439 PARÁBOLA DE LOS PÁJAROS11 min read

439 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

 que tienden una trampa.

Jesús está en Bethania.

Toda fértil y florida en este hermoso mes de Nisán, sereno, puro,

como si la creación hubiera sido lavada de toda suciedad.

Pero las turbas, que sin duda lo han buscado en Jerusalén

y que no quieren marcharse sin antes escucharlo,

para poderse llevar en su corazón su palabra, le dan alcance.

Es tanta gente, que Jesús ordena reunirla para poder adoctrinarla.

Y los Doce con los setenta y dos, que han vuelto a formar ese número,

con los nuevos discípulos que se han agregado a ellos en estos últimos tiempos

se diseminan por todas partes para llevar a cabo la orden recibida.

Entretanto Jesús en el jardín de Lázaro, se despide de las mujeres,

especialmente de su Madre,

que por orden suya vuelven a Galilea acompañadas por Simón de Alfeo, Jairo, Alfeo de Sara,

Margziam, el marido de Susana y Zebedeo.

Hay saludos y lágrimas.

No faltan tampoco muchos deseos de no obedecer.

Deseos que nacen también del amor al Maestro.

Pero más fuerte aún es la fuerza del amor perfecto;

perfecto, por ser enteramente sobrenatural, hacia el Verbo Santísimo.

Y esta fuerza hace que obedezcan aceptando la dolorosa separación.

La que menos habla es María, la Madre de Jesús.

Pero su mirada dice más que todas las otras juntas.

Jesús, que lee su mirada, la tranquiliza, la consuela, la sacia de caricias,

si es que una madre puede ser saciada.

Y especialmente esta Madre toda amor y congoja, por el Hijo perseguido.

Finalmente las mujeres se marchan.

Y se vuelven una y otra vez saludando al Maestro, saludando a los hijos,

y a las afortunadas  discípulas judías, que todavía se quedan con el Maestro.

Simón Zelote. observa:

–               Han sufrido por marcharse…

Jesús dice:

–                Pero convenía que se marcharan, Simón.

–               ¿Prevés días tristes?

–               Turbulentos, por lo menos.

Las mujeres no pueden soportar las fatigas como nosotros.

Además, ahora que tengo un número casi igual de judías y galileas,

conviene que estén separadas.

Me tendrán por turnos.

Y por turnos tendrán la alegría de servirme;…

Y Yo el consuelo de su afecto santo.

La gente, mientras tanto, va aumentando

El huerto que hay entre la casa de Lázaro y la que era del Zelote, hormiguea de gente.

Hay personas de todas las castas y condiciones.

Y no faltan fariseos de Judea, miembros del Sanedrín y mujeres veladas.

De la casa de Lázaro salen en grupo;

bien juntos alrededor de una litera en que aquél es transportado,

los miembros del  Sanedrín que el sábado pascual estaban de visita en casa de Lázaro

en Jerusalén y otros más.

Lázaro al pasar, dedica a Jesús un gesto y una sonrisa feliz.

Jesús se lo devuelve mientras se pone al final del pequeño cortejo,

para ir al lugar donde ya espera la gente.

Los apóstoles vienen a Él.

Y Judas Iscariote, al que desde hace algunos días se le ve jubiloso, en una fase felicísima,

lanza en todas las direcciones las miradas de sus ojos negrísimos y centelleantes.

Y anuncia al oído de Jesús los descubrimientos que va haciendo.

–              ¡Mira, hay también sacerdotes!..

¡Mira, mira, está también Simón el del Sanedrín!

Y Elquías. ¡Mira qué mentiroso!

Hace sólo unos pocos meses decía cosas infernales de Lázaro…

Y ahora lo reverencia como si fuera un dios…

Y allí están Doro el Anciano y Trisón. ¿Ves que saluda a José?

También el escriba Samuel con Saulo…

¡Y el hijo de Gamaliel!

Allí hay un grupo de los de Herodes…

Y aquel grupo de mujeres tan veladas son, sin lugar a dudas, las romanas;

están apartadas, pero

¿Ves cómo observan a dónde te diriges para poder cambiar de sitio y oírte?

Reconozco sus figuras, a pesar de los mantos. ¿Ves?

Dos altas, una más bien ancha que alta, las otras de media estatura,

pero en la justa proporción. ¿Voy a saludarlas?

–             No.

Vienen como desconocidas,

como personas anónimas que desean la palabra del Rabí.

Debemos considerarlas como tales.

–             Como quieras, Maestro.

Lo decía por…

Recordarle a Claudia la promesa…

–             No hay necesidad.

