázaro está muy delgado, amarillento, visiblemente muy enfermo y muy debilitado.
Y tiene hundidos los ojos.
Llora como un niño al enseñar sus piernas hinchadas, azuladas;
con llagas varicosas, abiertas en varios puntos.
Quizás espera que Jesús, al mostrarle ese destrozo, se conmueva y haga un milagro.
Pero Jesús se limita a colocar de nuevo, con delicadeza, sobre las llagas;
las vendas untadas de bálsamo.
– ¿Has venido para quedarte? – pregunta Lázaro, no sin desilusión.
– No.
Pero vendré a menudo.
– ¿Cómo?
¿Tampoco vas a celebrar este año la Pascua conmigo?
He dicho que me trajeran aquí por ese motivo.
Me habías prometido, cuando los Tabernáculos, que ibas a estar mucho conmigo, después de las Encenias…
– Y estaré.
Pero no ahora.
¿Te molesto si me siento aquí en la orilla de tu cama?
– ¡No, no!
Todo lo contrario.
La frescura de tu mano parece como si mitigara el ardor de mi fiebre.
¿Por qué no te quedas, Señor?
– Porque como a ti te atormentan las llagas, a mí los enemigos.
A pesar de que Betania esté considerada dentro de los límites para la Cena, y para todos;
para Mí, celebrar aquí la Pascua se consideraría pecado.
De lo que Yo hago, para el Sanedrín y los fariseos, todo son camellos y vigas…
– ¡Ah! ¡Los fariseos!
Pero entonces en una casa mía…
¡Esto al menos!
– Eso sí.
Pero lo diré en el último momento.
Por prudencia.
– ¡Ah, sí, no te fíes!
Te ha ido bien con Juan, ¡Eh!,
¿Sabes? Ayer ha venido Tolmái con otros y me ha traído cartas para Ti.
Las tienen mis hermanas.
¿Pero dónde se han quedado Marta y María?
¿No se preocupan de recibirte con honor?
Lázaro está inquieto, como muchos enfermos.
– Tranquilo.
Están afuera, con Simón y Margziam.
He venido con ellos.
Y no necesito nada.
Y así es; llama a los que prudentemente se habían quedado afuera.
Marta sale y vuelve con dos rollos y se los entrega a Jesús.
María, entretanto, refiere que el siervo de Nicodemo ha dicho que precede a su señor,
que viene con José de Arimatea.
«que ha llegado ayer en nombre tuyo» dice.
– ¡Ah! ¡Sí!
¿Sabes quién es?
Martha explica:
– Nos lo ha dicho.
Es hija de un rico de Jericó que hace años fue a Siria, de joven.
La llamó Anastásica, en recuerdo de la flor del desierto.
Pero no ha querido revelar el nombre de su marido.
– No es necesario.
La ha repudiado.
Por tanto, ella es únicamente “la discípula”.
– Duerme.
Está cansada.
Ha vivido muy mal estos días y estas noches.
Si quieres la llamo.
– No. Deja que duerma.
Me ocuparé mañana.
Lázaro mira admirado a Margziam, el cual está en ascuas;
y es que quisiera saber lo que dicen los rollos.
Jesús lo comprende y los abre.
Lázaro dice:
– ¿Cómo? ¿Él lo sabe?
– Sí.
Él y los otros, excepto NatHanael, Felipe, Tomás y Judas…

La posesión demoníaca perfecta, proporciona la fuerza y la determinación, para permanecer en el Mal…
Lázaro interviene bruscamente:
– ¡Has hecho bien en no revelárselo a él! –
Tengo muchas sospechas…
– No soy imprudente, amigo – le interrumpe Jesús.
Lee los rollos y luego refiere las noticias principales:
O sea, que los dos se han aclimatado, que la escuela prospera…
Y que, si no fuera por el declinar de Juan, todo iría bien.
Pero no puede decir nada más, porque se anuncia la llegada de Nicodemo y José.
Que entran diciendo:
– ¡Dios te salve, Maestro, esta mañana y siempre!
– Gracias, José.
¿Y tú, Nicodemo, no estabas?
– No.
Pero, sabiendo que habías llegado…
he pensado en venir a casa de Lázaro, casi seguro de que te encontraría.
Y José se ha unido a mí.
Hablan alrededor de la cama de Lázaro de los hechos de la mañana.
Y él se interesa tanto, que parece aliviado de su sufrimiento.
José de Arimatea dice:
– ¿Y Gamaliel, Señor?
¿Oíste?
– Oí.
Nicodemo dice:
– Yo, sin embargo, digo: ¿Y Judas de Keriot, Señor?
Después de tu partida, me lo encontré vociferando como un demonio,
en medio de un grupo de alumnos de los rabíes.
Te acusaba y defendía al mismo tiempo.
Estoy seguro de que estaba convencido de actuar bien.
Ellos querían encontrarte culpas, ciertamente estimulados por sus maestros.
Él rebatía las acusaciones con pasión enardecida.
Decía: «Sólo una culpa tiene mi Maestro: hacer resaltar demasiado poco su poder.
Deja pasar el momento oportuno.
Cansa a los buenos con su excesiva mansedumbre.
¡Rey es, debe actuar como rey! Vosotros lo tratáis como a un siervo, porque es manso.
Y El, por ser sólo manso, se destruye.
Para vosotros, que sois viles y crueles,
no hay otra cosa aparte del azote de un poder absoluto y violento.
¡Ah, si pudiera hacer de El un violento Saúl!”
