425 LA MADRE DEL DEICIDA3 min read

425 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

370c El jueves prepascual. En el convite de los pobres en el palacio de Cusa

Jesús, que tenía inclinada su cabeza hacia los dos niños, la levanta…

Y ve a María que está atendiendo a la madre de Judas.

Se levanta y se acerca a ellas.

Pone la mano encima de la cabeza entrecana de María de Simón,

preguntando:

–           ¿Por qué lloras, mujer? 

Ella, extremadamente angustiada,

exclama:

–           ¡Oh! ¡Señor!

¡Señor! ¡Yo he dado a luz a un demonio!

¡Ninguna otra madre de Israel me igualará en el dolor!

–            María, otra madre y también por ese motivo tuyo,

me ha dicho y dice estas palabras.

Pobres madres!…

–            ¡Mi Señor!

¿Entonces hay otro que sea como mi Judas, pérfido y desalmado contigo?

¡No puede ser!

Él, que te tiene a Ti, se ha dado a prácticas inmundas;

él, que respira tu aliento, es un lujurioso y un ladrón.

Y quizás se hará homicida.

¡Mentira es su pensamiento, fiebre su vida!

¡Haz que muera, Señor!

¡Por piedad, haz que muera!

María, tu corazón te lo hace ver peor de lo que es;

el miedo te enajena.

Cálmate y razona.

¿Qué pruebas tienes de su actuación…

–             Respecto a Ti, nada.

Pero es un alud que está descendiendo.

Lo he sorprendido y no ha podido ocultar las pruebas de…

Ahí está… ¡Calla, por piedad!

Me mira.

Sospecha. Es mi dolor.

¡No hay ninguna Madre más desdichada que yo en Israel!…

María susurra:

–           Yo…

Porque a mi dolor uno el de todas las madres infelices...Porque la causa de mi dolor es el odio no de uno, sino de todo un mundo.

Jesús va donde Juana, que ha solicitado su Presencia.

Entretanto, Judas viene donde su madre, a la que María sigue

consolando.

Y le regaña:

–              ¿Ya has podido manifestar tus delirios?

¿Calumniarme?

Estás contenta ya?

María pregunta muy severa:

–            ¡Judas!

¿Hablas así a tu madre?

Judas contesta fastidiado:

–           Sí, porque estoy cansado de su persecución.

María de Simón rechaza:

–           ¡Hijo mío, no es una persecución! Es amor.

Dices que estoy enferma.

Pero el enfermo eres tú.

Dices que te calumnio y que escucho a tus enemigos.

Pero tú te haces daño a ti mismo y sigues a personas nefastas, que te arrastrarán tras sí.

Y cultivas su compañía.

Porque eres débil, hijo mío… 

Y ellos se han dado cuenta…

Escucha a tu madre.

Escucha a Ananías, anciano y sabio.

¡Judas! ¡Judas!

¡Ten piedad de ti, de mí!

¡¡¡Judas!!!

¿A dónde vas, Judas?

Judas, que está cruzando casi corriendo la terraza,

se vuelve y grita:

–             ¡A donde soy útil y venerado!

Y baja atropelladamente la escalera, mientras la infeliz madre, asomándose al antepecho,

le grita:

–                ¡No vayas!

¡No vayas! ¡Quieren tu ruina!

¡Hijo! ¡Hijo! ¡Hijo mío!…

Judas ha llegado abajo.

Y los árboles lo ocultan a la vista de su madre.

Se le vuelve a ver un momento, en un espacio vacío antes de entrar en el vestíbulo.

–                Va…

La soberbia le devora – gime su madre.

–               Vamos a orar por él, María.

Las dos juntas…

Dice la Virgen teniendo tomada de la mano, a la triste madre del futuro deicida.  

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