Archivos diarios: 20/12/21

426 EL CONVITE DE LOS POBRES

426 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

370d El jueves prepascual. En el convite de los pobres en el palacio de Cusa.

Mientras tanto, empiezan a subir los invitados…

Jesús habla con Juana.

–              De acuerdo.

Que vengan. Sí.

Mucho mejor si se han puesto vestidos hebreos, para no chocar con el prejuicio de muchos.

Las espero aquí.

Ve a llamarlas.

Y apoyado a la jamba, observa el flujo de los invitados, guiados con amor a las mesas,

por discípulos y discípulas según un orden ya establecido.

Lucas 14, 13

En el centro está la mesa baja de los niños

luego, a una parte y a otra, todas las otras mesas, paralelas.

Y mientras ciegos, cojos, lisiados, tullidos, ancianos, viudas y mendigos, impresas en sus rostros sus

historias de dolores, se colocan;

he aquí que traen – delicados como cestos de flores – unos cestos transformados en cunas,

e incluso unas pequeñas arquetas, donde duermen satisfechos, colocados encima de almohadones,

los lactantes tomados de sus madres mendigas.

Y María de Mágdala ya tranquila, se acerca a Jesús presurosa,

y dice:

–           Han llegado las flores.

Ven a bendecirlas, Señor.

Pero al mismo tiempo aparece Juana por la escalera interior,

y dice:

–            Maestro, están aquí las discípulas paganas.

Jesús atiende primero al llamado de Juana y se dirige a recibirlas…

Son siete mujeres, que vienen con vestidos oscuros y humildes semejantes a los de las hebreas.

Todas traen los rostros velados y vienen cubiertas hasta los pies con un manto.

Dos son altas y de aspecto majestuoso; las otras, de media estatura.

Pero cuando, habiendo venerado antes al Maestro, se quitan el manto, es fácil reconocer a Plautina,

a Lidia, a Valeria, a la liberta Flavia (la que escribió las palabras de Jesús en el jardín de Lázaro).

Y otras tres desconocidas:

Una que, a pesar de tener mirada acostumbrada a mandar, se arrodilla, (Es Claudia Prócula)

y le dice al Señor:

«Y que conmigo se postre Roma a tus pies»;

Otra es una hermosa matrona de unos cincuenta años;

Y una jovencita grácil y serena como una flor del campo.

María de Mágdala reconoce a las romanas, a pesar de sus vestidos hebreos…

Y susurra: «¡¡¡Claudia!!!», con los ojos como platos.

Claudia dice:

—             «Soy yo

¡Basta ya de oír por palabras ajenas!

La Verdad y la Sabiduría deben ser recogidas directamente de la fuente».

Valeria pregunta a Magdalena:

–             ¿Crees que nos reconocerán?

María de lázaro responde:

–             Si no os descubrís nombrándoos, creo que no.

Además, os voy a poner en un sitio seguro.

Jesús dice:

–             No, María.

A las mesas, a servir a los mendigos.

Ninguno podrá pensar que las patricias sean siervas de los pobres,

de los ínfimos del mundo hebraico.

Claudia confirma:

–              Bien sentencias, Maestro.

Porque la soberbia es innata en nosotros.

–             Y la Humildad es el signo más claro de mi doctrina.

Quien me quiera seguir, debe amar la Verdad, la Pureza y la Humildad,.

Debe tener Caridad con todos y…

Heroísmo para desafiar la opinión de los hombres y las presiones de los tiranos.

Vamos.

La matrona romana dice:

–           Perdona, Rabí.

Esta jovencita es una esclava hija de esclavos

La he rescatado porque es de origen israelita y Plautina la tiene consigo.

Pero yo te la ofrezco, porque pienso que es lo correcto.

Su nombre es Egla.

Te pertenece.

—              María, acógela

Luego veremos cómo…

Gracias, mujer.

Entonces Jesús se dirige a la terraza a bendecir a los niños.

Las damas despiertan mucha curiosidad…

Pero vestidas y peinadas así a la hebrea, con túnicas casi pobres, no levantan sospechas.

Jesús va al centro de la terraza, junto a la mesa de los niños…

Y ora, ofreciendo por todos el alimento al Señor.