Jesús menea la cabeza sin decir nada.
Nicodemo observa:
– De todas formas, a su manera, te ama.
Lázaro exclama:
– ¡Qué hombre más desconcertante!
Zelote confirma:
– Sí.
Bien has dicho.
Y hace dos años que estoy con él.
María de Magdala se alza, con majestuosidad de reina,…
Y con su espléndida voz proclama:
– Yo lo he entendido más que todos:
Es el oprobio al lado la Perfección.
Y no hay nada más que decir.
Y sale para alguna gestión, llevándose consigo a Margziam.
Lázaro dice:
– Quizás María tiene razón.
José apoya:
– También lo creo yo.
– ¿Y Tú, Maestro, qué dices?
– Digo que Judas es “el hombre”.
El hombre limitado junto a Dios infinito.
El hombre está tan restringido en su pensamiento, mientras no lo airean sobrenaturalmente,
que puede acoger una sola idea, incrustarla dentro de sí, o incrustarse en ella,
y quedarse así. Incluso contra la evidencia.
Terco. Obstinado. Incluso por fidelidad hacia la cosa que más le ha impresionado.
En el fondo, Gamaliel tiene una fe, como pocos en Israel,
en el Mesías que vislumbró y reconoció en un niño.
Y es fiel a las palabras de aquel niño…
Y lo mismo Judas.
Saturado de la idea mesiánica como la mayor parte de Israel la cultiva,
confirmado en ella por mi primera manifestación a él,
ve, quiere ver, en el Cristo el rey.
El rey temporal y poderoso…
Y es fiel a este concepto suyo.
¡Cuántos, incluso en el futuro, se malograrán por una concepción de fe equivocada, terca contra toda razón!
¿Pero qué creéis, que es fácil seguir la verdad y la Justicia en todas las cosas?
¿Qué creéis, que es fácil salvarse sólo porque se sea un Gamaliel y un Judas apóstol?
No. En verdad, en verdad os digo que es más fácil que se salve un niño, un fiel común,
que uno elevado a especial cargo y a especial misión.
Generalmente entra, en los llamados a extraordinaria suerte, la soberbia de su vocación,
y esta soberbia abre las puertas a Satanás, expulsando a Dios.
Las caídas de las estrellas son más fáciles que las de las piedras.
El Maldito trata de apagar los astros y se insinúa, se insinúa tortuoso
para hacer de palanca contra los elegidos y poder volcarlos.
Si miles de hombres caen en los errores comunes,
su caída no arrastra nada más que a ellos mismos.
Pero si cae uno de los elegidos para una extraordinaria suerte,
y viene a ser instrumento de Satanás en vez de serlo de Dios,
su voz en vez de “mi” Voz,
su discípulo en vez de “mi” discípulo, entonces la ruina es mucho mayor
y puede dar origen incluso a profundas herejías que dañan a un número sin número de espíritus.
El bien que Yo doy a una persona producirá mucho bien si cae en un terreno humilde
y que sabe permanecer humilde;
pero, si cae en un terreno soberbio o que se hace soberbio por el don recibido,
entonces de bien se transforma en mal.
A Gamaliel le fue concedida una de las primeras epifanías del Cristo.
Debía ser su precoz llamada a Cristo;
sin embargo, es la razón de su sordera a mi Voz que lo llama.
A Judas le ha sido concedido ser apóstol: uno de los Doce Apóstoles
entre los millares de hombres de Israel.
Debía ser esto su santificación.
Pero, ¿Qué será?…
Amigos míos, el hombre es el eterno Adán…
Adán tenía todo.
Todo menos una cosa.
¡Y si el hombre se queda en Adán!
¡Ah, pero muy a menudo se transforma en Lucifer!
Tiene todo menos la divinidad.
Quiere la divinidad.
Quiere lo sobrenatural para causar asombro, para ser aclamado, temido, conocido, celebrado…
Y, para conseguir algo de eso que sólo Dios puede gratuitamente dar,
se agarra fuertemente a Satanás,
que es el Simio de Dios y da sucedáneos de dones sobrenaturales.
¡Qué horrenda suerte la de estos que se han transformado en demonios!
Os dejo, amigos.
Me retiro bastante.
Tengo necesidad de recogerme en Dios…
Los que se quedan (Lázaro, José, Nicodemo y el Zelote) se miran.
José pregunta en voz baja a Lázaro:
– ¿Has visto cómo se ha turbado?
Lázaro responde:
– Sí, lo he visto.
Parecía como si estuviera viendo un espectáculo horrendo.
Nicodemo pregunta:
— ¿Qué tendrá en el corazón?
José responde:
– Sólo Él y el Eterno lo saben.
¿Tú no sabes nada, Simón?
– No.
Lo cierto es que hace meses que está muy angustiado.
– ¡Dios lo proteja!
Pero lo cierto es que el odio aumenta.
– Sí, José.
Creo que pronto el Odio va a vencer al Amor.
– ¡No digas eso, Simón!
¡Si debe suceder así, no volveré a pedir la curación!
Mejor morir que asistir al más horrendo de los errores».
– De los sacrilegios, debes decir, Lázaro…
.Y… Israel es capaz de esto.
Está maduro para repetir el gesto de Lucifer,
declarando la guerra al Señor bendito – suspira Nicodemo.
Un silencio penoso se forma, cual mordaza que estrangula todas las gargantas…
Declina la tarde en la habitación,
en que cuatro hombres honestos piensan en los futuros delincuentes.