Y aunque la hubiera, no nos volveremos nunca pedigüeños, Judas.

¿No es verdad?

El heroísmo de la fe debe formarse en medio de las dificultades.

–          Pero era por… por Ti, Maestro.

–           Y por tu perenne idea de un triunfo humano.

Judas, no te crees ficciones, sobre mi modo de actuar futuro, ni sobre las promesas recibidas.

Tú crees en lo que te dices tú solo.

Pero nada podrá cambiar el pensamiento de Dios,

que es que Yo sea Redentor y Rey de un reino espiritual.

Judas no replica.

Jesús está en su sitio, con los apóstoles en círculo en torno a Él.

Casi a sus pies está Lázaro en su triclinio; poco más lejos de Él, las discípulas judías,

O sea, las hermanas de Lázaro, Elisa, Anastática, Juana de Cusa con los pequeños,

Analía, Sara, Marcela, Nique.

Las romanas, las mujeres a las que Judas ha señalado como tales, están más atrás, casi en el fondo,

mezcladas entre un montón de gente poblana.

Los miembros del Sanedrín, fariseos, escribas, sacerdotes, están – es inevitable – en primera fila; 

pero Jesús les ruega que dejen paso a tres camillas con enfermos,

a los cuales hace algunas preguntas, aunque sin curarlos enseguida.

Jesús, para tomar la idea de su discurso, centra la atención de los presentes,

en el gran número de pájaros que tienen  sus nidos en las frondas del jardín de Lázaro

y del huerto en que está reunido el auditorio.

Jesús dice:

–             Observad.

Hay pájaros autóctonos y exóticos, de todas las razas y dimensiones

Y, cuando desciendan las sombras, en  su lugar, aparecerán las aves nocturnas,

que también son numerosas aquí, a pesar de que, sólo por el hecho de no verlas,

es casi posible olvidarlas.

¿Por qué hay tantas aves del aire aquí?

Porque encuentran de qué vivir felices:

sol, paz, abundante comida, lugares de amparo seguros, frescas aguas.

Y se congregan, viniendo de oriente y occidente, de mediodía y septentrión, si son migratorias…

O permaneciendo fieles a este lugar, si son autóctonas.

¿Qué pensar?

¿Qué las aves del aire superan en sabiduría a los hijos del hombre?

¡Cuántos de estos pájaros son hijos de pájaros ya muertos, pero que el año pasado,

o más lejos en el tiempo, nidificaron aquí y encontraron el bienestar!

Ellos se lo han dicho a sus hijos antes de morir

Han indicado este lugar.

Y éstos, los hijos, han venido obedientes.

Y el Padre que está en los Cielos, el Padre de todos los hombres,

¿No ha dicho a sus  santos sus verdades?

¿No ha dado todas las indicaciones posibles para el bienestar de sus hijos?

Todas las indicaciones: las que tienen por objeto el bien de la carne

y las que tienen por objeto el bien del espíritu.

¿Pero qué observamos?

Vemos que lo que fue enseñado para la carne:

desde las túnicas de pieles que Él hizo a Adán y Eva,

despojados ya ante sus propios ojos del vestido  de la inocencia que el pecado había desgarrado,

hasta los últimos descubrimientos que el hombre, por la luz de Dios, ha hecho

se recuerda, transmite y enseña;

mientras que lo otro, lo que fue enseñado, mandado, indicado para el espíritu,

no se conserva, no se enseña, no se practica.

Muchos del Templo cuchichean.

Pero Jesús los calma con un gesto.

–           El Padre, de una bondad que el hombre ni con mucho puede pensar,

manda a su Siervo a recordar su enseñanza,

a reunir a las aves en los lugares de salvación, a darles exacto conocimiento

de aquello que es útil y santo,

a fundar el Reino en  que toda angélica ave, todo espíritu,

encontrará gracia y paz, sabiduría y salvación.

Y en verdad, en verdad os digo que, de la misma forma que los pájaros nacidos en este lugar

en primavera dirán a otros de otros lugares:

“Venid con nosotros,

que hay un lugar bueno donde exultaréis con la paz y la abundancia

del Señor”, siendo así que se verá para el nuevo año

nuevos pájaros que afluirán aquí; del mismo modo, de todas las partes del mundo,

como dicen los profetas, veremos afluir gran número de espíritus  a la Doctrina venida de Dios,

al Salvador fundador del Reino de Dios.

Pero entre las aves diurnas están mezcladas en este lugar pájaros nocturnos, rapaces,

que alteran el orden, capaces de sembrar terror y muerte entre los pajaritos buenos.