Bendice y da la orden de empezar la comida.

Apóstoles, discípulos, discípulas, damas… 

Son los siervos de los pobres.

Y Jesús da ejemplo remangándose las amplias mangas de la túnica roja…

Y ocupándose de “sus” niños, ayudado por Miriam de Jairo y por Juan.

Las bocas de muchos desnutridos se llenan regiamente, pero todos los ojos se centran en el Señor.

Cae la tarde y se recoge el toldo

al mismo tiempo, los criados traen lámparas que todavía son innecesarias.

Jesús circula entre las mesas.

No deja a ninguno sin el consuelo de unas palabras o de una ayuda.

Así, pasa varias veces, casi rozando a las regias Claudia y Plautina; 

que humildes, cortan el pan o acercan el vino a los labios de los ciegos, paralíticos y mancos.

Sonríe a las vírgenes, que se ocupan de las mujeres;

a las madres discípulas llenas de piedad para con estos pobrecillos.

A María de Mágdala, dedicada solícitamente a una mesa de personas muy ancianas…

La mesa más triste de todas, llena de toses, de temblores,

de mandíbulas desdentadas que mascujan

y de bocas que babean…

Y ayuda a Mateo…

Que da unos zarandeos a un niñito al que se le ha atravesado una miga de torta

que estaba chupando y mordiendo con sus dientecitos nuevos;

Felicita a Cusa..

Quien llegado al principio de la comida, está trinchando las carnes y sirviendo,

como todo un criado experto.

La comida termina.

En las caras con color, en los ojos ahora más alegres, se manifiesta la satisfacción de estos

pobrecillos.

Jesús se inclina hacia un anciano tembloroso,

y dice:

–              ¿En qué piensas, padre, que sonríes?

El hombre responde:

–              Pienso que no es un sueño.

No, no lo es.

Hasta hace poco creía dormir y estar soñando.

Pero ahora siento que realmente es verdad.

¿Pero quién te hace tan bueno, que haces tan buenos a tus discípulos?

¡Viva Jesús! – grita para terminar.

Y todas las voces de estos desdichados – y son centenares – gritan:

«¡Viva Jesús!»

Jesús va de nuevo al centro y abre los brazos,

haciendo señal de que guarden silencio y estén quietos.

Y empieza a hablar, sentado con un niñito encima de sus rodillas.

–             Viva, sí, viva Jesús.

No porque Yo sea Jesús, sino porque Jesús quiere decir el Amor de Dios hecho Carne

y venido aquí abajo, en medio de los hombres, para que lo conozcan y para dar a conocer el amor,

que será el Signo de la nueva era.

Viva Jesús porque Jesús quiere decir “Salvador”.

Y Yo os salvo.

A todos: ricos y pobres, niños y ancianos, israelitas y paganos.

A TODOS.

Con tal de que vosotros queráis darme la voluntad de ser salvados.

Jesús es para todos, no es para éste o para aquél, ES DE TODOS.

ES DE TODOS LOS HOMBRES…

Y para todos los hombres.

Para todos soy el Amor Misericordioso y la Salvación segura.

¿Qué es necesario hacer para ser de Jesús, y, por tanto, para ser salvados?

Pocas cosas, pero grandes.

No grandes porque sean cosas difíciles como las que hacen los reyes;

sino grandes porque exigen que el hombre se renueve para llevarlas a cabo…

Y para ser de Jesús.

Por tanto, Amor, Humildad, Fe, resignación, compasión.

Esto es.

Vosotros, que sois discípulos,

¿Qué habéis hecho hoy de grande?

Diréis: “Nada. Hemos servido una comida”.

NO. Habéis servido el amor.

Os habéis humillado.

Habéis tratado como hermanos a desconocidos de todas las razas, sin preguntar quiénes son;

si están sanos, si son buenos.

Y lo habéis hecho en Nombre del Señor.

Quizás esperabais de Mí, grandes palabras, para vuestra instrucción.

He querido que hicierais grandes hechos.

Hemos empezado el día con la Oración, hemos socorrido a leprosos y mendigos,;

hemos adorado al Altísimo en su Casa.

