427 LA FIEBRE DE SALOMÉ7 min read

427 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

370e El jueves prepascual. En el convite de los pobres en el palacio de Cusa.

Un fuerte rumor de voces y pasos interrumpe a Jesús.

Un grupo exaltado de israelitas está subiendo apresuradamente las escaleras.

Las romanas más conocidas o sea,

Plautina, Claudia, Valeria y Lidia, buscan un lugar retirado y se echan el velo.

El grupo perturbador irrumpe en la terraza como si buscaran..,

¡Quién sabe que cosa!

Cusa, ofendido, se pone delante de ellos,

y pregunta:

–                 ¿Qué queréis?

El jefe que los comanda, responde:

–                  Nada que se refiera a ti.

Buscamos a Jesús de Nazaret, no a ti.

Jesús se adelanta, dejando en el suelo al niño e irguiéndose majestuoso,

preguntando:

–               Aquí estoy.

¿No me veis?

Un fariseo pregunta:

–              ¿Qué haces aquí?

Jesús responde:

–               Ya lo veis.

Hago lo que enseño…

Y enseño lo que se debe hacer: el amor a los pobres.

¿Qué os habían dicho?

–               Se han oído gritos de sedición.

Y dado que donde Tú estás hay sedición, hemos venido a ver.

–              Donde Yo estoy hay paz.

El grito era: «Viva Jesús»».

Precisamente eso.

Se ha pensado, tanto en el Templo como en el palacio de Herodes, que aquí hubiera una conjura

contra…

–            ¿Quién?

¿Contra quién?

¿Quién es rey en Israel?

No es el Templo, ni Herodes. Domina Roma.

Y quien piense en proclamarse rey donde Roma impera es un loco.

–              Tú dices que eres rey.

–               Soy Rey.

¡Pero no de este mundo–

Demasiado mísero para Mí!

Demasiado mísero es también el imperio.

Soy Rey del Reino santo de los Cielos, del Reino del Amor y del Espíritu.

Idos en paz o quedaos, si queréis.

Y aprended cómo se entra en este Reino mío.

Estos son mis súbditos: los pobres, los infelices, los oprimidos;

y también los buenos, los humildes, los caritativos.

Quedaos, uníos a ellos.

–               Pero siempre estás en banquetes en casas lujosas, entre mujeres bellas y…

Con voz de trueno.,

Cusa grita:

–               ¡Basta!

No se provoca ni se ofende al Rabí en mi casa.

¡Salid!

Pero en esto, de la escalera interna, se oye otro tumulto…

Y sale de repente a la terraza, la figurita esbelta de una joven velada.

Corre ligera, como una mariposa, hasta Jesús,.

Y arrojando velo y manto;

cae a sus pies y trata de besárselos.

Cusa y otros gritan pasmados:

–            ¡¡¡Salomé!!!

Jesús se ha retirado tan violentamente, para huir del contacto,

que su asiento se vuelca y Él aprovecha para ponerlo entre Sí y Salomé como separación.

Sus ojos están fosforescentes, son terribles:

Tanto que dan miedo.

Salomé, frívola y descarada, zalamera al máximo,

dice:

–                Sí, yo.

La aclamación ha llegado al Palacio.

Herodes envía una embajada para decirte que desea verte.

Pero la he precedido.

Ven conmigo, Señor.

¡Yo te amo mucho y te deseo mucho!

Yo también soy carne de Israel.

–                   Márchate a tu casa.

–                   La Corte te espera para tributarte honor.

–                   Mi Corte es ésta.

No conozco otra Corte, ni otros honores –

Y con la mano señala a los pobres que están sentados a las mesas.

–                Te traigo presentes para ella.

Aquí tienes mis joyas.

–                No las quiero.

–               ¿Por qué las rechazas?

–                Porque son inmundas y se ofrecen con inmunda finalidad. ¡Vete!

Salomé se levanta confundida.

Mira de refilón al Terrible;

al Purísimo que la fulmina con su brazo extendido y su mirada de fuego.

Mira furtivamente a todos…  y ve burla y náusea en las caras.

Los fariseos están petrificados observando la fuerte escena.

Las romanas se aventuran a acercarse para ver mejor.

Salomé intenta una última prueba:

–               Tratas incluso con los leprosos… – dice en tono sumiso y suplicante.

–                Son personas enfermas.

Tú eres una impúdica. ¡Vete!

El último « ¡vete!» es tan imperioso que Salomé recoge velo y manto.

Y agachada, se arrastra hacia las escaleras.

Cusa en voz baja, susurra:

–              ¡Ten cuidado, Señor!…

Tiene poder…

¡Podría perjudicarte! – susurra 

Pero Jesús responde con voz fortísima,

para que todos puedan oír, sobre todo la expulsada.

–                No importa.

Prefiero que me maten antes que aliarme con el vicio.

Sudor de mujer lasciva y oro de meretriz, son venenos de infierno.

Las alianzas viles con los poderosos son pecado.

Yo soy Verdad, Pureza y Redención.

Y no cambio.

.Ve. Acompáñala…

–              Castigaré a los criados que la han dejado pasar.

–              No castigarás a nadie.

Sólo una debe ser castigada. Ella.

Y ya lo es.

Y que sepa, y sepáis vosotros, que conozco su pensamiento…

Y me repele.

Que vuelva la serpiente a su guarida, que el Cordero vuelve a sus jardines.

Se sienta.

Suda. Guarda silencio.

Luego dice:

–          Juana, da a cada uno el óbolo;

para que durante algunos días sea menos triste la vi-da…

¿Qué más debo hacer con vosotros, hijos del dolor?

¿Qué queréis, que os pueda dar?

Leo en los corazones.

¡A los enfermos que saben creer, paz y salud!

Un instante de pausa…  Y luego un grito…

Y son muchísimos los que se levantan curados.

Los judíos, que habían venido con ánimo de pillar a Jesús en pecado,

se marchan atónitos por el milagro y la pureza de Jesús,.

Y desapercibidos en medio del delirio general de aclamaciones.

Jesús sonríe mientras besa a los niños.

Luego despide a los invitados.

Pero detiene un momento a las viudas,

y habla con Juana en favor de ellas.

Juana toma nota y las invita para el día siguiente;

luego se marchan también ellas.

Los últimos en salir son los ancianos…

Se quedan los apóstoles, los discípulos, las discípulas y las romanas.

Jesús dice:

–                Así es y debe ser la unión futura.

No hay palabras.

Que sean los hechos los que hablen con su evidencia a los espíritus y a las mentes.

La paz sea con vosotros.

Se dirige hacia la escalera interior y desaparece seguido por Juana…

Y luego por los demás.

Al pie de la escalera se topa con Judas:

Que le advierte:

–                ¡Maestro, no vayas a Getsemaní!

Hay enemigos que te buscan allí.

Y tú madre, ¿Qué dices ahora?, tú que me acusas.

Si no hubiera ido, no me habría enterado de la asechanza que tienden al Maestro.

¡A otra casa!

¡Vamos a otra asa!

María de Mágdala dice:

–           A la nuestra, entonces.

En casa de Lázaro sólo entran los que son amigos de Dios.

Jesús corrobora: 

              Sí.

Los que ayer estaban en Getsemaní,

que vengan con las hermanas a la residencia de Lázaro.

Mañana tomaremos una serie de medidas.

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