Éstas son las aves que desde hace años, desde una serie de generaciones,

son lo que son y nada las puede desanidar,

porque sus obras se hacen en las tinieblas y en lugares impenetrables para el hombre.

Éstas, con su cruel mirada, con su vuelo mudo,

con su  voracidad, con su crueldad,

trabajan en las tinieblas, y siembran, ellas inmundas, inmundicia y dolor.

¿A quién podremos compararlas?

A cuantos en Israel no quieren aceptar la Luz que ha venido a iluminar las tinieblas,

la Palabra que ha venido a  adoctrinar, la Justicia que ha venido a santificar.

Para ellos he venido inútilmente.

Es más, para ellos soy motivo de pecado,

porque me persiguen a Mí y persiguen a mis fieles.

¿Qué diré entonces?

Una cosa que ya he dicho otras veces:

“Muchos vendrán de oriente y occidente

y se sentarán con Abraham y Jacob en el Reino de los Cielos.

Pero los hijos de este reino serán arrojados a las tinieblas exteriores”.

Uno de los miembros del Sanedrín que están en contra,

grita:

–             ¿Los hijos de Dios a las tinieblas?

¡Blasfemas!

Es la primera salpicadura de la baba de los reptiles que han estado demasiado tiempo callados.   

Y que no pueden seguir callados, porque se ahogarían en su propio veneno.

–              No los hijos de Dios – responde Jesús.

–              ¡Lo has dicho Tú!

Has dicho: “Los hijos de este reino serán arrojados a las tinieblas exteriores”.

–               Y lo repito.

Los hijos de este reino.

Del reino donde señorean la carne, la sangre, la avaricia, el hurto, la lujuria, el delito.

Pero éste no es mi Reino, que es Reino de la Luz.

Éste, el vuestro, es el reino de las tinieblas.

Al Reino de la Luz vendrán de oriente y occidente, mediodía y septentrión,

los espíritus rectos, incluso los que por ahora son paganos, idólatras, despreciables para Israel.

Y vivirán en santa comunión con Dios, habiendo acogido dentro de ellos la luz de Dios,

en espera de ascender a la  verdadera Jerusalén, donde ya no habrá lágrimas ni dolor.

y sobre todo, donde no hay mentiras.

La mentira que ahora gobierna  el mundo de las tinieblas y satura a los hijos de ese mundo

hasta el punto de que en ellos no cabe ni una pizca de luz divina.

¡Oh!

¡Que vengan los hijos nuevos a ocupar el lugar de los hijos apóstatas!

¡Vengan!

¡Cualquiera fuere su procedencia, Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos!

Muchos enemigos gritan:

–                ¡Has hablado para insultarnos!

—               He hablado para decir la verdad.

–                 Tu poder está en la lengua; con ella Tú, serpiente nueva,

seduces a las multitudes y las perviertes.

–                 Mi poder está en la potencia que me viene de ser uno con mi Padre.

Los sacerdotes gritan:

–               ¡Blasfemo!

Jesús responde:

–                ¡Salvador!…

Tú, que yaces a mis pies, ¿Qué mal padeces?

–                De niño tuve rota la columna.

Y desde hace treinta años estoy echado sobre la espalda.

–               ¡Levántate y anda!

Y tú, mujer, ¿Qué mal padeces?

Señalando a un joven de al menos  dieciséis años, que está junto a ella,

responde:

–               Mis piernas penden inertes, desde que este que me lleva con mi marido vio la luz

–              También tú levántate y alaba al Señor.

Y ese niño ¿Por qué no va solo?

–               Porque nació idiota, sordo, ciego, mudo.

Un amasijo de carne que respira – dicen los que están con el desdichado.

–                En el nombre de Dios, recibe inteligencia, palabra, vista y oído.

¡Lo quiero!

Y, realizado el tercer milagro, se vuelve a los enemigos,

y dice:

–              ¿Qué decís ahora?

–               Milagros de dudoso valor.

Si lo puedes todo, ¿Por qué no curas a tu amigo y defensor?

–               La voluntad de Dios es otra.

–               ¡Ja! ¡Ja! ¡Ya! ¡Dios!

¡Cómoda disculpa!

Si te trajéramos nosotros un enfermo o mejor dos, ¿Los curas?

–              Sí.

Si lo merecen.

–              Espéranos entonces

Y se marchan raudos sonriendo maliciosamente.

Muchos advierten:

–                ¡Ten cuidado, Maestro!

¡Te están tendiendo alguna trampa!

Jesús hace un gesto como queriendo decir:

« ¡Bah, dejadlos!»

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