Hemos comenzado los ágapes fraternos y el cuidado de peregrinos y pobres,

HEMOS SERVIDO,

porque servir por amor es asemejarse a Mí, que soy Siervo de los siervos de Dios,

Siervo hasta el anonadamiento de la muerte, para daros salvación…

(Y Yo os salvo. A todos:.. 

Con tal de que vosotros queráis darme la voluntad de ser salvados.

425 LA MADRE DEL DEICIDA

425 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

370c El jueves prepascual. En el convite de los pobres en el palacio de Cusa

Jesús, que tenía inclinada su cabeza hacia los dos niños, la levanta…

Y ve a María que está atendiendo a la madre de Judas.

Se levanta y se acerca a ellas.

Pone la mano encima de la cabeza entrecana de María de Simón,

preguntando:

–           ¿Por qué lloras, mujer? 

Ella, extremadamente angustiada,

exclama:

–           ¡Oh! ¡Señor!

¡Señor! ¡Yo he dado a luz a un demonio!

¡Ninguna otra madre de Israel me igualará en el dolor!

–            María, otra madre y también por ese motivo tuyo,

me ha dicho y dice estas palabras.

Pobres madres!…

–            ¡Mi Señor!

¿Entonces hay otro que sea como mi Judas, pérfido y desalmado contigo?

¡No puede ser!

Él, que te tiene a Ti, se ha dado a prácticas inmundas;

él, que respira tu aliento, es un lujurioso y un ladrón.

Y quizás se hará homicida.

¡Mentira es su pensamiento, fiebre su vida!

¡Haz que muera, Señor!

¡Por piedad, haz que muera!

María, tu corazón te lo hace ver peor de lo que es;

el miedo te enajena.

Cálmate y razona.

¿Qué pruebas tienes de su actuación…

–             Respecto a Ti, nada.

Pero es un alud que está descendiendo.

Lo he sorprendido y no ha podido ocultar las pruebas de…

Ahí está… ¡Calla, por piedad!

Me mira.

Sospecha. Es mi dolor.

¡No hay ninguna Madre más desdichada que yo en Israel!…

María susurra:

–           Yo…

Porque a mi dolor uno el de todas las madres infelices...Porque la causa de mi dolor es el odio no de uno, sino de todo un mundo.

Jesús va donde Juana, que ha solicitado su Presencia.

Entretanto, Judas viene donde su madre, a la que María sigue

consolando.

Y le regaña:

–              ¿Ya has podido manifestar tus delirios?

¿Calumniarme?

Estás contenta ya?

María pregunta muy severa:

–            ¡Judas!

¿Hablas así a tu madre?

Judas contesta fastidiado:

–           Sí, porque estoy cansado de su persecución.

María de Simón rechaza:

–           ¡Hijo mío, no es una persecución! Es amor.

Dices que estoy enferma.

Pero el enfermo eres tú.

Dices que te calumnio y que escucho a tus enemigos.

Pero tú te haces daño a ti mismo y sigues a personas nefastas, que te arrastrarán tras sí.

Y cultivas su compañía.

Porque eres débil, hijo mío… 

Y ellos se han dado cuenta…

Escucha a tu madre.

Escucha a Ananías, anciano y sabio.

¡Judas! ¡Judas!

¡Ten piedad de ti, de mí!

¡¡¡Judas!!!

¿A dónde vas, Judas?

Judas, que está cruzando casi corriendo la terraza,

se vuelve y grita:

–             ¡A donde soy útil y venerado!

Y baja atropelladamente la escalera, mientras la infeliz madre, asomándose al antepecho,

le grita:

–                ¡No vayas!

¡No vayas! ¡Quieren tu ruina!

¡Hijo! ¡Hijo! ¡Hijo mío!…

Judas ha llegado abajo.

Y los árboles lo ocultan a la vista de su madre.

Se le vuelve a ver un momento, en un espacio vacío antes de entrar en el vestíbulo.

–                Va…

La soberbia le devora – gime su madre.

–               Vamos a orar por él, María.

Las dos juntas…

Dice la Virgen teniendo tomada de la mano, a la triste madre del futuro deicida.